miércoles, 8 de junio de 2011

Oración de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote por su Iglesia


Hechos, 20, 28-38;

Sal. 67;

Jn. 17, 11-19

Estamos escuchando en estos días en el evangelio la llamada Oración Sacerdotal de Jesús al finalizar la última cena. Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote de la Nueva Alianza, ha visto llegar ya la hora de la glorificación. ‘Padre, ha llegado la hora, glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique…’ comenzábamos escuchando ayer.

Había llegado la Hora de pasar de este mundo al Padre, comenzaba el relato de la Cena. Ha llegado la hora del Supremo Sacrificio de amor, de entrega por nuestra salvación. Había dejado a sus discípulos los signos del supremo Sacramento. Era la Hora de la Inmolación y del Sacrificio. Como Sumo Sacerdote realiza la ofrenda. Era la Hora de la glorificación y de la consagración. ‘Por ellos me consagro yo para que ellos se consagren también en la verdad’.

Como Sacerdote dirige la oración al Padre; oración en especial por los discípulos: ‘guárdalos en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno como nosotros…’ Ruega por los discípulos a los que deja en el mundo, ruega por todos aquellos que van a creer por la predicación de los discípulos, ruega por la Iglesia, ruega por la unidad de todos los que creamos en su nombre, pero para que el mundo también pueda creer. ‘Que ellos sean uno, como Tú, Padre en mi y yo en ti, que ellos lo sean en nosotros, para que el mundo crea que Tú me has enviado’.

No nos oculta Jesús que por creer en El vamos a ser rechazados. ‘Yo les he dado tu Palabra, y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, como yo tampoco soy del mundo’. Estaremos en medio del mundo porque además ruega que no nos saque del mundo, sino que nos guarde del mal. Somos sus enviados al mundo con el encargo de un anuncio, aunque el mundo no nos acepte o nos rechace. Pero tenemos la certeza de la presencia de Jesús a nuestro lado, que para eso nos da la fortaleza de su Espíritu. No nos importan las persecusiones o la misma muerte por el nombre de Jesús porque así nos unimos más intensamente a la Pascua de su pasión y muerte, con la certeza de la vida nueva de la resurrección.

Esta oración de Jesús por los que van a creer en El y por toda la Iglesia, es una forma de manifestarnos cómo estará siempre con nosotros, en medio de su Iglesia, al lado de los que crean en El. En el momento de la Ascensión vamos a escuchar – lo escuchamos ya el pasado domingo en el relato de la Ascensión de Mateo – que El estará con nosotros hasta la consumación de los siglos. Ahí está la oración de Jesús, el que subido al cielo está sentado a la derecha del Padre para interceder por nosotros.

Nosotros nos unimos a la oración de Jesús. Hacemos nuestra su oración mientras en estos días finales de la Pascua nos preparamos para la celebración de Pentecostés. Queremos sentir la presencia y la fueza de Jesús a nuestro lado. Queremos sentir su gloria en nosotros porque escuchamos su Palabra y nos dejaremos conducir por su Espíritu. Nos ponemos en actitud de oración profunda invocando, suplicando desde lo más hondo de nosotros mismos que sintamos toda la fuerza del Espíritu en nosotros.

Ese Espíritu de Dios que nos congrega en la unidad y la comunión. Ese Espíritu de Dios que nos inunda con el amor de Dios y nos enseña a amar con su mismo amor. Ese Espíritu Santo prometido que se derrama sobre la Iglesia toda para mantenerla en la unidad y para darle el coraje y la fuerza para seguir proclamando el nombre de Jesús ante todos los hombres, para seguir anunciando el nombre de Jesús como Buena Nueva, como Evangelio de salvación para todos. Ese Espíritu Santo que nos llena de su paz y nos convierte a nosotros en constructores de la paz para nuestro mundo.

Ven, Espiritu Santo, ven, y llena los corazones de tus fieles.

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