sábado, 25 de septiembre de 2010

Cada momento de la vida tiene su propia intensidad

Eclesiastés, 11, 9-12, 8;
Sal. Sal. 89;
Lc. 9, 44-45

Cada momento de la vida tiene su intensidad y sus características propias. No es lo mismo la juventud que la madurez, la vida de un niño que la vida de un anciano. Pero cada momento tiene sus vivencias y su propia intensidad, sus riquezas y su valor.
La vida de un joven o una persona madura está llena de vitalidad y son muchas las cosas que se pueden hacer. Llegará la madurez de la ancianidad y ya no serán iguales las fuerzas pero también hemos de saberle dar un sentido y su propia vitalidad, porque no todo es apagarse o dejarse morir. No se tendrán las mismas fuerzas, pero quizá se haya podido adquirir una sabiduría de la vida que ha de darle sentido también a esos años de mayor debilidad o decaimiento de vigor físico.
Pero es una vida la que tenemos en nuestras manos y hemos de saber darle hondura y su propia vitalidad con la que también podemos enriquecer a los demás. Algunos cuando llegan los años de la ancianidad reducen su vida a una pasividad y a un dejarse llevar. No debería ser esa nuestra forma de actuar. Aunque no se tenga la vitalidad física y en muchas cosas necesitemos ayuda sin embargo no todo puede ser pasividad y hasta hemos de darle cierta creatividad a la vida, a lo que hacemos y a lo que podemos también ofrecer a los demás. Nuestra vida, aun con sus limitaciones por la ancianidad o por la enfermedad, siempre será valiosa a los ojos de Dios.
Me ha surgido esta reflexión leyendo y escuchando interiormente el mensaje que nos ofrece hoy el libro del Eclesiastés, y pienso que a todos puede ayudarnos. Pero algo más nos dice. En cada momento también hemos saber sentir la presencia de Dios.
Cuando el Qohelet habla de la intensidad de vida de los jóvenes les dice también: ‘pero sabe que Dios te llevará a juicio para dar cuenta de todo’. Y a continuación les dice después de prevenirles de las vanidades de la vida ‘acuérdate de tu Hacedor durante la juventud…’
No podemos olvidar a Dios en nuestra vida. Nuestro existir está en la manos de Dios; nuestra propia vida es una deuda que tenemos con Dios que la ha puesto en nuestras manos; y es una riqueza que tenemos que saber hacer fructificar en cosas buenas también en beneficio de los demás y siempre para la gloria de Dios. No nos encerremos en una actitud egoísta de pensar sólo en disfrutar de la vida para sí, sino sepamos llenarla de esa riqueza de lo bueno que siempre podemos hacer por los demás.
Y de la misma manera le dice al anciano que no se olvide del Dios que le dio la vida y al que ha de entregarla, ponerla en sus manos, en las manos de Dios, al final de sus días. Pero siempre es como ese talento que Dios ha puesto en nuestras manos y que hemos de hacer fructificar. Ante Dios un día hemos de dar cuentas de esos frutos con que hayamos enriquecido nuestra vida, seamos jóvenes o mayores. Como decíamos cada momento tiene su propia vitalidad.
Como dijimos en el salmo, y ya comentamos hace unos días cuando comenzamos a escuchar al Eclesiastés, ‘Señor, Tú has sido nuestro refugio de generación en generación’. Que el Señor en todo momento de la vida, pero de manera especial en el final de nuestros días, nos dé sensatez para saber valorar nuestra vida con los ojos de Dios, pues aunque en la debilidad de nuestros años nos parezca que nada valemos, siempre somos valiosos a los ojos de Dios.
Que toda nuestra vida sea siempre para la gloria de Dios. Nuestras obras, lo que hacemos o decimos, lo que es toda nuestra vida sea siempre un canto de alabanza al Señor.

viernes, 24 de septiembre de 2010

¿Quién soy yo? una pregunta fundamental

Eclesiastés, 3, 1-11;
Sal. 143;
Lc. 9, 18-22

Hoy como ayer la presencia de Jesús en medio de los hombres es una pregunta ‘¿Quién soy yo?’ Jesús no nos deja indiferentes. Ante El tenemos que tomar partido. Su presencia es un interrogante que sentimos muy fuerte por dentro. Lo han sentido los hombres de todos los tiempos, aunque muchas veces se quiera acallar o nos volvamos contra El.
En los versículos anteriores a lo escuchado hoy en san Lucas – le leíamos ayer – Herodes también se pregunta: ‘¿Quién es éste de quien oigo semejantes cosas?’ Es que oía cosas muy diferentes, y quizá porque le atormentaba la conciencia por haber mandado decapitar a Juan, se sentía mucho más confuso ‘y no sabía a qué atenerse, porque unos decían que eran Juan Bautista que había resucitado, otros que había aparecido Elías, y otros que había vuelto a la vida uno de los antiguos profetas’.
Es la respuesta semejante que dan los discípulos a Jesús cuando les pregunta: ‘¿Quién dice la gente que soy yo?’ La respuesta está calcada en lo dicho anteriormente. Pero Jesús sigue interrogando con mayor profundidad porque no sólo quiere que le digan los discípulos lo que dice la gente, sino lo que piensan ellos mismos que tanto han estado con Jesús.
‘Y vosotros ¿quién decís que soy yo? Pedro tomó la palabra y dijo: El Mesías de Dios. Y El les prohibió terminantemente decírselo a nadie’. Decir que Jesús era el Mesías podía tener muchas interpretaciones, y más en aquellos momentos pre-mesiánicos que vivía el pueblo que se sentía bajo el yugo opresor del dominio extranjero. Necesitaban un Mesías que los acaudillara para alcanzar la liberación de Israel. Incluso alguno de los discípulos, de los que formaban parte del grupo de los Doce, era del partido de los Zelotas, un movimiento revolucionario en medio de Israel.
Jesús les prohibe pero les explica el verdadero sentido de su mesianismo. ‘El Hijo del hombre…’ comienza a decirles empleando una expresión que ya había utilizado el profeta Daniel. Hablaba el profeta del Hijo del Hombre que vendría entre las nubes del cielo. Esta expresión ahora en labios de Jesús con esa resonancia del profeta viene a explicar la más hondo personalidad de Jesús. El la volverá a emplear más tarde cuando esté ante el Sanedrín y le pregunte el Sumo Sacerdote con toda autoridad si El es el Hijo de Dios. ‘Yo soy, y veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del Todopoderoso y que viene entre las nubes del cielo’.
Sí, es el Mesías, es el Hijo de Dios vivo, como responde Pedro. Pero es ‘el Hijo del Hombre, el que va a venir entre las nubes del cielo’, pero el que ‘tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y letrados, y ser ejecutado y resucitar al tercer día’.
Cuando lo proclame ante el Sanedrín, los ancianos, los sumos sacerdotes y los letrados lo juzgarán blasfemo y reo de muerte y seré el comienzo del proceso entregándolo a los gentiles para ser ejecutado, pero también para resucitar al tercer día, para que se realice plenamente la Pascua en Jesús, la Pascua de Jesús para nuestra salvación.
Nos preguntamos quién es Jesús, y ante El tenemos que tomar partido. Creemos en El y de El esperamos la salvación. Le damos nuestro sí y queremos para siempre ser sus discípulos. Nos ponemos a su lado y hacemos nuestra su Pascua, porque para siempre ya participaremos de su muerte y resurrección. Tomamos partido por Jesús y ya nuestra vida no puede ser igual. Que cuando venga el Hijo de Hombre con todo poder y gloria nos haga participar ya para siempre de la heredad del Reino que el Padre nos tiene preparado.

jueves, 23 de septiembre de 2010

Baje a nosotros la bondad del Señor y haga prósperas las obras de nuestras manos

Eclesiastés, 1, 2-11;
Sal. 89;
Lc. 9, 7-9

En las vueltas y más vueltas que nos hace dar la vida, algunas veces parece que perdemos pie y nos parece andar como sin sentido o sin valor. Como los niños cuando se ponen a jugar dando vueltas y vueltas sobre si, que se marean y se caen, así nos parece andar algunas veces en la vida, como desorientados.
Es la imagen en cierto modo pesimista que nos ofrece el sabio del principio del libro del Eclesiastés que todo le parece vaciedad y un sin sentido. ‘¿Qué saca el hombre de todas las fatigas que lo fatigan bajo el sol?’, se pregunta. Habla del sucederse de las generaciones como de los días con su salida y puesta del sol una y otra vez, del viento que gira y gira y del agua que termina en el mar y que nunca se llena. Todo le parece una repetición y un dar vueltas.
¿Le faltará algo que le de sentido profundo a su existir, a sus luchas y fatigas, al devenir de los días y a todo lo que hace? Son preguntas que se hace como nos hacemos todos cuando nos ponemos a reflexionar sobre la vida y sobre las cosas que hacemos o dejamos de hacer. Pero en nuestra fe tenemos que saber encontrar un sentido y un valor.
Estamos hablando de un sabio del Antiguo Testamento que además ofrece sus preguntas y reflexiones en momentos que no fueron muy fáciles entonces para los creyentes y que además se veían influenciados por muchas filosofías y maneras de pensar.
Cuando la liturgia hoy nos ha ofrecido este texto nos pone a continuación un salmo que comienza a dar respuestas. Por supuesto, nuestra respuesta la tendremos en Jesús que es el verdadero camino de la vida del hombre, es la única Verdad que dará sentido a la vida, y es la Vida que nos llenará de plenitud.
En el salmo hemos repetido, como una respuesta a todos esos interrogantes. ‘Señor, tu has sido nuestro refugio de generación en generación’. Nuestro refugio porque es la respuesta que buscamos y en Dios encontramos, porque es nuestra fortaleza en nuestras luchas y en nuestro caminar, porque es la luz que ilumina nuestra vida y nos dará valor a lo que hacemos aunque nos pueda parecer insignificante.
‘Enséñanos a calcular nuestros años…’ le pedimos en el salmo ‘para que adquiramos un corazón sensato… sácianos de tu misericordia y toda nuestra vida será alegría y júbilo…’ Con la misericordia del Señor nos llenamos de paz y de esperanza; serán muchas nuestras limitaciones y sufrimientos, pero contando con Dios no nos faltará la paz.
Algunas veces nos puede parecer duro el camino y nos puede parecer que somos inútiles y nada sabemos o podemos hacer, pero el Señor es el que da valor a nuestra vida, a nuestras obras, a lo que somos y a lo que hacemos. El valor no se lo damos nosotros; el valor lo recibimos de la gracia del Señor. ‘Baje a nosotros la bondad del Señor y haga prósperas las obras de nuestras manos’.
Que no perdamos nunca esa confianza, ese seguridad, esa certeza que nos da la presencia del Señor. Que nos llenemos de esperanza y que en la gracia de Dios sepamos dar ese hondo sentido y valor a lo que somos y a lo que hacemos, aunque nos pueda parecer bien poco. Nos gustaría hacer más o ser fecundo en otras cosas, pero quizá sea eso lo que el Señor quiera de nosotros.
Con la gracia del Señor podemos ser ese grano de trigo que se entierra y permanece oculto, pero que va a fecundar y a generar vida nueva con nuevos frutos en nosotros o en los demás cuando sabemos ofrecerle al Señor ese silencio o ese ocultamiento de nuestra vida.

martes, 21 de septiembre de 2010

Andar conforme a la vocación a la que hemos sido convocados


Ef. 4, 1-7.11-13;
Sal. 18;
Mt. 9, 9-13

‘Vió Jesús a un hombre llamado Mateo sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: Sígueme. El se levantó y lo siguió’. Así nos relata el propio Mateo en su evangelio su vocación. Así, sencillamente, con disponibilidad total, a la voz del Maestro se dispuso a seguirle. Más tarde lo elegiría Jesús para formar parte del grupo de los Doce, de los Apóstoles.
Jesús que le llama a seguirle. Seguirle para ser su discípulo. Para estar con El y escucharle. Para estar con El y seguirle. Estar con El y participar de la misión de su Reino. Pero un buen testimonio de disponibilidad. ‘Se levantó y lo siguió’. Lo dejó todo, como otros un día dejaran las barcas y las redes.
La vida del cristiano es vocación. Porque la vida del cristiano es respuesta también a una llamada. Decimos que nosotros queremos seguir a Jesús y queremos ser cristianos. Pero si ha llegado a haber ese deseo en nuestro corazón, tenemos que pensar que antes el Señor se ha fijado en nosotros y nos ha llamado, nos ha traído a la vida de la fe. Es gracia. Es regalo del Señor que nos ama y nos llama.
San Pablo, en el texto de la carta a los Efesios que hemos escuchado nos invita y nos ruega que ‘andemos como pide la vocación a la que habéis sido convocados’. Es el Señor el que nos ha convocado, nos ha llamado, nos invita a seguirle como a Mateo, como a los otros discípulos. ‘Una sola es la meta de la esperanza en la vocación a la que habéis sido convocados’, vuelve a decirnos el Apóstol.
¿A quÉ nos llama? A una vida santa, ‘a la edificación del Cuerpo de Cristo’, nos va explicando el Apóstol. Cuando seguimos a Jesús entramos en una dinámica de santidad. Siguiendo a Jesús tenemos que ser santos, en nosotros ha de brillar el amor, la gracia, la humildad, la comprensión, el sentirnos hermanos. ‘A cada uno de nosotros se le ha dado la gracia según la medida del don de Cristo’. La gracia que nos hace santos, que nos llama a la santidad, que nos hace entrar en la dinámica de la santidad, como decíamos.
Es más los que nos sentimos llamados por el Señor entramos en una dinámica comunitaria porque entramos a formar parte de la comunidad de los que creemos en Jesús, entramos a formar parte de la Iglesia. Hemos sido bautizados y entramos a formar parte de la familia de los hijos de Dios. Es tal la comunión que tiene que haber entre nosotros y con Cristo que formamos un solo cuerpo con El. Somos el Cuerpo de Cristo. Edificamos el Cuerpo de Cristo. Somos Iglesia.
Esto es algo esencial a nuestra fe cristiana, a nuestra pertenencia a Cristo. Nos ha hablado el Apóstol de que nos esforcemos ‘en mantener la unidad del Espíritu, con el vínculo de la paz… un solo cuerpo y un solo Espíritu’.
Pero es aquí donde el apóstol nos habla de otras vocaciones para el servicio de la Iglesia. ‘Cristo ha constituido a unos, apóstoles, a otros, profetas, a otros, evangelistas, a otros, pastores y doctores, para el perfeccionamiento de los fieles, en función de su ministerio, y para la edificación del Cuerpo de Cristo…’ Esos distintos ministerios, llamadas y vocación también, para el servicio de la comunidad, para ayudar a los fieles a vivir esa santidad a la que todos nos sentimos llamados y que quienes han recibido esa misión especial del Señor tienen que ayudar a los fieles a esa santificación.
Un camino, como terminará diciéndonos Pablo, que nos lleva a la plenitud de la santidad, a la plenitud de nuestra unión con Cristo, a un imitar e identificarnos con Cristo, como nos dice, ‘al Hombre perfecto, a la medida de Cristo en su plenitud’.
Que san Mateo que con tan generosa disponibilidad siguió al Señor y tanto lo conoció que nos dejó su Evangelio, nos alcance esa gracia del Señor para que así avancemos en ese camino de santidad que no es otra cosa que responder a la vocación a la que hemos sido convocados.

lunes, 20 de septiembre de 2010

La luz no es para tenerla escondida sino para iluminar


Prov. 3, 27-35;
Sal. 14;
Lc. 8, 16-18

¿De qué nos vale tener la luz si la tenemos escondida? La luz no es para encerrarla ni para ocultarla. La luz es para iluminar. Y la luz ha de colocarse en el sitio apropiado para que sus rayos iluminen.
Nosotros tenemos una luz. ¿Nos dará vergüenza enseñarla? Nosotros tenemos una luz. Una luz que es muy importante. No es nuestra pero no sólo ha iluminado nuestra vida sino que tenemos la obligación de iluminar con ella a los demás. Creo que todos los entendemos, aunque quizá algunas veces no sabemos que hacer con esa luz. Todos los sabemos, sin embargo no somos valientes para iluminar a los demás, para iluminar a nuestro mundo. Y así nos va. Dejamos que las tinieblas inunden nuestro mundo y al final, aunque parezca un contrasentido, volvemos esa luz opaca o nos llenamos incluso nosotros de tinieblas.
Hoy nos ha dicho Jesús: ‘Nadie enciende un candil y lo tapa con una vasija, o lo mete debajo de la cama; lo pone en el candelero para que todos tengan luz’. No la podemos ocultar. Sería un contrasentido. Entendemos a la luz que se está refiriendo Jesús. Bueno, es el mismo Jesús y la fe que tenemos en El.
Ya nos dijo El que era la luz del mundo. ‘Yo soy la luz del mundo, el que me sigue no camina en tinieblas’. Pero nos dijo también que nosotros somos la luz del mundo. ‘Vosotros sois la luz del mundo, la sal de la tierra’. Y de la misma manera que la sal insípida no sirve para nada sino para tirarla y que la pise la gente, la luz que se oculta tampoco nos sirve.
Claro que no es nuestra luz, sino la luz de Jesús. Esa luz con que nos ha iluminado cuando hemos creído en El. Porque es su Luz la que tenemos que tomar y con la que tenemos que iluminar. Aunque cueste. Aunque las tinieblas no quieran recibir esa luz. ‘Nada hay oculto que no llegue a descubrirse…’, nos dice hoy. Eso que conocemos de Jesús, eso que se ha convertido en nuestra vida cuando hemos comenzado a creer en El, tenemos que proclamarlo, decirlo, anunciarlo. Con nuestras palabras, con nuestra vida.
Es nuestra vida la que tiene que iluminar. ¿Cómo? Si queremos de una forma muy sencilla, pero que se ha de convertir en una forma muy intensa. Hoy en la primera lectura hemos escuchado un texto de los Proverbios, un libro sapiencial del Antiguo Testamento. Ahí de forma sencilla se nos está diciendo cómo podemos dar algunos destellos de luz.
Recordamos. ‘No niegues un favor a quien lo necesita…. No trames daños contra tu prójimo… no pleitees con nadie… no envidies… que el Señor bendice la morada del justo… otorga honores a los sabios…’ Tenemos la sabiduría de la luz de Cristo. Hagamos esas cosas sencillas y estaremos dando destellos de luz.
También el salmo nos sugiera cosas. ‘Procede honradamente… practica la justicia… sé siempre leal en tus intenciones… no hagas mal al tu prójimo… no seas usurero en lo que trates de ayudar a los demás… honra a los que temen al Señor…’ Pequeños o grandes destellos de luz que tenemos oportunidad de dar cada día. Así de una forma sencilla, pero que pueden convertirse en fuertes fogonazos que señalen caminos.
No lo olvidemos, la luz no la podemos ocultar. Y esa luz está en nosotros. recordemos una vez más que en nuestro bautismo se nos dio una lámpara encendida en el Cirio Pascual. Es la luz de Jesús que tenemos que llevar a los demás con las obras de nuestra vida.

domingo, 19 de septiembre de 2010

Los pobres sean nuestros valedores para abrirnos las puertas de las moradas eternas


Amós, 8, 4-7;
Sal. 112;
1Tim. 2, 1-8;
Lc. 16, 1-13

Quizá podríamos comenzar preguntándonos si ponemos en las cosas de Dios el mismo interés, la misma intensidad que ponemos en los negocios humanos. Cuando en la vida nos vemos apretados por problemas o dificultades buscamos una salida, una solución sea como sea. Pero la pregunta está en si buscamos lo que de verdad vale en la vida, lo que nos da auténtica ganancia, lo que tiene trascendencia eterna, si buscamos de verdad a Dios, su Reino y su justicia.
Jesús nos propone una parábola que podría dejarnos desconcertados si no sabemos leer cuál es su verdadero mensaje. Un administrador injusto al que le pide el amo que le rinda cuentas y como sabe que las cosas no marchan bien se vale en su astucia de mil corruptelas para tener un refugio cuando caiga en desgracia. No alaba Jesús las corruptelas de este hombre, alaba su astucia y nos plantea si nosotros en verdad ponemos todo el empeño en encontrar la salvación. ‘El amo felicitó al administrador injusto por la astucia con que había procedido’. Y comenta Jesús a continuación que es donde tenemos que encontrar el mensaje. ‘Ciertamente los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz’.
Vivimos inmersos en este mundo, con sus luchas y con sus trabajos, con las responsabilidades de cada día y los afanes por la ganancia de nuestro sustento y por conseguir una vida digna. No nos saca Jesús de este mundo y de esta realidad. Es más nos pide absoluta responsabilidad en esa tarea de la que no podemos desentendernos. Fidelidad en el trabajo y en las responsabilidades hasta en las cosas más pequeñas.
Tenemos una responsabilidad con la familia, con nosotros mismos y también con la sociedad en la que vivimos de la que no podemos ser ajenos, ni desentendernos. Y en todos esos campos tenemos que saber actuar porque sentimos esa responsabilidad también de cómo marcha la vida de nuestra sociedad y hemos de poner nuestro trabajo, nuestras ideas, nuestra participación en el desarrollo y de la mejor manera posible de esa sociedad.
Los problemas que vivimos ahora, por ejemplo, con la crisis en todos los ámbitos de nuestra sociedad, económica, política, social, no nos son ajenos. Y ahí tenemos que demostrar nuestra sensibilidad, nuestra responsabilidad, la fidelidad también a esa sociedad en la que vivimos. Yo como cristiano tengo mi visión y mi manera de hacer que aportar. Yo desde mi fe me siento responsable de la marcha de esa sociedad y no puedo dejar que otros la construyan sólo desde sus ideas o su manera de ver las cosas. Yo como cristiano tengo también una visión de la persona y de cómo se ha de construir nuestra sociedad. Tendríamos que responsablemente estudiar más y mejor el magisterio de la Iglesia en estos aspectos.
Jesús nos habla de fidelidad hasta en las cosas pequeñas. ‘El que es de fiar en lo menudo también en lo importante es de fiar; el que no es honrado en lo menudo tampoco en lo importante es honrado. Si no fuisteis de fiar en el injusto dinero, ¿quién os confiará lo que vale de veras?’
Además, tendríamos que decir, que en el cumplimiento de esas tareas y responsabilidades, en nuestros negocios o en nuestros trabajos sean los que sean, lo importante no es sólo el conseguir unas ganancias terrenas o, diríamos, económicas. Hay algo más que hace la vida de la persona mejor; algo más del dinero para conseguir una felicidad en nuestras relaciones. Porque la relación entre las personas es algo más que una relación comercial, hay algo más hondo en la persona que nos hace crecer de verdad y ser más felices. No es sólo lo material, el tener, lo externo lo que nos hace más personas. Son necesarios a tener en cuenta unos valores que nos ayuden a una mejor convivencia, a una mejor relación entre unos y otros, a hacernos más felices todos.
Por supuesto, lejos de nosotros todo lo que sea un actuar injusto. Lejos de nosotros todo lo que signifique avaricia y todas esas ambiciones desmedidas por el tener, por la riqueza, por sólo el disfrute de las cosas de este mundo, que nos pueden conducir por caminos de maldad y de injusticia. Ya veíamos como el Señor con la voz del profeta condenaba en su tiempo la maldad, la avaricia y la injusticia: ‘…vosotros los que exprimís al pobre, despojáis a los miserables… compráis por dinero al pobre… por la gloria del Señor no olvidaré jamás vuestras malas acciones…’ que les decía el profeta y que tenemos que seguir escuchando nosotros hoy porque también es la tentación que vivimos en nuestro mundo tan materializado.
Además como cristianos, como creyentes en Jesús le damos también una trascendencia a la vida, no pensamos sólo en el momento presente. Por eso nos decía Jesús ‘ganaos amigos con el dinero injusto… para que os reciban en las moradas eternas’. ¿Qué nos querrá decir Jesús? Esa fidelidad que aquí vivimos, esa responsabilidad con la que actuamos en la vida, eso bueno que vamos haciendo para mejorar nuestras relaciones y nuestra convivencia y mejorar también la vida de nuestra sociedad tiene una trascendencia para nosotros. Es la manera también de ir construyendo ese Reino de Dios al que nos sentimos llamados y que en Dios, en el cielo, en la vida eterna podremos vivir en plenitud.
Pero esta frase de Jesús me provoca otro pensamiento. ‘Ganaos amigos con el dinero injusto…’ nos decía. Cuando no pensamos sólo en nosotros mismos, cuando somos capaces de compartir, cuando sabemos ser misericordiosos con el que sufre a nuestro lado, cuando ayudamos a un pobre en su necesidad compartiendo lo que somos y tenemos, estamos ganándonos esos amigos que ‘nos reciban en las moradas eternas’. Los pobres a los que hayamos ayudado serán los que nos abran las puertas de las moradas eternas. Serán nuestros valedores ante Dios cuando nos presentemos a El, porque Jesús mismo nos dirá entonces que lo que le hayamos hecho a ese hermano a El se lo estábamos haciendo.
Seamos en verdad esos hijos de la luz que llenando de luz nuestro mundo con nuestra fidelidad y responsabilidad podamos alcanzar al que es la verdadera Luz, Cristo Jesús, porque realmente con eso bueno que vamos haciendo lo que estamos haciendo son destellos de esa luz de Cristo para iluminar nuestro mundo. Que seamos en verdad astutos, que sepamos ganarnos esas ganancias eternas, que busquemos en verdad lo que es importante, que seamos capaces de poner todo nuestro empeño y esfuerzo, como lo hacemos en los negocios de este mundo, también en las cosas de Dios, en lo que atañe a nuestra fe y a nuestra vida cristiana.