miércoles, 17 de febrero de 2010

Dejémonos reconciliar, reencontrar, con Dios

Joel, 2, 12-18
Sal. 50
2Cor. 5, 20-6, 2
Mt. 6, 1-6. 16-18





Es como si en el centro de la plaza del pueblo retumbara el resonar de los tambores y sonara vibrante el clarín de las trompetas anunciando la llegada del que viene con toda su misericordia para anunciarnos y concedernos su perdón y su paz. Los oídos de nuestro mundo no sabrán distinguir esos sones y esos anunciados entretenidos como están en sus cosas que les pueden parecer más interesantes. Quizá en la plaza pública no se deje oír ese resonar de las trompetas, pero nosotros sí que escuchamos el grito fuerte de la Palabra que llega hasta nosotros.
Iniciamos la Cuaresma. Comienza el recorrido de un camino que para nosotros será glorioso en la meta que esperamos alcanzar. Sin embargo es una palabra exigente la que suena en los oídos de nuestro corazón porque nos está invitando a la conversión y a la renovación total de nuestra vida. Llega la Pascua y tiene que ser algo más que una cosa que repetimos cada año. Llega la Pascua y ésta tiene que ser nuestra Pascua porque eso es a lo que nos invita el Señor. Por eso el camino tiene que pasar por la renovación profunda y por la conversión.
‘Tocad la trompeta en Sión, proclamad el ayuno, congregad al pueblo, santificad la asamblea, reunid a los ancianos, congregad a los muchachos y niños de pecho, salga el esposo de la alcoba, la esposa del tálamo, entre el atrio y el altar lloren los sacerdotes, los ministros del Señor… convertíos a mí de todo corazón… rasgad los corazones, no las vestiduras, convertíos al Señor, Dios vuestro, porque es compasivo y misericordioso…’
Así resonaba la voz del profeta más vibrante que una trompeta, y así sigue resonando en medio de la Iglesia en este primer día de la Cuaresma. ‘Ahora es el tiempo de la gracia; ahora es el día de la salvación’, nos grita también la Palabra en la voz de san Pablo. Un tiempo que no podemos desaprovechar; una gracia del Señor que no podemos dejar pasar de largo.
‘Cada año la cuaresma nos ofrece una ocasión providencial para profundizar en el sentido y el valor de ser cristiano, y nos estimula a descubrir de nuevo la misericordia de Dios para que también nosotros lleguemos a ser más misericordiosos con nuestros hermanos’, nos repite la Iglesia en palabras de Benedicto XVI. ‘Nos invita a una sincera revisión de nuestra vida a la luz de las enseñanzas evangélicas… que este tiempo penitencial sea para todos los cristianos un tiempo de auténtica conversión y de intenso conocimiento del misterio de Cristo que vino para cumplir toda justicia’, nos decía en el mensaje de este año.
Ahí tenemos todo un programa. La Palabra de Dios que iremos escuchando día a día y en la que trataremos de reflexionar hondamente nos irá conduciendo para que comprendamos cada vez mejor ‘el sentido y el valor de ser cristiano’. Nos abriremos así a la misericordia del Señor para desde esa experiencia maravillosa de lo que es el amor de Dios aprendamos nosotros a amar y a tener misericordia. ¿Cómo no vamos a tener misericordia con los hermanos si estamos empapados de ese amor misericordioso de Dios? Somos conscientes de nuestra indignidad y de nuestro pecado, y por eso admiramos más el amor que Dios nos tiene.
Convertimos nuestro corazón a Dios e iremos arrancando con paciencia y sin pausa todas esas raíces de pecado que hay dentro de nosotros. Será costoso y doloroso muchas veces y nos exigirá fuertes sacrificios en esa renuncia y en esa transformación. Los actos penitenciales que iremos ofreciendo al Señor serán aprendizaje para esa renovación profunda, pero quieren ser también ofrenda de amor que nosotros queremos hacer al Señor como signo y señal de que queremos que El sea nuestro único Dios y Señor en nuestra vida.
Negación de nuestros gustos y caprichos, renuncia incluso a cosas buenas como expresión del dominio de nosotros mismos y nuestros gustos, sacrificios en la abstinencia no sólo de carne sino de otras cosas apetitosas que regalen nuestros sentidos que se pueden traducir en muchas cosas, renuncia incluso a los alimentos para probar también en nosotros lo que es el hambre y necesidad que pasan muchos hermanos nuestros, solidaridad en nuestro compartir con los que menos tienen dando de lo nuestro aunque poco tengamos para remediar las necesidades de nuestros hermanos, pueden ser muchas de esas cosas que ofrezcamos al Señor y que nos ayuden a realizar nuestro camino en austeridad, sencillez y humildad.
Ahora en este primer día de nuestra cuaresma dejaremos que la ceniza manche nuestras frentes, porque así recordamos lo pequeño que somos, polvo y ceniza somos, pero también lo que es nuestra indignidad por cuanto estamos manchados por el pecado. Por eso al tiempo que cae la ceniza sobre nuestra cabeza escucharemos la llamada e invitación del Señor: ‘Conviérte y cree en el Evangelio’.
Nos queremos volver hacia el Señor, dándole la vuelta totalmente a nuestra vida. Nos queremos volver hacia el Señor pero escuchando, creyendo y poniendo por obra el Evangelio de Jesús en nuestra vida. No solamente ver nuestra pequeñez y nuestro pecado, sino que es mirar al Evangelio porque es mirar el amor que el Señor nos tiene, pero es mirar también el camino que hemos de recorrer y es mirar la meta que hemos de alcanzar.
Nos convertimos para vivir el Reino de Dios. Nos convertimos dejándonos transformar por la Pascua del Señor. Por eso, cuando en la noche de la Vigilia Pascual de la resurrección del Señor nos dejemos iluminar por la luz de Cristo resucitado y hagamos la renovación de nuestras promesas bautismales, podremos hacerlo con todo sentido y hondura porque hemos recorrido con fidelidad este camino que hoy comenzamos.
Escuchemos la llamada del Señor. Caminemos a su encuentro que El viene a nosotros con su gracia y su perdón. ‘Dejémonos reconciliar, reencontrar, con Dios’.

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