Una
pregunta fundamental hemos de hacernos sobre si la fe que profesamos define en
verdad lo que vivimos marcando diferencias con los que no tienen fe
Ageo 2, 1-9; Salmo 42; Lucas 9,18-22
Hay personas o personajes, con una
cierta cercanía por diversas circunstancias a nosotros o a nuestra vida, que no
nos dejan indiferentes. Personajes de la historia, personajes de hoy en un ámbito
más universal que se sale de nuestra localización particular, o personas con
las que de alguna manera hemos tenido alguna relación; nos ha llamado la
atención su forma de vivir y actuar, nos habrán impresionado sus mensajes o sus
palabras que han calado en nosotros haciéndonos pensar o haciendo que nos
planteemos las cosas de otra manera, habrán sido gestos comprometidos con los que
les hemos visto actuar y han dejado huella en nosotros. No sabemos cómo
definirlos, pero quizás hayan sido un toque para nuestra conciencia que no
podemos olvidar, una invitación a algo nuevo y distinto de lo que hacíamos de
siempre. ¿Quién no sigue recordando un determinado profesor que tuvimos en un
momento de la vida? ¿Quién olvida aquella palabra que recibimos quizás de
nuestro padre que nos abrió los ojos a la vida?
Hoy en el evangelio Jesús nos lanza una
pregunta muy importante. De alguna manera nos está preguntando cual es la
huella que El nos deja en la vida. En el episodio del evangelio la ocasión
viene motivada en unos momentos de especial intimidad de Jesús con sus discípulos
más cercanos; el texto paralelo en Mateo nos sitúa el momento casi en las
afueras del territorio judío cuando Jesús se había retirado con los discípulos
para aquellas charlas tan especiales que Jesús tenía con ellos y en las que
dejaba transparentar todo lo que llevaba en su corazón.
Ahora les pregunta en primer lugar por
lo que ellos captan del sentir de las gentes sobre la presencia de Jesús.
¿Estará en verdad dejando una huella especial en aquel pueblo que le escucha y
donde anuncia el Reino de Dios o les dejará indiferentes? ¿Qué piensa la gente
de Jesús? ¿Cuáles son sus comentarios? Y los discípulos se explayan, pues son
diversos los comentarios, las opiniones que la gente tiene de Jesús. ¿Un gran
profeta? ¿Será que Juan Bautista, recientemente decapitado por Herodes, ha
vuelto a la vida? ¿Será la vuelta del profeta Elías, como lo habían anunciado
los profetas, después de haber sido arrebatado al cielo en un carro de fuego?
Nadie ha hablado como este hombre, decían algunos; Dios ha visitado a su
pueblo, comentaban otros; es el que viene en el nombre del Señor, le aclamarían
un día. Sin embargo no todos lo tenían claro.
Pero Jesús quiere saber algo más y
pregunta por lo que ellos sienten ante su presencia, qué significa Jesús para
ellos. Si Herodes, como veíamos en el texto anterior, se preguntaba quién era
este hombre por todo aquello que escuchaba acerca de Jesús, ahora es Jesús el
que pregunta ‘y vosotros, ¿quién decís que soy yo?’ La respuesta está
pronta en los labios de Pedro, ‘el Mesías de Dios’.
Pero las preguntas somos nosotros los
que las escuchamos hoy y a lo que tenemos que dar una respuesta, sobre lo que
contemplamos en la vida y en el mundo que nos rodea de la percepción que tienen
de Jesús, pero también de una forma concreta sobre lo que en verdad es nuestro
pensamiento, más aún, nuestra fe. ¿Se estará quedando indiferente el mundo que
nos rodea ante la persona y el mensaje de Jesús? Somos conscientes de la
mezcolanza de opiniones que podemos percibir en el mundo que nos rodea.
No todos sienten la admiración de la
fe, que nosotros podríamos sentir; no todos hacen una valoración igual aunque
parezca que el evangelio y el cristianismo han influido en la vida y en la
cultura de los hombres a través de los tiempos. Es cierto que hay toda una
simbología que envuelve nuestra cultura y ha motivado de alguna manera la historia
a lo largo de los siglos, pero ¿habrá quedado sembrada a pesar de todo eso la
semilla del evangelio en nuestro mundo? Reconozcamos que se ha diluido mucho en
nuestros tiempos ese mensaje de Jesús y lo que pueda significar la presencia de
Jesús en la vida de la humanidad. Y nos encontraremos igualmente un
desconocimiento muy grande a nuestro alrededor, por una parte por una
deficiente formación que ha ido acrecentando ese desconocimiento, pero también
por ese abandono de la fe y de todo lo que tenga un significado religioso desde
ese materialismo que nos va envolviendo y haciendo caer en un nuevo ateismo en
nuestra sociedad de hoy. Es la cruda realidad.
Pero nosotros los que nos llamamos
cristianos y no solo porque hayamos sido bautizados de pequeños, ¿qué es lo que
encontramos en Jesús? ¿Qué significa para nosotros y como está influyendo en
nuestra vida? No nos basta que nos sepamos de memoria el Credo y podamos decir
maravillas de nuestra fe como cosas que hemos aprendido bien, sino que se trata
de preguntarnos si esa fe está definiendo nuestra vida y marcando diferencias.
Jesús no nos está pidiendo palabras sino preguntándonos por el testimonio que
seamos capaces de dar a través de nuestra vida.
Jesús después de la confesión de Pedro
necesitó hacer unas aclaraciones muy importantes para que todo no se quedara en
bonitas palabras. Habló del Hijo del hombre que se entregaría hasta la muerte,
significando con ello el amor sublime que El había de vivir y que tiene que ser
también el distintivo de nuestra vida. El anuncio que Jesús hace de su pasión y
de su pascua no son solo palabras que describan un momento sino puerta que se
abre para que nosotros en esa fe que tenemos en Jesús seamos capaces también de
vivir esa pascua en nuestra entrega y en nuestro amor. ¿Será esa también
nuestra confesión de fe?
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