jueves, 10 de diciembre de 2009

Hacer camino, peregrinar, atravesar desierto…

Is. 41, 13-20
Sal. 144
Mt. 11, 11-15


Hacer camino, peregrinar, atravesar desierto era algo muy presente en la historia del pueblo del Antiguo Testamento y casi me atrevería a decir en su espiritualidad.
Fue lo realizado en el éxodo desde Egipto hasta la tierra prometida, fue el paso de Dios liberándolos de la esclavitud para hacerlo su pueblo, con la purificación del camino del desierto en su peregrinar antes de llegar a la tierra que el Señor les iba a dar. Pero la imagen del éxodo, del peregrinar vuelve a estar fuertemente presente cuando Dios los libera de la cautividad de Babilonia para regresar a su pueblo y a su templo, para regresar a su tierra y a su ciudad santa de Jerusalén.
Si duro fue el peregrinar por el desierto a pesar de las maravillas que Dios iba realizando con su pueblo, ahora el profeta les anuncia unas nuevas maravillas con la presencia del Señor de manera que ese desierto que tienen que atravesar al salir de la cautividad va a ser para ellos como un vergel. Bellas son las imágenes con las que lo anuncia el profeta. ‘Yo el Dios de Israel no les abandonaré… alumbraré ríos… transformaré el desierto en estanque… pondré cedros y acacias y mirtos y olivos… para que vean ya reflexionen que la mano del Señor lo ha hecho, que el Señor de Israel lo ha creado’.
Ese peregrinar, ese hacer camino y cruzar desierto está presente también en nuestra espiritualidad cristiana. Hacemos camino para seguir a Jesús. Hacemos camino que nos prepara y nos purifica, como ahora estamos haciendo de manera especial en este tiempo del Adviento. Y Juan el Bautista aparecerá para ayudarnos a preparar los caminos del Señor. Estará muy presente en nuestro tiempo de Adviento.
Lo que hoy nos habla el evangelio es de la alabanza que hace Jesús de él. ‘Os aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que él’, nos dice Jesús. Pero viene a recordarnos Jesús el esfuerzo de superación, de conversión y de crecimiento interior que hemos de realizar para aceptar y vivir el Reino de Dios. Era lo que anunciaba el Bautista preparando los caminos del Señor y es lo que tiene que ser también nuestra tarea.
‘El Reino de los cielos hace fuerza, padece violencia, y los esforzados se apoderarán de él’, viene a decirnos Jesús. Padece violencia porque será algo que cueste vivir porque muchas serán las tentaciones que tratarán de apartarnos de ese camino; o también porque con nuestro esfuerzo, nuestros deseos de superación, la conversión que realicemos desde lo hondo del corazón, aunque nos cueste, es como podremos llegar a vivirlo.
Es la idea o el pensamiento con que iniciábamos nuestra reflexión recordando ese camino de desierto, o ese peregrinar que vamos haciendo en nuestra vida. Sabemos donde está nuestra meta en el Reino de Dios que hemos de vivir. Pero sabemos también donde está nuestra fuerza, pues no nos abandonará el Señor. No nos faltarán esas fuentes de agua viva de su gracia que riegue la sequedad de nuestra vida. Con el Señor todos nuestras esfuerzos se convertirán en cañada real que nos conduce a la vivencia gozosa y gratificante del Reino de Dios.
Nos preparamos para acoger al Señor que viene a nuestra vida, como lo vamos a celebrar en la próxima y cercana navidad. ‘Despierta nuestro corazones y muévelos a prepara los caminos de tu Hijo, para que cuando llegue podamos servirte con conciencia pura’, pedíamos con la oración litúrgica de este día.

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