domingo, 4 de abril de 2010

Cristo ha resucitado, que florezcan las flores de la nueva primavera


Hechos, 10, 34.37-43;
Sal. 117;
1Cor. 5, 6-8;
Jn. 20, 1-9

‘En verdad ha resucitado el Señor, aleluya. A El la gloria y el poder por toda la eternidad’. Es la noticia, la gran noticia que hoy corre, tiene que correr de boca en boca o a todo pulmón allí donde hay un cristiano. Es la Pascua. Es nuestro gozo y nuestra alegría honda. Es nuestra fiesta. Es nuestra vida y el sentido de todo. Ha resucitado el Señor.
Es la noticia del Evangelio. Es ‘el primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro’. Comienzan las carreras. ¿Las carreras para ver quien tenía la fe más grande, el amor más fuerte? Su amor – porque había amado mucho se le había perdonado mucho - la había llevado muy temprano al sepulcro, pero ‘se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos donde lo han puesto’. El evangelista nos da un detalle, ‘aún estaba oscuro’ que podría bien significar que aunque su amor por Jesús era grande algo podía fallar en su fe para hacerla dudar de lo que tanto Jesús había anunciado, su resurrección.
Lleva la noticia a los apóstoles y correrá Pedro, el que tenía un amor muy ardiente por el Señor y correrá Juan, el discípulo amado camino también del sepulcro. Se quedará éste a la entrada del sepulcro aunque fuera el más veloz, y entrará Pedro. Allí ‘vio la vendas por el suelo y el sudario enrollado aparte’. Entrará Juan ‘y vio y creyó. Hasta entonces no habían entendido la Escritura que El había de resucitar de entre los muertos’. Se despertó en sus corazones la fe en la resurrección de Jesús. era verdad, había resucitado el Señor. Más tarde vendrían los encuentros con Jesús, las primeras apariciones de Cristo resucitado.
Nosotros venimos cantando nuestra alegría desde anoche, desde la vigilia pascual. Los ‘aleluyas’ se repiten y no nos cansamos de aclamar al Señor. ‘En verdad ha resucitado el Señor. A El la gloria y el poder por toda la eternidad’. Y es que con Cristo nosotros también nos sentimos resucitados. En Cristo resucitado sentimos la vida nueva que El nos da. Somos los hombres nuevos de la Pascua. A El nos unimos en nuestro bautismo ‘para ser sepultados con El, para que así como Cristo resucitó de entre los muertos, así nosotros andemos en una vida nueva’, como escuchábamos anoche.
Estamos hoy rebosantes de gozo pascual. Contemplamos a Cristo, vencedor de la muerte y que a nosotros nos hace también resucitar. Nos sentimos renovados por su Espíritu para resucitar en el reino de la luz y de la vida, como hemos pedido en la oración litúrgica. Ya para siempre en nosotros la vida nueva de la gracia y lejos de nosotros el pecado.
Anoche proclamábamos que ‘quienes confiesan su fe en Cristo son arrancados de los vicios del mundo y de la oscuridad del pecado, son restituidos a la gracia y agregados a los santos’. Así nos sentimos nosotros en esta mañana de Pascua después del camino de renovación que emprendimos a través de toda la cuaresma, tras la vivencia intensa de toda la pasión y de la muerte del Señor en estos días pasados, sintiendo ahora el gozo profundo de la resurrección del Señor, y de la vida nueva en nuestros corazones.
Están rotas ya las cadenas de la muerte. Cristo asciende victorioso del abismo y nos lleva con El a una vida nueva. Por eso dejamos atrás la vieja levadura – la de la corrupción y el pecado - porque tenemos que ser masa nueva, como nos ha dicho hoy san Pablo. ‘Ha sido inmolada nuestra víctima pascual: Cristo’. La verdad, la sinceridad, la fe, el amor serán hermosos sabores de ese pan nuevo de la pascua.
Pero esta noticia como esta vida nueva de Cristo resucitado no nos la podemos quedar para nosotros. Somos testigos y los testigos tienen que dar testimonio. Somos resucitados con Cristo y hemos de llenar el mundo de resurrección. Hoy es Pascua, pero la Pascua no se puede quedar reducida a este día ni será ya sólo para nosotros. Litúrgicamente seguiremos celebrándola con gran intensidad durante cincuenta días hasta Pentecostés. Pero es que para un cristiano que ha vivido intensamente la pascua, ya la pascua no se tiene que terminar. Como hombre de pascua todo cristiano tiene que manifestarse al mundo para llevar el perfume de Cristo que inunde y empape cuando nos rodea.
Cuando nos veníamos preparando para la Pascua en nuestro camino cuaresmal en un momento reflexionamos y decíamos que en la primavera de la pascua nuevas flores tenían que florecer. Estamos ya en la primavera de la pascua, adornamos hoy nuestros altares con muchas flores para significar la alegría de la pascua que estamos viviendo. Pero ya sabemos; hemos de hacer surgir esas nuevas flores de la pascua en nuestro mundo. Que su perfume en verdad nos inunde y nos contagie.
Decíamos entonces que el Señor quiere hacer que los desiertos de nuestra vida ya no sean desiertos porque florezcan flores de vida en nosotros prometedores de hermosos frutos. Son esas nuevas actitudes de vida que tienen que ir floreciendo en nosotros. Para siempre ya la generosidad, el perdón, el amor, la concordia, la paz, la dicha para todos. Seamos, pues, sembradores de esperanza y defensores de la vida. Construyamos un mundo de más amor y fraternidad. Es decir, seamos testigos de Cristo resucitado, seamos a la vez sembradores y semillas de resurrección. Trasmitamos a todos nuestro hondo convencimiento, aunque al mundo le cueste creer.
‘Ofrezcan los cristianos ofrendas de alabanza a gloria de la Víctima propicia de la Pascua’, hemos proclamado en la hermosa secuencia de este día. Es lo que hacemos ahora en esta celebración solemne de la Eucaristía en esta mañana de Pascua. Celebrémosla y vivámosla con hondura, poniendo toda la intensidad de nuestra fe y de nuestro amor. Aclamemos y pidámosle al Señor ‘Rey vencedor, apiádate de la miseria humana y da a tus fieles parte en tu victoria santa’.

1 comentario:

  1. MUY LINDA ESTA ESTAMPA Y SOBRE TODO MUY SIGNIFICATIVA ME GUSTO MUCHISIMO

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