miércoles, 16 de septiembre de 2009

Dejémonos conducir por el Espíritu del Señor que hoy sigue inspirando el camino de la Iglesia

1Tim. 3, 14-16
Sal. 110
Lc. 7, 31-35


‘Tocamos la flauta y no bailáis, cantamos lamentaciones y no lloráis’. Probablemente sea un juego de niños de la época . la cuestión era hacer la cosa contraria de lo que se pedía hacer, entre cantos, bromas y fiestas, propias de los niños o de la juventud.
¿Por qué saca a colación Jesús este canto o juego infantil de los niños en la plaza? Se ha preguntado antes: ‘¿A quién se parecen los hombres de esta generación? ¿A quién los compararemos?’ Está haciendo referencia a las distintas reacciones que los judíos están teniendo ante su presencia y su actuar. No habían terminado de aceptar la vida de austeridad en la que vivía el Bautista en el desierto junto al Jordán, pues conocido era el rechazo de ciertos sectores de la sociedad religiosa y dirigente de Jerusalén por ejemplo al grupo de los esenios que vivían en algo parecido a un eremitorio junto al mar Muerto. Pero ahora les costaba aceptar a Jesús, que a todos se acercaba, con todos convivía porque lo que quería era anunciar el Reino de Dios a todos.
‘Vino Juan el Bautista, que ni comía ni bebía, y dijisteis que tenía un demonio; viene el Hijo del Hombre, que come y bebe, y decís: Mirad qué comilón y qué borracho, amigo de publicanos y pecadores. Sin embargo, los discípulos de la Sabiduría le han dado la razón’. Ni aceptaban a Juan ni aceptaban a Jesús. Pareciera que lo importante era estar a la contra de todo lo que pudiera surgir como algo nuevo.
¿Nos preguntará Jesús a nosotros, ‘¿a quiénes se parecen los hombres de esta generación? ¿A quién los compararemos?’ Algunas veces parece que estuviéramos también nosotros desorientado y sin saber a qué quedarnos. Nos vemos confundidos, pueden surgir añoranzas de tiempos pasados que nos parecen mejores y no somos capaces de descubrir lo bueno que el Espíritu va haciendo surgir en nosotros y en lo que nos rodea.
Hace cuarenta años con qué ilusión vivíamos aquel momento de renovación en la vida de la Iglesia suscitado por el reciente Concilio Vaticano II. Fueron tiempos intensos de muchas esperanzas, pero también con los riesgos de la crisis que se produce en todo ser vivo y en crecimiento. Los tiempos han ido cambiando en nuestra sociedad y en la concepción de la vida y del mundo y algunas veces nos llenamos de pesimismo porque nos pareciera que brilla más la negrura de la oscuridad que la propia luz. Por eso surgen en ciertos sectores añoranzas de pasado.
Ante esa frase que decimos que los tiempos pasados fueron mejores, yo digo que ni mejores ni peores que los actuales. Cada tiempo tiene sus dificultades y sus problemas. En cada tiempo surgen las crisis propias de donde hay vida en crecimiento. También en otros tiempos se tuvieron que enfrentar a problemas y dificultades como tenemos que enfrentarnos nosotros ahora. Pero en cada tiempo el creyente tiene que saber descubrir la acción del Espíritu que está actuando y que es quien de verdad conduce a la Iglesia y le inspira todo lo bueno.
Hoy nos toca vivir en este tiempo. Estamos en el siglo XXI que tendrá sus luces y sus sombras como todos los tiempos. Pero este es nuestro tiempo. Y es ahí donde tenemos primero que vivir como cristianos y donde tenemos que dar el testimonio de nuestra fe y el anuncio del evangelio. El Evangelio es el mismo, porque ese no cambia pero los métodos, por así decirlo, de su anuncio tienen que estar en consonancia con los tiempos en que vivimos porque tenemos que responder a las expectativas y a los problemas de los hombres de esta época, ni mejores ni peores que los de otros tiempos, pero que tienen sus propios problemas y expectativas.
No vamos a anunciarle el evangelio el evangelio a los hombres de hoy con un lenguaje arcaico o unas formas propias de siglos pasados, porque ni siquiera nos entenderían. El Espíritu que suscita todo lo bueno en nuestro interior también nos dará el lenguaje apropiado y la forma más conveniente para poder hacerlo hoy al hombre de hoy. En esa actitud abierta desde el fondo del corazón tenemos que estar.
Y como adelantábamos antes, no nos dejemos vencer por las negruras del pesimismo que nos pudiera envolver. No todo es negro en este mundo y en esta Iglesia concreta que vivimos en el momento de hoy. Hay muchas luces, porque hay muchas cosas buenas, porque hay mucha gente con una vivencia de fe muy intensa, porque hay mucha gente comprometida que no vive su vida cristiana desde la rutina sino con una entrega admirable. Nos hace falta abrir los ojos para descubrirlo porque eso está a nuestro lado. Porque no podemos negar que el Espíritu del Señor sigue actuando hoy en su Iglesia y sigue suscitando mucha generosidad en los corazones de los hombres de hoy.
Igual que tú o yo sentimos inquietud por la fe y por el anuncio del evangelio a nuestro lado hay muchos que sienten y viven intensamente esa inquietud. Sepamos descubrirlos porque eso además nos servirá de ánimo y estímulo en nuestra tarea y nuestro compromiso. Y no olvidemos que vivimos en pleno siglo XXI que tiene sus características propias y es a ese hombre y mujer de hoy en el que tenemos que sembrar la semilla del evangelio.
Ni carreras alocadas y sin sentido que no nos llevan a nada, ni paso de cangrejo o de tortuga que nos hagan volver para detrás. Solamente dejémonos conducir por el Espíritu del Señor que hoy sigue inspirando el camino de la Iglesia.

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