viernes, 28 de agosto de 2009

¿Por falta de aceite en nuestra lámpara nos quedaremos fuera?

1 Tes. 4, 1-8
Sal.96
Mt. 25, 1-13


‘¡Que llega el esposa, salid a recibirlo!’ Eran las costumbres de la época para las bodas. El esposo venía acompañado de sus amigos, mientras las amigas de la novia esperaban en el camino con lámparas encendidas para iluminar el camino e iluminar luego también las estancias de la boda. ‘El esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron’.
A la hora de encender de nuevo las lámparas porque llegaba el esposo, no todas tenían aceite con el que reavivar la llama. Algunas no habían sido previsoras. Las que tenían encendidas las lámparas entraron pero las que fueron a comprar al llegar se encontraron la puerta de la boda cerrada. ‘Señor, Señor, ábrenos… No os conozco’, fue la respuesta. Y ya Jesús nos sentencia la moraleja: ‘Por tanto, velad porque no sabéis el día ni la hora’.
Llega el esposo; lega el Señor a nuestra vida. Lo reflexionábamos también ayer. Y hemos de salir con nuestras lámparas encendidas, como señal de que estamos atentos y preparados. Nos dieron una luz en nuestro Bautismo tomada del Cirio Pascual. Una luz para mantener encendida. ¿Habremos conservado el aceite suficiente para que se mantuviera encendida?
En los avatares de la vida los vientos de las tormentas por las que pasamos ponen en peligro esa luz, cuando no la apagan. Están las tentaciones y el pecado que nos acechan ‘como león rugiente en la noche’, que dice el apóstol Pedro. Pero hay también muchas cosas que en nuestro abandono nos debilitan nuestra fe.
Tenemos la experiencia si lo queremos reconocer. Vivimos afanados por tantas cosas que lo referente a Dios, que lo referente a la fe lo ponemos en segundo plano. El conflicto invocado de la devoción y la obligación. Y con esa historia a Dios lo ponemos en segundo lugar; y la misa la dejamos para cuando tengamos tiempo, porque tenemos tantas obligaciones; y así vamos cayendo en una tibieza espiritual que nos llevara a la frialdad y al abandono de todo, al olvido de Dios. y nos falta entusiasmo para vivir nuestro ser cristiano. Y nos dejamos seducir por las cosas de la vida. Y pensamos, ya más adelante, cuando tenga tiempo, comenzaré a pensar en esas cosas; pero nunca tenemos tiempo. Y ya ni pensamos en esas cosas.
Bien sabemos cómo podemos volver a tener la lámpara encendida; dónde encontraremos la luz y también el aceite que nos la haga arder y brillar con toda su viveza. Tenemos los sacramentos que nos fortalecen en la gracia, que nos restauran la gracia perdida, que nos alimentan para que tengamos vida. Y está nuestra oración que nos fortalece, pero también nos hace mirar con la mirada de Dios todas las cosas. Y tenemos que pensar en el cultivo de la vida espiritual con una vida piadosa, con una dirección espiritual, con un programa de verdadero crecimiento interior. Y está la gracia que no deja de darnos el Señor en todo momento.
Pero todo eso lo dejamos para el último momento. Pero en el último momento puede ser que no lleguemos a tiempo, que las puertas se nos cierren. Sabemos, porque la experiencia nos lo dice y tenemos que reconocerlo, que muchos lo dejaron para otro momento, pero el Señor llegó a sus vida en el momento más inesperado y no estaban preparados para recibirle, para poder ir a vivir en El para siempre.
¿Nos sucederá que un día nosotros escuchemos ‘no os conozco’? ¿Nos vamos a quedar fuera del banquete de bodas del Reino de Dios? Sería triste que al final nos quedáramos fuera porque la puerta se nos haya cerrado.
Estamos a tiempo. El Señor nos sigue llamando para que estemos despiertos. Esta Palabra que estás meditando es también para ti, como para mí, una llamada del Señor.
‘Velad, porque no sabéis el día ni la hora’, nos dice el Señor.

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