sábado, 29 de agosto de 2009

Con el Bautista testigos de la verdad con nuestra confesión de fe


Jer. 1, 17-19
Sal. 70
Mc. 6, 17-29



El evangelio nos hace el relato del martirio de Juan el Bautista. Profeta que anunciaba la Palabra de la verdad para preparar el camino del Señor a todos iba diciendo lo que tenían que cambiar en su vida, denunciando lo malo y estimulando para lo bueno. Como suele suceder a los buenos y a los profetas pronto se encontrarán a quienes no agraden sus palabras. El Bautista denunciaba la vida irregular de Herodes y a instancias de Herodías Juan estaba en la cárcel, y ya conocemos su fin.
‘Mártir de la verdad y de la justicia’, lo llama la liturgia en la oración de este día. Testigo de la verdad, testigo de la vida y que por ello dio su vida. Lo contemplamos en este día en el supremo testimonio por el nombre de Cristo derramando su sangre, entregando su vida. Un anticipo de la Pascua de Cristo, en la que el Bautista ya está bebiendo el cáliz del martirio.
A través del año litúrgico en distintos momentos nos va apareciendo la figura de Juan con los que se ve complementando la presentación de su vida y su misión. En el Adviento lo vemos como Precursor del Mesías, ‘la voz que clamaba en el desierto para preparar el camino del Señor’. Es la presencia del profeta que anuncia y que prepara los corazones.
En su nacimiento ‘será motivo de alegría para muchos’, como se nos dice en el prefacio de la Misa de hoy. Por la montaña corrió la noticia y todos venían a felicitar a Isabel por la gracia que le había hecho el Señor y, como ya hemos meditado en otras ocasiones, la gente se preguntaba ‘¿qué va a ser de este niño?’ Zacarías lo proclamaría en su cántico de acción de gracias y bendición a Dios como ‘el profeta del Altísimo… que preparará para el Señor un pueblo bien dispuesto’.
Entre otros momentos volveremos a encontrarlo en el Bautismo de Jesús en el Jordán. Será testigo de la manifestación de la gloria del Señor cuando ‘al salir del agua el Espíritu vino sobre Jesús en forma de paloma, y se oyó la voz del Padre’ señalando a Jesús como su Hijo amado. Pero será a continuación después de esa experiencia cuando lo señale a sus discípulos.
Le habían preguntado en embajada desde Jerusalén quién era él, si el Mesías, si un profeta, su Elias o alguno de los antiguos profetas, y el sólo decía que era ‘la voz que grita en el desierto’, y que lo único que quería era menguar él para que creciera el que había de venir. Por eso señala a los discípulos ‘éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo’, y había dejado que Juan y Andrés se fueran con Jesús. Más tarde desde la cárcel enviará a otros discípulos para que vayan a Jesús a preguntarle ‘si era El quien había de venir, o habían de esperar a otro’: no es que Juan no supiese quien era Jesús pero lo que deseaba era que sus discípulos lo conociesen y se fuesen también con Jesús. Su misión, dar paso a Jesús.
Ahora es el momento del supremo testimonio. ‘Nos enseña de palabra y da testimonio con su sangre’, como decimos en la liturgia. ‘Dio con su sangre supremo testimonio por el nombre de Cristo’. Como decíamos antes, es un anticipo de la Pascua. Normalmente pensamos en Juan como Precursor del Mesías, pero la liturgia lo llama ‘Precursor de su nacimiento y de su muerte’. Con su muerte está anunciando la muerte de Cristo; con su inmolación y su propia pascua está anticipándonos la Pascua de Jesús, que será la nueva y definitiva Pascua.
Si en el desierto escuchábamos su invitación a la conversión ahora con el testimonio de su martirio nos está invitando a una profunda confesión de fe. Entonces decía a la gente que habían de caminar por sendas de rectitud, de justicia y de solidaridad; la gente la preguntaba ‘¿qué tenemos que hacer?’ y él iba señalando a cada uno cómo había de actuar honradamente en su vida y en su profesión y cómo tenía que compartir con los demás. Ahora el valor y la fortaleza de su martirio nos pide una valiente confesión de fue por nuestra parte.
Recogemos las palabras de Jeremías y las hacemos como dichas para nosotros. El Señor le había confiado también una misión donde le pedía ser fuerte. ‘Ponte en pie y diles lo que yo te mando. No les tengas miedo…yo te convierto hoy en plaza fuerte, en columna de hierro, en muralla de bronce… lucharán contra ti, pero no te podrán, porque yo estoy contigo para librarte’. Con nuestra fe somos ‘plaza fuerte, colmena de hierro, muralla de bronce’. Tenemos la seguridad de la fortaleza y la gracia del Señor para dar el testimonio de nuestra fe. Es la confesión de fe a la que nos invita hoy la fiesta del martirio del Bautista.

viernes, 28 de agosto de 2009

¿Por falta de aceite en nuestra lámpara nos quedaremos fuera?

1 Tes. 4, 1-8
Sal.96
Mt. 25, 1-13


‘¡Que llega el esposa, salid a recibirlo!’ Eran las costumbres de la época para las bodas. El esposo venía acompañado de sus amigos, mientras las amigas de la novia esperaban en el camino con lámparas encendidas para iluminar el camino e iluminar luego también las estancias de la boda. ‘El esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron’.
A la hora de encender de nuevo las lámparas porque llegaba el esposo, no todas tenían aceite con el que reavivar la llama. Algunas no habían sido previsoras. Las que tenían encendidas las lámparas entraron pero las que fueron a comprar al llegar se encontraron la puerta de la boda cerrada. ‘Señor, Señor, ábrenos… No os conozco’, fue la respuesta. Y ya Jesús nos sentencia la moraleja: ‘Por tanto, velad porque no sabéis el día ni la hora’.
Llega el esposo; lega el Señor a nuestra vida. Lo reflexionábamos también ayer. Y hemos de salir con nuestras lámparas encendidas, como señal de que estamos atentos y preparados. Nos dieron una luz en nuestro Bautismo tomada del Cirio Pascual. Una luz para mantener encendida. ¿Habremos conservado el aceite suficiente para que se mantuviera encendida?
En los avatares de la vida los vientos de las tormentas por las que pasamos ponen en peligro esa luz, cuando no la apagan. Están las tentaciones y el pecado que nos acechan ‘como león rugiente en la noche’, que dice el apóstol Pedro. Pero hay también muchas cosas que en nuestro abandono nos debilitan nuestra fe.
Tenemos la experiencia si lo queremos reconocer. Vivimos afanados por tantas cosas que lo referente a Dios, que lo referente a la fe lo ponemos en segundo plano. El conflicto invocado de la devoción y la obligación. Y con esa historia a Dios lo ponemos en segundo lugar; y la misa la dejamos para cuando tengamos tiempo, porque tenemos tantas obligaciones; y así vamos cayendo en una tibieza espiritual que nos llevara a la frialdad y al abandono de todo, al olvido de Dios. y nos falta entusiasmo para vivir nuestro ser cristiano. Y nos dejamos seducir por las cosas de la vida. Y pensamos, ya más adelante, cuando tenga tiempo, comenzaré a pensar en esas cosas; pero nunca tenemos tiempo. Y ya ni pensamos en esas cosas.
Bien sabemos cómo podemos volver a tener la lámpara encendida; dónde encontraremos la luz y también el aceite que nos la haga arder y brillar con toda su viveza. Tenemos los sacramentos que nos fortalecen en la gracia, que nos restauran la gracia perdida, que nos alimentan para que tengamos vida. Y está nuestra oración que nos fortalece, pero también nos hace mirar con la mirada de Dios todas las cosas. Y tenemos que pensar en el cultivo de la vida espiritual con una vida piadosa, con una dirección espiritual, con un programa de verdadero crecimiento interior. Y está la gracia que no deja de darnos el Señor en todo momento.
Pero todo eso lo dejamos para el último momento. Pero en el último momento puede ser que no lleguemos a tiempo, que las puertas se nos cierren. Sabemos, porque la experiencia nos lo dice y tenemos que reconocerlo, que muchos lo dejaron para otro momento, pero el Señor llegó a sus vida en el momento más inesperado y no estaban preparados para recibirle, para poder ir a vivir en El para siempre.
¿Nos sucederá que un día nosotros escuchemos ‘no os conozco’? ¿Nos vamos a quedar fuera del banquete de bodas del Reino de Dios? Sería triste que al final nos quedáramos fuera porque la puerta se nos haya cerrado.
Estamos a tiempo. El Señor nos sigue llamando para que estemos despiertos. Esta Palabra que estás meditando es también para ti, como para mí, una llamada del Señor.
‘Velad, porque no sabéis el día ni la hora’, nos dice el Señor.

jueves, 27 de agosto de 2009

Estad en vela, a la hora que menos penséis viene el Señor

1Tes. 3, 7-13
Sal. 89
Mt. 24, 42-51


‘Estad en vela… estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del Hombre’. Así nos advierte Jesús hoy en el evangelio. Vigilantes, preparados, llega el Señor a nuestra vida. Y nos habla del dueño de casa que está vigilante para que no entre el ladrón y cauce destrozos, vigilante el criado a quien le han confiado la administración de su casa; no se puede dedicar a maltratar a los otros criados, ni a beber y emborracharse, porque no esté el dueño de la casa, sino que ha de estar atento a cumplir su obligación.
Viene el Señor y hay que estar preparados, atentos y vigilantes. Una referencia nos hace el evangelio a la segunda venida de Cristo en el último día, al final de los tiempos; puede ser también referencia a la última hora de nuestra vida cuando nos llegue la muerte y vayamos a encontrarnos con el Señor. Porque para el cristiano la muerte no es la solución final de nuestra vida donde todo se acaba, sino que es el paso al encuentro en plenitud con el Señor. Y hay que estar preparados.
Quizá convendría hacernos una pregunta. Si nos llegase en este momento la hora de nuestra muerte, ¿estaríamos preparados para ese momento? No es una pregunta para la angustia ni para el temor, sino para la esperanza y para despertar. Convendría hacérsela uno muchas veces.
Pero también esta invitación del Señor hace referencia a ese encuentro con el Señor que día a día, en cualquier momento, podemos vivir. Ahora mismo mientras lees estas líneas de reflexión, piensa que puede ser para ti un momento de encuentro con el Señor; el Señor viene a ti a través de esta reflexión y puede querer hablarte allá en lo hondo del corazón. Pero ya sabemos, en cualquier acontecimiento, en el encuentro con los demás, vamos encontrándonos con el Señor. Ese con quien compartes tu vida, con quien convives o con quien trabajas, esa persona con la que te cruzas por la calle, al que ves triste o agobiado por los problemas de la vida y a quien puedes prestar su hombro para que descanse y se anime, ese que tiene su mano o su corazón hacia ti para pedirte una ayuda, es el Señor que viene a ti. ‘Lo que hicisteis… o no hicisteis a uno de estos mis humildes hermanos, a mí me lo hicisteis… a mí me lo dejasteis de hacer’, nos dirá Jesús en el Juicio final. Descubre, pues, esa llegada del Señor a tu vida y está atento y vigilante para recibirle y para acogerle.
San Pablo hoy nos ha hablado también de ese encuentro con el Señor para el que hemos de estar preparados y fortalecidos. ‘Y así os fortalezca internamente, para que cuando venga nuestro Señor Jesucristo acompañado de sus santos, os presentéis santos e irreprensibles ante Dios nuestro Padre’. Que nos encuentre santos e irreprensibles, que estemos preparados con un corazón puro, con un corazón limpio, con un corazón lleno de amor.
Por eso mismo pedía algo hermoso: ‘Que el Señor os colme y os haga rebosar de amor mutuo y de amor a todos, lo mismo que nosotros os amamos’. El amor, la capacidad de amar es un don de Dios. Pero un don que Dios ha puesto ya en nuestro corazón. Pero no pide un amor cualquiera ni una medida raquítica ni escasa. ‘Os colme y os haga rebosar’. No simplemente llenos, sino colmados y rebosantes. Son las medidas de Dios, las medidas del amor de Dios.
Cuando encontramos a alguien a nuestro lado lleno de un amor así, rebosantes y resplandecientes también en su fe, nos sentimos estimulados, nos sentimos en cierto modo fortalecidos nosotros para amar con un amor así, para vivir una fe lo más intensa posible también. Es lo que les dice el Apóstol a aquella comunidad de Tesalónica, ‘En medio de todos nuestros aprietos y luchas, vosotros con vuestra fe os animáis; ahora respiramos, sabiendo que os mantenéis fieles al Señor’. ¡Cómo se sentiría complacido el apóstol al tener noticia de la calidad de la fe y del amor de aquella comunidad en la que él había anunciado el evangelio.
Os confieso una cosa. En los años de sacerdocio, ya unos cuantos, una ha ido trabajando por distintas parroquias y en distintas actividades apostólicas. Somos como misioneros que vamos de un sitio a otro allí donde el Espíritu del Señor nos lleve a través de circunstancias y de la voluntad de nuestro Obispo. Cuando le llega a nuestros oídos noticias de cómo sigue habiendo en aquella comunidad o en aquella actividad pastoral personas entregadas, personas a las que uno quiso ayudar y que ahora vemos trabajando intensamente por los demás en diversos compromisos pastorales y apostólicos, se siente uno confortado por dentro en el Señor. Cuando veo que estas reflexiones de ‘la semilla de cada día’ son leídas por muchas personas de diferentes y distantes lugares, no puedo menos que dar gracias a Dios por todo ello. No para mi orgullo y autocomplacencia, sino siempre para la gloria del Señor.

miércoles, 26 de agosto de 2009

Al acoger la Palabra lo hicisteis como a Palabra de Dios

1Tes. 2, 9-13
Sal. 138
Mt. 23, 27-32


‘No cesamos de dar gracias a Dios por vosotros’, dice el apóstol san Pablo en su primera Carta a los Tesalonicenses que venimos leyendo desde hace tres días. Es una carta muy entrañable porque es una comunidad de la que tiene grandes recuerdos, está manifestando la calidad de su fe y allí el fue acogido cuando venía perseguido desde Filipos.
Bueno es recordar algunos párrafos en referencia a esto que estamos diciendo, aunque los hayamos escuchado en días anteriores, en el principio de su carta. ‘Siempre damos gracias a Dios por todos vosotros, les dice, y os tenemos presentes en nuestras oraciones… recordamos sin cesar la actividad de vuestra fe, el esfuerzo de vuestro amor y el aguante de vuestra esperanza en Jesucristo, nuestro Señor…’
Es admirable y nos atrevemos a decir hasta envidiable la alabanza que hace de ellos. Y digo envidiable, en un buen sentido, porque debe de ser un estímulo para nosotros para que así se vea en nuestra vida esa solidez de la fe, ese esfuerzo por amar, y con un amor al estilo del de Jesús, cada día con un amor más grande, resplandeciendo igualmente la fortaleza de nuestra esperanza a pesar de los momentos oscuros por los que pasamos en muchas ocasiones.
También aquella comunidad tenía sus problemas, irán apareciendo a lo largo de la carta, pero vemos cómo el apóstol resalta aquí la vivencia de las virtudes teologales de la fe, la esperanza y el amor. Se sienten elegidos del Señor y en ellos se ha manifestado la fuerza del Espíritu del Señor que les ha llevado a una convicción profunda.
Vuestra fe en Dios, continuará diciéndoles, había corrido de boca en boca, de modo que nosotros no teníamos necesidad de explicar nada’. Había corrido de boca en boda, de todos era conocida. Esto nos haría preguntarnos, si es así el testimonio de fe que nosotros damos. ¿Se nota de verdad que somos creyentes, unos creyentes convencidos y alegres por nuestra fe?
Siento verdadera lástima cuando contemplo cristianos que se dicen que tienen fe, y andan tristes y como amargados, poco menos que temerosos de que se conozca su fe, y en consecuencia nunca trasparentan esa alegría de la fe. Todo lo más, los vemos siempre con ojos llorosos y llenos de amargura. Algo falla en esa fe.
Finalmente fijarnos en los motivos de acción de gracias al Señor del apóstol por aquella comunidad. ‘No cesamos de dar gracias a Dios porque al recibir la Palabra de Dios, que os predicamos, la acogisteis no como palabra de hombre, sino, cual es en verdad, como palabra Dios, que permanece operante en vosotros, los creyentes’.
Lo que la Iglesia nos trasmite no es una palabra humana, sino la Palabra de Dios. Así tenemos que acogerla. Una Palabra viva, una palabra de salvación, una palabra con poder vivificante para nosotros porque siempre nos llena de vida.
No son simples historias humanas, ni son unos simples consejos moralizantes que recibimos. No nos podemos quedar en eso cuando venimos a escuchar la Palabra de Dios en nuestras celebraciones o cuando nosotros personalmente acudimos a la Biblia para leerla en nuestro corazón. Es algo mucho más hondo.
Es la Palabra de Dios que toca nuestro corazón para darnos vida, para hacernos renacer, para resucitarnos a una nueva vida. ‘Palabra que permanece operante en nosotros’. No es una palabra muerta. No es una palabra que se agote. Tiene fuerza en si misma. Es palabra viva que opera salvación. Una palabra de gracia. Una palabra salvadora. Así tenemos nosotros también que acogerla.

martes, 25 de agosto de 2009

¿Apariencias externas o la solidez el Evangelio?

1Tes. 2, 1-8
Sal. 138
Mt. 23, 23-26


Si tratamos de construir un edificio preocupándonos sólo de los adornos y de la apariencia exterior pero no de su estructura y su cimentación, pronto nos sucedería que se nos vendría abajo. Tenemos que comenzar por una cimentación bien situada y fuerte, una estructura bien organizada, un planteamiento serio de la edificación que queremos construir y a su tiempo vendrán los adornos y toda su apariencia exterior que le den también, ¿por qué no?, belleza al conjunto de la obra.
No estoy queriendo dar lecciones de arquitectura, que de eso sé poco, pero si con los conocimientos elementales pensar lo que en verdad tiene que ser nuestra vida, y de manera concreta cómo fundamentar y estructurar debidamente nuestra vida cristiana, no vayamos a quedarnos en apariencias externas, pero que no tienen un fundamento hondo desde una fe firme en Jesús y su correspondiente conocimiento y vivencia del Evangelio.
Muchas veces nos sucede que nos preocupamos de cosas que no son tan fundamentales y es como si construyéramos la casa por el tejado, y nuestra vida cristiana se puede quedar en apariencia pero con un vacío interior muy profundo. Cuántas energías gastamos, incluso en la vida pastoral de la Iglesia, en cosas que se nos pueden quedar en una apariencia bonita, pero sin llegar en muchos cristianos a una fe honda y comprometida, o, como hemos reflexionado más de una vez, sin ser capaces de dar auténtica razón de nuestra fe y nuestra esperanza.
Es lo que Jesús quería denunciar en la actitud de los letrados y fariseos tal como hemos escuchado en el evangelio de hoy. Estos días, ayer, hoy y mañana, estamos en nuestra lectura continuada del evangelio de san Mateo precisamente en esas invectivas de Jesús contra los fariseos.
¿Quiénes eran los fariseos? Era un grupo socio-religioso surgido en aquellos tiempos en Israel, que destacaba entre otras cosas por el rigorismo en el cumplimiento de la ley llegando a extremos muy exagerados del cumplir la letra de la ley hasta en los más mínimos detalles. Tenían gran influencia social porque muchos de ellos formaban parte del grupo de los letrados o maestros de la ley y también su posición social era de gran influencia en el pueblo llano. Gustaban de aparecer como cumplidores hasta en los más mínimos detalles y que además la gente los considerara y los tuviera en cuenta en todo lo que era la vida social de entonces. Era más propicios a la apariencia y al recibir reconocimientos y alabanzas por parte de la gente, y en consecuencia les faltaba llegar al verdadero espíritu de la ley.
Es lo que Jesús les echa en cara. Y Jesús emplea con ellos palabras duras, porque los llama hipócritas. Hemos de entender el significado de esta palabra. Hipócrita era el que en el teatro griego y clásico para realizar la representación se ponía una máscara delante de la cara, para con ella representar el personaje que le correspondiera. Jesús les dice hipócritas a los fariseos porque se ponen en la vida una máscara de apariencias, mientras su interior está vacío y sucio.
Los llama guías ciegos. ¿Cómo puede un guía ser ciego? Así están ellos, cegados por sus cosas y apariencias, con lo que como dice Jesús al final los dos caerán en el hoyo. Habla Jesús de quien limpia el plato por fuera, mientras por dentro lo deja lleno de suciedad o del sepulcro que se blanquea con cal a su entrada, sabiendo que en su interior todo será podredumbre y muerte.
¿Qué pide Jesús? Autenticidad, rectitud, justicia, amor pero del verdadero. ‘¡Ay de vosotros, letrados y fariseos hipócritas, que pagáis el diezmo de la menta, el anís y el comino, pero descuidáis lo más grave: el derecho, la compasión y la sinceridad! Esto es lo que habría que practicar, aunque sin descuidar aquello’.
Obrar rectamente y con justicia, consigo mismo y con los demás, aunque seas exigente contigo mismo, llena tu corazón de compasión y de misericordia para con el hermano; muéstrate con autenticidad en la vida, alejando de ti toda apariencia y disimulo. Purifica tu corazón, no tu apariencia; busca en verdad la gloria de Dios no tu propia gloria. Gasta tus esfuerzos en lo que verdaderamente es importante, que lo demás vendrá por añadidura.
Eso en tu vida personal y eso también en tu trato con los demás. Esto en la profundización que has de tener en tu fe y conocimiento de Cristo y su evangelio, y de la misma manera en lo que pastoralmente has de hacer buscando el bien de los demás para atraerlos de verdad al auténtico camino de Jesús.
¡De cuántas cosas habría quizá que despojarse que no son tan fundamentales en nuestra tarea eclesial para ir a lo verdaderamente fundamental, al espíritu del Evangelio! No gastemos tantos esfuerzos en cosas que no son tan esenciales, y preocupémonos cada día más por un conocimiento auténtico de Jesús y de su Evangelio que dé solidez a nuestra vida cristiana.

lunes, 24 de agosto de 2009

Sentido eclesial y confesión de fe en Jesús como Mesías e Hijo de Dios


Apc. 21, 9-14
Sal. 144
Jn. 1, 45-51



Celebrar la fiesta de los apóstoles siempre nos hace ahondar en el sentido eclesial de nuestra fe. Para el cristiano toda celebración ha de resplandecer siempre por su sentido eclesial. Pero, si cabe, aún más la fiesta de los apóstoles. Nos recuerda el fundamento apostólico de nuestra fe pues que el primer testimonio de la resurrección del Señor de ellos lo hemos recibido.
En esto nos hace ahondar la lectura del Apocalipsis de este día que nos habla ‘de la ciudad santa, Jerusalén, que bajaba del cielo, enviada por Dios, trayendo la gloria de Dios’. Y dicho texto termina hablándonos de ‘los doce basamentos que llevan doce nombres; los nombres de los Apóstoles del Cordero’.
Celebramos hoy a san Bartolomé Apóstol. Con ese nombre aparece en las listas del Colegio Apostólico en los sinópticos y en los Hechos de los Apóstoles, sin embargo Juan nos habla en el texto del evangelio de hoy de Natanael. La tradición de la Iglesia nos los hacen coincidir, Natanael y Bartolomé, en una misma persona.
Reflexionemos en este texto del evangelio que nos propone hoy la liturgia y que podríamos decir nos ofrece la vocación de Natanael y su primera profesión de fe. El hombre honrado y creyente a carta cabal – merece una alabanza de Jesús ‘aquí tenéis un israelita de verdad, en quien no hay engaño’ – que se deja conducir por Felipe, no sin ciertas reticencias, hasta Jesús.
‘Aquel de quien escribieron Moisés en la Ley y los Profetas lo hemos encontrado: a Jesús, hijo de José, de Nazaret’. Ya conocemos la respuesta del futuro apóstol. ‘¿De Nazaret puede salir algo bueno?’ Pero Felipe insiste: ‘Ven y lo verás’. Y se fue a conocer a Jesús, quizá con la mosca detrás de la oreja, pero fue.
Hemos hablado de su rectitud y de su condición de creyente, y lo decimos a partir de lo que Jesús le dice, como ya hemos hecho referencia. Algún momento íntimo de fe – tan íntimo que solo Dios podría conocer – habría vivido y que podría ser a lo que se refería Jesús. ‘Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te ví’. Fue suficiente esta referencia para que hiciera toda una hermosa profesión de fe en Cristo como Mesías Salvador, pero también a Jesús como Hijo de Dios. ‘Rabí, tú eres el Hijo de Dios; tú eres el Rey de Israel’.
¿Qué enseñanza podemos sacar de todo esto para nuestra vida? Aunque algunos tratan de ocultarlo o de minimizarlo creo que de una forma u otra en momentos determinados hemos podido tener alguna experiencia religiosa especial, alguna experiencia de Dios. En la niñez, en los momentos de la catequesis o de la recepción de los sacramentos, en la juventud por alguna circunstancia especial o ya como adultos habrá podido haber un momento de especial fervor, un momento donde sentimos de manera especial la mano de Dios sobre nuestra vida, una Palabra escuchada, unos hechos acaecidos en nuestro entorno que nos han impresionado y que nos han hecho pensar en Dios, en la fe, en algo trascendente, en la verdad de nuestra propia vida.
No podemos echar en saco roto esas experiencias vividas. Dejémonos sorprender y conducir por el Señor que nos habla de mil maneras y vayamos hasta esa proclamación honda de nuestra fe en Jesús. Felipe sirvió de mediación para que Natanael conociera a Jesús. Natanael luego haría su personal y profunda proclamación de fe en Jesús. Es también nuestro camino, dejándonos conducir por aquellas mediaciones que Dios pone a nuestro lado. Pero pensemos que también nosotros podemos hacer la acción de Felipe para los demás, para ayudar a que otros también vayan al encuentro con Jesús.

domingo, 23 de agosto de 2009

Mis palabras son espíritu y vida

Josué, 24, 1-2.15-18;
Sal. 33;
Ef. 5, 21-32;
Jn. 6, 61-70


El colofón del discurso del pan de vida de Jesús en la sinagoga de Cafarnaún no fue nada exitoso. Si ya habían ido poniendo pegas por no entendían o les costaba aceptar lo que Jesús les decía, ahora vemos que son muchos los que ya no querrán seguir con Jesús. ‘Desde entonces muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con El’.
Aunque tenemos que reconocer que no todo fue negativo, pues esta situación servirá para que se manifestara la fe de Pedro y los Apóstoles y sus deseos de estar siempre con El. ‘¿A quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida terna: nosotros creemos y sabemos que Tú eres el Santo, el consagrado por Dios’. Una profesión de fe de Pedro a Jesús en el evangelio de san Juan en el mismo sentido de lo que los sinópticos nos traen en la confesión de fe en Cesarea de Filipo. ‘Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo’.
Decíamos que los judíos de Cafarnaún no entendían o les costaba aceptar. Sigue sucediendo. Nos cuesta entender. Nos cuesta aceptar las palabras de Jesús. Muchas veces queremos que sean otras, que hubiera dicho otras cosas. También nos pueden parecer duras, difíciles, exigentes… Cuántas veces escuchamos a la gente decir que la Iglesia tiene que cambiar, que tiene que tomar otras posturas o posiciones diferentes en muchas cuestiones que son candentes en la sociedad de hoy. Todo el mundo quiere opinar. Todo el mundo quiere que las cosas sean según su parecer. Es fácil achacar a posturas inamovibles y ultraconservadoras y a falta de progresismo, como se dice hoy.
Habría que ver cuál es el verdadero progreso. Porque si progreso es el eliminar vidas inocentes con el aborto o con la eutanasia, si progreso es contribuir a la destrucción del matrimonio y la familia, la verdad que no entiendo de progreso. ¿Progreso es una cultura de la muerte? ¿Progreso es destrucción de la vida o de la institución de la familia? ¿Progreso es ese permisivismo moral y sexual que se quiere imponer a la sociedad, por emplear unas palabras menos duras? ¿Progreso es querer eliminar a Dios de la vida del hombre, y de la presencia de lo religioso o de los signos cristianos en nuestra sociedad?
Me han salido casi de forma espontánea en mis reflexiones estos pensamientos porque además son cuestiones candentes y muy presentes hoy en nuestra sociedad. Pero partiendo igualmente de lo que les costaba entender y aceptar las palabras de Jesús, también podríamos pensar en otras cuestiones que afectan a la comprensión de la fe.
Les costaba a los judíos entender el misterio de la persona de Jesús y en concreto el misterio de la Eucaristía del que les estaba hablando. Muchas dudas en el orden de la fe y de la comprensión del misterio de Dios nos siguen surgiendo hoy a los cristianos, que por otra parte denotan en muchos casos unas profundas carencias en la formación cristiana y el conocimiento de la fe. Ya nos decía el apóstol que necesitamos saber dar razón de nuestra fe y nuestra esperanza. Y es un fallo que se aprecia en muchos cristianos.
Jesús nos ha hablado, por ejemplo, de vida eterna y de resurrección y esas son cosas que cuesta entender a muchos y que no todos, incluso diciéndose cristianos, llegan a comprender y aceptar. Y así podríamos pensar en muchas otras cosas.
Es necesario una toma de postura clara y valiente desde nuestra fe en Jesús. Y es que no podemos andar a medias tintas. Hay que decantarse, clarificarse. Es lo que de alguna manera Jesús les estaba planteando a los discípulos. ¿Qué es lo que buscamos en Jesús? ¿Simplemente que nos diga palabras bonitas que nos halaguen o no nos molesten? ¡Qué fácil es aceptar los milagros y admirarnos ante ellos, pero cuánto nos cuesta comprender que son signos para nosotros de algo que Cristo nos pide o nos ofrece!
Muchas veces, por otra parte, queremos un cristianismo sin exigencias, a lo fácil y cómodo. Otras sólo creemos en lo que vemos o lo que nos cuadra con nuestros razonamientos preconcebidos. Habrá cosas que nos cueste entender y para eso está el obsequio de nuestra fe. Jesucristo es revelación del Misterio de Dios y del Misterio del amor de Dios para con nosotros. Y a esa revelación que nos hace Jesús hemos de dar respuesta.
Realmente tendríamos que decir que no nos cabe en la cabeza tanta locura de amor como Dios manifiesta por nosotros. Pero si así es tan grande su amor, y bien que nos gusta sentirnos amados, aceptemos su Palabra, aceptemos el plan de vida que El tiene para nosotros y sepamos comprender que con lo que nos pide, nos revela o nos plantea, lo que El quiere para nosotros es salvación y es vida. Hoy nos ha dicho: ‘Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y con todo algunos no creen’.
Que nosotros seamos capaces de dar la respuesta de Pedro. Jesús les había dicho cuando la gente comenzó a abandonarle: ‘¿También vosotros queréis marcharos?’ Es la pregunta a los apóstoles y es la pregunta que también nos hace a nosotros hoy. ‘Tú tienes palabras de vida eterna’, fue la respuesta de Pedro. Nos recuerda lo que se decía en el libro de Josué en la primera lectura. ‘Lejos de nosotros abandonar al Señor… El es nuestro Dios, el que nos sacó a nosotros y a nuestros padres de Egipto, de la esclavitud’.
Lejos de nosotros abandonar al Señor que tanto nos ama. Nos cuenta, nos llenamos muchas veces de dudas. Ahí tiene que estar el obsequio de nuestra fe. ‘¿A quién vamos a acudir?’ Sabemos y creemos. Creemos y queremos seguir con Jesús, llenarnos de vida. Es hermoso. El se ha hecho vida y alimento de nuestra vida. Queremos comerle, porque queremos tener vida eterna, porque queremos que El nos resucite el último día, que nos dé vida para siempre.