viernes, 17 de junio de 2011

Donde está tu tesoro, allí está tu corazón


2Cor. 11, 18.21-30;

Sal. 33;

Mt. 6, 19-23

‘Donde está tu tesoro, allí está tu corazón’, nos sentencia hoy Jesús. ¿Cuál es el tesoro que en verdad buscamos? ¿Cuál sería ese tesoro por el que estaríamos dispuestos a venderlo todo por poseerlo?

Es cierto que en la vida necesitamos bienes materiales para lograr nuestra propia subsistencia o para adquirir aquellas cosas que necesitamos buscando un bienestar para nuestra vida. El fruto de nuestro trabajo o de nuestros esfuerzos lo tenemos que cuantificar en esos medios materiales porque a través de ello podemos conseguir aquello que justamente necesitamos para nosotros o para nuestra familia. En justicia, pues, obtenemos ese beneficio de nuestro esfuerzo y nuestro trabajo, porque todos además tenemos derecho a una vida digna. Nacen así unas relaciones comerciales o económicas entre las personas.

Pero creo que en lo que Jesús quiere hacernos reflexionar es en que le demos el justo valor a esos bienes o a esas cosas que poseemos, porque no pueden ser nunca un absoluto para nuestra vida. El bienestar de nuestra vida tampoco podemos reducirlo a la posesión o la acumulación de unos bienes o unas riquezas. Riquezas para nuestra vida no son sólo las cosas materiales y en la relación entre las personas hay otras cosas más fundamentales que favorecerían un verdadero bienestar y felicidad para todos.

Cuántos hay que quizá poseen muchas riquezas, pero realmente no son felices en lo más hondo de sí mismos. Todo lo que sea facilitar una relación humana y fraternal entre las personas es una riqueza mucho mayor que esos bienes materiales que podamos acumular. Por eso hemos de aprender a saber utilizar esas cosas para que no nos aprisionen el corazón y a la larga esclavicen nuestros mejores deseos. Hay muchos valores que tenemos que aprender a cultivar en nuestra vida que nos harían sentirnos más en paz con nosotros mismos, pero que lograrían tambien una mejor convivencia con los que nos rodean. Son los verdaderos tesoros que hemos de buscar.

Hoy nos dice Jesús. ‘no acumuléis tesoros en la tierra, donde la polilla y la carcoma los roen, y donde los ladrones abren boquetes y los roban. Amontonad tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni carcoma que se los roan, ni ladrones que abran boquetes y roben’. Los bienes materiales tienen su función para facilitarnos esa subsistencia y bienestar, como decíamos antes, y a la larga como cosas terrenas son caducos y efímeros. Pero no pueden ser nuestro único tesoro, porque nuestro corazón estaría totalmente apegado a ellos. Busquemos tesoros permanentes. Hay otros valores que sí nos engrandecen y nos producen otra satisfacción en el alma. Por esos si tenemos que luchar y afanarnos.

Aunque siempre puede aparecer en nuestro corazón la tentación del egoísmo y la avaricia, en la vida vamos aprendiendo el valor de lo que es permanente. Hay muchos momentos en que necesitamos más del cariño y de la comprensión de los que están a nuestro lado que de las muchas riquezas que puedan encandilarnos. Ofrecer cariño y amistad y sentirnos queridos por los que están a nuestro lado nos hace más felices que regalos materiales que podamos recibir. El lograr esa paz y esa armonía en la familia, con los amigos, con aquellos que nos relaciones son valores que todos deseamos y que tendríamos también que saber ofrecer a los otros.

Vayamos repartiendo esos valores de la amistad, del cariño y la comprensión, del obrar el bien y del actuar con sinceridad y con corazón abierto con aquellos con los que convivimos cada día y serán tesoros que iremos acumulando en el cielo, como nos dice hoy Jesús, y la satisfacción de todo eso bueno que hacemos nadie nos la podrá quitar. Todo eso bueno que hacemos y que deseamos para los demás nos llenará de luz y llenará también de la luz de la felicidad a aquellos con los que compartimos cada día lo que somos.

Ahí si podemos poner nuestro todo nuestro corazón porque ese es un verdadero tesoro por el que luchar y afanarnos.

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