Somos
los elegidos del Señor, somos aquellos a los que Jesús nos llama amigos, somos
los que ahora siguiéndole llegaremos en vedad a dar frutos
Hechos 15, 22-31; Salmo 56; Juan 15,
12-17
Gracias por considerarme tu amigo, me
decía hace días una persona con la que se había ido estableciendo una bonita relación,
una buena comunicación aun en las distancias que muchas veces podamos tener en
la vida - hoy tenemos de fácil la posibilidad de comunicación a través de las
redes con personas que físicamente pueden estar lejos de nosotros – y a la que
en un momento le había llamado amigo. Es bonito ese paso, desde una
comunicación ocasional a algo más cercano que pueda convertirse en amistad. Que
no es solo, repito, un conocimiento ocasional, sino que es una comunicación más
hondo donde ya vamos trasmitiendo parte de nosotros mismos al tiempo que
comienza esa nueva interrelación.
Es una palabra, amigo, que muchas veces
utilizamos con demasiada ligereza; parece que a todo persona que por la razón
que sea hayamos conocido e intercambiado algunas palabras, ya tenemos que
llamarlo amigo. Y no podemos confundir la amistad con otro tipo de relaciones;
todos nos llamamos amigos, pero no siempre tenemos bien claro quienes son
nuestros amigos de verdad; de alguna manera es un proceso de la persona que
lleva a una nueva y distinta comunión y cuando vivimos la belleza de una
amistad verdadera nos sentimos más felices y realizados como personas, nos
conocemos mejor a nosotros mismos como entrar en un conocimiento y comunicación
con esas personas a las que consideramos amigos, nos sentimos impulsados a un
desarrollo mejor de lo que somos y nos sentimos verdaderamente apoyados en los
proyectos que tengamos en la vida.
¿Cómo se sentirían los apóstoles en
aquella noche de confidencias en que se había convertido la cena pascual que
estaban celebrando? Muchas son las cosas que se van como destilando del corazón
de Cristo que les abren nuevas expectativas, al mismo tiempo que sentían como
una preangustia porque les parecía que todo aquello lo podían perder, aunque
aun no terminaran de comprender lo que se iría sucediendo en aquellos días. De
alguna manera era para ellos momentos de crisis en la incertidumbre que
llegaría como a explosionar con el prendimiento de Jesús en el Huerto y todo lo
que a continuación sucedería.
Pero en medio de esas recomendaciones
de Jesús, donde les está hablando del amor con que han de vivir, en un momento
dado los llama amigos. ‘Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo
que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi
Padre os lo he dado a conocer’. Qué dulce tendría que haber sonado esa
palabra en sus oídos, ‘a vosotros os llamo amigos’. A ellos se les había
revelado, a ellos les había transmitido todo el misterio de Dios. Aunque ahora
no terminaban de comprender como más tarde recordarían irían pasando por su
mente todo aquello que había hecho y había dicho Jesús. Como El mismo les
prometería ‘cuando venga el Espíritu de la Verdad es os lo recordará todo’.
Será cuando terminen de comprender estas palabras de Jesús.
Y Jesús los puede llamar amigos porque
todo ha sido algo que ha salido de su corazón, de su amor. Algunas veces nos
queremos echar flores, queremos decir cuántas cosas nosotros hemos hecho, o
como un día Pedro le recordaría a Jesús, es que nosotros lo hemos dejado todo
para seguirte. Pero no son méritos nuestros, aunque muy meritorio sea el haber
llegado a ser capaces de despojarnos de cosas o de personas para seguir a
Jesús, sino que todo parte de la elección de Dios. ‘No sois vosotros los que
me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis
y deis fruto, y vuestro fruto permanezca’.
Somos los elegidos del Señor, somos
aquellos a los que Jesús nos llama amigos, somos los que ahora siguiéndole
llegaremos en verdad a dar frutos. ¿Es lo que estamos sintiendo?, ¿es lo que
estamos haciendo?
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