Un día de silencio que en la esperanza se convierte en germen de pascua al inundarnos con la alegría de la resurrección
La tarde se quedó en silencio, los alborotos y los gritos de los que habían contemplado lo que para ellos parecía un espectáculo se fueron acallando poco a poco, las sombras de la oscuridad se fueron adueñando de los últimos resplandores de la tarde la pequeña comitiva pronto había acabado sus tareas porque comenzaba el sábado y aunque aquel sábado era muy especial para otros fue de un silencio intenso.
Jesús había muerto en la cruz y parecía que para muchos las esperanzas
también se apagaban, por eso aquel sábado, en el que nada podían hacer, el
silencio llegaba a lo más hondo de cada uno de ellos.
Nosotros, la iglesia toda está viviendo hoy ese silencio, la tumba
está sellada y hasta le han puesto una guardia que la custodie, pero los que
creemos en Jesús, a pesar del silencio que de alguna manera parece oscuridad,
no hemos perdido la esperanza; es un día para pensar, para meternos dentro de
nosotros mismos, para volver a rumiar cuanto hemos contemplado, cuanto hemos
recibido, cuanto hemos escuchado, en el corazón hay cosas que no podemos
olvidar; fueron buena noticia para nuestra vida, cosas que nos impulsaban a
algo nuevo y, aunque en este silencio parece que todo se detiene, sabemos que
nosotros tenemos que seguir al camino y no nos faltará la luz, tenemos la
certeza de un nuevo amanecer porque así él nos lo prometió, solo queda esperar
manteniendo suficiente aceite en las alcuzas de nuestra vida para que con vigor
encendamos la luz de nuevo a su llegada.
Es la espera de este sábado que también llamamos Santo, porque pregustamos
incluso en este silencio las mieles del gozo de la resurrección, momentos para
mantener la vigilancia, para estar atentos, para estar a la escucha, para estar
como vigías que están esperando el momento.
Es silencio pero en el corazón podemos y tenemos que seguir escuchando
su voz, en el corazón seguimos preparando ese momento definitivo de la Pascua.
Que no se apague la lámpara de nuestra fe para mantener esa vigilancia en la vida, porque el Señor llega en cualquier momento y donde menos lo esperamos, no vamos a buscar en un sepulcro vacío porque él se sentará en nuestra mesa, nos saldrá al paso en el camino, nos sorprenderá cuando menos lo esperemos.
No es un silencio que nos cae encima como una loza fría, es un
silencio que vivimos con intensidad en el corazón, es el germen de vida que
comienza a brotar como la semilla sembrada en tierra, es el amor que ponemos
para que florezcan las nuevas flores que llenarán de encanto la vida, es el
silencio de Pascua que lo transformará todo con la alegría de la resurrección.
No hay comentarios:
Publicar un comentario