sábado, 4 de diciembre de 2010

Id y proclamad diciendo que el Reino de los cielos está cerca


Is. 30, 18-21.23-26;

Sal. 146;

Mt. 9, 35-10, 1.6-8

‘Al ver a las gentes se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor…’ Una situación que conmueve hasta las entrañas a Jesús. El recorría pueblos y aldeas… enseñaba en las sinagogas… anunciaba el evangelio del Reino… curaba a todos los enfermos de sus enfermedades y dolencias… Contemplaba un panorama duro y doloroso. Extenuadas, abandonados, desorientados, desesperanzados, desanimados…

Era la situación de desesperanza que vivían las gentes en aquel momento. Llama a sus discípulos y a los que ha hecho apóstoles los envía a anunciar el Reino, la Buena Noticia que despertara esperanzas, que abriera los corazones a Dios, que hiciera sentir deseos de mundo mejor. Los discípulos habían de ir haciendo lo mismo que había hecho Jesús. Anunciaban el Reino y también curaban. ‘Id y proclamad diciendo que el Reino de los cielos está cerca…’ Curaban porque llevaban salud para los cuerpos doloridos, pero hacían sentir ansias de salvación para sus espíritus desorientados. Tenían que hacer de pastores en nombre de Jesús para aquellas ovejas que no tenían pastor.

¿Cuál será nuestra situación, la situación del mundo actual? También nuestro mundo necesita quien despierte esperanzas; quien ayude a abrir los corazones algunas veces encerrados en el individualismo y el egoísmo para hacerles buscar, trabajar por un mundo nuevo y mejor. Nosotros vamos viviendo este camino de Adviento que como siempre decimos es un camino de esperanza. Esperamos al Señor que viene, esperamos la salvación que nos transforme, esperamos que las cosas puedan cambiar, pero empezando por cambiar nuestros corazones endurecidos muchas veces.

Y Jesús nos envía a su Iglesia como testigo en medio de ese mundo en el que vivimos; nos envía a nosotros con su misma misión. Necesita el mundo escuchar ese evangelio de Jesús, esa buena noticia de Jesús. Porque también hay esa desorientación y desesperanza, hay cansancio y muchas veces a la gente parece que le faltan ganas de luchar por algo nuevo y mejor. Le sucede al mundo que nos rodea y nos puede suceder a nosotros que tenemos el peligro de caer en una modorra, una atonía, una desgana, una tibieza que nos hace mucho daño.

Tenemos que anunciar el Reino de Dios como lo anunciaba Jesús. Sí, tiene que ser anuncio del verdadero evangelio de Jesús, no las cosas que nosotros nos imaginemos o simplemente nos pida la gente; tenemos que anunciar esa buena noticia que es un evangelio de esperanza; tenemos que anunciar la buena noticia del evangelio de la misericordia y del amor; tenemos que anunciar esa buena noticia de Jesús que nos lleve a creer más en las personas y a confiar en la bondad y también en el arrepentimiento; la buena noticia que nos despierte de nuestros letargos y desganas; la buena noticia que nos comprometa a trabajar cada día allí donde estamos para que las cosas funcionen mejor, para que nos queramos más, para que nuestra convivencia sea cada día más armoniosa.

Por eso vamos escuchando continuamente en este tiempo de Adviento que tenemos que preparar caminos enderezando lo que esta torcido o es escabroso; que tenemos que despertarnos del sueño porque el Reino de Dios está cerca. Por eso con sinceridad de corazón hemos de ir escuchando la Palabra del Señor e irnos dejando interpelar por ella. Es una Palabra que nos corrige, pero que también levanta el ánimo, despierta la esperanza, nos empuja a un amor más fuerte cada día; es una Palabra que nos hace abrir el corazón a Dios.

Roguemos al Señor para que haya muchos pastores en el campo de la Iglesia que nos ayuden en estos caminos que nos acercan a Dios.

viernes, 3 de diciembre de 2010

Sin tinieblas ni oscuridad verán los ojos de los ciegos

Sin tinieblas ni oscuridad verán los ojos de los ciegos

Is. 29, 17-14; Sal. 26; Mt. 9, 27-31

Las descripciones que hacen los profetas de los tiempos mesiánicos están llenas de ricas imágenes que tanto nos hablan de fecundidad y frondosidad como de desiertos convertidos en vergeles, mientras por otra parte anuncian los tiempos en que todo se transforma de manera que el mal y la enfermedad como todo tipo de limitaciones van desapareciendo. Ya iremos escuchando todos estos bellos anuncios que nos hacen los profetas a través de este tiempo del Adviento de manera especial.

Hoy además de los vergeles y bellos bosques del Líbano nos habla el profeta también de luz y de vida. ‘Aquel día oirán los sordos las palabras del libro; sin tinieblas ni oscuridad verán los ojos de los ciegos’. Desaparecen las tinieblas y todo es luz. Quienes se sienten oprimidos en la oscuridad del mal se llenarán de alegría con la salvación de Dios. ‘Los oprimidos volverán a alegrarse con el Señor y los pobres gozarán con el santo de Israel’.

Anuncio que vemos cumplido en el evangelio. Y decimos que vemos cumplido en el evangelio porque se nos narra la curación de dos ciegos que siguen a Jesús gritando insistentemente y con fe: ‘Ten compasión de nosotros, Hijo de David’. Jesús los escucha y los cura, les devuelve la luz. ‘Que os suceda conforme a vuestra fe. Y se les abrieron los ojos’.

Se cumple lo anunciado por los profetas. Podemos reconocer en Jesús al Mesías de Dios, al que es en verdad nuestra salvación. Cuando Juan envía a sus discípulos a preguntar a Jesús si era El en verdad el esperando de las naciones, el anunciado por los profetas, en la respuesta de Jesús les dice que cuenten a Juan lo que han visto y oído, y entre otras cosas menciona que los ciegos recobran la vista.

Pero decimos que lo vemos cumplido en el evangelio porque con Jesús llega la luz; con Jesús se disipan para siempre las tinieblas; con Jesús nos llega la salvación. ‘El Señor es mi luz y mi salvación’, hemos repetido en el salmo. Y Jesús se proclama a sí mismo la luz del mundo. ‘Yo soy la luz del mundo, el que me sigue no camina en tinieblas’, nos dirá en otro lugar del evangelio.

Disiparse las tinieblas es sacarnos de la oscuridad de la muerte y del pecado. Disiparse las tinieblas para llenarnos de la luz de Jesús es encontrar su salvación. Reconocer que Jesús es nuestra luz, la luz del mundo significa mucho en nuestra vida. Es reconocer la salvación que El nos ofrece; es querer vivir en su Reino nuevo que El ha venido a instaurar; es comenzar a caminar en una vida nueva llena de vida, de gracia, de amor, de santidad; es arrancar de nosotros todo lo que sea tinieblas, error, mentira, falsedad, odio, resentimiento, envidia, orgullo.

De cuántas tinieblas tiene que liberarnos el Señor. Cuánta oscuridad tiene el Señor que curar, que iluminar en nuestra vida. Acudimos también nosotros al Señor como aquellos ciegos en este camino de purificación, de renovación de nuestra vida, pidiéndole también: ‘Ten compasión de nosotros, Jesús, Hijo de David’. Con esa luz nueva que Jesús va a dar a los ojos de nuestra vida veremos nuestra realidad en toda su crudeza, nos daremos cuenta de cuantas cegueras hay en nosotros. Que el Señor nos ilumine.

En la noche de la Navidad del Señor todo será luz con el nacimiento de Jesús. Cuando se aparecieron a los pastores para anunciarles el nacimiento del salvador ‘la gloria del Señor los envolvió con su luz’, nos dice el evangelista Lucas. Que así podamos nosotros llenarnos, vernos envueltos por esa luz divina, cuando sintamos como Dios verdaderamente nace en nuestro corazón.

jueves, 2 de diciembre de 2010

Edificó su casa sobre roca porque escuchó la Palabra y la puso en práctica


Is. 26, 1-6;

Sal. 117;

Mt. 7, 21.24-27

‘No todo el que dice: Señor, Señor, entrará en el Reino de los cielos…’ Muchas veces lo hemos reflexionado, la fe no se puede quedar en palabras. Con palabras también, es cierto, que la expresamos, porque de ellas nos valemos para nuestra relación con Dios y nuestra oración y en palabras resumimos la fe que tenemos para confesarla en el Credo. Pero bien sabemos que la fe tiene que envolver toda nuestra vida, tiene que hacerse vida en nosotros.

Es la fe que nos dará sentido y valor. Es la fe que nos señala caminos. La fe que nos hace reconocer a Dios con toda nuestra vida, pero que luego también nos hará mirar con una mirada nueva y distinta a los hombres y mujeres que están a nuestro lado, y que nos harán sentirnos comprometidos de una manera especial con ese mundo en el que vivimos, con esa sociedad que entre todos hemos de construir.

Hoy se nos dice que el verdadero discípulo de Jesús es aquel que no sólo lo escucha sino que también realiza en su vida lo que le dice o le pide la Palabra de Dios. Y nos habla Jesús del edificio edificado sobre roca y del edificio edificado sobre arena, el que tiene un buen cimiento y el que no. Si lo que escuchamos a Jesús lo llevamos a la práctica de la vida y lo cumplimos seremos como el edificio sobre roca.

En este sentido podríamos escuchar la respuesta que dio Jesús a aquella mujer que entre la multitud prorrumpió en alabanzas a María. ‘Dichosos más bien los que escuchan la Palabra y la cumplen’. Claro que es una alabanza a María también porque ella supo plantar en su vida la Palabra de Dios. ‘Hágase en mí según tu palabra. Aquí está la esclava del Señor’. Hermoso ejemplo que tenemos en María de quien está bien fundamentado en la Palabra de Dios.

O aquel otro momento en que le dicen a Jesús que fuera están su madre y sus hermanos. ‘¿Quién es mi madre y quienes son mis hermanos? Los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen’. Somos la familia de Jesús porque le escuchamos y le seguimos. Somos la familia de Jesús porque queremos cumplir en nosotros su mandamiento.

Nos viene bien escuchar este mensaje que nos ofrece la Palabra cuando estamos casi iniciando nuestro camino de Adviento. Este camino que nos ayuda a prepararnos para la venida del Señor no lo podemos fundamentar mejor ni hacer mejor recorrido si no es en esa Palabra de Dios que cada día vamos escuchando. Es nuestra riqueza y nuestra sabiduría.

Abramos con sinceridad y con valentía las puertas de nuestro corazón a esa Palabra que cada día se nos proclama. No temamos escuchar esa Palabra ni lo que nos pueda decir o pedir. Acudamos con humildad a la Palabra de Dios para dejarnos conducir por el Espíritu del Señor.

Es la Palabra que nos hará profundizar en esos caminos que hemos de hacer para hacer que en verdad Cristo llegue a nosotros, celebremos con sentido su nacimiento, porque le dejemos nacer en nuestro corazón. Nos ayudará, como iremos escuchando en los profetas y en Juan Bautista, a enderezar nuestros caminos que muchas veces se nos tuercen.

Pero que todo eso se vaya haciendo realidad en nuestra vida. Pongamos bien los cimientos de nuestra vidda sobre esa Roca que es Cristo. Y notaremos que se va haciendo realidad en nuestra vida en cuanto nos amemos más, sepamos aceptarnos mejor, hayamos aprendido a caminar juntos en paz. Es un abrirnos a Dios para que Dios se posesione de verdad de nuestra vida. El tiene que ser nuestro único Señor. Y el camino de nuestra vida será hacer siempre su voluntad. Que como María digamos: ‘hágase en mí según tu palabra’, porque plantemos en verdad su Palabra, la voluntad de Dios en nuestra vida.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Celebremos y gocemos con su salvación

Is. 25, 6-10;
Sal. 22;
Mt, 15, 29-37

‘Aquel día se dirá: aquí está nuestro Dios, de quien esperábamos que nos salvara; celebremos y gocemos con su salvación’. Una proclamación de fe, una expresión de esperanza y una invitación a celebrar y gozar con la salvación de Dios. Hermoso mensaje de Adviento. Es lo que vamos expresando en nuestro camino, fe y esperanza, y lo que nos disponemos a celebrar con toda alegría.
Cuando iniciábamos el adviento nos hacíamos una reflexión contemplando los sufrimientos y desesperanzas que vivimos hoy, pero para tratar de descubrir la esperanza que se nos podía despertar en este tiempo de Adviento. El profeta nos anuncia con toda certeza el cumplimiento de esa esperanza. Vendrán unos tiempos nuevos en que con la presencia del Señor que viene con su salvación se van a ver cumplidas y colmadas todas esas esperanzas.
Nuestra esperanza está puesta en el Señor, ‘de quién esperábamos que nos salvara’. Pues aquí está el Señor, que arrancará y hará desaparecer todos los velos de duelo y de llanto, que enjugará todas las lágrimas y todos los pesimismos, porque viene y nos prepara una gran fiesta, un gran banquete. ‘Preparará para todos los pueblos en este monte un festín de manjares suculentos, un festin de vinos de solera…’ Así nos describe la alegría de la fiesta del Reino nuevo que se viene a instaurar. Aquí está el Señor y por eso hemos de hacer fiesta y alegrarnos.
Lo vemos cumplido en el evangelio con la presencia de Jesús. Allí están todos los que habían perdido la esperanza en su pobreza y en sus sufrimientos. ‘Acudió a El mucha gente’ con toda clase de enfermedades y dolencias. Tenían hambre de Dios, de salud, de salvación. ‘Los echaban a sus pies y El los curaba’, dice el evangelio. Pero hizo algo más. La gente estaba desfallecida; había que alimentarlos. Realiza los signos prodigiosos de que todos puedan comer pan hasta hartarse y aún sobrar. Son las señales del Reino. ‘Aquí está nuestro Dios de quien esperábamos que nos salvara…’
Esos signos tienen que seguirse realizando hoy. Esa esperanza también tienen que verla cumplida los hombres de hoy. Tenemos la certeza de que el Señor viene a nuestra vida, a nuestro mundo y quiere la salvación para todos. Nos ponemos a sus pies para que el Señor nos cure, para que el Señor nos alimente, para que se cumplan nuestras esperanzas más hondas con la presencia del Señor, para que todos podamos gozarnos y celebrar la salvación que Jesús nos trae. Nos ponemos a sus pies pero tenemos que ser nosotros manos y pies que hagan llegar esa presencia de Jesús con su salvación a los demás, a nuestro mundo.
Hablábamos al iniciar el Adviento del camino de solidaridad y de amor que teníamos que hacer. Ese amor de Dios que nos trae la salvación que ahora vamos a celebrar tiene que prolongarse a través de nuestras vidas, de nuestros gestos y nuestras actitudes, de nuestros compromisos concretos y de nuestro compartir para hacerlo llegar a todos. El amor de Dios se tiene que hacer visible entre nuestros hermanos los hombres, y sobre todo de los que sufren, a partir de nuestro amor y de nuestra solidaridad. Así podrán ver los hombres la salvación de Dios que llega a sus vidas.
Cuando lleguemos a celebrar la navidad, a celebrar y gozarnos con la salvación de Dios, tenemos que haber aprendido a amarnos más. Será una navidad más hermosa si nos aceptamos un poquito más los unos a los otros a pesar de nuestros achaques y nuestras majaderías, si hemos sido capaces de perdonarnos una y otra vez cuando nos hemos sentido molestados por alguien, si hemos sabido tener un gesto o un detalle generoso con alguien que está a nuestro lado aunque no nos caiga bien, si hemos procurado que haya más paz en nuestra convivencia de cada día…
Pensemos en cuantas cosas en este sentido podemos hacer para ser mejores, para querernos más, para poder sentir mejor la presencia del Señor en medio nuestro. Si vamos haciendo todas esas cosas es que le estamos haciendo un huequito a Dios en nuestro corazón y de verdad va a nacer en nosotros. Y claro todo esto será motivo de fiesta grande, ese banquete de fiesta del que nos habla el profeta, ese banquete del Reino de Dios que Cristo quiere ofrecernos.

martes, 30 de noviembre de 2010

Si supieras con quién me he encontrado…


Rom. 10, 9-18;
Sal. 18;
Mt. 4, 18-22

‘¿Sabes lo que me pasó? Si supieras con quien me he encontrado…’ Frases así utilizamos en nuestras conversaciones o escuchamos que nuestros amigos nos cuentan. Cuando nos sucede algo que nos parece importante, o que nos ha llamado la atención o nos ha impactado, no nos lo guardamos para nosotros mismos sino que a la primera ocasión que tengamos se la comunicamos al amigo, a la famlia o a aquel con quien compartamos conversación. Lo mismo si nos hemos encontrado con alguien que nos llama la atención o nosotros consideramos importante o de relevancia.
Bueno, eso fue lo que le pasó a Andrés. Era de Betsaida, allá en las cercanías del lago de Tiberíades o de Galilea, donde ejercia su profesión de pescador junto con otros miembros de la familia. Había inquietud seguramente en su corazón porque se había venido hasta la orilla del Jordán, quizá en las cercanías de Jericó para escuchar a aquel austero predicador o profeta que por allí había aparecido anunciando la pronta llegada del Mesías. Se había convertido en discípulo de Juan, el Bautista, el que bautizaba allá en el Jordán invitando a la gente a convertirse y prepararse porque el Reino de Dios estaba cerca.
Habían sucedido cosas extraordinarias y un día Juan había señalado a Jesús que pasaba como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Y él, Andrés, y otro pescador, el hermano menor de los Zebedeos, que por allí estaba con sus mismas inquietudes, se habían ido detrás de Jesús. ‘Maestro, ¿dónde vives?’, fue lo que se atrevieron a preguntar cuando Jesús se volvió hacia ellos para preguntarles ‘¿Qué buscáis?’ Y se habían ido con él, cuando les respondió ‘Venid y lo veréis’.
Pero ahora algo importante había sucedido en su corazón – hasta recordarían la hora, pues Juan en su evangelio diría que serían las cuatro de la tarde cuando lo encontraron – porque al pasar un día con El, ya estaba corriendo al día siguiente a comunicar la noticia. ¿Sabes con quien me he encontrado? Andrés fue corriendo a comunicarle a su hermano Simón. ‘Hemos encontrado al Mesías’. Y lo llevó hasta Jesús.
Más tarde sería, como hemos escuchado hoy en el evangelio, el que estaba con su hermano repasando las redes y vendría Jesús y les invitaría: ‘Venid conmigo, y os haré pescadores de hombres’. Y lo habían dejado todo para seguir a Jesús. Formaría parte del grupo de los Doce, aquellos a los que Jesús había elegido con llamada especial para hacerlos sus apóstoles.
Andrés había llevado a su hermano Simón hasta Jesús. Pero hay otro episodio en que unos griegos quieren conocer a Jesús y vienen hasta Felipe y Andrés para comunicarles sus deseos. Y ahí lo vemos realizando la misma labor. Los llevaron hasta Jesús. Parece como si esa fuera su misión especial. El Apóstol que tiene la misión de anunciar la Buena Nueva de Jesús es eso lo que busca: llevar a los demás hasta Jesús. Y creo que este puede ser el hermoso mensaje que hoy nosotros recibamos al celebrar la fiesta de san Andrés, apóstol del Señor.
San Pablo en el texto hoy proclamado en la liturgia nos dice: ‘Todo el que invoca el nombre del Señor Jesús se salvará. Ahora bien: ¿Cómo van a invocarlo si no creen en El? ¿y cómo van a creer en El si no oyen hablar de El? ¿y cómo van a oír si alguien que proclame? ¿y cómo van a proclamar si no los envían?’
¿No tendríamos nosotros que hacer como Andrés que anunció a su hermano Simón el gran acontecimiento que había vivido en su encuentro con Jesús? ¿No tendríamos que hacer como Andrés para llevar a Cristo a tantos que hay a nuestro alrededor buscándole algunas veces sin saber bien? ¿Es que para nosotros no es suficiente noticia importante, o suficiente acontecimiento en nuestra vida, el conocer a Jesús, el habernos encontrado con El por la fe y con su Buena Nueva de Salvación?
Creo que tiene que ser algo muy importante la fe que tenemos. Creo que tiene que ser un acontecimiento trascendental en nuestra vida el poder vivir esa salvación de Dios. Pues no lo callemos. Lo que es vida para nosotros tenemos que trasmitirlo para que sea vida también para los demás. Cuántas consecuencias se podrían sacar para nuestra vida y para el compromiso de apostolado que habríamos de vivir.
Es el hermoso mensaje que tenemos que recibir en la fiesta de este Apóstol y parecernos a él.

lunes, 29 de noviembre de 2010

Aprendamos del centurión a descubrir a Jesús que viene a nosotros con su salvación

Is. 2, 1-5;
Sal. 121;
Mt. 8, 5, 11

‘Os aseguro que vendrán muchos de Oriente y de Occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el Reino de los cielos’. Es el anuncio lleno de gozo que hace Jesús tras contemplar la fe del centurión.
Un hombre que no era judío, un gentil, que con fe acude a Jesús porque tiene en casa un criado paralítico que sufre mucho. No se contenta con hacer la petición. Tiene una seguridad grande de que va a ser escuchado. Sabe que la palabra de Jesús es palabra de salvación y de vida. ‘Basta que lo digas de palabra y mi criado quedará sano’. Jesús se había ofrecido para ir a curarlo. ‘Voy yo a curarlo’. Pero fue suficiente la fe de aquel hombre. Jesús dirá admirado ‘Os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie tanta fe’.
De ahí el anuncio que Jesús hace. No sólo los judíos, todo el que tenga fe. ‘Vendrán de Oriente y de Occidente…’ Es lo que habíamos escuchado anunciar al profeta. ‘Estará firme el monte de la casa del Señor… hacia él confluirán los gentiles, caminarán pueblos numerosos… venid, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob…’
Es la universalidad de la salvación, que ya habían anunciado los profetas. Jesús es la salvación de todos los hombres. El quiere que todos los hombres se salven, que todos conozcan al único Dios verdadero y a su enviado Jesucristo. Su Sangre derramada en la cruz es por la salvación de todos los hombres. Todo el que cree en Jesús se salvará. Es lo único necesario. La fe en Jesús. Una fe que por supuesto va a envolver toda nuestra vida; una fe que no son sólo palabras.
Cuando estamos dando los primeros pasos en el camino del Adviento éste es el mensaje que recibimos. Todos estamos llamados a ir hasta Jesús; el Señor viene y para todos es su salvación. Pero nosotros hemos de irnos preparando. Es lo que vamos haciendo en este camino de Adviento. Queremos avivar nuestra fe; que nuestra fe crezca más y más; que en la fe vayamos encontrando esas razones y esos motivos para darle esa profundidad a nuestra vida; que maduremos en nuestra fe.
Cómo tenemos que aprender del centurion del evangelio, para tener esa seguridad y esa confianza, para saber descubrir todo el poder y la grandeza de Dios que se nos manifiesta. El centurión supo hacerlo. Para él Jesús no era un profeta más que había aparecido en medio de aquel pueblo. Supo descubrir el actuar de Dios, el poder de Dios, la maravilla de Dios. Por eso acudión con tanta confianza y con tanta seguridad hasta Jesús. Merecería la alabanza de Jesús.
Es la fe que nos hará descubrir con toda hondura el misterio de Dios que vamos a contemplar en Belén. Es la fe con la que vamos a reconocer en ese niño nacido entre pajas al Hijo de Dios que viene con su salvación. Es la fe que nos hará dar todo ese sentido maravilloso a la Navidad. Es la fe que nos hará purificar nuestra Navidad de añadidos y superficialidades. Es la fe con la que vamos a ver a Jesús, el Hijo de Dios que viene a nosotros con su salvación. Pero es la fe con la que escucharemos a Jesús para aprender cómo a El también podemos verle en el hermano que sufre, o que pasa necesidad, o que está esperando nuestro cariño o nuestra sonrisa que cree ilusión y esperanza en su alma.
Como pedía otro hombre en el evangelio cuando acudió a Jesús rogando por su hijo enfermo, ‘Señor, yo creo; pero aumenta mi fe’.

domingo, 28 de noviembre de 2010

Un adviento en el mundo de hoy que desembocará en el hoy de la salvación de Dios que es Navidad


Is. 2, 1-5;
Sal. 121;
Rom. 13, 11-14;
Mt. 24, 37-44


Podríamos comenzar nuestra reflexión con lo que es propio de este domingo. Se acerca la Navidad, litúrgicamente comenzamos un nuevo ciclo o año litúrgico y en consecuencia iniciamos el adviento. Tiempo en el que dejándonos conducir por los profetas, por Juan Bautista, el precursor, y también contemplando la figura de María nos preparamos para la venida del Señor en la celebración de la Navidad.
Con ser totalmente cierto esto que estoy manifestando, sin embargo, confieso que no me quedo satisfecho en mi reflexión. Primero porque aquí en la celebración hablamos de adviento, cambiamos los colores litúrgicos o incluso empleemos algunos signos especiales, sin embargo para la mayor parte de la gente que nos rodea – quizá nos pueda pasar a nosotros también – decir adviento no les dice nada. En el fondo está quizá eso de que se acerca la navidad y tenemos que hacer muchos preparativos, pero no llegamos a captar algo más.
Por otra parte quizás nos encontramos con reacciones, posturas, actitudes, sentimientos diversos en mucha gente en relación a la navidad que vamos a celebrar. Con la crisis que vivimos tendremos que ajustarnos un poco, dicen algunos, porque claro no podemos gastarnos lo mismo que otros años en la navidad, las fiestas ya no serán las mismas y no sé cuántas consecuencias más.
Otros quizá el pensar en la navidad les llena de tristezas, añoranzas y soledades, porque se recuerda a los que faltan, bien porque hayan fallecido, porque estén ausentes en otro lugar o porque quizá ya están solos en la vida y todo son recuerdos.
A otros quizá les ha aparecido en la vida la enfermedad, el sufrimiento por distintos motivos, sienten muchas discapacidades en su vida y cómo van a celebrar la navidad así, se preguntan, donde pueden encontrar alegría de fiesta en una situación así. Podríamos seguir haciendo en ese sentido toda una lista de problemas, preocupaciones, ilusiones tronchadas y rotas, desesperanzas, y hasta amarguras.
¿No tendríamos que comenzar por preguntarnos que concepto tenemos de la Navidad y de lo que realmente ha de significar en nuestra vida? Responder con acuerto a esa pregunta nos llevaría a tener una mejor perspectiva del adviento. Decimos que el Adviento es un tiempo de esperanza. ¿En qué medida el adviento puede suscitar una esperanza nueva en este mundo en el que vivimos tan desolado, tan falto de ilusión o con tantos problemas como ahora tenemos? ¿Habrá una respuesta para la inquietud más profunda que pueda sentir el corazón humano en estos momentos?
Es aquí donde tenemos que hacer que nuestra fe ilumine de verdad la vida del hombre. Tenemos que sacar a flote lo más hermoso y lo más hondo de nuestra fe. Y es que además no nos disponemos a hacer unas fiestas sin más, sólo unos encuentros familiares por muy hermosos que sean o unos días simplemente de regalos porque ahora toca.
Nosotros vamos a celebrar a Jesús que es en verdad la única luz y sentido del hombre y de la vida. Nosotros vamos a celebrar a Jesús que viene, que vino y que sigue viniendo para ser la única y más profunda salvación del hombre. Nosotros vamos a celebrar al nacimiento de Jesús que es la verdadera y más pronfuda esperanza para el hombre.
Si yo creo que Jesús es todo eso para mi, habrá esperanza honda en mi corazón y en mi vida. Porque Jesús es eso para mí, porque es en verdad mi salvador claro que sentiré una alegría que desborda y que trata de contagiar a cuantos me rodean. El sentido profundo de estas alegrías y estas fiestas tiene que partir de ahí, de todo lo que significa Jesús para mí y lo que entonces representa para mí y para el mundo su nacimiento. Esa es la razón profunda. Y entonces podré celebrar desde lo más hondo, porque tengo esperanza, aunque haya problemas, haya ausencias, o vea mi vida limitada por enfermedades o sufrimientos o hasta vivamos en la más grande pobreza.
Es aquí donde encuentra sentido el adviento, este tiempo litúrgico que la iglesia nos ofrece en estas cuatro semanas para prepararnos para vivir con todo sentido la navidad. Es prepararnos para avivar fuertemente nuestra fe y nuestra esperanza en el Señor que viene con su salvación. Así descubrimos su hondo significado. A eso tenemos que tender. A eso realmente quiere irnos llevando la Palabra de Dios que se nos va proclamando en estos días.
‘Daos cuenta del momento en que vivís, nos decía san Pablo; ya es hora de despertarse del sueño, porque ahora nuestra salvación está más cerca…’ Es verdad; vamos a vivir el hoy de la salvación de Dios que llega nuestra vida. No es sólo un recuerdo; es algo vivo que se hace presente en nuestra vida. Es el Señor que llega a nosotros. Pero hemos de estar preparados.
Y vivimos un adviento en tiempos de crisis, de problemas, de ausencias quizá, de sufrimiento, de carencias. Pero es que vamos a celebrar a quien nace para traernos la salvación; a traernos la salvación hoy a esos problemas que tenemos. Y porque creemos en Jesús que es Dios que llega a nosotros hecho hombre para nuestra salvación nos llenamos de esperanza y de ilusión. Y buscaremos entonces la manera de celebrar una navidad viva, pero tenemos que hacer también un adviento vivo.
El evangelio nos invita a estar preparados y vigilantes porque no sabemos ni el día ni la hora en que vendrá el Señor; el profeta nos anunciaba unos días de paz, donde todos los instrumentos de la guerra se transformarían en herramientas de vida y de paz, porque serían herramientas de trabajo; san Pablo nos dice que nos apartemos de las tinieblas, caminemos en la luz y nos vistamos de la vestidura nueva de Jesucristo.
Por eso nuestro camino de adviento al tiempo que será un camino de austeridad, será también un camino de solidaridad y de amor. Porque ante los problemas que se viven hoy en nuestra sociedad no podemos hacerlo de otra manera. ¿Cómo no vamos a hacernos solidarios con los que a nuestro lado están llenos de carencias y sufrimientos?
Tienen que florecer en nuestro corazón esos valores tan hermosos que nos hacen solidarios y generosos, que nos llevan a compartir y a ser capaces de amar de corazón, que nos comprometen por hacer un mundo más justo y más lleno de paz, que llenan nuestro corazón de misericordia para saber consolar y sanar los corazones desgarrados que nos vamos encontrando en el camino, que hacen brillar en nuestros ojos una mirada nueva y limpia para ver en el otro siempre un hermano con el que caminar juntos.
Si hacemos ese camino de Adviento llegaremos a la navidad con un corazón renovado de verdad. Y aunque nuestros problemas no se hayan acabado, aunque sigan muchas soledades cercando nuestro corazón o puedan haber aún algunas lágrimas en nuestros ojos o en nuestro corazón, sin embargo viviremos una navidad distinta, porque ese camino que hayamos recorrido nos llevará a encontrarnos de verdad con el Señor que viene a nuestra vida. Y sentiremos su presencia y su salvación, como nos sentiremos inundados de su amor y de alegría más honda.
‘Caminemos a la luz del Señor… vistámonos del Señor Jesucristo’.