sábado, 18 de junio de 2011

No andéis agobiados por la vida… buscad el Reino de Dios y su justicia…


2Cor. 12, 1-10;

Sal. 33;

Mt. 6, 24-34

Si ayer nos ayudaba a reflexionar Jesús en el evangelio para que aprendiéramos el verdadero valor de los bienes materiales y nos sentenciaba diciendo que ‘donde está tu tesoro, allí está tu corazón’, hoy nos da un paso más – son realmente los versículos siguientes – y nos dice que ‘nadie puede servir a dos amos… no podéis servir a Dios y al dinero’. Ya reflexionábamos ayer diciendo que no podemos convertir en un absoluto de nuestras vidas los bienes materiales.

Lejos de nosotros los agobios de la vida pensando sólo en la solución de nuestras necesidades. Muchas veces vivimos demasiados agobiados, angustiados por las cosas que nos suceden o los problemas que tenemos. Pareciera que nos faltara esperanza. El nos invita a poner toda nuestra confianza en Dios, en la providencia de Dios.

‘No estéis agobiados por la vida, pensando qué vais a comer, ni por el cuerpo pensando con qué os vais a vestir. ¿No vale la vida más que el alimento y el cuerpo que el vestido?... ¿Quién de vosotros, a fuerza de agobiarse, podrá añadir una hora al tiempo de su vida?’ Y nos habla de los lirios del campo, o las aves del cielo y cómo el Padre celestial los alimenta y los viste de belleza y hermosura. ¿No valdremos nosotros mucho más? Bien nos viene recordar lo que hemos dicho en el Salmo, ‘Gustad y ved qué bueno es el Señor’.

Creemos en el Señor, nuestro Dios, que es nuestro Padre que nos ama y en El hemos de poner toda nuestra confianza. El nos cuida, nos protege, nos lleva sobre la palma de sus manos, como nos dice un texto bíblico. Es la confianza que hemos de poner en la Providencia de Dios.

Dios es el Padre bueno y providente que nos cuida. No significa sin embargo que milagrosamente El tenga que ir resolviéndonos los problemas que tengamos con hechos extraordinarios sin que nosotros pongamos nada de nuestra parte. Pero El pondrá fuerza en nuestro corazón para luchar y para amar, para hacer el bien y trabajar por los demás. El irá suscitando también en nuestra vida muchas señales de su presencia y protección. La confianza en la providencia de Dios no nos exime de nuestras responsabilidades y de la preocupación de su cumplimiento.

Son tantas las señales de su amor en quienes nos cuidan, en quienes nos aman, en quienes se preocupan de nosotros. En esa alma buena que un día se acercó a nosotros y tuvo una buena palabra, un buen consejo, o una simple sonrisa que despertó nuestros ánimos decaídos sepamos ver señales de ese amor del Señor.

Muchas veces en la vida parece que vamos por caminos oscuros en nuestros problemas, en las dificultades de la vida o en nuestros sufrimientos, seguro que el Señor va poniendo destellos de luz en nuestro caminar. Abramos los ojos de la fe para descubrir esa presencia amorosa de Dios. Por eso el creyente que pone toda su confianza en el Señor nunca pierde la esperanza. Sabe que la mano del Señor está ahí a su lado y se manifestará de muchas maneras.

‘Sobre todo, nos dice, buscad el Reino de Dios y su justicia que lo demás se nos dará por añadidura’. Buscar el Reino de Dios, sentir que Dios es en verdad nuestro Rey y nuestro Señor y que hemos de hacer girar toda nuestra vida en torno a El. Por eso buscaremos la bueno, haremos el bien, nos daremos por los demás, estaremos siempre en postura de amor, en actitud de servicio para los demás. El Señor irá haciendo fructificar esas semillas que vayamos sembrando y siempre nos sentiremos enriquecidos por su gracia.

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