viernes, 6 de agosto de 2010

Qué hermoso es estar aquí…


2Ped. 1, 16-19;
Sal. 96;
Lc. 9, 28-36

‘Maestro, qué hermoso es estar aquí…’ exclamó Pedro cuando aún no había terminado de manifestarse del todo la gloria del Señor.
Se habían dejado conducir por Jesús para subir a aquella montaña alta. ¿Les apetecía subir? A ellos como a nosotros a veces no nos apetece ese esfuerzo. Pero se habían dejado llevar. ‘Jesús se llevó a Pedro, a Juan y a Santiago a lo alto de una montaña, para orar’.
A Pedro, a Santiago y a Juan en algunas ocasiones importantes también Jesús se los había llevado consigo. Quería que estuvieran con El en esos momentos. En la resurrección de la hija de Jairo fueron los tres que entraron con Jesús a la casa; más tarde sería en Getsemaní cuando se los llevaría hasta lo más hondo del huerto donde en la agonía de su oración iba a comenzar la pasión; ahora, en el Tabor ellos eran los elegidos para subir con Jesús para orar.
Quizá este momento preparaba los otros, para que comprendieran el significado de la resurrección de la hija de Jairo, o para que estuvieran preparados para Getsemaní y todo lo que seguiría. ‘Mientras oraba el aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blancos…’ Jesús se transfiguraba delante de ellos; Moisés y Elías que aparecieron también hablaban con Jesús ‘de su muerte que se iba a consumar en Jerusalén’. Se manifestaba la gloria del Señor, que era como un anticipo de la gloria de la resurrección; una preparación ahora para pasar por Getsemaní y la cruz, sabiendo que todo culminará en la resurrección.
Habían entrado ellos en la oración con Jesús y por eso podían contemplar su gloria, aunque se caían de sueño. No sé por qué siempre nos da sueño cuando queremos entrar en oración. Pero Pedro está bien despierto ante tanta gloria que se manifiesta. ‘Qué bien se está aquí, qué hermoso es estar aquí’, y quería quedarse allí para siempre; ya iba a comenzar a construir tres tiendas. ¿Somos capaces nosotros de disfrutar así de nuestra oración, de nuestro encuentro vivo con el Señor que también quiere manifestársenos, hacernos partícipes de su gloria? Tenemos que aprender a orar. Tenemos que aprender a dejarnos conducir por el Señor a la oración y abrir los ojos de nuestro corazón para sentir su presencia, para sentirnos de verdad en su presencia, en la presencia de la gloria del Señor.
Pero aún no había terminado todo. ‘Todavía estaba Pedro hablando cuando una nube los cubrió’. La gloria del Señor los envolvió. Se escuchó la voz del Padre: ‘Este es mi Hijo, el escogido; escuchadle’. Vamos a la oración, nos gozamos en la presencia del Señor, pero hemos de saber hacer silencio para escucharle. No necesitamos decirle muchas palabras, sino escuchar la Palabra viva y verdadera que El quiere decirnos. Y la podemos sentir en el corazón. Y nos podemos sentir transformados por Ella. Y desde la Palabra sentiremos renovada nuestra vida con una nueva vida, la Vida que de la Palabra recibimos, la Vida que Dios nos dice, que Dios nos da. ‘La Palabra era vida, en la Palabra estaba la Vida y la Vida era la luz de los hombres’, que decía el principio del evangelio de Juan.
Vayamos a la oración a dejarnos envolver por Dios. Sólo así podremos escucharle. Y sólo así nos sentiremos transformados por esa vida. Sólo así seremos verdaderamente iluminados para proseguir el camino.
Había que bajar de la montaña, porque la vida sigue en la llanura de las cosas de cada día, aunque nos parezcan rutinarias. Pero si salimos llenos de Dios de nuestra oración no serán cosas rutinarias sino llenas de nueva vida. Las veremos con nuevos ojos. Las amaremos con nuevo amor. Las construiremos con una nueva fuerza y con un nuevo estilo que es el estilo del amor que sólo en la oración podremos aprender de verdad.
Vengamos a la oración. Vengamos al Tabor. El Señor nos espera, ahora en la Eucaristía que estamos celebrando; luego a través del día en tantos momentos que podemos venir a visitarlo al Sagrario donde siempre está El esperándonos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario