Con
el miércoles de ceniza emprendemos un camino de silencio y de interiorización
que nos conducirá a un verdadero camino pascual en nuestra vida
Joel 2, 12-18; Salmo 50; 2 Corintios
5, 20 – 6, 2; Mateo 6, 1-6. 16-18
En un mundo de ruidos y superficialidades
necesitamos hacer silencio para poder llegar a una profundización de la vida.
Todo parece una loca carrera, son los agobios en los deseos de conseguir todo y
lo más pronto posible, como es la banalidad con que vivimos la vida que
disfrazamos con tantas vanidades. Ensordecidos al final nos encontramos vacíos,
aquello por lo que tanto luchábamos porque nos parecía que era lo que nos iba a
hacer más feliz, pronto se desvaneció y ni encontramos esa pronta y fácil
felicidad ni encontramos un sentido profundo a la vida que parece que se nos
diluye y desaparece como agua que se nos escapa de nuestras manos.
Es necesario detenernos, apartarnos de
esos ruidos para encontrar un silencio que nos dé paz, un silencio para la reflexión,
para encontrar una mirada nueva, para descubrir una luz en el camino, para
saber que al final hay una meta por la que merece la pena luchar, superarnos,
dejar cosas atrás, despojarnos de vanidades, buscar lo mejor y lo que es
primordial. No sabemos como hacerlo, porque esos mismos ruidos que nos
envuelven, nos ensordecen para escuchar las llamadas que recibimos seguramente allá
en lo más hondo del corazón, pero que nos llegan también por la mediación de la
Iglesia y desde la Palabra de Dios.
En ese ruido de la vida, en medio de
tanto bullicio de nuestro mundo, con tantos guiños que recibimos de todas
partes y que nos distraen pudiera sucedernos que nos pasara desapercibido este
miércoles de ceniza que hoy celebramos. Para algunos ha perdido incluso su
sentido, a lo más les es un anuncio de que pronto en cuarenta días llegará la
semana santa, pero si no captamos todo su sentido se nos puede quedar, como me
decía una persona estos días, es que nos ponen una cruz de ceniza en la frente
y ya está.
Lo llamamos de ceniza, es cierto, por
ese signo que la liturgia emplea en este día, la imposición de la ceniza. Pero
eso tiene un sentido. Es la puerta que se nos abre y nos invita a entrar en
nuestro interior para hacer ese silencio que tanto necesitamos. Es cierto que
tiene ese sentido penitencial que nos recuerda que somos pecadores, que nos
recuerda la nada de nuestra vida que se nos puede quedar en polvo de ceniza que
pronto el viento se puede llevar, pero esos signos nos están hablando de un
camino que hemos de iniciar, un camino de interiorización, un camino de
búsqueda y de escucha para lo que necesitamos hacer ese silencio interior.
Acostumbrados como estamos a tanto
ruido - ¿no encendemos desde que llegamos a casa la televisión para que haya
unos sonidos que nos alejen de nuestra soledad aunque ni prestemos atención a
lo que aparece en la pantalla? – algunas veces nos molesta ese silencio; nos
cuesta hacer ese silencio porque nos vamos a escuchar a nosotros mismos, va a
aflorar nuestra conciencia que quizás nos traerá muchos recuerdos que preferimos
olvidar, nos va a hacer pensar en algo distinto, nos va a hacer sentir una voz
que nos invita a algo nuevo.
Pero tenemos que aprender a dejarnos
envolver por ese silencio porque será la manera que al final escuchemos la voz
de Dios que nos susurra en nuestro corazón. La liturgia nos irá ofreciendo cada
día en este tiempo que comenzamos que llamamos la cuaresma la riqueza de la
Palabra de Dios como un camino a recorrer; un camino que será de encuentro con
nosotros mismos y con nuestra cruda realidad, de renovación porque nos irá
dando pautas de por donde tiene que ir el recorrido de nuestra vida, de
vaciamiento de vanidades y superficialidades para poder encontrar lo que dará
verdadera riqueza a nuestra vida; un camino que será de pascua porque aprenderemos
a ir muriendo a nosotros mismos y a despojarnos de todas esas banalidades con
que disfrazamos con vanidad nuestra vida, para encontrar ese vestido nuevo de
nuevos valores que nos hará sentirnos hombres y mujeres nuevos.
Es el camino que vamos a emprender.
Dejemos, sí, que el signo de la ceniza caiga sobre nuestra frente que nos
recuerde lo que somos o en lo que nos hemos convertido. Al final habrá un agua
que nos lave, la fuente bautismal ante la que renovaremos en la noche de pascua
todo lo que es el sentido de la vida de quien sigue a Jesús y su evangelio.
Habrá sido un camino de pascua porque
habremos aprendido a morir a todo ese viejo que hay en nosotros para resucitar
a una vida nueva con Cristo resucitado. Ojalá cuando llegue la noche de Pascua
lo podamos celebrar con todo sentido. Emprendamos ese camino de silencio e
interiorización.
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