domingo, 23 de agosto de 2009

Mis palabras son espíritu y vida

Josué, 24, 1-2.15-18;
Sal. 33;
Ef. 5, 21-32;
Jn. 6, 61-70


El colofón del discurso del pan de vida de Jesús en la sinagoga de Cafarnaún no fue nada exitoso. Si ya habían ido poniendo pegas por no entendían o les costaba aceptar lo que Jesús les decía, ahora vemos que son muchos los que ya no querrán seguir con Jesús. ‘Desde entonces muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con El’.
Aunque tenemos que reconocer que no todo fue negativo, pues esta situación servirá para que se manifestara la fe de Pedro y los Apóstoles y sus deseos de estar siempre con El. ‘¿A quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida terna: nosotros creemos y sabemos que Tú eres el Santo, el consagrado por Dios’. Una profesión de fe de Pedro a Jesús en el evangelio de san Juan en el mismo sentido de lo que los sinópticos nos traen en la confesión de fe en Cesarea de Filipo. ‘Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo’.
Decíamos que los judíos de Cafarnaún no entendían o les costaba aceptar. Sigue sucediendo. Nos cuesta entender. Nos cuesta aceptar las palabras de Jesús. Muchas veces queremos que sean otras, que hubiera dicho otras cosas. También nos pueden parecer duras, difíciles, exigentes… Cuántas veces escuchamos a la gente decir que la Iglesia tiene que cambiar, que tiene que tomar otras posturas o posiciones diferentes en muchas cuestiones que son candentes en la sociedad de hoy. Todo el mundo quiere opinar. Todo el mundo quiere que las cosas sean según su parecer. Es fácil achacar a posturas inamovibles y ultraconservadoras y a falta de progresismo, como se dice hoy.
Habría que ver cuál es el verdadero progreso. Porque si progreso es el eliminar vidas inocentes con el aborto o con la eutanasia, si progreso es contribuir a la destrucción del matrimonio y la familia, la verdad que no entiendo de progreso. ¿Progreso es una cultura de la muerte? ¿Progreso es destrucción de la vida o de la institución de la familia? ¿Progreso es ese permisivismo moral y sexual que se quiere imponer a la sociedad, por emplear unas palabras menos duras? ¿Progreso es querer eliminar a Dios de la vida del hombre, y de la presencia de lo religioso o de los signos cristianos en nuestra sociedad?
Me han salido casi de forma espontánea en mis reflexiones estos pensamientos porque además son cuestiones candentes y muy presentes hoy en nuestra sociedad. Pero partiendo igualmente de lo que les costaba entender y aceptar las palabras de Jesús, también podríamos pensar en otras cuestiones que afectan a la comprensión de la fe.
Les costaba a los judíos entender el misterio de la persona de Jesús y en concreto el misterio de la Eucaristía del que les estaba hablando. Muchas dudas en el orden de la fe y de la comprensión del misterio de Dios nos siguen surgiendo hoy a los cristianos, que por otra parte denotan en muchos casos unas profundas carencias en la formación cristiana y el conocimiento de la fe. Ya nos decía el apóstol que necesitamos saber dar razón de nuestra fe y nuestra esperanza. Y es un fallo que se aprecia en muchos cristianos.
Jesús nos ha hablado, por ejemplo, de vida eterna y de resurrección y esas son cosas que cuesta entender a muchos y que no todos, incluso diciéndose cristianos, llegan a comprender y aceptar. Y así podríamos pensar en muchas otras cosas.
Es necesario una toma de postura clara y valiente desde nuestra fe en Jesús. Y es que no podemos andar a medias tintas. Hay que decantarse, clarificarse. Es lo que de alguna manera Jesús les estaba planteando a los discípulos. ¿Qué es lo que buscamos en Jesús? ¿Simplemente que nos diga palabras bonitas que nos halaguen o no nos molesten? ¡Qué fácil es aceptar los milagros y admirarnos ante ellos, pero cuánto nos cuesta comprender que son signos para nosotros de algo que Cristo nos pide o nos ofrece!
Muchas veces, por otra parte, queremos un cristianismo sin exigencias, a lo fácil y cómodo. Otras sólo creemos en lo que vemos o lo que nos cuadra con nuestros razonamientos preconcebidos. Habrá cosas que nos cueste entender y para eso está el obsequio de nuestra fe. Jesucristo es revelación del Misterio de Dios y del Misterio del amor de Dios para con nosotros. Y a esa revelación que nos hace Jesús hemos de dar respuesta.
Realmente tendríamos que decir que no nos cabe en la cabeza tanta locura de amor como Dios manifiesta por nosotros. Pero si así es tan grande su amor, y bien que nos gusta sentirnos amados, aceptemos su Palabra, aceptemos el plan de vida que El tiene para nosotros y sepamos comprender que con lo que nos pide, nos revela o nos plantea, lo que El quiere para nosotros es salvación y es vida. Hoy nos ha dicho: ‘Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y con todo algunos no creen’.
Que nosotros seamos capaces de dar la respuesta de Pedro. Jesús les había dicho cuando la gente comenzó a abandonarle: ‘¿También vosotros queréis marcharos?’ Es la pregunta a los apóstoles y es la pregunta que también nos hace a nosotros hoy. ‘Tú tienes palabras de vida eterna’, fue la respuesta de Pedro. Nos recuerda lo que se decía en el libro de Josué en la primera lectura. ‘Lejos de nosotros abandonar al Señor… El es nuestro Dios, el que nos sacó a nosotros y a nuestros padres de Egipto, de la esclavitud’.
Lejos de nosotros abandonar al Señor que tanto nos ama. Nos cuenta, nos llenamos muchas veces de dudas. Ahí tiene que estar el obsequio de nuestra fe. ‘¿A quién vamos a acudir?’ Sabemos y creemos. Creemos y queremos seguir con Jesús, llenarnos de vida. Es hermoso. El se ha hecho vida y alimento de nuestra vida. Queremos comerle, porque queremos tener vida eterna, porque queremos que El nos resucite el último día, que nos dé vida para siempre.

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