viernes, 18 de septiembre de 2009

La codicia raíz de todos los males…

1Tim. 6, 2-12
Sal. 48
Lc. 8, 1-3


Aunque las consideraciones que se hace Pablo tienen especial referencia a su discípulo Timoteo en orden al cumplimiento de su ministerio de Obispo de la comunidad de Éfeso, sin embargo son tan universales que nos viene bien reflexionarlas a todos los que nos llamamos discípulos de Jesús.
¿En que nos afanamos? ¿cuáles son nuestras preocupaciones? Demasiado afanados andamos muchas veces por las cosas que poseemos, los bienes o ganancias materiales y el deseo de riquezas. El apóstol nos dirá ‘sin nada venimos a este mundo y sin nada nos iremos de él’. Sentenciará a continuación: ‘teniendo qué comer y qué vestir nos basta’. Pero, ya sabemos, no nos contentamos con esto.
Por aquello de las múltiples necesidades que tenemos y que, tenemos que reconocer, algunas veces nos creamos, ahí andamos afanados con nuestros trabajos porque tenemos que tener unos rendimientos o unas ganancias para todo lo que queremos tener o hacer, y ahí andamos llenos de ambiciones.
Entonces, ¿lo que tenemos que hacer es no trabajar?, podrían argumentarnos algunos. De ninguna manera, tenemos que decir. Tenemos unas responsabilidades con nosotros mismos, con los nuestros, unas responsabilidades familiares, con la sociedad en la que vivimos y, si queremos, con toda la creación que Dios ha puesto en nuestras manos. Los talentos que Dios nos ha entregado en esos valores y capacidades de la vida y de esas responsabilidades que tenemos que asumir, tenemos que desarrollarlas porque además nos debemos a ese mundo que tenemos que hacer mejor cada día.
Pero eso no significa que tengamos que dejar meter la codicia en nuestro corazón. La codicia nos encierra y hace egoístas, porque todo lo queremos para nosotros. Como nos dirá el apóstol ‘los que buscan las riquezas se enredan en mil tentaciones, se crean necesidades absurdas y nocivas que hunden a los hombres en la perdición y la ruina. Porque la codicia es la raíz de todos los males…
Queremos tener y tener de todo. Los ojos hacen envidioso el corazón, porque todo aquello que vemos que tiene el otro, yo también quiero tenerlo. Lo envidias y le deseas mal. Nos vamos corroyendo por dentro y de ahí estamos a un paso de querer mal a los demás, o de querer apoderarme de la manera que sea de lo que el otro tiene. Es una cadena que acaba mal.
Y nos previene de algo más el apóstol. Nos dirá: ‘Muchos arrastrados por la codicia se han apartado de la fe y les ha acarreado muchos sufrimientos’. Parece que está haciendo un retrato fiel de lo vemos a nuestro alrededor. ¡Cuántos han abandonado la vida cristiana y la fe cuando llegan a una vida incompatible en lo que hacen en su codicia y un mínimo de moral o de ética cristiana! ¿Serán tentaciones para nosotros también? No tires la piedra al aire que te puede caer encima. No digas de esta agua no beberé… como se suele decir en el refranero, que más tarde o más temprano podemos vernos arrastrados por esas tentaciones.
Termina el apóstol con unas hermosas recomendaciones. ‘Huye de todo esto y practica la justicia, la religión, la fe, el amor, la paciencia, la delicadeza… combate el buen combate de la fe… conquista la vida eterna a la que fuiste llamado…’ Nos quiere hacer precavidos y por eso nos hace pensar. Nos invita a vivir una vida cristiana íntegra, luchando por mantenernos fieles al espíritu del Evangelio. Tendríamos que meditar mucho en el mensaje de las bienaventuranzas: ‘Dichosos los pobres de espíritu porque de ellos es el reino de los cielos’.

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