sábado, 25 de abril de 2009

Buena Noticia de Jesús de vida y salud para todos


FIESTA DE SAN MARCOS

1Ped. 5, 5-14
Sal. 88
Mc. 16, 15-20



Al iniciar san Marcos su evangelio nos dice: ‘Evangelio de Jesucristo, el Hijo de Dios…’ Evangelio, esta es la Buena Noticia de Jesús, el Hijo de Dios. Y a continuación comienza a narrarnos todo lo que es esa Buena Noticia, más aún comienza a presentarnos a Jesús, que es la Buena Noticia de salvación y de vida para el hombre. Nos dirá a los pocos versículos cuando nos hable de los inicios de la vida pública de Jesús: ‘Convertíos y creed en el Evangelio – en la Buena Noticia -…’
Y precisamente en el texto que hoy hemos proclamado en la fiesta de san Marcos, el evangelista, que es la conclusión del Evangelio tenemos el mandato de Jesús: ‘Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a todas la creación…’ Este evangelio, esta Buena Noticia que Marcos nos ha trasmitido, esta Buena Noticia que es Jesús tenemos que ir a anunciarla al mundo entero, a toda la creación.
Y nos dirá luego ‘ellos fueron y proclamaron el Evangelio por todas partes y el Señor actuaba con ellos y confirmaba la Palabra con los signos que los acompañaban…’ Proclamación de esta Buena Noticia acompañada de signos y señales que manifestaban esa vida nueva que nos llegaba con Jesús. ‘El que crea y se bautice, se salvará…’ Creer en Jesús que es esa Buena Noticia de salvación, unirnos a Jesús por medio del Bautismo que es nuestra participación en la pascua, y alcanzar la vida y la salvación.
‘A los que crean les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos y quedarán sanos…’ ¿Qué significa todo esto además de la materialidad de esas propias acciones? Se nos habla de signos y señales. Son señales de vida y de salvación. Quien cree en Jesús y se ha unido a El, ya no tendría que volver al pecado y a la muerte; lejos tendría que estar ya el mal, el sufrimiento, el pecado. Todo tendría que ser vida, salud, salvación.
‘Os escribo esto para que no pequéis’, nos decía Juan en sus cartas. Y es que Jesús viene a sanarnos, salvarnos, sanar nuestro mundo enfermo y lleno de muertes, sanarnos y salvarnos a nosotros de ese dolor y de esa muerte que podría haber en nuestra vida. Y esas tendrían que ser las señales que se dieran en nuestra vida; son las señales que tenemos que dar ante el mundo que nos rodea.
Pero eso nos exige una vigilancia y un cuidado. Ya nos lo advierte el texto de la carta de Pedro que escuchamos en la primera lectura. Un texto escogido de manera especial por la mención que se hace de Marcos, como compañero y como hijo muy querido de Pedro. Pero las recomendaciones que nos hace nos valen muy bien en nuestra reflexión. Además de hablarnos de los sentimientos de humildad y de sencillez con que hemos de vivir y de poner toda nuestra confianza en el Señor nos dice también que andemos precavidos. ‘Sed sobrios y estad alerta, que vuestro enemigo el diablo, como león rugiente, anda buscando a quien devorar. Resistirle firmes en la fe…’ Pero nos dice también cómo del Señor recibimos fortaleza. ‘Tras un breve padecer, el mismo Dios de toda gracia que os ha llamado como cristianos a su eterna gloria, os restablecerá, os afianzará, os robustecerá…’
Una Buena Noticia que tenemos que vivir y anunciar. Una Buena Noticia que es Jesús que nos da vida, que nos sana y que nos salva. Una Buena Noticia en la que tenemos que creer. Una Buena Noticia que nos lleva a seguir las huellas de Cristo, como pedimos en la oración litúrgica. Que creamos con firmeza en el Evangelio que Marcos nos ha trasmitido y que la Iglesia se mantenga siempre fiel a la misión de anunciar el Evangelio.

viernes, 24 de abril de 2009

Según la plenitud total de Dios

Isaías, 58, 6-11
Sal. 111
Ef. 3, 14-19
Mt. 25, 31-46


En la liturgia de estos días de Pascua algo que se nos repite continuamente es el pedir al Señor que un día podamos participar de los gozos eternos, alcanzar la resurrección gloriosa con Cristo resucitado. Es algo que forma parte de nuestra fe y de nuestra esperanza cristiana como lo expresamos en otros momentos de la liturgia, por ejemplo en la plegaria eucarística. 'Que con María... los apóstoles y cuantos vivieron en tu amistad a través de los tiempos merezcamos compartir la vida eterna y cantar tus alabanzas'.
Hoy san Pablo nos ha dicho 'así llegaréis a vuestra plenitud, según la plenitud total de Dios'. Gozar de los gozos eternos, de la plenitud total que sólo en Dios podemos alcanzar. Es nuestra esperanza del cielo, de vivir para siempre junto a Dios.
Pero, ¿cómo podemos alcanzar esa plenitud, esos gozos eternos? En la carta a los Efesios nos ha dado la pauta: 'que de los tesoros de su gracia, por medio de su Espíritu, os conceda robusteceros en lo profundo de vuestro ser; que Cristo habite por la fe en vuestros corazones; que el amor sea vuestra raíz y vuestro cimiento...'
Una profundidad en nuestra vida, una espiritualidad profunda, 'por medio de su Espíritu', mediante el conocimiento de Cristo, de Dios; haciendo que Cristo habite de verdad en nosotros porque nos llenemos de su vida; vivir la vida de Cristo, es más, que Cristo sea nuestra vida, nuestro vivir. Estamos llamados desde nuestro bautismo a configurarnos con Cristo, a hacernos otros 'cristos'. Como llegaría a decir san Pablo en otro lugar: 'Ya no soy yo, sino que es Cristo quien vive en mí'.
Viviendo a Cristo nos impregnamos de su vida, de sus sentimientos, de su amor. Nos llenamos de su amor, pero no como una vestidura que nos pongamos por fuera, sino porque en verdad estemos enraizados y cimentados en Cristo. 'Que el amor sea vuestra raíz y vuestro cimiento'.
Este texto que estamos comentando nos lo ofrece la liturgia en esta solemnidad que en nuestra diócesis hoy celebramos. Es el día del Santo Hermano Pedro, nuestro primer santo canario nacido en nuestra tierra y evangelizador en Centroamérica, en concreto, en Guatemala.
¿Qué fue su vida? Un hombre enamorado de Cristo que, aún en la sencillez y pobreza de su vida, siente la inquietud misionera de irse a América a evangelizar. No llegó a ser sacerdote – los latines no le entraban porque su vida de joven fue la de un simple pastor – y perteneció a la Tercera Orden Franciscana, para en el espíritu de humildad y pobreza de san Francisco de Asís, trabajar por los pobres y necesitados. Era un hombre impregnado del amor de Cristo. Dedicó toda su vida al servicio de los más pobres y necesitados surgiendo en torno a él, lo que más tarde sería la Orden de Belén.
Lo que hemos escuchado en el profeta Isaías lo vemos totalmente reflejado en su vida. 'Partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo, y no cerrarte a tu propia carnes... cuando partas tu pan con el hambriento y sacies el estómago del indigente, brillará tu luz en las tinieblas...' Y vaya si brilló su luz y sigue brillando en la Iglesia que le ha reconocido su santidad. Fue beatificado y canonizado por el Papa Juan Pablo II.
El escucharía de labios de Cristo las palabras del Evangelio. 'Venid, vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo: porque tuve hambre... estaba sediento... estaba desnudo... enfermo... en la cárcel... cuanto hicisteis con uno de estos hermanos, conmigo lo hicisteis...'
Que brille la luz de su santidad sobre nosotros para que sigamos su ejemplo. Los santos son para nosotros un ejemplo y un estímulo. Ellos a su vez interceden por nosotros para que también seamos capaces de vivir ese camino de santidad.

jueves, 23 de abril de 2009

Eucaristía que celebra y alimenta nuestra fe

Hechos, 5, 27-33
Sal. 33
Jn. 3, 31-36


Cuando venimos cada día a la celebración de la Eucaristía, venimos a celebrar nuestra fe; celebrar todo el amor que Dios nos tiene por lo que queremos alabarle y bendecidle, queremos darle gracias por tantas cosas que de El recibimos; pero nuestra alabanza y nuestra acción de gracias se centra sobre todo en Jesús. Así lo expresamos en el centro de nuestra Eucaristía cuando comenzamos la plegaria eucarística con el prefacio; siempre decimos ‘en verdad es justo y necesario darte gracias… por Jesucristo, Señor nuestro’.
Pero al mismo tiempo que celebramos nuestra fe la alimentamos, porque nos llenamos de Dios, nos alimentamos de Cristo mismo que se nos ofrece como alimento de nuestra vida, y nos sentimos enriquecidos con la Palabra de Dios que se nos proclama. Esa Palabra que nos ilumina, que nos va ayudando continuamente a conocer el misterio de Dios, que nos señala pautas y caminos para nuestro seguimiento de Jesús, que nos estimula con los testimonios que nos ofrece, como es el caso ahora que en el tiempo de pascua estamos escuchando el relato de los Hechos de los Apóstoles con el testimonio de la vida de aquella primera comunidad cristiana.
Es lo que hoy escuchamos. De nuevo ‘los guardias condujeron a los apóstoles a la presencia del Sanedrín’. Allí les recriminan por qué siguen hablando de Jesús cuando se los habían prohibido. ‘Habéis llenado Jerusalén con vuestra enseñanza y queréis hacernos responsables de la muerte de ese hombre’. ¡Qué pronto lo olvidaron! Ellos fueron los que en la mañana del viernes, cuando Pilatos se lavaba las manos para proclamar su inocencia por la muerte de Jesús, gritaron ‘Caiga su sangre sobre nosotros y nuestros hijos’. Habían soliviantado a las masas para que pidieran el indulto de un homicida y rechazado al autor de la vida.
Pero los apóstoles replican que ‘hay que obedecer a Dios antes que a los hombres’. Y ellos eran testigos de algo que no podían callar; lo que habían visto y oído, como dirá san Juan en sus cartas, lo que palparon nuestras manos… ‘Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo que Dios da a los que le obedecen’. Y proclaman valientemente una vez más. ‘Ese Jesús, a quien vosotros matasteis colgándolo de un madero, el Dios de nuestros padres lo resucitó… haciéndolo jefe y salvador, para otorgarle a Israel la conversión con el perdón de los pecados’. En El está la salvación, el perdón de los pecados.
Una fe, un testimonio, un anuncio de salvación, una invitación a la conversión. Venimos a la Eucaristía, como decíamos al principio, a proclamar y celebrar nuestra fe en Jesús como nuestro Salvador. Y en la Eucaristía alimentamos nuestra fe. De ella salimos con la fuerza del Espíritu de Jesús para hacer ese anuncio de salvación, para convertirnos nosotros los primeros al Señor pero para invitar también a los demás a la conversión para seguir de verdad a Jesús.
Venimos a la Eucaristía para sentir también esa fuerza del Señor, y al mismo tiempo sentirnos impulsados a dar ese testimonio, a dar fruto en nuestra vida. Porque no separamos la Eucaristía, como si fuera un lugar o un momento estanco, del resto de nuestra vida, sino que luego en nuestra vida de cada día se va a manifestar lo que creemos y lo que queremos que sea nuestra vida.
Hoy hemos pedido en la oración litúrgica ‘que los dones recibidos en esta pascua produzcan frutos abundantes en nuestra vida’. Todo lo que estamos recibiendo al celebrar esta pascua tiene que manifestarse en nuestra vida, en esos frutos de gracia y de santidad.
Por eso pediremos también ‘que purificados por su gracia, podamos participar más dignamente en los sacramentos de tu amor’. Que el Señor nos purifique. Así comenzamos la eucaristía con el acto penitencial y la liturgia está llena de signos, como el lavarse la manos el sacerdote en el ofertorio, que nos hablan de esa purificación.
Finalmente al dar gracias por la Eucaristía celebrada volveremos a pedir ‘que los sacramentos pascuales den en nosotros fruto abundante y que el alimento de salvación que recibimos fortalezca nuestras vidas’. Podremos dar ese fruto, podrá manifestarse esa santidad en nuestra vida con la fortaleza de la gracia del Señor.
Y es que todo esto tiene que llevarnos a crecer por dentro, en nosotros mismos como personas, en nuestra fe, en nuestra espiritualidad, en ese valiente testimonio que tenemos que dar de esa fe en medio de nuestro mundo. No olvidemos que somos levadura en la masa. Seremos pequeños o poquitos, pero para hacer fermentar la masa vale unos granos de levadura. Eso tenemos que ser nosotros en medio del mundo.

miércoles, 22 de abril de 2009

Signos de Pascua con nuestra luz para los demás

Hechos, 5, 17-26
Sal.33
Jn. 3, 16-21
Donde hay amor no hay condena. Donde hay amor todo es luz y todo es vida. El que experimenta el amor en su vida no querrá saber nada de las tinieblas. Así me atrevo a resumir el mensaje que hoy nos propone el evangelio.
No viene Cristo a condenar sino a salvar. El es luz y salvación, Es vida y es gracia. Es amor. 'Porque Dios nos mandó a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por El'. ¿No es un Dios que es Amor y vida? Cristo es la prueba más grande, la señal más grande de lo que es el amor de Dios, el amor del Padre.
Lo hemos repetido muchas veces pero una vez más tenemos que repetirlo para que se quede bien grabado en el alma. 'Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno, sino que tengan vida eterna'. Por eso no condena, por eso en El todo es luz y salvación.
Si estamos con Cristo porque creemos en El, hacemos siempre las obras de la luz. Jesús nos dice: 'Yo soy la luz del mundo... el que me sigue no camina en tinieblas'. Y hoy nos ha dicho: 'El que realiza la verdad, se acerca a la luz, para que se vea que sus obras son según Dios'. No tememos la luz, sino que nos acercamos a la luz. Queremos que esa luz de Cristo nos ilumine, para que así siempre sepamos hacer las obras de la luz, las obras del amor.
Seguimos celebrando la Pascua. La luz de Cristo resucitado sigue iluminándonos. Presente está en el centro de nuestra celebración el Cirio Pascual como signo de la luz de Cristo resucitado. Seguimos celebrando la Pascua porque seguimos queriendo que haya pascua en nosotros; en nosotros se siga realizando ese paso de la muerte a la vida, de las tinieblas a la luz.
Pero es que además tenemos que ser signos de Pascua para los demás. Porque manifestemos que en nuestra vida se ha realizado esa transformación pascual. Porque queremos iluminar con esa luz de Cristo a los demás. Porque tenemos que ser por nuestros actos y nuestras actitudes portadores de luz para los que nos rodean. Porque tenemos que ser evangelizadores, transmisores del Evangelio.
No es fácil. Porque tenemos el peligro de dejar apagar la luz. El cristiano siempre tiene que estar vigilante, atento para que no se le apague su luz. El cristiano siempre está en actitud de superación, de crecimiento. Al principio podemos tenemos momentos de intenso fervor, pero a medida que pasan los días ese fervor puede decaer, podemos llegar a acostumbrarnos, a la rutina de todos los días, y es la mejor manera, el mejor camino para que pronto decaigamos y abandonemos.
Pero están también los vientos impetuosos de las tinieblas que quieren ahogar esa luz y apagarla. Una imagen, recuerdo cuando celebraba en la parroquia la vigilia pascual y encendíamos el cirio en una hoguera en la plaza, al ir con el cirio recién encendido camino de la Iglesia, habíamos de ir con cuidado a las corrientes de aire que podían apagarnos aquella luz, y ya procurábamos la manera de poner algo como pantalla que no dejara llegar aquellos aires que lo apagaran. Así tenemos que hacer con esa luz de Cristo encendida en nuestro corazón y que queremos llevar a los demás. Cuidarla, protegerla, mantenerla siempre encendida.
No es fácil, porque nos sentimos débiles e impotentes muchas veces. Pero no estamos solos. Jesús resucitado nos ha dado su Espíritu que nos fortalece y que nos envía. En la primera lectura escuchábamos como el ángel del Señor liberó a los apóstoles que estaban en la cárcel pero los envió a predicar con valentía el evangelio. 'Id al templo y explicad allí este modo de vida'. Id al templo, id al mundo nos dice a nosotros también para que vayamos a la vida a hacer ese anuncio de Jesús y de su evangelio de salvación.

martes, 21 de abril de 2009

Mirad cómo se aman

Hechos, 4, 32-37
Sal.92,
Jn. 3, 11-15

El grupo de los creyentes. De eso nos habla la primera lectura de los Hechos de los Apóstoles. Estamos llamados a vivir en grupo, en sociedad. Hoy, incluso, hablamos de aldea global para referirnos a nuestro mundo, tal es la inter-relación que tenemos todos los que vivimos en este mismo mundo. Dios no nos ha hecho para la soledad, sino para la relación y la comunión con los demás. Y así formamos grupos, comunidades, según sean nuestras afinidades, nuestras metas en la vida, aquellos gustos que podamos tener y así muchas cosas más que nos unen.
Lo hermoso sería que en esos pequeños o grandes grupos viviéramos en armonía, caminando juntos, colaborando entre todos, viviendo una especial comunión entre todos. Pero la experiencia nos dice que no siempre es así y que muchas veces nos encontramos con enfrentamientos y luchas, egoísmos o intereses particulares que nos desunen, orgullos que nos enfrentan y hacen daño.
Sucede también con demasiada frecuencia en los grupos porque aflora nuestro individualismo egoísta. Y, es doloroso reconocerlo, nos sucede también más de lo que quisiéramos en nuestros grupos cristianos dentro de la Iglesia. ¡Qué mal ambiente se crea cuando suceden cosas así y qué difícil se hace la relación y la convivencia!
Nosotros, los cristianos tendríamos que saber superar todo eso, no en vano nuestra ley es el amor y el estilo que nos dejó Jesús para nuestra vida es la sencillez, la humildad, la comprensión entre todos, la ayuda mutua de forma generosa y desinteresada. Sin embargo, ya sabemos lo que nos pasa como a todos. Afloran nuestras pasiones y egoísmos y fácilmente olvidamos la ley del Señor que es el amor.
La lectura de los Hechos de los Apóstoles nos habla de cómo era la vida de aquel primer grupo de cristianos, de aquellas primeras comunidades cristianas. ‘Todos pensaban y sentían lo mismo, lo poseían todo en común y nadie llamaba suyo propio, nada de lo que tenía… ponían a disposición de los apóstoles lo que tenían y se distribuía según lo que necesitaba cada uno…’
¡Qué hermoso ejemplo para nuestra vida! Y no es que no tuvieran problemas en aquellas primeras comunidades cristianas, pronto veremos que los hay y tratan de resolverlos, pero el amor estaba por encima de todo y eso les hacía sentirse unidos. Así ‘eran bien vistos por todos’, como comenta el autor sagrado. Como se dirá en otra ocasión comentaban diciendo ‘mirad cómo se aman’.
Era el mejor anuncio que podían hacer de Cristo resucitado. Dice el texto sagrado que ‘daban testimonio de la resurrección del Señor con mucho valor’. Y el mejor testimonio era su amor. Un amor que nace precisamente de la fe en Cristo resucitado.
Esto tiene que valernos para la vida nuestra de cada día en nuestra relación con los demás y en esa pertenencia a los grupos humanos o cristianos que tengamos o en los que nos sintamos integrados. Porque además en ese grupo siempre nos sentiremos enriquecidos. Si nos damos por los demás, también al mismo tiempo cuánto recibimos de ellos.
En el texto del evangelio Jesús le dice a Nicodemo ‘lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del Hombre para que el que cree en El tenga vida eterna’. Miramos a Cristo levantado en alto, en lo alto de la Cruz que vino para unirnos, para introducirnos en el camino del amor queriendo arrancar de nosotros todo lo que pudiera impedirlo, el pecado. Como diría san Pablo ‘vino a destruir el muro que nos separaba, el odio, por su sangre derramada’.
Que el Espíritu del Señor nos llene de sus dones para que logremos vivir siempre generosamente esa comunión con los demás. Que se derrumben esos muros que nos separan y nos distancian, y que creemos siempre puentes que nos lleven al encuentro con los demás y lazos que nos una en el amor.

lunes, 20 de abril de 2009

Resucitados con Cristo para vivir una vida nueva

Hechos, 4, 23-31
Sal. 2
J n. 3, 1-8


Resurrección, volver a la vida, renacer, nueva vida, resucitar con Cristo, nuevo nacimiento... son palabras, ideas que se van repitiendo una y otra vez en estos días de Pascua. Es necesario pararnos un poco a reflexionar sobre ellas para poder vivirlo con todo sentido.
Cuando hablamos de resurrección estamos en principio en el hecho incuestionable y centro de nuestra fe que es la resurrección de Jesús. Pero hablamos también de que nosotros hemos de resucitar con Cristo y es aquí quizá donde no terminamos de comprender cómo ha de ser ese resucitar con Cristo.
En el evangelio se nos ha hablado de 'Nicodemo, magistrado judío que fue de noche a ver a Jesus', reconociendo que algo de divino había en Jesús, 'porque nadie puede hacer los signos que tú haces si Dios no está con él'. Pero cuando Jesús le habla de nacer de nuevo no lo entiende. 'El que no nazca de nuevo no puede ver el Reino de Dios'. Por eso Nicodemo se pregunta: '¿Cómo puede nacer un hombre siendo viejo? ¿Acaso puede por segunda vez entrar en el vientre de su madre y nacer?'
Cuando hablamos de resucitar con Cristo no es para volver a la misma vida, sino es dejar atrás nuestra condición del hombre viejo del pecado para comenzar a vivir la vida nueva de la gracia, ser el hombre nuevo, como nos dice san Pablo, de la gracia, el hombre nuevo que es Hijo de Dios. Es una vida nueva la que nosotros recibimos. Es un participar de la vida de Cristo para en Cristo hacernos hijos de Dios. Es una renovación profunda de nuestra vida, por eso lo llamamos nuevo nacimiento, renacer, nacer a una vida nueva.
Y eso no se puede realizar de cualquier manera. Partimos de la fe, que por el agua y el Espíritu nos hace renacer a esa vida nueva. 'Te lo aseguro, el que no nazca de agua y Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios'. Ya sabemos que con estas palabras Jesús nos está dando el sentido del Bautismo. Un nuevo bautismo porque ya no es sólo el baño y la purificación, sino que es el engendrar una nueva vida que sólo se puede realizar por la fuerza del Espíritu Santo. A partir del Bautismo de Jesús el bautismo tiene un nuevo significado, como expresamos en la liturgia. Porque el agua del Bautismo por la fuerza del Espíritu nos santifica, nos llena de la gracia que nos hace hijos. Por eso concluirá diciéndonos Jesús: 'No te extrañes de que te haya dicho: Tenéis que nacer de nuevo'.
En la primera lectura hemos escuchado la vuelta de Pedro y Juan a la comunidad después de haber sido liberados de la cárcel tras la curación del paralítico de la puerta Hermosa. 'Volvieron al grupo de los suyos y les contaron lo que les habían dicho los sumos sacerdotes y los ancianos...' ¿Cuál fue la reacción de la comunidad? Orar al Señor pidiendo su luz y su fuerza. 'Ahora, Señor, mira cómo nos amenazan y da a tus siervos valentía para anunciar tu Palabra... por el nombre de tu santo siervo Jesús'. Y nos cuenta el autor sagrado cómo se vieron llenos del Espíritu Santo 'y anunciaban con valentía la Palabra de Dios'.
No olvidemos que nosotros también estamos llenos del Espíritu Santo desde nuestro Bautismo y de manera especial en el sacramento de la Confirmación, en el que recibimos el don del Espíritu Santo. Ese Espíritu que nos transformó para llenarnos de nueva vida. Ese Espíritu que anima nuestro corazón para que demos ese testimonio en todo momento de Jesús. Ese Espíritu que nos llena de su gracia y que nos hace hombres nuevos. Que seamos capaces también de 'anunciar con valentía la Palabra de Dios'.

domingo, 19 de abril de 2009

Proclamación de fe, anuncio de esperanza para nuestro mundo


Hechos, 4, 31-35;

Sal. 117;

1Jn. 5, 1-6;

Jn. 20, 19-31

Nos ha dicho el evangelio: ‘Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa con las puertas cerradas por miedo a los judíos, entró Jesús, se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros…’ Más adelante vuelve a decir: ‘a los ocho días estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos; llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros…’
El primer día de la semana… a los ocho días – primer día de la semana también – se manifiesta Jesús resucitado a los discípulos. Y ¿qué estamos haciendo nosotros hoy? También el primer día de la semana, es el domingo, que para nosotros es el primer día de la semana, es el día del Señor – por eso precisamente lo llamamos domingo – porque es el día en que resucitó el Señor, estamos también reunidos. Y Cristo también está en medio de nosotros.
¿Qué es lo que estamos celebrando? El día del Señor, el día de la Pascua; celebramos la Eucaristía que es anunciar la muerte del Señor y proclamar su resurrección. ¡Qué importante es para nosotros el domingo y que este día se reúna la comunidad cristiana para celebrar la Eucaristía.
¿Cuál es el mensaje fundamental que recibimos en este segundo domingo de Pascua? Seguimos viviendo el gozo de la Pascua, este domingo es la octava de la Pascua que queremos celebrar con igual intensidad, y todo nos invita a proclamar nuestra fe en que Jesús es el Hijo de Dios para tener vida en su nombre. A esa proclamación de nuestra fe en Jesús nos está invitando toda la Palabra de Dios proclamada. Así termina precisamente el evangelio de Juan que hoy hemos proclamado. ‘…estos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre’. En esas palabras el evangelista de alguna manera nos resume lo que es la finalidad del evangelio.
‘Los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor’, nos dice el evangelio. Llenos de temores estaban encerrados en el cenáculo pero todo cambia y la vida de los discípulos se llena de luz con la presencia de Cristo resucitado. Jesús les saluda con la paz, pero aún más quiere llenarlos de su Espíritu para la misión que han de realizar. ‘Como el Padre me ha enviado, así os envío yo’, les dice.
Vendrán las dudas de Tomás que no estaba con ellos cuando vino Jesús, pero si cuando a los ocho días Jesús vuelve a manifestarse. Terminará proclamando ‘¡Señor mío y Dios mío!’, para confesar su fe en Jesús cuando tiene la experiencia de verlo y sentirlo vivo junto a él. ‘¿Porque me has visto has creído? ¡Dichosos los que crean sin haber visto!’, le dirá Jesús.
Nosotros no le veremos con los ojos de la cara, ni tendremos la oportunidad de meter nuestros dedos en las llagas de sus manos o nuestra mano en la llaga de su costado. No será necesario, porque podemos tener la certeza firme de la resurrección del Señor. Nos fundamentamos en la fe de los apóstoles, no en vano somos una iglesia apostólica heredera de la fe de los apóstoles, sino porque además nosotros podemos experimentarlo y sentirlo vivo y presente en nosotros y en medio de la Iglesia.
Creemos en Jesús con toda certeza de que es el Hijo de Dios. Su resurrección es la prueba definitiva. Y creemos que Jesús nos da la salvación y la vida eterna, porque, como dice El, ‘para eso he venido, para que tengan vida y la tengan en abundancia’.
Por eso, podemos decir también, que la celebración de la resurrección del Señor que estamos viviendo es una invitación a la esperanza. Cristo no es un perdedor sino un vencedor y con estamos llamados también a la victoria sobre el mundo.
Aunque a veces nos sintamos sobrecogidos por la tentación y el mal que nos acecha y nos rodea, por ese mundo de indiferencia e increencia en medio del cual nos encontramos, sabemos que con Jesús nosotros estamos llamados a la vida y la vida de Dios en nosotros podrá sobre todo ese mal. ‘Todo el que cree que Jesús es el Cristo, ha nacido de Dios… y todo el que ha nacido de Dios vence al mundo. Esta es la victoria que vence al mundo: nuestra fe; ¿Por qué quien es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?’ Así nos ha hablado hoy la carta de san Juan en la Palabra de Dios. Y cuánta esperanza y seguridad nos dan estas palabras.
Y bien que necesitamos avivar nuestra fe y nuestra esperanza, como despertar también esa esperanza en el mundo que nos rodea. Aunque veamos muchas sombras a nuestro alrededor en tantas cosas que nos afectan cuando vemos un mundo sin amor, sin paz, con resentimientos y malquerencias en las relaciones entre unos y otros, con desconfianzas y malos deseos, sin embargo podemos tener la esperanza de que se puede hacer un mundo mejor y distinto.
No todo son sombras, también hay mucha luz, porque también hay muchas personas que aman y que viven un compromiso de servicio por los demás; hay muchas personas que han puesto solidaridad en su corazón para sufrir con el que sufre pero también para consolar, animar y compartir muchas cosas buenas. Todo eso tiene que alentarnos. Y mucha gente quiere realizar ese mundo nuevo precisamente desde el compromiso de su fe en Cristo resucitado.
La lectura de los Hechos de los Apóstoles nos habla de que ‘daban testimonio de la resurrección del Señor con mucho valor’. ¿Cuál era ese testimonio? La vida de amor y de solidaridad que vivían. ‘En el grupo de los creyentes todos pensaban y sentían lo mismo, lo poseían todo en común… nadie pasaba necesidad… lo que tenían lo ponían a disposición de los apóstoles y luego se distribuía según lo que necesitaba cada uno…’
Una hermosa pauta para lo que nosotros hemos de vivir, para lo que tiene que ser nuestro compromiso de solidaridad desde la fe que tenemos en Jesús resucitado. Pongamos esa solidaridad y ese amor, pongamos paz en nuestros corazones para que llevemos esa paz también a los demás, pongamos esa confianza en el otro y ese compartir, pongamos nuestros buenos deseos de amistad y alejemos de nosotros todo sentimiento malo que nos pueda llegar, pongamos luz en nuestro corazón. Que seamos capaces de compartir de todo eso según lo que necesite cada uno de los que están a nuestro alrededor como hacían en lo que nos cuentan los Hechos de los Apóstoles.
La celebración de Cristo resucitado tiene que hacernos resplandecer en esa luz del amor, porque así tenemos que iluminar nuestro mundo.