martes, 24 de noviembre de 2009

Suscitaré un reino que no será destruido, que durará para siempre

Dan. 2, 31-45
Sal.: Dan. 3, 57-61
Lc. 21, 5-11


La Palabra de Dios que se manifiesta a través de los profetas no sólo fue una palabra de vida y de esperanza para aquellos para quienes fue directamente pronunciada, sino que sigue siendo una palabra que de parte de Dios llega a nosotros – decimos Palabra de Dios, cuando la proclamamos – para llenarnos de vida, para suscitar esperanza, para despertarnos a la fe y al amor, para invitarnos a la conversión y que llega a nosotros en nuestras circunstancias concretas, en el momento concreto que vivimos.
Por eso hemos de escucharla siempre atentamente y dejar que el Espíritu divino nos ilumine para saber descubrir y discernir bien esa palabra del Señor. Ahí tenemos que poner nuestra vida, el momento que vivimos para que en verdad nos dejemos iluminar, nos dejemos querer por el Señor.
Hemos escuchado al profeta Daniel en la interpretación que hace del sueño al rey Nacubodonosor. Le hace una descripción del sueño y le da su interpretación. Esos distintos reinos que se suceden después del esplendor del reinado del rey de Babilonia pueden hacer verdadera referencia a los distintos momentos históricos que se suceden a partir de entonces.
Pero el profeta nos está haciendo también un anuncio mesiánico, pues nos dirá que ‘durante ese reinado, el Dios del cielo suscitará un reino que no será destruido… y durará para siempre’. Nos resuenan los ecos de las palabras del ángel a María que le anuncia que el hijo que va a nacer de sus entrañas ‘será grande, se llamará Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David su padre y reinará en la casa de Jacob por los siglos, y su reino no tendrá fin’. Todavía tenemos bien reciente la fiesta del domingo, la fiesta de Cristo Rey del universo.
Podemos sentir en las palabras que hoy hemos escuchado resonar las palabras del Génesis. Dios crea al hombre y lo hace grande – ‘hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza’ – y pone en sus manos toda la obra de la creación para que la domine y la trabaje, convirtiendo al hombre en rey de la creación. ‘Creced y multiplicaos, llenad la tierra y sometedla: dominad sobre los peces del mar, las aves del cielo y todos los animales que se mueven sobre la tierra…’ Palabras semejantes a las que le dice Daniel a Nabucodonosor ‘a quien el Dios del cielo ha entregado el reino y el poder, y el dominio y la gloria, a quien ha dado poder sobre los hombres… las bestias de la tierra y las aves del cielo…’
Dios nos ha hecho grandes, pero ¿qué ha hecho el hombre de su vida, de esa maravilla que Dios ha creado? El pecado nos ha degradado y destruido, nos ha llenado de oprobio y de muerte. Pero Dios nos ha enviado un Salvador, Cristo Jesús, que establecerá el Reinado de Dios, el reino que no tendrá fin, y al que n os invita a nosotros a que entremos a formar parte. El mal será destruido, la muerte vencida; para nosotros hay esperanza y hay vida, porque hay salvación.
En el fondo este texto es una invitación a la vida, a la salvación, a la conversión al Señor. ¿No tendremos que darle gracias? ‘Criaturas todas del Señor, bendecid al Señor, ensalzadlo con himnos por los siglos’.

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