sábado, 7 de marzo de 2009

El amor cristiano: un amor sublime

Deut. 26, 16-19
Sal. 118
Mt. 5,43-48


La primera lectura del Deuteronomio – libro del Antiguo Testamento que forma parte del Pentateuco, los cinco libros de la ley - es un recordatorio de la Alianza. Un pacto o compromiso realizado de forma solemne al pie del Sinaí entre Dios y su pueblo; pacto que ahora Moisés le recuerda al pueblo. El libro del Deuteronomio recopila como en grandes discursos las recomendaciones que Moisés hace a su pueblo, algo así como si fuera su testamento antes de morir.
Dios promete hacerles un pueblo grande. ‘El te elevará por encima de todas las naciones… en gloria, renombre y esplendor…’ Será para Dios además un pueblo sacerdotal – nos recuerda lo que seremos nosotros a partir de la Nueva Alianza -, ‘serás un pueblo santo consagrado al Señor tu Dios.
Pero el pueblo tiene un compromiso. Reconocer al Señor como único Dios, al que tiene que escuchar y seguir, cumplimiento sus mandatos y preceptos. ‘Hoy te has comprometido a que El sea tu Dios, a ir por sus caminos, a observar sus leyes y preceptos y mandatos, y a escuchar su voz’.
Esa primera alianza tendrá su plenitud en Cristo, en su sangre derramada. Alianza nueva y eterna. Alianza definitiva, porque ya para siempre hemos sido rescatados, comprados a precio de sangre – como nos diría san Pedro en sus cartas -, la sangre de Cristo.
Por eso Cristo vendrá a dar plenitud a la ley del Señor, una plenitud en el amor. Cristo quiere hacer un hombre nuevo, el hombre nuevo que ha sido rescatado, pero que ha de tener un nuevo sentido y plenitud, la plenitud del amor.
Por eso ejemplo y modelo de ese amor es Dios mismo con todo el amor con que nos ama. Por eso nos dirá: ‘Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto’. Perfectos, nos dice. Y es que con Cristo no caben mediocridades, ni medias tintas. En Cristo todo ha de tender a la perfección y a la plenitud. Por eso siempre nuestro modelo será el amor de Dios.
Podíamos decir que, desde Jesús, el sentido de todo lo que hacemos tiene otra sublimidad. El que sigue a Jesús entonces se ha de diferenciar de los demás.
No es como todos los hacen, sino en la medida del amor de Dios. Sí, algunas veces, nos contentamos con hacer lo que todos hacen y tenemos entonces tendencia a la mediocridad, que es una pendiente muy resbaladiza que nos conduce al enfriamiento y al mal. El cristiano siempre aspira a lo más, lo más grande, lo más hermoso, lo más perfecto, porque siempre tendemos a Dios que es la plenitud. El amor cristiano, pues, tiene otra profundidad, otra plenitud, otros matices que lo hacen distinto. No es simplemente hacer lo que me sea fácil o como a mi me parezca, sino que siempre miramos al amor de Cristo. Todos pueden ser buenos y amar, pero el amor cristiano tiene unas características especiales que lo hacen distinto. ¡Cómo lo vivieron los primeros cristianos en tiempo de crisis y de persecuciones! Nunca faltó en su vida el motor del amor cristiano.
Por eso, como escuchamos hoy, Jesús nos pide amar incluso a los que nos aborrecen, nos tienen por enemigos o nos han hecho daño. Es la grandeza del amor cristiano. Es su sublimidad y su heroísmo. Contrapone Jesús lo que todos hacen - se ha convertido en poco menos que norma y costumbre -, con el estilo nuevo que nos enseña. ‘Habéis oído que se dijo: amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo. Yo en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y rezad por los que os persiguen y calumnian. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo…’ Hijos del Padre del cielo. Es nuestra dignidad nueva que nos hace tener un estilo nuevo y distinto. Y nos comenta lo bueno que es Dios que hace salir el sol o caer la lluvia para todos, sean malos o sean buenos, sean justos o sean pecadores.
En algo tenemos que diferenciarnos. No podemos hacer lo que hace cualquiera. Porque nosotros los cristianos tenemos más motivos para el amor cuando nos sentimos amados de Dios, aún siendo pecadores. Si lo hiciéramos así, como lo hacen los paganos o los que simplemente aman a los que los aman, ¿qué mérito tendremos?¿en que nos diferenciaremos desde nuestro nombre de cristianos?
Y esto es algo que sigue candente hoy como siempre. Algunas veces el mundo no nos entiende. Pero eso no nos ha de importar, sino que el testimonio hemos de darlo claro y nuestro amor tiene que llegar siempre a esa sublimidad que tiene el amor cristiano.

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