sábado, 10 de octubre de 2009

Me sentaré a juzgar a las naciones

Joel, 3, 12-21
Sal. 96
Lc. 11, 27-28


Algunas veces resultan enigmáticas las palabras de los profetas. Por eso conviene detenernos un poquito a reflexionarlas y ver lo que el Señor quiere decirnos, porque suelen encerrar mensajes muy hermosos con sus expresiones tan llenos de imágenes bien significativas.
Las palabras que hemos escuchado hoy al profeta Joel hacen resonar en nosotros palabras semejantes que escuchamos a Jesús para hablarnos de los últimos tiempos y de la segunda venida del Hijo del Hombre con gran poder y majestad. Es un lenguaje semejante al usado por los profetas y que también encontraremos en el Apocalipsis. ‘Se oscurecerá el sol y la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo…’
Hoy hemos escuchado al profeta que decía de parte del Señor. ‘Vengan las naciones al valle de Josafat, allí me sentaré a juzgar a las naciones’. Es el día del juicio del Señor. No tiene por qué ser un juicio para el temor para los que han querido ser fieles. ‘Yo soy el Señor que habito en mi monte santo…’ nos dice.
La descripción que hace a continuación es más que nada una descripción de tiempo de dicha y felicidad para los escogidos del Señor, para su pueblo elegido y santo. ‘Aquel día los montes manarán vino, los collados se desharán en leche, las acequias de Judá irán llenas de agua…’ habla de tiempos de abundantes cosechas –‘los montes manarán vino’ -, de ganados ricos y abundantes que servirán para el sustento – ‘los collados se desharán en leche’ -, de fecundidad de la tierra en las aguas abundantes. Es una imagen de un nuevo paraíso, del cielo nuevo y la tierra nueva de la hablará el Apocalipsis.
Para los malvados, en cambio, será el castigo, y hablará de desiertos en Egipto, de áridas estepas para Edón, como imágenes del castigo a la infidelidad y la maldad. Pero ‘el Señor habitará en Sión’, el Señor que es justo y que es misericordioso. ‘Alégrense justos con el Señor… celebrad su santo nombre’, como recitábamos en el salmo.
Esta palabra del profeta es una palabra de esperanza, de estímulo y de aliento para que seamos fieles al Señor. Es la respuesta que tenemos que dar.
El evangelio que hemos escuchado también nos anima a ello. Mientras Jesús enseña una mujer anónima en medio de la multitud prorrumpe en alabanzas para la madre de Jesús. ¡Bendita madre que tiene tal hijo… ‘dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron!’ Pero la respuesta de Jesús nos querrá decir que sí, que bendita su madre porque escuchó y plantó en su corazón la Palabra de Dios. Pero que benditos seremos nosotros también si de la misma manera escuchamos y plantamos esa Palabra de Dios en nuestra vida para que dé fruto. Serán frutos de vida eterna, frutos de dicha gozando de la presencia del Señor para toda la vida.

viernes, 9 de octubre de 2009

La opción de nuestra fe nos exige firmeza y vigilancia

Joel, 1, 13-15: 2, 1-2
Sal. 9
Lc. 11, 15-26


Hay quienes se resisten a creer. Aunque lo tengan todo claro, todas las cosas le motiven a creer, sin embargo se resisten, ponen pegas, dan largas, siguen pidiendo pruebas.
Y es que creer es algo más que saberse algo de memoria o decir unas palabras en unos momentos determinados. Creer implica la vida, porque significa hacer una opción, tener que decidirse por algo, o mejor, por alguien, tomar unas posturas. Quien opta por la fe, su vida ya no puede ser igual, necesitará cambios en muchas cosas, una nueva forma de vivir. Porque la fe implica a toda la persona.
Hay quienes se resisten a dar ese paso, dando largas continuamente y parapetándose detrás de muchas cosas que pueden sonar como a disculpas. Desde quienes nos pueden decir que todo eso son pamplinas, lo ven como un engaño, o intenciones o motivaciones torcidas ocultas en quien nos ofrece la fe, o quienes están pidiendo siempre pruebas y nunca terminan de convencerse.
Es lo que nos refleja el evangelio de hoy que pasaba con Jesús. Había hecho un milagro delante de la vista de todos y aún no terminaban de creer en él. ‘Habiendo echado Jesús un demonio, algunos de entre la multitud dijeron: Si echa los demonios es por arte de Belcebú, el príncipe de los demonios. Otros para ponerlo a prueba, le pedían un signo del cielo’.
No es la primera vez que piden signos. Los tienen ante los ojos y aún quieren más pruebas. Le preguntan con qué autoridad expulsó a los vendedores del templo y en muchas ocasiones vienen a pedirle un signo para creer en El, a pesar de que allí estaban los milagros que hacía curando enfermos, dando la vista a los ciegos, haciendo caminar a los paralíticos, limpiando a los leprosos o resucitando a los muertos.
Por otra parte bien contradictorio es que digan que echa los demonios por arte del príncipe de los demonios. ‘Leyendo sus pensamientos, les dijo: Todo reino en guerra civil va a la ruina y se derrumba casa tras casa… Si también Satanás está en guerra civil, ¿cómo podrá mantener su reino?... si yo echo los demonios con el dedo de Dios, entonces es que el Reino de Dios ha llegado a vosotros’. Pero no quieren entender.
Pero Jesús nos está pidiendo que pongamos toda nuestra fe en El. Nos pide que le sigamos. Nuestra opción y decisión tiene que ser firme. ‘El que no está conmigo, está contra mí. El que no recoge conmigo, desparrama’. No podemos nadar a dos aguas. El seguimiento de Jesús tiene que ser total. No podemos andar a medias. Por eso es necesario nuestra unión con El, el conocerle profundamente y el llenarnos de su vida.
Pero también hemos de estar vigilantes. El enemigo acecha, el tentador está a las puertas. ‘Cuando un hombre fuerte y bien armado guarda su palacio, sus bienes están seguros. Pero si otro más fuerte lo asalta y lo vence, le quita las armas de que se fiaba y se reparte el botín’. El mal se presenta de muchas maneras, algunas veces de forma sutil, para arrastrarnos con sus redes.
Y la vigilancia no puede decaer, porque nos creamos seguros y que ha hemos superado muchas cosas. Pensemos, por ejemplo, en la persona que ha superado un vicio, ha dejado de fumar tras no fuerte esfuerzo y largo proceso, o el alcohólico o drogadicto que piensa que ha no va a volver a caer en las redes del vicio porque ha seguido un programa terapéutico adecuado. Cuántas veces vemos que tras cierto tiempo el fumador vuelve a fumar, el bebedor vuelve de nuevo al alcohol o el adicto a sus drogas. Había bajado la intensidad de su vigilancia, alguien quizá le dice porque un día fume un cigarrillo o tome una copa no pasa nada, un acto social cualquiera donde a su alrededor todos andan metidos en esas cosas, hará que comience por probar, - probarse a sí mismo, se suele decir – y al poco tiempo vuelve a andar por los mismos caminos.
Eso nos pasa en todos los aspectos de superación de nuestra vida, de vencimiento de las tentaciones pecaminosas o del cuidado que hemos de tener de nuestra religiosidad. Lo que dice Jesús en el evangelio. ‘Cuando un espíritu inmundo sale de un hombre, da vueltas por el desierto, buscando un sitio para descansar; pero como no lo encuentra, dice: volveré a la casa de donde salí. Al volver la encuentra barrida y arreglada. Entonces va a coger otros siete espíritus peores que él, y se mete a vivir allí. Y el final de aquel hombre resulta peor que el principio’.
Pidamos al Señor que nos dé la fortaleza de la fe y que nunca la gracia de Dios nos abandone.

jueves, 8 de octubre de 2009

El Señor los iluminará con un sol de justicia que da vida eterna

Malq. 3, 13-18; 4,2
Sal. 1
Lc. 11, 5, 13



‘No vale la pena servir al Señor, ¿qué sacamos con cumplir los mandamientos?... al contrario nos parecen dichosos los malvados; a los impíos les va bien, tientan a Dios y quedan impunes…’
Espejismos y vanidades, apariencias y falsedades… tentaciones de ayer y tentaciones de hoy. Los profetas no lo fueron sólo para otros tiempos sino que siguen siendo testigos de Dios para los hombres de todos los tiempos, para los hombres de hoy también.
‘Llegará el día del Señor… ardiente como un horno… y no quedarán de ellos ni rama ni raíz… Pero a los que honran mi nombre los iluminará un sol de justicia que lleva la salud en las alas…’ Es el anuncio del tiempo final que nos hace el profeta. ¿Qué quedará de aquellas vanidades? Los espejismos perderán sus luces de engaño. Veremos la realidad de la vida y dónde está el verdadero mérito. Brillará lo que verdaderamente ha merecido la pena y lo que tendrá premio al final.
‘Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor… que su gozo es la ley del Señor… será como un árbol plantado al borde de las acequias… cuanto emprende tiene buen fin… El Señor protege el camino de los justos, pero el camino de los impíos acaba mal…’ Es la respuesta, la reflexión, la luz que recibimos con el salmo de nuestra oración.
Nos fiamos de la Palabra del Señor. ¿Quién ha hecho tanto por nosotros como lo ha hecho el Señor? Sentirse amado por el Señor compensa todos los esfuerzos y sacrificios. Los caminos del Señor, aunque nos pudiera parecer lo contrario, son siempre caminos de luz y de vida. Además no olvidemos la trascendencia que tiene nuestra vida y nuestros actos.
¿En qué queremos que acabe nuestra vida, aún pensando de tejas abajo? En la tentación nos cegamos y nos parece el camino de los impío como el camino de los más felices. Pero si nos paramos un poco a pensar caemos en la cuenta que es un camino sembrado de orgullos porque se creen los absolutos y los dioses de todos y de todo, ambiciones desmedidas porque sólo se piensa en mí mismo, falsedades, trampas y engaños para obtener lo que se apetece, envidias porque no se soporta que el otro pueda tener o pueda ser. ¿En qué termina todo eso? No puede acabar sino en peleas y enfrentamientos, guerras de unos contra otros como fieras rapaces que quieren arrebatar al otro lo que sea, buscar la manera de quitar de en medio al otro porque siempre será molesto y muchas cosas más. ¿Es ese el camino de felicidad para todos que todos deseamos? Seguro que no.
No nos dejemos engañar. Muchos cantos de sirena querrán atraernos. Prefiero seguir los caminos del Señor porque por ese camino sí queremos siempre la felicidad para todos y aunque aquí no lo consigamos tenemos la esperanza de la plenitud total y el premio eterno que el Señor nos tiene prometido. Escuchemos la llamada que hoy el Señor nos hace por el profeta que también nos vale para los hombres de hoy.

miércoles, 7 de octubre de 2009

Todos juntos en oración con María, la madre de Jesús


VIRGEN DEL ROSARIO

Hech. 1, 12-14
Sal. Lc. 1, 46-54
Lc. 1, 26-38



‘Todos ellos se dedicaban a la oración en común, junto con algunas mujeres, entre ellas María, la madre de Jesús, y con sus hermanos’. Es la imagen de la Iglesia orante en el cenáculo en la espera de la venida del Espíritu junto con María, la Madre de Jesús. Una imagen que nos acompaña desde la Palabra de Dios en esta celebración de la Virgen en su Advocación del Rosario. Precisamente esta advocación mariana tiene referencia especial a ese aspecto de la oración a María y la oración con María.
Históricamente tiene su origen esta celebración en el recuerdo de la batalla de Lepanto, en el triunfo de la cristiandad frente al invasor otomano de Europa, obtenido con la intercesión de la Virgen, a quien toda la cristiandad invocaba con el rezo del Rosario. Todos sabemos que esta devoción del Rosario con su origen probablemente muchos siglos antes en Santo Domingo – al menos fue su difusor – se basa en esa repetición de Avemaría a la Virgen mientras se va meditando el Misterio de Cristo – esos son los misterios del Rosario que se anuncian antes del rezo de cada decena de Avemarías - y la presencia de María en la obra de nuestra salvación.
Pero la oración litúrgica de esta fiesta también nos ayuda a comprender su sentido. Pedimos que se derrame la gracia del Señor sobre nosotros, que ‘hemos conocido, por el misterio del ángel, la Encarnación de Jesucristo’. Es lo que precisamente hemos escuchado hoy en la proclamación del Evangelio. El anuncio del ángel del Señor a María ‘la llena de gracia’ de que va a ser la Madre de Dios; en sus entrañas por obra del Espíritu Santo se va a realizar el admirable misterio de la Encarnación de Dios; de sus entrañas va a nacer el Hijo del Altísimo, el Emmanuel, el Dios con nosotros para ser nuestra salvación.
Pero no nos quedamos ahí sino que al tiempo contemplamos el misterio pascual es más queremos quedar impregnados del misterio pascual con la intercesión de la Virgen, nuestra Madre. Que ‘podamos llegar, por su pasión y su cruz, y con la intercesión de la Virgen María, a la gloria de la resurrección’.
Ahí, pues, está comprendido todo el misterio de Cristo, su Encarnación y su Pascua. Ahí nos sentimos implicados nosotros, en el Dios que por nuestro amor tomó nuestra naturaleza humana, pero en el Dios que por la Pascua de Cristo, por su muerte y resurrección, nos salva y nos redime, nos inunda de la vida de Dios para siempre haciéndonos sus hijos.
Todo eso lo queremos contemplar – el Rosario tiene mucho de contemplación – y vivir con María a nuestro lado. Cómo tendríamos que aprender de ella que ‘guardaba todo en su corazón’, que rumiaba una y otra vez en su corazón todo el misterio de Dios que se le revelada y se manifestaba al mismo tiempo en ella. Y lo queremos contemplar y vivir con la intercesión de María que es nuestra Madre.
La Madre que Cristo quiso asociar a su obra salvadora: desde que en ella quiso encarnarse; desde que ella es el mejor modelo y estímulo para acoger por nuestra parte la Palabra salvadora de Dios; desde el momento que quiso tenerla junto a sí en la hora de la cruz y de la muerte; desde el misterio de su amor infinito que quiso dárnosla como Madre. Mucho tenemos que aprender de María para dejar que la Palabra plante su tienda en nuestro corazón y en nuestra vida como lo hizo en María.
Por eso, a María no la podemos contemplar ni amar al margen de Jesús. Todo en ella hace relación a Jesús. María siempre nos conducirá a Jesús y nos dice como a los sirvientes de las bodas de Caná: ‘Haced lo que El os diga’.

martes, 6 de octubre de 2009

Nos multiplicamos en el amor pero también en la escucha del Señor

Jonás, 3, 1-10
Sal.129
Lc. 10, 38-42


‘Entró Jesús en una aldea – todos reconocemos que es Betanía por el relato de otros evangelistas – y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa. Esta tenía una hermana llamada María que, sentada a los pies de Jesús, escuchaba su palabra’. Serían los amigos de Jesús y Betania el lugar de muchos momentos de reposo y de paz para Jesús y sus discípulos en su camino a Jerusalén.
Marta que acoge y recibe a Jesús en su casa y María que se sienta a escucharle bebiéndose sus palabras. Dos aspectos complementarios de la acogida y de la hospitalidad. Una virtud muy valiosa y que los judíos como todos los orientales realizan con gran fervor.
Marta, como toda buena ama de casa sigue haciendo hoy y en todos los tiempos, ‘se multiplicaba para dar abasto en el servicio’. Pero surge la queja porque su hermana no hace nada sino sentada escuchar a Jesús. Pero si no hubiera surgido la queja no se le había dicho Jesús que estaba bien lo que estaba haciendo ejerciendo de esa manera tan intensa la virtud de la hospitalidad pero que le faltaba una parte. ‘Andas inquieta y nerviosa… María ha escogido la mejor parte…’
Seguro que a partir de ese instante a Marta no le faltarían las dos partes. No podría ser de otra manera para poder llegar un día a hacer tan hermosa profesión de fe en Jesús. ‘Yo sé que tú eres el Mesías, el que tenía que venir al mundo’. Fue cuando la muerte de su hermano y el anuncio de resurrección de Jesús para quien creyese en El. Para llegar a ese conocimiento tan profundo de Jesús había que haberse sentado también muchas veces a escuchar a Jesús, a conocer a Jesús.
La lección es clara para nuestra vida. Tenemos que abrirle las puertas de nuestra vida a Jesús ofreciéndole las mejores señales de hospitalidad. Intentaremos gastarnos y desgastarnos en nuestro amor por El y muchas veces lo porfiaremos y querremos hacer muchas cosas. Pero tenemos que sentarnos mucho a los pies de Jesús para escucharle, para bebernos sus Palabras, para impregnarnos de su vida, para llenarnos de su amor.
Sentimos la urgencia en nuestro corazón de tantas cosas que hay que hacer a favor de nuestros hermanos, para mejorar nuestro mundo, para realizar el anuncio del Reino de Dios. pero tenemos que ser también contemplativos del misterio de amor del Señor. Porque sólo desde el amor del Señor podremos hacer todo eso bueno que es nuestra tarea. La urgencia de todo lo que hay que hacer no nos exime de esa oración en la que nos empapemos de Dios cada día, porque de lo contrario ¿qué sería lo que iríamos a llevar a los demás? Porque no nos vamos a llevar a nosotros mismos sino a Dios, a Jesús. No nos vamos a anunciar a nosotros mismos, sino el Reino de Dios.
Testimonio de ello tenemos ante nuestros ojos en tantos que se consagran a Dios por el Reino de los cielos, los que viven su consagración en la vida religiosa. Han optado por un seguimiento radical de Jesús cuando se han consagrado a servir a los pobres, a los enfermos, a las tareas de la evangelización de la Iglesia en múltiples tareas. Quizá admiramos su entrega, su servicio a los pobres, su gastarse por los demás, pero hay algo que quizá no vemos, lo que está detrás y que es el motor de toda su entrega.
Los religiosos, aunque no vivan tras los muros de un monasterio sino quizá cercanos a nosotros en esa múltiples tareas eclesiales que realizan, sin embargo son unos contemplativos. Muchos momentos de oración intensa para contemplar y llenarse del misterio de Dios, para poder vivir su entrega en total plenitud. Contemplativos en sus momentos de oración repartidos a través del día, pero contemplativos aunque los veamos en sus tareas de servicio a los demás, porque siempre se sienten en la presencia de Dios y a través de todo lo que hacen están también contemplando el rostro de Dios.
Hago mención a su testimonio, pero como estímulo para lo que tiene que ser la vida de todo cristiano que siempre tiene que sentirse también en la presencia del Señor, que ha de dedicar ese tiempo a la oración y contemplación del misterio de Dios para vivir luego esa entrega que desde el amor todo seguidor de Jesús ha de realizar.
Marta y María en el hogar de Betania son para nosotros un bien ejemplo, testimonio y estímulo para el crecimiento de nuestra fe y nuestra mejor acogida al Señor y a su Palabra.

lunes, 5 de octubre de 2009

Acción de gracias, reconciliación y súplica confiada

Dt. 8, 7-18
Sal. 1Cro.29. 10-12
2Cor. 5, 17-21
Mt. 7, 7-11


La Ordenación General del Misal Romano para explicarnos el sentido de esta Feria Mayor que celebramos en este día 5 de octubre nos dice: ‘Día de acción de gracias y de petición que la comunidad cristiana ofrece a Dios, terminadas las vacaciones y la recolección de las cosechas, al reemprender la actividad habitual. Son una ocasión que presenta la Iglesia para rogar a Dios por las necesidades de los hombres, principalmente por los frutos de la tierra y por los trabajos de los hombres, dando gracias a Dios públicamente’ (OGMR 45).
Sobre todo en nuestro hemisferio norte es la época del recomienzo de todas las actividades en todos los ámbitos; en el campo se recogen las últimas cosechas (las vendimias (por ejemplo) y se comienza a preparar la tierra para nuevos trabajos, lo mismo en el ámbito de la enseñanza y la educación se han comenzado los nuevos cursos; atrás ha quedado el verano con sus vacaciones y todo comienza de nuevo.
Como cristianos no estamos ajenos a toda esta actividad humana. Es más, tenemos que iluminarlo con el sentido de la fe y como creyentes hemos de saber descubrir la presencia y la acción de Dios en toda la actividad humana. Por eso esta llamada de atención y celebración que nos ofrece la liturgia. Dios no es ajeno a nuestra vida; es más nosotros no podemos construir nuestra vida ajenos a Dios. Es un momento de reconocimiento de ese actuar de Dios. Las tres lecturas de la Palabra de Dios que nos ofrece la liturgia a ello nos ayudan.
Así el libro del Deuteronomio, uno de los cinco libros del Pentateuco o de la Torá (la Ley). Son como unos discursos o recomendaciones de Moisés de cara al momento en que se establezcan en la tierra prometida. Han vivido en la vida dura de la esclavitud en Egipto, la dureza igualmente de atravesar desiertos viviendo cómo nómadas de un lugar para otro sin ningún lugar donde establecerse y con carencias de todo tipo. Ahora se van a establecer en la tierra que el Señor les ha prometido. Podrán tener casas y habitar en ciudades; verán producir la tierra en abundancia como fruto de sus trabajos; su vida será distinta y mejor.
Es aquí donde está la llamada de atención de Moisés. ‘¡Cuidado! No os olvidéis del Señor vuestro Dios… que os sacó de Egipto y os hizo atravesar el desierto…’ Es cierto que está la obligación de hacer producir la tierra y es bueno y reconfortante ver el fruto de los trabajos. No podemos olvidar el mandado del Señor desde la creación de dominar la tierra y hacerla producir. No podemos olvidar lo que nos dice Jesús en el evangelio de los talentos que se nos han dado y que tenemos que hacerlos fructificar. Está el esfuerzo, la inteligencia del hombre, pero no podemos llenarnos de orgullo pensado todo es fruto de la acción del hombre como si fuera un ser absoluto. ‘No os olvidéis del Señor, vuestro Dios…’ Tenemos que confesar como decimos en el salmo: ‘Tú eres Señor del universo’.
Lo que le dice Moisés al pueblo nos viene bien a nosotros recordarlo. Alguien me comentaba hace unos días en referencia a cierto político que hacía mil promesas de que el año que viene las cosas iban a ser mejor y no sé cuantas promesas. Pero me decía esta persona, pero no dice ‘si Dios quiere’. Yo le decía si no es creyente es normal que no diga esa frase porque no cree en la acción de Dios en su vida y en la historia del hombre. Lo malo es cuando nosotros que nos confesamos creyentes ni lo digamos ni lo tengamos como actitud en nuestra vida. Por encima de todo ha de estar el querer del Señor y nosotros tenemos que reconocerlo. Porque algunas veces vivimos como si no fuéramos creyentes.
Otro es el aspecto del sentido de la celebración de este día. Y es que en el camino de la vida es fácil que nos pies se llenen del polvo del camino. Fácilmente manchamos nuestro corazón en el camino de la vida con nuestros orgullos o nuestros olvidos de Dios, con lo difícil que hacemos la convivencia con los demás a causa de nuestros egoísmos y envidias, en una palabra con nuestro pecado. Por eso es hoy también día de reconciliación con Dios. Como nos dice san Pablo ‘dejáos reconciliar con Dios’. Invoquemos la misericordia del Señor que nos limpie y que nos purifique.
Finalmente el tercer aspecto de la feria. Es reconocer que sin Dios nada somos ni podemos hacer; que hemos de estar como los sarmientos unidos a la vid para que puedan tener vida y dar fruto; que en el nombre del Señor hemos de echar la red de nuestros trabajos y nuestras acciones. Por eso hemos de orar y orar con insistencia a Dios. Jesús nos habla en el evangelio de pedir, buscar, llamar, que se nos dará, se nos abrirá y encontraremos.
Por eso elevamos nuestra oración pidiendo la ayuda del Señor para nosotros y nuestros trabajos y acciones, pero con un corazón muy abierto hacemos también una oración amplia en la que queremos que quepan todos, los de cerca y los de lejos, los que nos aman y los que no nos caen bien, los que son felices y los que sufren, los que tienen fe y los que no la tienen; todos han de caber en nuestra oración.

domingo, 4 de octubre de 2009

Un proyecto ilusionante de amor para siempre


Gn. 2, 18-24;
Sal. 127;
Heb. 2, 9-11;
Mc. 10, 2-16



Necesitamos en la vida proyectos ilusionantes con altura de miras que merezcan la pena. Es lo que da sentido, valor y profundidad a una vida. Por contrario tenemos la tentación del cansancio, sobre todo cuando hacemos de la vida una rutina y se ha perdido la ilusión por lo grande aunque cueste esfuerzo. Siempre se ha tenido esas tentaciones que nos llevan a abandonar proyectos, a perder el sentido de la lealtad y la fidelidad.
Otra tentación que sufrimos hoy es el querer conseguir las cosas de inmediato y sin el más mínimo esfuerzo. Hoy cuesta mucho sacrificarse, no nos gusta, porque las metas o los ideales (si es que los podemos llamar ideales) que nos ofrece el mundo es el pasarlo bien a toda costa, un mundo de sensaciones inmediatas donde lo importante es disfrutar de todo y pasarlo bien.
Por eso, como decíamos cuesta tanto la fidelidad y el sacrificio. Esto no me vale para lo que yo quiero ahora, pues lo rompo, lo tiro, lo dejo de lado y a buscar otra cosa que lo sustituya. Lo vemos en el uso y manejo de nuestras posesiones materiales, pero lo tremendo es cuando hacemos lo mismo con las personas, los hondos sentimientos de las personas, el amor.
Por eso, los proyectos son a muy corto plazo, se quedan cortos en nuestras metas, y a la menor dificultad se abandonan. Esto creo que pasa en todos los ámbitos de la vida y nos vamos contagiando como si de un virus se tratara. Y esto, claro, afecta también a la estabilidad de nuestros matrimonios y familias.
Pienso que el matrimonio es, tiene que ser un proyecto bien ilusionante, por seguir con la misma expresión del principio, y de una gran altura de miras si caemos bien en la cuenta todo lo que se pone en juego a la hora de proyectar un matrimonio y una familia. Se trata de personas, de una relación personal fundamentada en el amor. No son unas cosas materiales las que se están poniendo en juego, y sin embargo bien interesados que somos cuando se trata de arriesgar nuestras cosas o nuestros bienes. Pero tenemos el peligro de que cuando se trata de la persona y la relación más profunda que se puede establecer entre personas que es el amor, lo tomamos a la ligera y algunas veces con excesiva superficialidad. De ahí las consecuencias.
El proyecto de amor de un hombre y de una mujer que se aman y quieren llegar a la más profunda comunión para toda una vida en una entrega única y total es la verdad algo grande y que de verdad le da plenitud a una vida. Por eso no se puede tomar a la ligera dejándose llevar por unos primeros impulsos. Tiene que ser algo bien construido y preparado; algo que luego hemos de cuidar como lo más hermoso para que pueda tener esa estabilidad y duración definitiva, como tiene que ser un verdadero matrimonio fundado en el amor. Algo que hay que cuidar y mimar, restaurar cuando sea necesario, tratar de revitalizar como algo nuevo cada día. Que lejos tiene que estar la rutina de una relación de amor, de una vida matrimonial.
La Palabra de Dios que se nos propone en la liturgia de este domingo nos lleva a reflexionar sobre todo esto, porque además estamos viendo la triste realidad en muchos casos de muchos matrimonios a nuestro alrededor. En muchos el amor se enfría y termina por acabarse, la fidelidad se olvida y se rompe, se vive en muchos casos con demasiada superficialidad la relación de amor. Aquello que decíamos que cuando me canso de una cosa o no me sirve lo tiro y a buscar otra que lo sustituya. Peligros siempre los ha habido y los hay pero con los presupuestos que vivimos en el mundo de hoy donde rehuimos el sacrificio y el esfuerzo y sólo nos contentamos con alcanzar o vivir lo fácil, tenemos las consecuencias que todos conocemos.
Ya a Jesús le plantean el tema del divorcio y hemos visto como ha respondido. Jesús nos recuerda donde está el origen de esa realidad del amor del hombre y de la mujer que se llama matrimonio y donde encontramos, podríamos decir, el modelo y la fuerza para vivirlo. ‘Al principio de la creación Dios los creó hombre y mujer… para ser los dos una sola carne’. Es el proyecto de Dios para el hombre y la mujer que es proyecto de amor y comunión como Dios mismo es. Por eso, a partir de Cristo decimos que el amor del hombre y la mujer en el matrimonio es signo del amor que Dios es y nos tiene. En el amor verdadero del hombre y la mujer estamos reflejando lo que es el amor de Dios, lo que es el amor de Jesucristo a su Iglesia. Por eso para nosotros los cristianos es sacramento. Y tiene que ser, entonces, un amor fiel porque así es el amor que Dios nos tiene. De ahí las características del matrimonio cristiano.
Un proyecto hermoso e ilusionante que nos pone en camino de plenitud en la vida, pero que sabemos bien que desde nuestra limitada e imperfecta condición humana será algo que no siempre es fácil y nos va a costar. Ahí está nuestra tarea, nuestra entrega pero también el saber contar con la fuerza de Dios. Si Dios no nos abandona en ninguna situación de nuestra vida, ahí tampoco nos abandonará, estará siempre a nuestro alcance su gracia salvadora, santificante, que nos fortalece y nos ayuda. Es lo que llamamos la gracia del Sacramento. Cómo tendríamos que saber aprovechar esa gracia. Cómo tendríamos que saber fundamentar nuestro matrimonio cristiano en esa gracia del Señor. Que el sacramento no es solo cosa de aquel momento de la celebración, sino que es gracia que acompaña toda la vida matrimonial.
Pidamos al Señor que se rescaten todos esos profundos valores que nos ayuden a darle mayor plenitud a nuestra vida. Pidamos por nuestros jóvenes para que se preparen al proyecto maravilloso del matrimonio dándole profundidad y sentido a sus vidas. Que no se tomen los asuntos del amor a la ligera como si se tratara únicamente de disfrutar un rato. Que aprenden – que les enseñemos con nuestro ejemplo – lo valioso que es el sacrificio y el esfuerzo, lo maravillosa que es la fidelidad y lo importante que es en la vida saberse comprender y perdonar para reemprender, si fuera necesario eso, la restauración del amor para que cada día sea más bello y más profundo, más maduro y más estable que será lo que les hará alcanzar la verdadera felicidad.