miércoles, 5 de agosto de 2009

María, templo y morada de Dios, imagen de lo que nosotros hemos de ser


Apoc. 21, 1-7
Sal. Jud.
Lc. 11, 27-28



Este día 5 de agosto es una fiesta de la Virgen que se celebra bajo diversas advocaciones, según sean los pueblos. Por ejemplo en nuestra tierra canaria es habitual celebrar en este día a la Virgen bajo la advocación de Nuestra Señora de las Nieves, como se celebra en la isla de la Palma y en otros muchos lugares. Pero litúrgicamente es la fiesta de la Dedicación de la Basílica de Santa María la Mayor. Una de las cuatro Basílicas Mayores que hay en Roma y que fue el primer templo dedicado a la Virgen María en occidente después del concilio de Éfeso que la proclamó como la Madre de Dios.
Esta dedicación de un templo a María centrar nuestra reflexión de hoy. Un templo a María, pero, tenemos que decir, un templo para Dios. Un templo cristiano es un lugar de culto a Dios; un lugar que por su especial dedicación o consagración se convierte para nosotros en un lugar de la presencia de Dios. Es cierto que Dios en su inmensidad lo llena todo y en todas partes nos sentimos en la presencia de Dios. Sin embargo, el templo cristiano se convierte para nosotros en un signo especial de su presencia, un signo y un lugar de encuentro con Dios. Como lugar sagrado y con ese significado especial al que hacemos mención nos facilita el que sea lugar para la oración y para la escucha de Dios, la escucha de su Palabra, ya sea en nuestra oración personal o en la celebración comunitaria.
Hoy en el Apocalipsis hemos escuchado un texto que en su primer significado nos está hablando de la Iglesia. ‘Vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, enviada por Dios, arreglada como una novia que se adorna para su esposo. Y oí una voz potente… Esta es la morada de Dios con los hombres; acampará entre ellos. Ellos serán su pueblo y Dios estará con ellos…’
Pero la liturgia de la Iglesia cuando nos propone este texto en las fiestas de María de alguna manera nos está señalando también una referencia a la Virgen en estas palabras. Así utilizan este texto en referencia a Maria los comentarios de los santos padres, de los teólogos y del magisterio de la Iglesia. María, podemos decir, morada de Dios, templo de Dios, signo y lugar de la presencia de Dios. A través de ella quiso Dios venir a nosotros hecho hombre, porque en sus entrañas por obra del Espíritu Santo se encarnó el Hijo de Dios para ser Emmanuel, Dios con nosotros. Así María nos lleva a Dios.
Pero también podríamos decir que este texto del Apocalipsis habla de nosotros. Somos también templo del Espíritu Santo, morada de Dios, desde nuestra consagración bautismal. Podríamos recordar aquel lugar donde Jesús nos habla de que si le amamos y guardamos sus mandamientos el Padre y El vendrían y harían morada en nosotros, como más de una vez hemos reflexionado.
Y es aquí donde de María tenemos que aprender a ser esa morada de Dios. María, templo y morada de Dios porque acogía la Palabra de Dios que se hacía presente en su vida. Así la vemos en ese momento de la anunciación cómo acoge ella al ángel, mensajero divino, que le trasmite la Palabra de Dios, lo que Dios quería para ella y de ella. María abre su corazón a las palabras del ángel, acoge así la Palabra de Dios. Y de tal manera acoge la Palabra de Dios, que el mismo Verbo de Dios se hace carne en ella, se encarna en sus entrañas para hacerse hombre. Viviendo la Palabra de Dios, Dios habita en ella, porque por obra del Espíritu Santo de ella va a nacer el Hijo de Dios hecho hombre.
Es la alabanza de María que hoy escuchamos en el Evangelio. ‘Mientras Jesús hablaba a las gentes, una mujer de entre el gentío levantó la voz diciendo: Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron..,’ Es la alabanza y la bendición a la madre que surge espontánea del pueblo al escuchar la Palabra de Jesús. Pero Jesús quiere decirnos que hay una dicha más grande en María y en nosotros. ‘Mejor, dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen’. Una alabanza a María, pero que tiene que ser también una alabanza a nosotros si de esa manera acogemos la Palabra de Dios en nuestra vida.
Como María así tenemos nosotros que acoger la Palabra de Dios, para que Dios habite también en nosotros y seamos en verdad ese templo de Dios, esa morada de Dios en medio de los hombres. Así nosotros podemos y tenemos que convertirnos también en signos de la presencia de Dios en medio del mundo para los demás. La santidad de nuestra vida, la santidad con que nosotros vivamos esa nuestra condición de templos de Dios, ha de ser señal para los demás que les hable de su encuentro con Dios. Exigencia de santidad para nuestra vida. Grandeza también de nuestra vida porque podemos convertirnos en signos de esa presencia de Dios para los demás. Es lo que tenemos que aprender de María, copiar en nosotros de María, plantar la Palabra de Dios en nosotros como lo hizo María.

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