jueves, 14 de agosto de 2025

Sintámonos en verdad liberados de los rescoldos interiores que reavivan el fuego cuando ofrecemos nuestro generoso perdón a la manera de la misericordia de Dios

 


Sintámonos en verdad liberados de los rescoldos interiores que reavivan el fuego cuando ofrecemos nuestro generoso perdón a la manera de la misericordia de Dios

Josué, 3,7-10a. 11. 13-17; Salmo 113; Mateo 18, 21-19, 1

Cuando hay un incendio, ya sea en nuestros bosques o montes o incluso en cualquier edificación no solo tenemos que apagar esas llamas que vemos que todo lo arrasan, sino que tenemos que tratar de apagar lo que ha sido el origen de ese fuego, pero también vemos luego a los bomberos por detrás, donde parece que no hay ya fuego, que van enfriando el terreno, pero teniendo mucho cuidado en apagar esos rescoldos, muchas veces enterrados, que durante mucho tiempo pueden mantener vivo ese incendio.

¿Has pensado alguna vez que cuando desde el resentimiento que llevas en ti no quieres perdonar al otro es principalmente a ti mismo al que te estás castigando? Quien no ha sabido perdonar de verdad sigue manteniendo el desamor en si mismo, que no solo puede ser destructivo para los demás sino que es destructivo para ti mismo porque seguirás manteniendo esa cadena sobre tu espíritu. Perdonamos buscando la paz, buscando el origen de la ofensa o del conflicto, pero tenemos que apagar también esos rescoldos que nos quedan encerrados quizás en lo secreto del corazón y que no dejarán que quede apagado por completo el conflicto, que vuelva la paz a todos los corazones.

Perdonar no es solo liberar al otro de su culpa, sino es liberarte a ti mismo de esa cadena, de ese rescoldo que sigues manteniendo dentro y que sigue quitándote la serenidad y la paz de tu vida. Si no te liberas de ese resentimiento que te lleva al desamor o al odio nunca vas a tener paz en ti mismo, y entonces estarás haciendo que se reaviven esas heridas que un día recibiste y no habrá manera de encontrar la curación de tu espíritu.

Quien no ha perdonado de verdad no llegará a saborear lo que es el autentico amor, porque siempre mantendrá ese rescoldo, siempre le faltará la paz verdadera en su corazón. Cuando perdonas la primera liberación es para ti mismo; como solemos decir muchas veces tenemos que perdonarnos a nosotros mismos para que vuelvan a florecer las bellas flores de la amistad, del amor verdadero. Apaguemos esos rescoldos y al sentirnos en verdad liberados, encontraremos la verdadera paz para nuestro corazón.

Esto es algo que tenemos que rumiar bien dentro de nosotros, porque no es fácil muchas veces apagar esos rescoldos enterrados. Es necesario que aprendamos a saborear el perdón para que nosotros podamos luego ofrecerlo con generosidad. Es nuestra piedra de tropezar, algo en lo que siempre nos cuesta dar el paso hacia delante. Queremos seguir manteniendo aquellas medidas, que se ofrecían como generosas, que Pedro está expresando en su petición a Jesús.

¿Cuántas veces tenemos que perdonar? Siguen apareciendo las contabilidades, pero si estamos haciendo esas contabilidades significa que algo aun no anda bien dentro de nosotros. Porque quien perdona de verdad lo olvida para siempre, no vuelve a recordar, no se pone a contabilizar. Es lo que nos está enseñando Jesús. ‘¿Siete veces?... hasta setenta veces siete’, responde Jesús para que entremos no en los cálculos de los números, sino en las actitudes de perdón que hemos de mantener siempre en el corazón.

La parábola que propone Jesús está clara. Aquel siervo que fue perdonado por su amo no supo saborear aquel perdón que le habían ofrecido generosamente; por eso no supo luego perdonar a su compañero que era muy ínfimo lo que le debía en comparación con sus antiguas deudas con su amor. Jesús con su parábola además está haciendo que elevemos nuestra mirada, para que seamos capaces de reconocer lo que significa el amor y la misericordia del Señor en nuestra vida y aprendamos esas mismas actitudes para tener nosotros con los demás.

La incapacidad de perdonar, le hacia mantener el odio en su corazón y hacía imposible la verdadera paz, la serenidad del espíritu para ver con mejor claridad el amor que tenemos siempre que repartir. ¿No nos había enseñado Jesús que nos acogiéramos  a la misericordia de Dios porque nosotros somos también misericordiosos y compasivos con nuestros hermanos?

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