sábado, 8 de agosto de 2009

Cuidado, no te olvides del Señor que te sacó de Egipto

Deut. 6, 4-13
Sal. 17
Mt. 17, 14-19


Cómo nos acordamos de Dios, le suplicamos, le rogamos, le prometemos no sé cuantas cosas cuando tenemos problemas, cuando las cosas nos van mal o no salen como nosotros quisiéramos, cuando nos aparece la enfermedad. Como se suele decir, nos acordamos de santa Bárbara cuando truena. Pero qué pronto olvidamos todas esas súplicas y promesas, qué pronto prescindimos de Dios cuando las cosas nos van bien, nos llega la prosperidad y el bienestar. Eso lo estamos viendo cada día en nosotros y en la sociedad que nos rodea. Las sociedades en las que se llega una situación de bienestar vemos cómo lo religioso se deja a un lado, la gente se vuelve indiferente en lo religioso y cada uno va a vivir su vida cómo puede o como quiere.
De todo eso quería prevenir Moisés al pueblo de Israel para cuando llegasen a la prosperidad de la tierra prometida. Se los dice claramente. ‘Cuando el Señor, tu dios, te introduzca en la tierra que juró a tus padres, que te había de dar, con ciudades grandes y ricas… casas rebosantes de riquezas… viñas y olivares... cuidado, no olvides al Señor que te sacó de Egipto, de la esclavitud…’
Les dice que tienen que recordarlo siempre, no lo pueden olvidar. Por eso como quien pone una señal allí donde la vea para no olvidar lo que tiene que hacer, emplea unas imágenes de cómo ha de ser ese recuerdo. Muchas veces nosotros buscamos la manera de no olvidar algo, y pones una marca en algún lugar, utilizamos algún truco en las cosas que tenemos a mano. Pero no es la señal lo importante sino aquello que tenemos que recordar.
Moisés les dice. ‘Las palabras que hoy te digo quedarán en tu memoria, las repetirás a tus hijos y hablarás de ellas entrando en casa y yendo de camino, acostado y levantado, las atarás a tu muñeca como un signo, serán en tu frente una señal, las escribirás en las jambas de tu casa y en tus portales’. Se tomaron muy al pie de la letra estas palabras.
Todos hemos visto las imágenes de judíos ultraortodoxos, con sus vestiduras y sombreros negros, con unas cintas que cuelgan de los tirabuzones de sus cabellos… Es el querer tener presente al pie de la letra estas palabras del Deuteronomio. Bien sabemos cómo Jesús les echa en cara a los fariseos que alargan las filacterias o las franjas de sus mantos. Es que ahí copiaban este texto del Deuteronomio para no olvidarlo y aún hoy podemos ver en las puertas de las casas de los judíos más cumplidores esas señales en sus puertas donde escriben estas palabras de la ley. Pero, como decíamos, lo importante no son las señales sino el recuerdo hecho vida de la Palabra del Señor.
‘Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es solamente uno. Amarás al Señor tu Dios con todo el corazón,, con toda el alma, con todas las fuerzas’. Recordamos cómo en el evangelio los letrados que querían poner a prueba a Jesús le preguntaban por el primer y principal mandamiento y el Señor les respondía con estas palabras. ‘¿Qué lees en la ley?’ Era algo que todo judío se sabía de memoria y repetía muchas veces al día. Algo que hay que recordar bien, pues el monoteísmo es algo fundamental para el judío como para nosotros, algo que lo identificaba frente a los pueblos vecinos idólatras y politeístas. Moisés se los recuerda bien,
Y a ese Dios único hay que amar sobre todas las cosas como nosotros resumimos en los mandamientos. Porque Dios es el único Señor, el único que se merece todo nuestro amor. El único al que tenemos que adorar. El único que es el centro de nuestra vida.
Es también nuestra fe y lo que tiene que ser nuestro amor y nuestra vida. Algo que tampoco nosotros podemos olvidar. Algo que tenemos que repetir pero en la práctica de nuestra vida y es lo que tenemos que enseñar a los demás no sólo con nuestras palabras sino con muchos signos de que toda nuestra vida es para el Señor. No serán recuerdos ni signos meramente externos, pero también externamente, públicamente tenemos que manifestarlo. Algo que vivimos no sólo en los momentos en que nos vemos con problemas, sino en todo momento de nuestra vida, cuidando que el bienestar y la prosperidad nunca nos alejen de Dios. Cuidado, no te olvides del Señor que te ha amado y te ha salvado.

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