jueves, 23 de abril de 2009

Eucaristía que celebra y alimenta nuestra fe

Hechos, 5, 27-33
Sal. 33
Jn. 3, 31-36


Cuando venimos cada día a la celebración de la Eucaristía, venimos a celebrar nuestra fe; celebrar todo el amor que Dios nos tiene por lo que queremos alabarle y bendecidle, queremos darle gracias por tantas cosas que de El recibimos; pero nuestra alabanza y nuestra acción de gracias se centra sobre todo en Jesús. Así lo expresamos en el centro de nuestra Eucaristía cuando comenzamos la plegaria eucarística con el prefacio; siempre decimos ‘en verdad es justo y necesario darte gracias… por Jesucristo, Señor nuestro’.
Pero al mismo tiempo que celebramos nuestra fe la alimentamos, porque nos llenamos de Dios, nos alimentamos de Cristo mismo que se nos ofrece como alimento de nuestra vida, y nos sentimos enriquecidos con la Palabra de Dios que se nos proclama. Esa Palabra que nos ilumina, que nos va ayudando continuamente a conocer el misterio de Dios, que nos señala pautas y caminos para nuestro seguimiento de Jesús, que nos estimula con los testimonios que nos ofrece, como es el caso ahora que en el tiempo de pascua estamos escuchando el relato de los Hechos de los Apóstoles con el testimonio de la vida de aquella primera comunidad cristiana.
Es lo que hoy escuchamos. De nuevo ‘los guardias condujeron a los apóstoles a la presencia del Sanedrín’. Allí les recriminan por qué siguen hablando de Jesús cuando se los habían prohibido. ‘Habéis llenado Jerusalén con vuestra enseñanza y queréis hacernos responsables de la muerte de ese hombre’. ¡Qué pronto lo olvidaron! Ellos fueron los que en la mañana del viernes, cuando Pilatos se lavaba las manos para proclamar su inocencia por la muerte de Jesús, gritaron ‘Caiga su sangre sobre nosotros y nuestros hijos’. Habían soliviantado a las masas para que pidieran el indulto de un homicida y rechazado al autor de la vida.
Pero los apóstoles replican que ‘hay que obedecer a Dios antes que a los hombres’. Y ellos eran testigos de algo que no podían callar; lo que habían visto y oído, como dirá san Juan en sus cartas, lo que palparon nuestras manos… ‘Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo que Dios da a los que le obedecen’. Y proclaman valientemente una vez más. ‘Ese Jesús, a quien vosotros matasteis colgándolo de un madero, el Dios de nuestros padres lo resucitó… haciéndolo jefe y salvador, para otorgarle a Israel la conversión con el perdón de los pecados’. En El está la salvación, el perdón de los pecados.
Una fe, un testimonio, un anuncio de salvación, una invitación a la conversión. Venimos a la Eucaristía, como decíamos al principio, a proclamar y celebrar nuestra fe en Jesús como nuestro Salvador. Y en la Eucaristía alimentamos nuestra fe. De ella salimos con la fuerza del Espíritu de Jesús para hacer ese anuncio de salvación, para convertirnos nosotros los primeros al Señor pero para invitar también a los demás a la conversión para seguir de verdad a Jesús.
Venimos a la Eucaristía para sentir también esa fuerza del Señor, y al mismo tiempo sentirnos impulsados a dar ese testimonio, a dar fruto en nuestra vida. Porque no separamos la Eucaristía, como si fuera un lugar o un momento estanco, del resto de nuestra vida, sino que luego en nuestra vida de cada día se va a manifestar lo que creemos y lo que queremos que sea nuestra vida.
Hoy hemos pedido en la oración litúrgica ‘que los dones recibidos en esta pascua produzcan frutos abundantes en nuestra vida’. Todo lo que estamos recibiendo al celebrar esta pascua tiene que manifestarse en nuestra vida, en esos frutos de gracia y de santidad.
Por eso pediremos también ‘que purificados por su gracia, podamos participar más dignamente en los sacramentos de tu amor’. Que el Señor nos purifique. Así comenzamos la eucaristía con el acto penitencial y la liturgia está llena de signos, como el lavarse la manos el sacerdote en el ofertorio, que nos hablan de esa purificación.
Finalmente al dar gracias por la Eucaristía celebrada volveremos a pedir ‘que los sacramentos pascuales den en nosotros fruto abundante y que el alimento de salvación que recibimos fortalezca nuestras vidas’. Podremos dar ese fruto, podrá manifestarse esa santidad en nuestra vida con la fortaleza de la gracia del Señor.
Y es que todo esto tiene que llevarnos a crecer por dentro, en nosotros mismos como personas, en nuestra fe, en nuestra espiritualidad, en ese valiente testimonio que tenemos que dar de esa fe en medio de nuestro mundo. No olvidemos que somos levadura en la masa. Seremos pequeños o poquitos, pero para hacer fermentar la masa vale unos granos de levadura. Eso tenemos que ser nosotros en medio del mundo.

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