No
pasemos de largo volviendo nuestra mirada para otro lado para no ver, en esa
mirada tiene que estar la mirada de Jesús que nos llega al corazón
Hebreos 7,1-3.15-17; Salmo 109; Marcos 3,1-6
¿Necesitamos también unas medidas, unos
pesos, unas reglas para contabilizar el bien que vamos haciendo? Ante esta
pregunta seguro que todos responderán con aquello de ‘haz bien y no mires a
quien’, que cuando hacemos una cosa buena es porque nos sale del corazón y
ponemos todo nuestro amor en lo que hacemos. Es cierto, no lo niego, pero tras
esos pensamientos siempre pueden aparecer algunas sombras, no somos tan
generosos como decimos, y en más de una ocasión habremos echado en cara a
alguien todo lo que hemos hecho por él y siempre no encontramos
correspondencia.
Me viene a la mente el recuerdo de
cuando con la más buena voluntad del mundo nos insistían mucho en los actos
piadosos que pudiéramos hacer y que serían como punto en el carné de nuestra
vida cristiana, las misas a las que asistimos, las novenas en las que participamos,
las procesiones a las que íbamos ya fuera en la fiesta ya en semana santa, las
cofradías a las que nos habíamos apuntado, los primeros viernes de mes que ya
nos valían para tener una salvación segura.
Quizás fueron momentos de fervor y
religiosidad y se pretendía que tuviéramos como muy importante todo lo que
fuera el culto que le diéramos a Dios, pero en nuestra manera de hacer cuentas
ya estábamos haciendo la lista de todo lo que habíamos hecho. Pero ¿nos podemos
quedar solo en eso? ¿La vivencia del Reino de Dios no tendría que manifestarse
en muchas mas cosas? Porque además no se trata de sustituir una religión por
otra. Algo más hondo tiene que ser el seguimiento de Jesús.
Me han venido a la mente todas estas
consideraciones desde el hecho que se nos relata hoy en el evangelio. Hemos
venido viendo últimamente las cuestiones que le planteaban a Jesús en relación
a lo del descanso sabático. Hoy nos aparece otra situación similar. Jesús va a
la sinagoga y allí hay un hombre con una mano paralizada. Ya todos conocían la reacción
de Jesús ante el dolor y el sufrimiento. Además Jesús quería mostrar con lo que
hacía las señales del Reino de Dios que se estaba haciendo presente entre
ellos. Pero como siempre hay alguien al acecho porque es sábado y curar a
alguien era considerado como un trabajo.
Jesús tiene claro cual es su misión y
lo que tiene que realizar. Nada le acobarda. De ahí la pregunta que Jesús les
hace: ‘¿Qué está permitido en sábado?, ¿hacer lo bueno o lo malo?, ¿salvarle
la vida a un hombre o dejarlo morir?’. El bien de la persona tiene que
estar siempre por encima de todo. Y es lo que Jesús realiza. ‘Ellos
callaban. Echando en torno una mirada de ira y dolido por la dureza de su
corazón, dice al hombre: Extiende la mano. La extendió y su mano quedó
restablecida’.
¿Estaremos nosotros por esa labor?
Cuántas veces pasamos de largo en los caminos de la vida volviendo nuestro
rostro para otro lado para no enfrentarnos a esos que nos miran desde su
necesidad. No nos gustan esas miradas, decimos muchas veces, pero no nos gustan
porque nos llegan al alma, allí donde tendríamos que tomar una decisión y no la
tomamos. Prueba a ver en esa mirada los ojos de Jesús que te están mirando.
Recordemos lo que El nos dice que cuando hagamos al otro a El se lo hacemos. Si
comenzáramos a hacerlo así, otro sería el mundo que estamos construyendo.
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