sábado, 1 de febrero de 2025

Despertemos que somos nosotros los que andamos dormidos, no temamos ir a la otra orilla con Jesús, merece la pena porque sabemos quien está con nosotros siempre

 


Despertemos que somos nosotros los que andamos dormidos, no temamos ir a la otra orilla con Jesús, merece la pena porque sabemos quien está con nosotros siempre

Hebreos 11,1-2.8-19; Sal. Lc. 1,69-75; Marcos 4,35-41

Estar en camino tiene sus riesgos, es tener metas claras, es afrontar peligros o cometer errores, en la incertidumbre que siempre llevamos por dentro si acaso nos hayamos equivocado, nos exige esfuerzo, deseos de búsqueda y de superación, es encontrarnos con algo nuevo que pueda ser desconocido y tenga unas nuevas exigencias. Pero es la vida; quedarnos anquilosados no es vivir, encerrarnos en un cascarón es como volver para atrás, no podemos acallar los sueños que nos hacen buscar algo distinto, aunque tenga sus riesgos.

Es la vida, decíamos; es el camino también al que nos lleva la fe, es la apertura que pone en nuestra vida el estar con Jesús, el decir que somos sus discípulos. Aunque en ocasiones haya momentos en que nos parezca que estamos solos. Es de lo que nos está hablando hoy el evangelio. Jesús que les dice a los discípulos ‘vamos a la otra orilla’. 

Y hay un montón de circunstancias en torno a esta invitación de Jesús. Han de atravesar el lago. Pero es también el atardecer y cruzar la distancia hasta la otra orilla cuando ya pueden comenzar a aparecer las sombras de la noche, puede ser que no sea plato de buen gusto. Pero en esta ocasión no fueron solo los nubarrones oscuros de la noche sino también los nubarrones de la tormenta que se levantó cuando iban a medias en la travesía. Las olas y los vientos batían contra la barca y comenzaron a tener miedo de zozobrar. Y Jesús dormía.

Quien había levantado a los discapacitados de sus camillas, quien había hecho recobrar la vista a los cielos, quien había limpiado a los leprosos, quien se había manifestado con poder frente a los espíritus inmundos. ¿Ahora no podía o no quería hacer nada para sacar a sus amigos de la posible zozobra en medio de aquella tempestad? Jesús dormía. Parecía no importarle nada de lo que estaban pasando.

¿Se atreverían a despertarle? ¿Acudirían a El pidiendo socorro como lo hacían los enfermos y los paralices, los ciegos y los leprosos, los que se veían azotados por aquella posesión del maligno? Acudirían ellos también a despertarle. ‘Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?’

¿Serán también las dudas que algunas veces nos puedan atormentar en esa travesía de la vida cuando nos sentimos sin fuerzas, nos parece que estamos abandonados, el cielo de la vida se nos llena de nubes oscuras, tenemos los vientos en contra? Es cierto que así nos sentimos en muchas ocasiones cuando se nos hace difícil la vida, cuando el camino se nos hace oscuro, cuando nos entran dudas por dentro, cuando también se nos tambalea la fe.

Quizás nos metimos en la boca del lobo, porque se nos debilitó nuestro espíritu, no cuidamos suficientemente nuestra fe, nos dejamos arrastrar por las pendientes de las tentaciones y no pusimos suficiente cuidado; nuestras debilidades nos fueron envolviendo, nos dejamos influir por el ambiente pagano que nos rodea, fuimos perdiendo un sentido sobrenatural y religioso en nuestra vida porque fuimos abandonando muchas cosas buenas que nos hubieran ayudado a mantener la llama de nuestra fe encendida, y ahora nos cuesta levantarnos, ahora andamos cegados de tal manera que no somos capaces de darnos cuenta que el Señor no nos deja solos; y nos quejamos de que está dormido, que no nos escucha, que no atiende a nuestras suplicas cuando fuimos nosotros los que no le escuchamos porque preferimos entretenernos con otros cantos de sirena.

Tenemos que sentir una sacudida muy fuerte dentro de nosotros que nos haga despertar; somos nosotros los que estamos dormidos, o peor aun, como muertos en la situación a la que hemos llegado. Despertemos y no temamos decirle a Jesús, aunque parezca una recriminación, ‘Maestro, ¿es que no te importa que nos hundamos?’ Cuando lleguemos a ser capaces de decir eso es porque ya estamos nosotros despertando y comenzando a darnos cuenta de donde tenemos que dirigir nuestros pasos.

Jesús va a estar ahí, junto a nosotros, para ponerse en pie y calmar la tormenta. Y vendrá una gran calma. Sentiremos de nuevo la paz, porque estaremos sintiéndonos inundados de su amor. Despertemos que somos nosotros los que andamos dormidos. No temamos ponernos en camino, ir a la otra orilla con Jesús. Es un riesgo que merece la pena porque sabemos quien está con nosotros siempre.

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