sábado, 20 de febrero de 2010

Por el testimonio de Leví otros muchos pecadores llegaron hasta Jesús

Is. 58, 9-14
Sal. 85
Lc. 5, 27-32


El testimonio del seguimiento generoso y con prontitud de Jesús provocó que otros muchos se acercaran también a Jesús.
Muchas veces habremos escuchado este texto de la vocación de Leví y habremos reflexionado sobre él. ‘Jesús vio a un recaudador al mostrador de los impuestos y le dijo sígueme…’ Ya sabemos cómo los judíos despreciaban a los de esta profesión a los que llamaban publicanos y eran considerados como pecadores. Conocemos su situación también por otros textos del evangelio.
‘Leví, dejándolo todo, se levantó y lo siguió’. Admirable su prontitud. Su encuentro con Jesús fue para él un motivo de alegría y de fiesta. ‘Ofreció en su honor (de Jesús) un gran banquete en su casa, y estaban a la mesa con ellos un gran número de recaudadores y otros’. También aquellos otros, considerados como pecadores, tuvieron la ocasión de estar a la mesa con Jesús.
El seguimiento de uno dio ocasión para que otros muchos se acercaran a Jesús. Ya sabemos la reacción de los fariseos y los escribas. ‘¿Cómo es que coméis y bebéis con publicanos y pecadores?’ Ya Jesús les dará la respuesta. ‘No necesitan médico los sanos sino los enfermos…’ y los que siendo enfermos no reconocen que lo están añadiríamos. Porque enfermos eran también los fariseos y los escribas pero no eran capaces de reconocerlo. Ellos también podían aprovechar la ocasión para acercarse a Jesús, sentarse a su mesa, alcanzar su salud y su salvación.
Porque Jesús se acerca a todos. Jesús es el Buen Pastor que va a buscar la oveja perdida allá donde esté, en el fondo del barranco o entre la maraña de los zarzales. Jesús llegará hasta nosotros y no le importará que sus pies se embarren con el fango del camino o sus vestidos queden hechos jirones porque tenga que meterse entre los zarzales para buscarnos y llevarnos con El. Ahora los fariseos y los escribas quieren ensuciar su nombre porque come con publicanos y pecadores. Pero ya sabemos la respuesta de Jesús. ‘No he venido a llamar a los justos sino a los pecadores, a que se conviertan’. Así nos busca siempre el Buen Pastor.
Podemos sacar muchas lecciones. Pero pensemos cómo nuestro testimonio puede ayudar a los demás, cómo nosotros sin con sinceridad nos acercamos a Jesús y también nos ponemos en camino de ir y estar con él, esa actitud nuestra, esas decisiones nuestras pueden ser voz que llame a los demás a que sigan también a Jesús. Podemos ser puente, mediación para los demás para ese encuentro con Jesús. Que nunca seamos obstáculo para que otros encuentren a Jesús.
Pensemos también que no podemos ser como aquellos fariseos que nos creamos buenos y ya salvados. No puede haber nunca ni cerrazón de nuestro corazón para la gracia de Dios que llega a nosotros, ni desprecio a los demás porque nosotros nos creamos mejores. Ese momento con el que comenzamos cada día la Eucaristía donde decimos que nos reconocemos pecadores, tiene que ser una actitud auténtica de nuestra vida. Siempre hemos de acudir a Jesús en búsqueda de su salvación. Y pensemos que con nuestro testimonio podremos hacer que otros muchos también hagan ese camino de búsqueda de salvación.
Un hermoso ejemplo y lección que nos ofrece hoy la vocación de Leví.

viernes, 19 de febrero de 2010

Ayuno en la autenticidad y en la congruencia del amor y la solidaridad

Is. 50, 1-9
Sal. 50
Mt. 9, 14-15


Le plantean a Jesús la cuestión del ayuno. ¿Ayuno, sí? ¿Ayuno, no? Los discípulos de Juan, los fariseos ayunan, ‘¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos a menudo y, en cambio, tus discípulos no ayunan?’
El sentido del ayuno va unido a una ofrenda al Señor, un sacrificio, un acto penitencial al reconocerse pecadores, en cierto modo como Jesús lo llamará un acto de luto o de dolor, en el fondo un acto de piedad para con Dios. ‘¿Es que pueden guardar luto los amigos del novio mientras el novio está con ellos’ celebrando el banquete de bodas? Jesús quiere ayudarnos a dar un hondo sentido a ese sacrificio del ayuno.
Este texto del evangelio está íntimamente relacionado con el texto de Isaías que se nos ha proclamado en la primera lectura. La liturgia sabiamente nos va proponiendo en este camino de cuaresma unos textos que nos ayuden a profundizar en distintos aspectos de nuestra vida cristiana y los dos textos de cada día tienen una estrecha relación.
Lo que nos está pidiendo el profeta en dicho texto es autenticidad en lo que hacemos, y congruencia entre el resto de nuestra vida y el culto que queremos ofrecer a Dios. No podemos andar por dos caminos contrarios a la vez. Sería una contradicción en nuestra vida. No podemos separar nuestra piedad y nuestra relación con Dios del resto de lo que hacemos en nuestra vida.
Decimos que queremos escuchar a Dios y amarlo, que queremos seguir sus caminos y llamarnos cristianos, venimos a dar culto a Dios y queremos participar en la celebración del culto y los sacramentos – es lo que ahora por ejemplo queremos intensificar en este tiempo de Cuaresma en ese sentido tan hermoso que tiene y nos ayuda para nuestro caminar cristiano -, pero según salimos a la calle, a nuestro vivir ordinario de cada día, ahí estamos llenos de violencias e impaciencias, endurecemos el corazón con nuestros orgullos, somos insensibles ante el hermano que sufre, nos encerramos en nosotros mismos y nos volvemos insolidarios. ¿Es éste el culto que el Señor quiere?
El profeta nos advierte. ‘Mirad: el día de ayuno buscáis vuestro interés y apremiáis a vuestros servidores… ayunáis entre riñas y disputas, dando puñetazos sin piedad… no ayunéis como ahora haciendo oír vuestras voces. ¿Es ése el ayuno que el Señor desea para el día en que el hombre se mortifica? ¿a eso llamáis ayuno, día agradable al Señor? El ayuno que yo quiero es éste: abrir las prisiones injustas, hacer saltar los cerrojos de los cepos, dejar libres a los oprimidos, partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo, y no cerrarte a tu propia carne’.
Son claras las palabras del profeta porque esas situaciones las tenemos bien claras a nuestro lado. Ayunaremos, nos privaremos de alimentos, eso está bien. Es una forma de unirnos al sufrimiento de Jesús en el camino del Calvario y en la Cruz. Es una forma de hacernos solidarios con los que ayunan y pasan hambre por que no tienen, y contemplamos y recordamos tantos sufrimientos de hombres y mujeres a lo largo de toda la humanidad.
Pero es algo más lo que tenemos que hacer porque esa solidaridad tendrá que mostrarse en hechos concretos comenzando por esa delicadeza y amor en el trato con los demás teniendo en cuenta quizá a los que tenemos más cerca de nosotros. Quizá venimos a Misa todos los días, pero también todos los días estamos de malhumor con el que se siente a nuestro lado… ¡Cuántas cosas concretas podríamos recordar aquí! ¡Cuántas cosas buenas, cuántos detalles de cercanía y amistad, de amor sincero y generoso podremos tener por los demás empezando por esos con los que convivimos! Hemos de reconocer que esos detalles a veces nos cuestan más que quedarnos sin desayunar o privarnos de unas golosinas que eso también lo hacen los que quieren conservar la línea.
Ese compartir con el hermano, el hambriento, el sediento o el desnudo, el enfermo o el que sufre de soledad en su corazón será un verdadero acto de amor que a Cristo le estaremos ofreciendo ‘porque lo que hicisteis con ese hermano humilde, a mí me lo hicísteis’.

jueves, 18 de febrero de 2010

El que ama de verdad no teme perder su vida

Deut. 30. 15-20
Sal. 1
Lc. 9, 22-25


‘El Hijo del Hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y resucitar al tercer día’. En la alborada de la Cuaresma bien nos viene recordar este anuncio de Jesús, de su Pascua, de su entrega, de su muerte y resurrección. Nos está recordando la meta del camino que estamos iniciando en esta cuaresma. Nos está trazando también un camino, que no es otro que seguir los pasos de Jesús.
Toda la razón de ser de Jesús es amar, su misión es amar y dar la vida a los hombres. Pero el pecado de los hombres unirá esta misión a la muerte. No busca Jesús la muerte por sí misma. Lo que quiere es amarnos y darnos vida. Su muerte es el paso para la vida. Porque Jesús no temió entregar su vida hasta la muerte, pero para que nosotros tuviéramos vida.
Es lo que nos enseña. A amar hasta el final, hasta el extremo de ser capaces de dar la vida. El que ama de verdad se consume en el amor. El que ama de verdad no piensa en si mismo sino en aquel a quien ama.. Porque ama no teme perder la vida, no se la reserva para sí, la da. Es lo que hizo Jesús y lo que hoy nos dice. ‘El que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierde su vida por mi causa, la salvará’.
Se olvida de sí mismo. ‘El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo’. La cruz no como suplicio ni como señal de muerte, sino como manifestación de amor y de entrega como lo fue para Jesús. aunque nos pueda parecer un peso, tendríamos que decir que es una dicha. Amar no es nunca un peso, sino una felicidad. Porque amas quieres hacer feliz a los demás y en el fondo serás más feliz tú.
Hay quien puede pensar que reservándose para sí mismo será más feliz. Hay quien quiere ponerle medidas al amor, pero el amor verdadero no puede tener límites ni fronteras. Un amor auténtico no puede estar haciendo distinciones, a éste sí amo y al otro, no; amo hasta aquí y de ahí para delante no me pidan más. Los amores raquíticos se enferman y mueren pronto. Nos puede pasar muchas veces porque algunas veces nos puede el individualismo, el egoísmo, lastres que se nos meten en el corazón. Es en lo que tenemos que aprender de Jesús.
¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero si se pierde o se perjudica a sí mismo?’, nos decía Jesús hoy. Cuando amas de verdad nunca te perderás ni te perjudicarás. Aunque nos cueste algunas veces entenderlo. Tenemos que pedir la fuerza del Espíritu que nos ayude a asimilarlo y entenderlo.
Nos decía el libro del Deuteronomio: ‘hoy pongo delante de ti la vida y el bien, la muerte y el mal… si amas al Señor tu Dios, siguiendo sus caminos, guardando sus preceptos y mandatos… vivirás y crecerás… elige la vida, y vivirás tú y tu descendencia amando al Señor tu Dios, escuchando su voz, pegándote a El…
Escojamos el camino de la vida, el camino del amor y tendremos vida. Escuchemos la voz del Señor, vivamos íntimamente unidos a El en el amor. Es lo que vamos a ir aprendiendo a hacer en este camino cuaresmal. Escucharemos al Señor, plantaremos día a día su palabra en nuestro corazón que nos haga ir examinando nuestro amor para hacerlo cada día más puro y más intenso, para hacerlo según su medida que es no tener medida. Iremos así arrancando la muerte de nosotros. Nos sentiremos transformados por el Señor. Llegaremos a vivir con intensidad su Pascua.

miércoles, 17 de febrero de 2010

Dejémonos reconciliar, reencontrar, con Dios

Joel, 2, 12-18
Sal. 50
2Cor. 5, 20-6, 2
Mt. 6, 1-6. 16-18





Es como si en el centro de la plaza del pueblo retumbara el resonar de los tambores y sonara vibrante el clarín de las trompetas anunciando la llegada del que viene con toda su misericordia para anunciarnos y concedernos su perdón y su paz. Los oídos de nuestro mundo no sabrán distinguir esos sones y esos anunciados entretenidos como están en sus cosas que les pueden parecer más interesantes. Quizá en la plaza pública no se deje oír ese resonar de las trompetas, pero nosotros sí que escuchamos el grito fuerte de la Palabra que llega hasta nosotros.
Iniciamos la Cuaresma. Comienza el recorrido de un camino que para nosotros será glorioso en la meta que esperamos alcanzar. Sin embargo es una palabra exigente la que suena en los oídos de nuestro corazón porque nos está invitando a la conversión y a la renovación total de nuestra vida. Llega la Pascua y tiene que ser algo más que una cosa que repetimos cada año. Llega la Pascua y ésta tiene que ser nuestra Pascua porque eso es a lo que nos invita el Señor. Por eso el camino tiene que pasar por la renovación profunda y por la conversión.
‘Tocad la trompeta en Sión, proclamad el ayuno, congregad al pueblo, santificad la asamblea, reunid a los ancianos, congregad a los muchachos y niños de pecho, salga el esposo de la alcoba, la esposa del tálamo, entre el atrio y el altar lloren los sacerdotes, los ministros del Señor… convertíos a mí de todo corazón… rasgad los corazones, no las vestiduras, convertíos al Señor, Dios vuestro, porque es compasivo y misericordioso…’
Así resonaba la voz del profeta más vibrante que una trompeta, y así sigue resonando en medio de la Iglesia en este primer día de la Cuaresma. ‘Ahora es el tiempo de la gracia; ahora es el día de la salvación’, nos grita también la Palabra en la voz de san Pablo. Un tiempo que no podemos desaprovechar; una gracia del Señor que no podemos dejar pasar de largo.
‘Cada año la cuaresma nos ofrece una ocasión providencial para profundizar en el sentido y el valor de ser cristiano, y nos estimula a descubrir de nuevo la misericordia de Dios para que también nosotros lleguemos a ser más misericordiosos con nuestros hermanos’, nos repite la Iglesia en palabras de Benedicto XVI. ‘Nos invita a una sincera revisión de nuestra vida a la luz de las enseñanzas evangélicas… que este tiempo penitencial sea para todos los cristianos un tiempo de auténtica conversión y de intenso conocimiento del misterio de Cristo que vino para cumplir toda justicia’, nos decía en el mensaje de este año.
Ahí tenemos todo un programa. La Palabra de Dios que iremos escuchando día a día y en la que trataremos de reflexionar hondamente nos irá conduciendo para que comprendamos cada vez mejor ‘el sentido y el valor de ser cristiano’. Nos abriremos así a la misericordia del Señor para desde esa experiencia maravillosa de lo que es el amor de Dios aprendamos nosotros a amar y a tener misericordia. ¿Cómo no vamos a tener misericordia con los hermanos si estamos empapados de ese amor misericordioso de Dios? Somos conscientes de nuestra indignidad y de nuestro pecado, y por eso admiramos más el amor que Dios nos tiene.
Convertimos nuestro corazón a Dios e iremos arrancando con paciencia y sin pausa todas esas raíces de pecado que hay dentro de nosotros. Será costoso y doloroso muchas veces y nos exigirá fuertes sacrificios en esa renuncia y en esa transformación. Los actos penitenciales que iremos ofreciendo al Señor serán aprendizaje para esa renovación profunda, pero quieren ser también ofrenda de amor que nosotros queremos hacer al Señor como signo y señal de que queremos que El sea nuestro único Dios y Señor en nuestra vida.
Negación de nuestros gustos y caprichos, renuncia incluso a cosas buenas como expresión del dominio de nosotros mismos y nuestros gustos, sacrificios en la abstinencia no sólo de carne sino de otras cosas apetitosas que regalen nuestros sentidos que se pueden traducir en muchas cosas, renuncia incluso a los alimentos para probar también en nosotros lo que es el hambre y necesidad que pasan muchos hermanos nuestros, solidaridad en nuestro compartir con los que menos tienen dando de lo nuestro aunque poco tengamos para remediar las necesidades de nuestros hermanos, pueden ser muchas de esas cosas que ofrezcamos al Señor y que nos ayuden a realizar nuestro camino en austeridad, sencillez y humildad.
Ahora en este primer día de nuestra cuaresma dejaremos que la ceniza manche nuestras frentes, porque así recordamos lo pequeño que somos, polvo y ceniza somos, pero también lo que es nuestra indignidad por cuanto estamos manchados por el pecado. Por eso al tiempo que cae la ceniza sobre nuestra cabeza escucharemos la llamada e invitación del Señor: ‘Conviérte y cree en el Evangelio’.
Nos queremos volver hacia el Señor, dándole la vuelta totalmente a nuestra vida. Nos queremos volver hacia el Señor pero escuchando, creyendo y poniendo por obra el Evangelio de Jesús en nuestra vida. No solamente ver nuestra pequeñez y nuestro pecado, sino que es mirar al Evangelio porque es mirar el amor que el Señor nos tiene, pero es mirar también el camino que hemos de recorrer y es mirar la meta que hemos de alcanzar.
Nos convertimos para vivir el Reino de Dios. Nos convertimos dejándonos transformar por la Pascua del Señor. Por eso, cuando en la noche de la Vigilia Pascual de la resurrección del Señor nos dejemos iluminar por la luz de Cristo resucitado y hagamos la renovación de nuestras promesas bautismales, podremos hacerlo con todo sentido y hondura porque hemos recorrido con fidelidad este camino que hoy comenzamos.
Escuchemos la llamada del Señor. Caminemos a su encuentro que El viene a nosotros con su gracia y su perdón. ‘Dejémonos reconciliar, reencontrar, con Dios’.

martes, 16 de febrero de 2010

Cuidado con las levaduras que nos malean

Sant. 1, 12-18
Sal. 93
Mc. 8, 14-21


‘Tened cuidado con la levadura de los fariseos y con la de Herodes’, les dice mientras atravesaban el lago. No entienden lo que Jesús quiere decirles y piensan que se los dice porque ‘no han llevado más que un pan en la barca’. Andaban preocupados. ‘¿Para que os sirven los ojos si no veis, y los oídos si no oís?’ Andaban preocupados por la falta de pan y ya se acordaban de los panes multiplicados milagrosamente allá en el descampado. ¿Entenderemos nosotros?
¿Qué les quería decir Jesús?, nos preguntamos nosotros también. Habla de levadura. Y ¿para que sirve la levadura? Ya un día había puesto una parábola del pequeño puñado de levadura que se echa en la masa para hacer fermentar el pan. Y ahora les habla Jesús de la levadura de los fariseos y de la de Herodes. Había que tener cuidado.
Podíamos decir que Jesús quiere ofrecernos un pan nuevo, un pan distinto. La salvación que Jesús nos ofrece nos da un nuevo sentido de vivir y de ser. Desde el descubrimiento del amor grande que Dios nos tiene que es nuestro Padre nuestra vida tiene que tener un nuevo plan, un nuevo sentido. Habló Jesús un día de odres nuevos, de vestido nuevo; de que no nos valen los remiendos ni las componendas.
Seguimos a Jesús y no nos podemos dejar influir por nada ni por nadie. Como los discípulos y los apóstoles que podían dejarse influir por un estilo de vida que tenían alrededor, ya fuera el estilo de los fariseos con sus apariencias y vanidades, ya fuera Herodes con toda la maldad que había en su corazón. Podrían parecer muy rectos y cumplidores los fariseos con lo minuciosos que eran, pero Jesús les desenmascara y nos está diciendo que ese estilo de vivir no es el que El quiere trasmitirnos. Una autenticidad nueva y una rectitud tendría que nacer en el discípulo de Jesús, como un estilo de amor y de misericordia como descubrimos en el corazón de Cristo. Y es por ahí por donde tenemos que caminar.
El mundo que nos rodea también puede influir en nosotros. O hacemos sincretismos mezclando en nuestra vida cosas que son incompatibles o simplemente nos dejamos arrastrar confundidos por cantos de sirena que al final nos llevarán por mal camino.
Una religiosidad pobre, un materialismo que nos anula y embrutece, un sensualismo y hedonismo que nos ciega y nos impide ver valores más trascendentes, una superficialidad que nos impide comprometernos seriamente en cosas importantes, un dejarnos llevar quizá por el temor al que dirán o porque no tenemos fuerzas para nadar contracorriente, muchas cosas que se nos pueden ir metiendo en el corazón o en nuestro estilo de vivir que nos alejan de una verdadera religiosidad y de un verdadero sentido de la vida. Hemos de estar alertas. Como dice Jesús cuidado con esa levadura que puede malear la masa de nuestra vida.
Estamos a las puertas de iniciar el tiempo de Cuaresma, que tiene que ser un tiempo de verdadera renovación de nuestra vida. Ya nos iremos planteando el camino que hemos de recorrer, pero con las advertencias que hoy nos hace el Señor ya tenemos que predisponernos para lo bueno, para iniciar con verdaderos deseos y con mucha esperanza este tiempo que nos conducirá a la Pascua. Pero como ya reflexionaremos conducirnos a la Pascua no es simplemente dejar pasar unos días con una serie de cosas que se irán sucediendo, sino emprender ese camino para que haya verdadera Pascua en nosotros. Cristo llene nuestra vida y nos transforme, nos haga morir a las viejas levaduras para dejarnos transformar por esa nueva levadura de la gracia que El nos ofrece.

lunes, 15 de febrero de 2010

No temamos las pruebas que fortalecen nuestra fe

Sant. 1, 1-11
Sal. 118
Mc. 8, 11-13


Sabemos que más o menos una exigencia muy común hoy es que cualquier cosa que se construya o se fabrique, cualquier ingenio que queramos utilizar, desde un edificio que se construye, un puente de una carretera hasta un juguete que vayamos a utilizar ha de estar homologado, o sea, debidamente probado para que pueda utilizarse con la correspondiente seguridad. Todo ha de probarse y de comprobarse.
¿Por qué comienzo con este ejemplo? Por lo que nos dice el apóstol Santiago en la lectura que hemos escuchado en referencia a nuestra fe. Decir que hoy se comienza a leer en la primera lectura en el tiempo ordinario la carta de Santiago pero que solo volveremos a leer mañana, porque al comenzar el miércoles ya el tiempo de Cuaresma iniciaremos otro ciclo de lecturas.
‘Que el colmo de vuestra dicha sea pasar por toda clase de pruebas. Sabed que al ponerse a prueba vuestra fe, os dará aguante. Y si el aguante llega hasta el final, seréis perfectos e íntegros, sin falta alguna…’
Nos habla el apóstol de una dicha el ser probado. Sin embargo hemos de reconocer, a pesar de lo que decíamos antes de la homologación de todas las cosas, que en nuestra vida no nos gusta ser probados; si pudiéramos rehuiríamos toda clase de pruebas. Pero ya nos dice que son necesarias, porque así se aquilata y se purifica nuestra fe, así se hace más fuerte y más firme. Y bien que lo necesitamos.
Siempre recuerdo, porque a mí me servía algo así como una parábola, lo que escuchaba a unos campesinos en uno de los pueblos donde he servido párroco. A partir de la primavera y a principios del verano siempre era azotado aquel lugar por una brisa constante y en ocasiones fuerte. Solían plantar maíz. Y decía la gente que si no había esa brisa constante mientras crecían las plantas del maíz, no habría cosecha. Podría pensarse que ese viento estropearía las plantas, pero era todo lo contrario. Las plantas que habían de crecer como empujando contra la fuerza del viento crecían más fuertes y podían dar fruto. Si no había viento en su crecimiento y llegaba al final cuando las plantas habían ha crecido, como no estaban suficientemente curadas y fortalecidas entonces si sufrían daños y no habría buena cosecha.
Me sirve este ejemplo parábola para lo que nos dice Santiago en referencia a las pruebas por las que ha de pasar nuestra fe. Nos llenamos de dudas muchas veces; en las dificultades y problemas lo vemos todo oscuro; otras veces queremos demostraciones que quizá de forma milagrosa nos aclaren las cosas; nos encontramos un mundo adverso que nos presente otros sentidos de la vida; encontramos oposición y hasta persecución a nuestros principios…
Las pruebas nos fortalecen. Nos purifican. Nos preparan para la lucha. Nos hacen que en verdad cuidemos nuestra fe y tratemos de ahondar en ella encontrando las razones fuertes para creer y para nuestra esperanza en el conocimiento más profundo de todo el misterio de Dios y de la respuesta de nuestra vida cristiana. Firmes en nuestra fe no hemos de temer, nos sentiremos seguros en el Señor.
Y nos decía también la carta de Santiago. ‘En caso de que alguno de vosotros se vea falto de acierto, que se lo pida a Dios. Dios da generosamente… pero tiene que pedir con fe,, sin titubear en lo más mínimo…’ Es la fortaleza que encontramos en nuestra oración. Ese don maravilloso y sobrenatural de la fe hemos de pedirlo a Dios con confianza, con humildad, con la certeza de que Dios nos lo va a conceder.
Son las cosas de Dios. Es la generosidad, la gratuidad del don de Dios para nuestra vida, es lo que llamamos gracia. Pidámosla al Señor.

domingo, 14 de febrero de 2010

Dichosos, felices… ¿quiénes?

Jer. 17, 5-8;
Sal. 1;
1Cor. 15, 12.16-20
Lc. 6, 17. 20-26



Una vez más una página del evangelio que desconcierta a muchos. Podría parecerles un sin sentido llamar felices y dichosos a los que nada tienen y a los que sufren. Cuando todos en la vida lo que deseamos es ser felices y que nada nos haga sufrir. Se busca la felicidad de la manera que sea, ansiamos y deseamos tantas cosas porque nos puede parecer que ese es el único camino de la felicidad.
Pero viene Jesús y nos dice ‘dichosos los pobres… dichosos los que ahora tienen hambre… dichosos los que lloran… dichosos si hablan mal de vosotros y os desprestigian…’
Mientras, oímos hablar a la gente de si tienen esto o aquello, aquella bonita casa o aquel potente coche, aquellas influencias que le permiten alcanzar aquel puesto con el que van a ganar tanto, o hacer aquel negocio con el que se van a enriquecer en un dos por tres . Y por otra parte los que nada tienen están con sus sueños de conseguir esto o lo otro, de tener suerte y ganarse una lotería para no estar ya pasando tantas necesidades o tantos problemas, o a ver cuando salen de ese agujero negro por el que están pasando.
Y sigue diciendo Jesús ‘ay de vosotros los ricos… los que estáis saciados porque tenéis de todo… los ahora sois tan felices… los que tenéis tanto prestigio que todo el mundo habla bien de vosotros…’
Claro que estas palabras de Jesús producen un desconcierto grande. Y para nosotros los que decimos que creemos en Jesús es Palabra de Dios. ¿Cómo se pueden compaginar unas cosas y otras? ¿cómo hemos de entender estas palabras de Jesús? ¿tendremos que hacer algunas interpretaciones para suavizarlas? Reconozcamos que más de una vez tenemos esta tentación. También tenemos la tentación de la vanidad, el prestigio o la apariencia.
Creo que tenemos que profundizar más y más en nuestro conocimiento de Jesús. Mirar su vida. Mirar todo el conjunto de su evangelio. Jesús dice ‘dichosos los pobres’ y El nació pobre, tan pobre que María tuvo que ir a dar a luz en un establo, como un emigrante o desplazado que no podía ir ni siquiera a la posada del pueblo porque allí había sitio para ellos. Más tarde lo veremos como un exiliado huyendo a Egipto porque aún niño recién nacido ya querían arrebatarle la vida. Pasó la mayor parte de su vida oculto en un pequeño pueblecito casi desconocido de Galilea pobre trabajando como pobre en el taller de José. ‘¿De Nazaret puede salir algo bueno?’, dirían incluso algunos.
Pero ¿cómo hará su presentación? Lo hemos escuchado recientemente, en la sinagoga de Nazaret proclamará el texto de Isaías donde nos habla que está lleno del Espíritu del Señor para dar una Buena Noticia a los pobres – ‘los pobres son evangelizados’ – para anunciar libertad y amnistía para los oprimidos y los cautivos. Cuando alguien se ofrece a seguirle le dirá que ‘las aves del cielo tienen nido, y las zorras una guarida, pero el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar su cabeza’.
Pero ese Jesús que así nació, así se presentó y así dependiendo de los demás recorría los caminos de Palestina, va repartiendo lo que es más valioso, porque va derramando amor – ‘pasó haciendo el bien’, diría más tarde Pedro –, enseñándonos que la mayor riqueza de la persona es la del amor, la del saber compartir y la de saber vivir en comunión de hermanos y haciéndonos descubrir la dignidad más grande de las personas.
Por eso ahora nos dirá que son dichosos los pobres, porque son los que saben compartir desde el amor porque no tienen el corazón apegado a ninguna cosa; son los que saben ser más libres porque no hay ataduras que los aten para hacerlos dependientes de las cosas. Serán los más felices porque el mejor sueño que puedan tener en su vida será el de tener un corazón abierto para compartir más que nada lo que son, porque la posesión de las cosas tiene menos importancia.
En cambio, los que parecen más felices, porque mucho tienen. su corazón tienen el peligro de que se les quede apelmazado y endurecido porque les parece que sólo en la posesión de cosas y de bienes es donde pueden encontrar la felicidad. Aunque parezcan satisfechos y felices nunca lo están porque siempre estarán deseando tener más y más porque piensan que cuanto más tienen más felices son, y a la larga son más infelices y desgraciados.
Ahora entendemos un poquito mejor lo que Jesús nos está diciendo hoy y ya no nos desconcierta tanto. Dichosos serán, sí, los pobres, los que tienen un corazón desprendido, los que tienen un corazón libre porque no lo apegan a las cosas, los que han sabido llenar su corazón de lo más importante que es el amor; y el amor significa el respeto y la valoración de la persona, de toda persona; y amor significará sentir la inquietud de que el otro pueda ser feliz con la felicidad más honda; y amor significará buscar siempre lo que sea bueno para el otro siendo capaz de olvidarse de uno mismo; éstos serán, sí, los que entiendan mejor lo que es el Reino de Dios, los que estarán más cerca del Reino de Dios, como nos dice Jesús hoy.
Dichosos los que tienen hambre, sí, hambre que ya no es sólo de pan que alimente nuestros cuerpos, sino de pan de humanidad, de amistad, de cercanía, de solidaridad, de justicia, de amor; hambre, en una palabra, de Dios, de que Dios esté en medio de nosotros y así podamos lograr todo eso bueno no sólo para nosotros sino para toda la humanidad. Y qué felices seríamos todos si viviéramos unas relaciones así entre los unos y los otros.
Dichosos los que ahora lloráis, nos dice Jesús, porque esas lágrimas pueden ser semilla de felicidad verdadera; porque esas lágrimas que ahora nos inquietan o tienen el peligro de amargar nuestro corazón en nuestro dolor y en nuestro sufrimiento, porque nos vienen las enfermedades, nos abruman los problemas, o nos duele lo que pueda hacer sufrir a los demás, pueden ser en nosotros expresión de una inquietud por encontrar algo mejor y algo que nos haga alcanzar una mayor plenitud para nuestra vida; pero también cuando vivamos esas situaciones difíciles poniendo más amor nos podremos acercar un poco más a Aquel que cargó con nuestros sufrimientos subiendo a la cruz, y tenemos la certeza que detrás de la cruz está siempre la resurrección y la vida.
No nos importa, pues, que no nos entiendan o que incluso traten de ridiculizarnos por nuestra manera de entender la vida cuando queremos vivirla según el espíritu del Evangelio. Jesús nos dice ‘vuestra recompensa será grande en el cielo’. Es que nosotros creemos en Cristo resucitado y de eso nadie nos va a separar.
Es la esperanza que nos anima, porque la confianza no la hemos puesto en nosotros mismos o en las cosas de aquí abajo que poseamos, sino que la confianza la hemos puesto en el Señor. Y ya sabemos que El nunca nos defraudará. ‘Será como un árbol plantado al borde de la acequia, da fruto en su sazón y no se marchitan sus hojas, y cuanto emprende tiene buen fin’, como recitamos en el salmo. ‘En año de sequía no se inquieta, no deja de dar fruto’, como nos decía el profeta. Sí, seremos dichosos.