domingo, 4 de octubre de 2009

Un proyecto ilusionante de amor para siempre


Gn. 2, 18-24;
Sal. 127;
Heb. 2, 9-11;
Mc. 10, 2-16



Necesitamos en la vida proyectos ilusionantes con altura de miras que merezcan la pena. Es lo que da sentido, valor y profundidad a una vida. Por contrario tenemos la tentación del cansancio, sobre todo cuando hacemos de la vida una rutina y se ha perdido la ilusión por lo grande aunque cueste esfuerzo. Siempre se ha tenido esas tentaciones que nos llevan a abandonar proyectos, a perder el sentido de la lealtad y la fidelidad.
Otra tentación que sufrimos hoy es el querer conseguir las cosas de inmediato y sin el más mínimo esfuerzo. Hoy cuesta mucho sacrificarse, no nos gusta, porque las metas o los ideales (si es que los podemos llamar ideales) que nos ofrece el mundo es el pasarlo bien a toda costa, un mundo de sensaciones inmediatas donde lo importante es disfrutar de todo y pasarlo bien.
Por eso, como decíamos cuesta tanto la fidelidad y el sacrificio. Esto no me vale para lo que yo quiero ahora, pues lo rompo, lo tiro, lo dejo de lado y a buscar otra cosa que lo sustituya. Lo vemos en el uso y manejo de nuestras posesiones materiales, pero lo tremendo es cuando hacemos lo mismo con las personas, los hondos sentimientos de las personas, el amor.
Por eso, los proyectos son a muy corto plazo, se quedan cortos en nuestras metas, y a la menor dificultad se abandonan. Esto creo que pasa en todos los ámbitos de la vida y nos vamos contagiando como si de un virus se tratara. Y esto, claro, afecta también a la estabilidad de nuestros matrimonios y familias.
Pienso que el matrimonio es, tiene que ser un proyecto bien ilusionante, por seguir con la misma expresión del principio, y de una gran altura de miras si caemos bien en la cuenta todo lo que se pone en juego a la hora de proyectar un matrimonio y una familia. Se trata de personas, de una relación personal fundamentada en el amor. No son unas cosas materiales las que se están poniendo en juego, y sin embargo bien interesados que somos cuando se trata de arriesgar nuestras cosas o nuestros bienes. Pero tenemos el peligro de que cuando se trata de la persona y la relación más profunda que se puede establecer entre personas que es el amor, lo tomamos a la ligera y algunas veces con excesiva superficialidad. De ahí las consecuencias.
El proyecto de amor de un hombre y de una mujer que se aman y quieren llegar a la más profunda comunión para toda una vida en una entrega única y total es la verdad algo grande y que de verdad le da plenitud a una vida. Por eso no se puede tomar a la ligera dejándose llevar por unos primeros impulsos. Tiene que ser algo bien construido y preparado; algo que luego hemos de cuidar como lo más hermoso para que pueda tener esa estabilidad y duración definitiva, como tiene que ser un verdadero matrimonio fundado en el amor. Algo que hay que cuidar y mimar, restaurar cuando sea necesario, tratar de revitalizar como algo nuevo cada día. Que lejos tiene que estar la rutina de una relación de amor, de una vida matrimonial.
La Palabra de Dios que se nos propone en la liturgia de este domingo nos lleva a reflexionar sobre todo esto, porque además estamos viendo la triste realidad en muchos casos de muchos matrimonios a nuestro alrededor. En muchos el amor se enfría y termina por acabarse, la fidelidad se olvida y se rompe, se vive en muchos casos con demasiada superficialidad la relación de amor. Aquello que decíamos que cuando me canso de una cosa o no me sirve lo tiro y a buscar otra que lo sustituya. Peligros siempre los ha habido y los hay pero con los presupuestos que vivimos en el mundo de hoy donde rehuimos el sacrificio y el esfuerzo y sólo nos contentamos con alcanzar o vivir lo fácil, tenemos las consecuencias que todos conocemos.
Ya a Jesús le plantean el tema del divorcio y hemos visto como ha respondido. Jesús nos recuerda donde está el origen de esa realidad del amor del hombre y de la mujer que se llama matrimonio y donde encontramos, podríamos decir, el modelo y la fuerza para vivirlo. ‘Al principio de la creación Dios los creó hombre y mujer… para ser los dos una sola carne’. Es el proyecto de Dios para el hombre y la mujer que es proyecto de amor y comunión como Dios mismo es. Por eso, a partir de Cristo decimos que el amor del hombre y la mujer en el matrimonio es signo del amor que Dios es y nos tiene. En el amor verdadero del hombre y la mujer estamos reflejando lo que es el amor de Dios, lo que es el amor de Jesucristo a su Iglesia. Por eso para nosotros los cristianos es sacramento. Y tiene que ser, entonces, un amor fiel porque así es el amor que Dios nos tiene. De ahí las características del matrimonio cristiano.
Un proyecto hermoso e ilusionante que nos pone en camino de plenitud en la vida, pero que sabemos bien que desde nuestra limitada e imperfecta condición humana será algo que no siempre es fácil y nos va a costar. Ahí está nuestra tarea, nuestra entrega pero también el saber contar con la fuerza de Dios. Si Dios no nos abandona en ninguna situación de nuestra vida, ahí tampoco nos abandonará, estará siempre a nuestro alcance su gracia salvadora, santificante, que nos fortalece y nos ayuda. Es lo que llamamos la gracia del Sacramento. Cómo tendríamos que saber aprovechar esa gracia. Cómo tendríamos que saber fundamentar nuestro matrimonio cristiano en esa gracia del Señor. Que el sacramento no es solo cosa de aquel momento de la celebración, sino que es gracia que acompaña toda la vida matrimonial.
Pidamos al Señor que se rescaten todos esos profundos valores que nos ayuden a darle mayor plenitud a nuestra vida. Pidamos por nuestros jóvenes para que se preparen al proyecto maravilloso del matrimonio dándole profundidad y sentido a sus vidas. Que no se tomen los asuntos del amor a la ligera como si se tratara únicamente de disfrutar un rato. Que aprenden – que les enseñemos con nuestro ejemplo – lo valioso que es el sacrificio y el esfuerzo, lo maravillosa que es la fidelidad y lo importante que es en la vida saberse comprender y perdonar para reemprender, si fuera necesario eso, la restauración del amor para que cada día sea más bello y más profundo, más maduro y más estable que será lo que les hará alcanzar la verdadera felicidad.

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