lunes, 20 de septiembre de 2010

La luz no es para tenerla escondida sino para iluminar


Prov. 3, 27-35;
Sal. 14;
Lc. 8, 16-18

¿De qué nos vale tener la luz si la tenemos escondida? La luz no es para encerrarla ni para ocultarla. La luz es para iluminar. Y la luz ha de colocarse en el sitio apropiado para que sus rayos iluminen.
Nosotros tenemos una luz. ¿Nos dará vergüenza enseñarla? Nosotros tenemos una luz. Una luz que es muy importante. No es nuestra pero no sólo ha iluminado nuestra vida sino que tenemos la obligación de iluminar con ella a los demás. Creo que todos los entendemos, aunque quizá algunas veces no sabemos que hacer con esa luz. Todos los sabemos, sin embargo no somos valientes para iluminar a los demás, para iluminar a nuestro mundo. Y así nos va. Dejamos que las tinieblas inunden nuestro mundo y al final, aunque parezca un contrasentido, volvemos esa luz opaca o nos llenamos incluso nosotros de tinieblas.
Hoy nos ha dicho Jesús: ‘Nadie enciende un candil y lo tapa con una vasija, o lo mete debajo de la cama; lo pone en el candelero para que todos tengan luz’. No la podemos ocultar. Sería un contrasentido. Entendemos a la luz que se está refiriendo Jesús. Bueno, es el mismo Jesús y la fe que tenemos en El.
Ya nos dijo El que era la luz del mundo. ‘Yo soy la luz del mundo, el que me sigue no camina en tinieblas’. Pero nos dijo también que nosotros somos la luz del mundo. ‘Vosotros sois la luz del mundo, la sal de la tierra’. Y de la misma manera que la sal insípida no sirve para nada sino para tirarla y que la pise la gente, la luz que se oculta tampoco nos sirve.
Claro que no es nuestra luz, sino la luz de Jesús. Esa luz con que nos ha iluminado cuando hemos creído en El. Porque es su Luz la que tenemos que tomar y con la que tenemos que iluminar. Aunque cueste. Aunque las tinieblas no quieran recibir esa luz. ‘Nada hay oculto que no llegue a descubrirse…’, nos dice hoy. Eso que conocemos de Jesús, eso que se ha convertido en nuestra vida cuando hemos comenzado a creer en El, tenemos que proclamarlo, decirlo, anunciarlo. Con nuestras palabras, con nuestra vida.
Es nuestra vida la que tiene que iluminar. ¿Cómo? Si queremos de una forma muy sencilla, pero que se ha de convertir en una forma muy intensa. Hoy en la primera lectura hemos escuchado un texto de los Proverbios, un libro sapiencial del Antiguo Testamento. Ahí de forma sencilla se nos está diciendo cómo podemos dar algunos destellos de luz.
Recordamos. ‘No niegues un favor a quien lo necesita…. No trames daños contra tu prójimo… no pleitees con nadie… no envidies… que el Señor bendice la morada del justo… otorga honores a los sabios…’ Tenemos la sabiduría de la luz de Cristo. Hagamos esas cosas sencillas y estaremos dando destellos de luz.
También el salmo nos sugiera cosas. ‘Procede honradamente… practica la justicia… sé siempre leal en tus intenciones… no hagas mal al tu prójimo… no seas usurero en lo que trates de ayudar a los demás… honra a los que temen al Señor…’ Pequeños o grandes destellos de luz que tenemos oportunidad de dar cada día. Así de una forma sencilla, pero que pueden convertirse en fuertes fogonazos que señalen caminos.
No lo olvidemos, la luz no la podemos ocultar. Y esa luz está en nosotros. recordemos una vez más que en nuestro bautismo se nos dio una lámpara encendida en el Cirio Pascual. Es la luz de Jesús que tenemos que llevar a los demás con las obras de nuestra vida.

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