Hagámonos
eco de tantos signos y señales que Dios pone a nuestra vera en el camino de la
vida para dar respuestas de vida y amor y no nos encerremos en nosotros mismos
Éxodo 2,1-15ª; Salmo 68; Mateo 11,20-24
Te lo he dicho tantas veces y no me
haces caso. Seguramente algo así hemos dicho más de una vez al amigo a quien
advertíamos de las consecuencias de algo que estaba haciendo y que no era bueno,
son las recomendaciones de los padres a los hijos o entre los miembros de la
familia ante situaciones en las que habríamos de tener cuidado, pero a lo que
tantas veces nos hacemos oídos sordos para no querer escuchar, para no actuar
en un momento determinado, para tomar una decisión que podía ser importante,
para hacer un cambio en costumbres o en manera de actuar. Digo que le hemos
dicho a los demás, pero hay que reconocer que nosotros también somos así muchas
veces y nos hacemos oídos sordos para seguir con nuestro punto de vista o con nuestras rutinas.
Le estaba pasando a Jesús con muchos de
aquellos pueblos en los que una y otra vez había anunciado el Reino de Dios y
había realizado multitud de signos y milagros, pero no todos daban el brazo a
torcer, no todos aceptaban su mensaje para hacerse sus discípulos. Jesús se
siente dolido, pero lo hace con un inmenso amor y derramando una y otra vez su
misericordia sobre ellos para que cambien la actitud de sus corazones. Siente
lástima y pena porque aquellas ciudades del entorno del lago de Tiberíades que
tantas veces había recorrido se estaban pareciendo a aquellas ciudades antiguas
tal como aparecía en las Escrituras que había merecido el castigo divino. Es
una llamada más, como solemos decir la última llamada, pero en el corazón de
Dios nunca será la última porque El será siempre el Divino Pastor que busca por
montes y barrancos a la oveja perdida.
Pero no nos vamos a quedar en una
mirada en la lejanía lamentando lo que entonces aquellas ciudades hacían.
Siempre la Palabra de Dios que escuchamos es una Palabra de vida para nosotros
hoy, que no pretende simplemente recordar historias, sino que quiere llegar a
nuestro corazón para revisar actitudes y respuestas que nosotros hoy damos o no
damos a ese regalo de Dios.
¿No habremos sentido muchas veces esos
signos de Dios en nosotros, esas señales que Dios va poniendo en nuestro
camino, esa Palabra que quiere llegar a nuestro corazón para moverlo de verdad
a la conversión? Tenemos la tentación de dejarlo siempre para más tarde, para
otro momento; tendremos tiempo, nos decimos, y seguimos enfrascados en nuestras
rutinas o en nuestras malas costumbres, en esa cerrazón del corazón pensando
que ya tendremos tiempo de responder, de dar ese cambio que necesitamos en
nuestra vida. No damos las señales de conversión que Dios nos está siempre
pidiendo. Sepamos también escucharnos mutuamente los unos a los otros que también tenemos algo que decirnos.
El tiempo se nos puede acabar, el final
de la vida nos puede llegar en el momento más inesperado, nos puede suceder
algo tras lo cual ya no tendremos tiempo de reaccionar. Reavivemos ese amor de
Dios en nuestros corazones, no nos hagamos oídos sordos, escuchemos esa palabra
que nos habla y llega a nosotros de mil maneras, estemos atentos a esas
recomendaciones que puedan darnos muchas personas buenas a nuestro lado,
sepamos descubrir tantas señales del amor de Dios que se nos pueden manifestar
en el testimonio de otras personas. Son llamadas de Dios, invitaciones al amor,
a la conversión, al arrepentimiento, a volver a retomar esos caminos de vida
nueva que nunca debíamos de haber abandonado.
¿Cuándo nos vamos a decir a dar esa
respuesta que nos está pidiendo el Señor?
No hay comentarios:
Publicar un comentario