lunes, 10 de octubre de 2011

Apóstol escogido para anunciar el evangelio de Dios


Rom. 1, 1-7;

Sal. 97;

Lc. 11, 29-32

‘Pablo, siervo de Cristo Jesús, llamado a ser apóstol, escogido para anunciar el evangelio de Dios…’ Así comienza, como hemos escuchado, san Pablo la carta que dirige a los cristianos de Roma que comenzamos a leer en estos días de forma continuada en la primera lectura.

¿Por qué escribe Pablo a los cristianos de Roma? ¿Con qué autoridad? Podriamos decir quizá de entrada que era como su presentación porque tenía intenciones de ir a Roma cuando hasta entonces su campo de acción había sido las regiones de la zona oriental del Mediterraneo, el Asia Menor – hoy Turquía -, Grecia extendiendo sus recorridos hasta Macedonia, por donde había entrado al continente europeo. Ahora quiere llegar hasta los confines del mundo conocido, porque su intención, como manifestará en esta carta es llegar hasta España.

Pero ¿qué es lo que le motiva y, por así decirlo, le da autoridad para dirigirse a los cristianos de Roma? Podíamos decir aquello que manifestará en otra de sus cartas ‘¡ay de mí si no evangelizare, si no anuncio el evangelio!’ Son los títulos con los que se presenta, ‘siervo de Cristo Jesús, llamado a ser apóstol y escogido para anunciar el evangelio de Dios’.

No es simplemente su iniciativa, sino que la iniciativa, la llamada siempre viene de Dios. ‘Llamado a ser apóstol’. Fue el Señor el que lo llamó y lo escogió. ‘Será vaso de elección’, le había dicho el Señor en su aparición a Ananías, ‘instrumento elegido para llevar mi nombre a todas las naciones, a sus gobernantes y al pueblo de Israel’. Como dice de sí mismo ‘escogido para anunciar el evangelio de Dios’.

¿En qué consiste ese evangelio? ¿cuál es esa Buena Noticia que tiene que anunciar? Nos hace brevemente un resumen del mensaje del evangelio en estos primeros renglones de la carta. ‘Este Evangelio, prometido ya por sus profetas en las Escrituras santas, se refiere a su Hijo, nacido, según lo humano, de la estirpe de David, constituido, según el Espíritu Santo, Hijo de Dios, con pleno poder por su resurrección de la muerte’.

El Evangelio es Jesús,verdadero Hijo de Dios y verdadero hombre, por su encarnación, para ser nuestra salvador, Jesucristo, muerto y resucitado. Por El Pablo ha recibido este don de ser apóstol para suscitar la fe en todos los pueblos y quiere llevar, entonces, la gracia y la paz de parte de Dios a todos los hombres. Diríamos que así se constituye el saludo de esta carta, que recogemos en nuestras acciones litúrgicas.

Podríamos subrayar muchas cosas en orden a la vivencia de nuestra fe y de nuestra espiritualidad. Escuchamos la Palabra como alimento de nuestra vidda y siempre tenemos que saber descubrir ese mensaje de salvación que Dios quiere trasmitirnos en su Palabra. Podríamos comenzar subrayando lo que es el centro y el meollo de nuestra fe, que es Cristo Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre. Así proclamamos nuestra fe en Cristo muerto y resucitado para nuestra salvación.

Que esta Palabra, pues, que estamos escuchando nos ayude a crecer en nuestra fe; una fe que sea firme; una fe de la que sepamos dar razon con toda nuestra vida; una fe que valientemente hemos también de proclamar, porque el bautismo que recibimos a eso nos compromete, a ser testigos y apóstoles en medio de nuestro mundo.

Y contemplando el arrojo y valentía del apóstol que quiere llegar hasta los confines de la tierra en ese anuncio del evangelio sintamos interiormente nosotros esa misma inquietud. Estamos en el mes de octubre que en la Iglesia es un mes especialmente misionero, porque en él celebramos la Jornada del Domund, el domingo mundial de la propagación de la fe. Que sintamos, pues, esa inquietud; que nos sintamos misioneros con el testimonio de nuestra vida, con la palabra que decimos que sea siempre un anunciar el nombre de Jesús, y por toda la colaboración que prestemos con nuestra oración y con nuestros aportes a todo lo que es la obra misionera de la Iglesia, que es también nuestra obra y nuestra misión.

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