sábado, 3 de agosto de 2024

De una forma o de otra seguimos cortando la cabeza del Bautista con nuestros prejuicios o nuestros miedos al quedarnos impertérritos ante un mundo insolidario y cruel

 


De una forma o de otra seguimos cortando la cabeza del Bautista con nuestros prejuicios o nuestros miedos al quedarnos impertérritos ante un mundo insolidario y cruel

Jeremías 26, 11-16. 24; Salmo 68; Mateo 14, 1-12

Cuando la conciencia no la tenemos tranquila cualquier cosa que suceda, que se diga o se comente en nuestro entorno hará que en nuestro interior salten los resortes del alma, vamos a decirlo así, y nos llenamos de inquietudes y de intranquilidad, como si alguien hubiera detectado lo que nos pasa y en el momento menos esperado vengan a pedirnos cuentas.  ¿Causas de muchos insomnios? ¿De mucha intranquilidad que nos hacer estar alerta para justificarnos aunque nadie nos pida justificación? ¿Buscamos maneras para desviar la atención desde los miedos que llevamos en el alma?

¿Sería algo así lo que le estaba pasando a Herodes? Aunque estuviera enfrascada en sus fiestas y en sus lujos a él llegaban noticia también de lo que sucedía en Galilea, donde había aparecido un profeta, al menos así lo consideraban muchos de la gente sencilla aunque a otros sectores también les produjera inquietud; no en vano era el rey de Galilea, aunque fuera bajo el dominio y la supervisión de los romanos, que en Jerusalén tenían su pretor.

Cuando oye hablar de Jesús piensa que es Juan Bautista que ha resucitado y con todo poder se está manifestando ahora en ese profeta que ha aparecido por Galilea. Y el evangelista nos recuerda de donde provienen los temores o remordimientos de conciencia de Herodes; había mandado matar a Juan. Inducido por su mujer primero lo había metido en la cárcel para hacerlo callar, porque le denunciaba que aquel matrimonio que estaba viviendo no era un matrimonio, porque aquella mujer era la mujer de su hermano.

Sin embargo Herodes sentía un cierto respeto por Juan, no en vano era judío y creía en los profetas; de alguna manera así lo consideraba, pero Herodías seguía conspirando contra el Bautista buscando la manera de quitarlo de en medio. La ocasión vino oportuna en la fiesta del cumpleaños de Herodes donde estaba rodeado de toda su corta y de todos sus lacayos cuando la hija de Herodías bailó para Herodes y los comensales. En los momentos de euforia de una fiesta se promete hasta lo que no se puede cumplir y es lo que hace Herodes. Y la petición vino en bandeja, bueno, en bandeja pedían la cabeza de Juan.

No podía negarse por el juramento que había hecho en presencia de todos los comensales. Las euforias, los miedos y respetos humanos, la pendiente de la pasión de una vida desordenada de la que uno no se quiere arrancar, las cobardías para dar un paso diferente, la inconsciencia de una vida llena de superficialidad nos hacen rodar a los peores abismos. Luego vendrá el sentirnos mal, pero siempre quedará ahí esa cobardía para no dar ese necesario paso atrás para volver a caminos de rectitud.

Y es que cuando hoy estamos escuchando este evangelio no nos quedamos en el relato un tanto turbio de algo sucedido en otro momento para hacer nuestro juicio sobre las conductas de otras personas. Qué fáciles son esos juicios, porque realmente no nos implican en nada, porque no terminamos por mirarnos a nosotros mismos. El juicio tenemos que hacerlo pero mirándonos a nosotros mismos también en ese descontrol en que tantas veces nos metemos en la vida; también nos dejamos arrastrar por la superficialidad, dejamos incontroladas nuestras pasiones y no sabemos salir del bache en que tantas veces nos metemos en la vida, también actuamos pensando en lo que puedan decir los demás queriendo hacernos acomodaticios a todo y a todos, pero no desde la rectitud de nuestra vida, también tenemos nuestros miedos y nuestros complejos que nos impiden ser libres de verdad por dentro.

De una forma o de otra seguimos cortando la cabeza del bautista con nuestros prejuicios, con nuestras desconfianzas o con nuestros miedos al qué dirán, con nuestras vanidades para quedar bien – para salir bien en la foto, como se suele decir -, con nuestros hipocresías porque realmente no nos manifestamos tal como somos también con nuestras debilidades y fracasos, con nuestros quedarnos impertérritos ante tantas cosas que suceden en nuestro mundo insolidario y cruel.

¿Habrá algo que nos está pidiendo hoy esta buena noticia que nos viene de Dios aún en este hecho que nos pudiera resultar desagradable como es la muerte del bautista?


viernes, 2 de agosto de 2024

Nos acostumbramos a las mismas veredas y no tenemos ánimo para descubrir los nuevos caminos que el Espíritu va abriendo ante nosotros con la novedad del evangelio

 


Nos acostumbramos a las mismas veredas y no tenemos ánimo para descubrir los nuevos caminos que el Espíritu va abriendo ante nosotros con la novedad del evangelio

Jeremías 26, 1-9; Salmo 68; Mateo 13, 54-58

‘¿De donde saca todo eso?’, lo habremos dicho también. Nos sentimos sorprendidos porque no pensábamos que aquella persona pudiera tener aquellos razonamientos. Quizás incluso le dimos la mano, como se suele decir, en sus comienzos animándolo a hacer cosas distintas, a emprender algo que parecían ser sus sueños, a que intentara al menos hacer algo aunque le pareciera que le salía mal, dándole confianza para que creyera en si mismo. Pero ahora nos sentimos sorprendidos, sus apuntes de reflexiones tienen una profundidad que no pensábamos que esa persona pudiera lograr.

Y claro por nuestra parte caben también varias reacciones, porque incluso nos encontramos divididos en nosotros mismos; y aunque le dimos el impulso, vemos que está llegando a donde no imaginábamos, y hasta se nos pueden meter unos celos ahí dentro de nosotros, porque esa persona logras cosas que no pensábamos que fuera capaz; ¿tendremos miedo que nos haga sombra? Cosas así se nos pueden meter en la cabeza y hay el peligro que nuestras reacciones no sean tan positivas; somos humanos.

Me hago esta reflexión partiendo de cosas que realmente así nos pueden suceder en la vida y contemplando la reacción de las gentes de Nazaret ante la presencia de Jesús en su sinagoga. Es cierto, lo habían visto de niño y de joven entre ellos. ¿Destacaría en aquel Jesús, el hijo del carpintero? No vamos a dejarnos llevar por las imaginaciones que nos encontramos en los evangelios apócrifos que tan poco valor histórico y teológico nos presentan, pero es cierto por otra parte que algo podrían haber descubierto en aquel niño, en aquel joven sus convecinos de Nazaret. Sin embargo era solamente el hijo de María, el joven carpintero de Nazaret.

Ahora les habrán llegado noticias de las andanzas de Jesús, por Cafarnaún, por los alrededores de Tiberíades, por los pueblos y aldeas de Galilea, que sabían que iba anunciando la llegada del Reino nuevo de Dios y su predicación iba acompañada de signos y milagros. ¿Qué esperan que haga en Nazaret? ¿Tendría que hacer algo especial allí, pues en fin de cuentas era su pueblo y por allí andaban sus parientes?

Admiración sienten, porque se preguntan que de donde ha sacado todo eso, pero sus dudas tienen por dentro que llena sus corazones de desconfianza. No terminaban de creérselo. ¿Qué era eso que Jesús anunciaba que por lo que podían intuir les tendría que hacer salir de sus rutinas y de su modorra? Es que Jesús hablaba de cambio, de conversión, mientras ellos estaban bien como estaban. Si aquel profeta no producía la revolución que ellos esperaban para verse liberados del yugo opresor de los romanos, nada les hacía que creyeran en El. Por eso marcan sus distancias, recordando que ellos sabían bien quien era, porque era solo el pobre hijo del pobre carpintero, que a nada de lo que eran sus aspiraciones había llegado. Sus caminos parecían divergentes.

¿Andaremos también por caminos de ese calibre donde en cierto modo mantenemos también nuestras distancias de la Palabra que escuchamos en el evangelio? ¿No querremos nosotros también permanecer en nuestras modorras, en nuestras rutinas, en nuestras viejas costumbres que parece que con ellas tan bien nos iba?

Cuando nos llega la Palabra que nos hace despertar porque la sentimos como un grito en el alma, también tratamos de calmar nuestros ánimos, porque nos decimos que no es para tanto, que tenemos que hacer nuestras interpretaciones, que tenemos que conjugar la novedad que ahora escuchamos con lo que hemos hecho siempre. Nos acostumbramos a las mismas veredas y no tenemos ánimo para descubrir los nuevos caminos que el Espíritu va abriendo delante de nosotros.

Nos cuesta arrancarnos, despertarnos, salir de lo mismo que siempre hacemos; parece que se acaban las iniciativas, que no terminamos de ver la novedad del evangelio, que nos encontramos en la disyuntiva del camino que hemos de tomar.

jueves, 1 de agosto de 2024

Que crezca en nosotros la sabiduría de Dios porque nos quede ese buen olor, ese buen sabor de cuanto hemos aprendido del evangelio que da un sentido nuevo a la vida

 


Que crezca en nosotros la sabiduría de Dios porque nos quede ese buen olor, ese buen sabor de cuanto hemos aprendido del evangelio que da un sentido nuevo a la vida

Jeremías 18, 1-6; Salmo 145; Mateo 13, 47-53

En la red de los mares de la vida nos encontraremos variedad de peces. Como cuando echamos la red al mar para pescar, no solo vamos a encontrar en la red aquellos que más deseamos sino que enzarzados en la red encontraremos toda clase de peces, que unos nos servirán y otros no.

Es lo que nos vamos encontrando en la vida, en sus caminos, en nuestros encuentros, gente que nos parece bien y con quien estaremos más o menos en sintonía, pero también otros que piensan distinto o actúan en posturas bien contrarias a lo que son nuestros valores o nuestros principios. En ese conglomerado tenemos que navegar, tenemos que hacer nuestra vida, tendremos quizás que marcar nuestras diferencias porque queremos que brillen nuestros valores, pero no significa que dejemos de respetar a los que son de otra manera. En ese mundo tenemos que caber todos mientras nos guardemos el debido respeto y valoración, y sabiendo aprovechar también lo  bueno que pueda brillar en los demás.

Es la sabiduría con que tenemos que afrontar la vida, es la sabiduría que nos hace tener también una mirada amplia y llena de respeto, es la sabiduría con que aprovecharemos todo lo bueno que no significa que hagamos unas mezclas en las que al final todo nos parezca igual. No valen sincretismos de que todo vale, pero si tenemos que tener esa sabiduría para aprovechar todo lo bueno. No es fácil, podemos entrar en confusiones, si no tenemos los pies bien asentados en nuestros fundamentos podemos fácilmente deslizarnos de manera que al final no sabemos dónde estamos.

Nos ha venido Jesús hablando con distintas parábolas para irnos describiendo lo que es el Reino de Dios y los valores fundamentales de ese Reino de Dios. Nos ha hablado con distintas parábolas que nos hablan de la semilla, de las distintas respuestas del terreno donde ha sido sembrada, pero también de la maleza que se nos puede meter por medio, que sabemos bien que es una realidad, y que tenemos que saber sortear por una parte, o convivir con esa realidad intentando mantener la pureza de nuestra semilla y nuestras plantas, para que al final podamos obtener un fruto.

Hoy finalizando este capítulo donde el evangelista ha situado el conjunto de esas parábolas nos habla Jesús de la red arrojada al mar y en la que vamos a encontrar esa variedad de peces, aunque algunos tengamos que descartar porque no nos son válidos. Es lo que ahora hemos venido reflexionando y que de alguna manera resume lo que Jesús ha querido decirnos. Unas palabras, como lo son siempre las palabras de Jesús, que nos alientan en nuestro camino, en nuestras luchas, en nuestros esfuerzos por superarnos pero también por ser fieles a pesar de los vientos en contra que podamos encontrar. Nos agarramos fuerte a la luz para que no deje de alumbrarnos en el camino; así nos apoyamos en la Palabra de Jesús. Así vamos aprendiendo esa sabiduría del evangelio.

Por eso finalmente nos hablará del hombre sabio que sabe sacar del viejo arcón lo que es válido de verdad para nuestra vida, dejando a un lado lo que es inservible. Esa sabiduría que va creciendo poco a poco en nuestro interior, que es como ese poso que nos va quedando en el fondo lleno de los mejores sabores y olores después que en él hemos ido arrojando toda clase de sustancias. Habrá cosas que se diluyen y evaporan y parece que se olvidan porque ya no se tienen en cuenta, pero en el fondo ha quedado ese buen sabor, ese olor agradable que enriquece nuestra vida, es esa sabiduría de la vida que vamos adquiriendo con el paso de los años.

La sabiduría no está en los muchos libros que hayamos leído o estudiado, una biblioteca grande que hayamos formado con muchos tomos en lo que podríamos llamar estantes de nuestra vida, sino en ese conocimiento que en el fondo nos queda, podíamos decir que tomado de acá y de allá, y que nos da un sentido nuevo a cuanto hacemos o decimos.

Que crezca en nosotros esa sabiduría de Dios. Y ya sabemos cómo tenemos que hacerlo.


miércoles, 31 de julio de 2024

Estamos al tanto de la última tecnología de última generación, pero nos hemos dejado de preocupar por el tesoro de la buena noticia siempre nueva del evangelio

 


Estamos al tanto de la última tecnología de última generación, pero nos hemos dejado de preocupar por el tesoro de la buena noticia siempre nueva del evangelio

Jeremías 15,10.16-21; Salmo 58; Mateo 13,44-46

Hoy queremos estar a la última; nos enteramos que salió un móvil - celular dicen en otros sitios – de última generación, o cualquier otro aparato electrónico o de informática con no sé cuantas aplicaciones y mejoras – yo ya me he quedado obsoleto en estas cosas – y corriendo vamos a conseguirlo, cueste lo que cueste, porque no nos podemos quedar atrás, porque no podemos ser menos que el amigo que ya lo tiene y va luciéndose por todas partes. Cuánto interés ponemos en estas cosas, cómo somos capaces de gastarnos lo que no tenemos con tal de estar a lo último.

Se me ha ocurrido poner esto tan propio de nuestros días, porque de alguna manera es una traducción de las parábolas que nos propone hoy Jesús en el evangelio, el tesoro encontrado en el campo, o la perla preciosa que hemos descubierto; en fin de cuentas tenemos hoy todos esos ‘aparatejos’ electrónicos como un gran tesoro para nuestra vida en virtud de cuantas cosas nos ofrecen y de las utilidades que tienen en la vida de hoy. Aquellos de la parábola eran capaces, como nos dice Jesús, de vender cuanto tenían con tal de conseguir aquel tesoro. Claro que hoy no solo es todo eso de la tecnología, de la que hemos venido hablando, sino también pensemos que, como se suele decir, vendemos el alma al diablo por algunas satisfacciones, por cosas que decimos que nos hacen felices, o muchas veces por dar esa apariencia de poder y de grandeza que manifestamos en tantas cosas de la vida.

Pero Jesús nos está diciendo que quien encuentra un sentido para su vida es como quien está encontrando un tesoro; nos habla del reino de Dios, del reino de los cielos. Es el gran mensaje que Jesús nos está presentando desde el inicio de su predicación. Y ya nos decía desde el principio cómo tendríamos que desprendernos de muchas cosas para poder creer y aceptar esa buena noticia que El nos estaba presentando. Convertíos, nos decía, para creer en la Buena Noticia.

Y esa Buena Noticia era hablarnos del Reino de Dios; no era hablar de un reino nuevo que había de establecerse en Israel para recuperar su soberanía; era la imagen que los confundía, y cuando comprendían que Jesús no iba precisamente por ese camino muchos le rechazaron. Ese Reino de Dios que Jesús les anunciaba era algo mucho más hondo porque era algo que había de realizarse en lo más hondo de la vida; era descubrir un sentido nuevo de la vida donde el único Señor de nuestra vida sería Dios, por eso lo llamaba reino de Dios.

Pero es que cuando se descubría esto, se estaba descubriendo un sentido más grandioso de la persona, se estaba queriendo recuperar la verdadera dignidad y grandeza de la persona que no podía quedarse en apariencias ni vanidades, ni en ritos ni en cumplimientos. Por eso nos está hablando de que ese sentido tiene su raíz en el amor; desde el amor que Dios nos tiene y desde el amor que en consecuencia hemos de tenernos los unos a los otros. Y amarnos es respetarnos, y valorarnos, y buscar el bien de la persona y respetar siempre su dignidad, es engrandecernos por dentro desde la generosidad con que vivamos la vida y nuestras relaciones con los demás, es buscar la verdadera felicidad, la que nos llena de satisfacciones por dentro y que nos conducen a una plenitud.

Descubrir todo esto es en verdad descubrir un tesoro, y quien encuentra el tesoro lo querrá tener consigo siempre. Por él lo daríamos todo. Ojalá tuviéramos tanto interés por encontrar ese sentido de la vida, como tenemos interés por estar al día en las últimas tecnologías o las últimas cosas que se lleven en el momento presente, ya sean las modas, ya sea las músicas, ya sean las últimas cosas que nos salgan en las redes sociales.

¿Aprenderemos algún día a valorar en todo su sentido el evangelio? ¿Pondremos todo el interés del mundo por escuchar el mensaje de la palabra de Dios igual que estamos al tanto de la última canción o del último concierto que nos da el artista del momento? ¿Prestaremos la misma atención al mensaje de la palabra de Dios como el interés que mostramos por escuchar y seguir al último ‘influencer’, o como se diga, del momento?

martes, 30 de julio de 2024

Una invitación a la esperanza y al compromiso nos está haciendo Jesús porque no todo está perdido y podemos hacer brillar un día los valores del Reino de Dios

 


Una invitación a la esperanza y al compromiso nos está haciendo Jesús porque no todo está perdido y podemos hacer brillar un día los valores del Reino de Dios

Jeremías 14, 17-22; Salmo 78; Mateo 13, 36-43

‘El que tenga oídos, que oiga’, termina diciéndonos hoy Jesús al concluir la explicación de la parábola, tal como le piden sus discípulos. ¿Qué nos quiere decir? Puede parecer una frase innecesaria o una frase enigmática y a la larga nos puede parecer hasta contradictoria. Claro que el que tiene oídos es para oír. Pero no siempre oímos, no siempre escuchamos, no siempre comprendemos.

Cuanto nos cuesta muchas veces entender; y no es siempre porque no esté claro lo que se nos trata de trasmitir; todos habremos tenido la experiencia de estar en un sitio escuchando algo, o en medio de una conversación, y de pronto alguien nos pregunta ¿qué es lo que dijeron?, y no podemos contestar porque aunque allí estábamos nuestra mente en ese momento estaba, por así decirlo, a kilómetros de distancia absortos en nuestros pensamientos o nuestras elucubraciones.

No cuesta entender porque no prestamos atención, escuchamos lo que nos interesa, andamos por las superficialidades de la vida y vamos cogiendo aquí y allá lo que nos gusta o apetece pero sin que nos signifique mucho esfuerzo, nos molesta lo que nos están diciendo, recibimos tantas influencias externas como cantos de sirena que quieren llevarnos por sus caminos o quieren apartarnos de nuestros valores… tantas distracciones, tantas disculpas que nos ponemos, tanta cerrazón de nuestra mente que nos oscurece la vida.

Por eso nos dice hoy Jesús que el que tiene oídos, que oiga, que estemos atentos, que prestemos atención, que confrontemos nuestra vida, que nos dejemos iluminar por la verdadera luz, que no nos confundan luces efímeras, que abramos bien los oídos de nuestro corazón.

Había propuesto Jesús una parábola que hablaba de buena semilla sembrada en el campo, pero en el que también el enemigo sembró cizaña; ahora la cosecha se veía malograda, ¿cómo salir adelante?

Un retrato de la realidad de la vida, un retrato de la inmensa tarea que la Iglesia tiene en medio de nuestro mundo, un retrato de nuestra tarea y nuestro compromiso. ¡Qué bello sería el campo donde vemos florecer la buena cosecha! ¡Qué bellos nuestros campos en el reverdecer de la primavera cuando todo se llena de colorido, contemplamos nuestros árboles frutales florecidos como anuncio de una buena cosecha de frutos en el verano! Pero es triste cruzar en medio de campos mal cultivados, en los que las yerbas y matorrales lo inundan todo mermando la capacidad de producir de aquello que allí hemos sembrado y queremos cultivar.

Pero ese es el campo de la vida. Queremos sembrar y sembramos de hecho buenas semillas, pero contemplamos al mismo tiempo que no prosperan esas plantas, esos valores que queremos cultivar. Hay una continua confrontación que muchas veces nos puede llevar a todos a la confusión. Pero es donde tiene que florecer la firmeza y la madurez que tiene que haber en nuestra vida para no dejarnos confundir, para no dejarnos arrastrar por otros planteamientos que pudieran hacernos, para dar un testimonio claro de esos valores del Reino de Dios por el que nosotros hemos optado.

No se trata de arrasar nosotros a los contrarios como tantas veces vemos que sucede donde todo el que no piense como nosotros es un adversario peligroso al que tenemos que hacer desaparecer; es un estilo que se está imponiendo en nuestra sociedad donde cada vez nos cuesta más dialogar para aunar esfuerzos en lo bueno. Dice aquel buen hombre de la parábola que habrá que dejar crecer juntos el trigo y la cizaña, que solo al final se decantarán por lo que es bueno. Es el camino que hemos de hacer en la vida, pero sin dejar que la maldad nos malee.

Es una invitación a la esperanza y al compromiso lo que nos está haciendo Jesús con esta parábola. No todo está perdido por mucha cizaña que veamos en nuestro mundo, porque es ahí donde tenemos que dar nuestro testimonio. Y los corazones si los podemos transformar, sí podemos hacer que se dejen iluminar, si podemos lograr ese mundo nuevo empapado de los valores del Reino de Dios. ‘El que tenga oídos, que oiga’.

lunes, 29 de julio de 2024

En el amor de Dios desaparecen los signos de muerte, en el amor de Dios porque creemos en El tendremos vida para siempre, nos sentimos inundados de amor

 





En el amor de Dios desaparecen los signos de muerte, en el amor de Dios porque creemos en El tendremos vida para siempre, nos sentimos inundados de amor

1 Juan 4,7-16; Salmo 33; Juan 11,19-27

Allí donde hay amor hay vida, las sombras de la muerte no pueden perturbar el resplandor de la vida; donde hay amor estaremos siempre abocados a la resurrección aunque medien por medio – valga la redundancia – signos de muerte. Donde hay amor verdadero nos llenamos de Dios y con Dios siempre habrá vida en nosotros, porque Dios es amor y nos regala su vida; será el amor el que sane las heridas de muerte en que nos vayamos metiendo en nuestra existencia, es la medicina que nos sana y que nos llena de vida.

Es hermoso lo que estamos considerando a la luz de la Palabra de Dios que hoy se nos ofrece, pero es triste al mismo tiempo que no seamos capaces de vivirlo, porque muchas veces buscamos esas sombras, porque muchas veces en nuestro vivir damos demasiadas señales de muerte cuando nos olvidamos del amor. Qué distinto sería si lo llegáramos a comprender, pero no solo a meterlo intelectualmente en nuestra cabeza sino hacer que esos sean los latidos de nuestro corazón.

De ese amor nos habla la carta de san Juan en la primera lectura, pero en esas señales de muerte nos hace pensar el texto del evangelio que hoy se nos ofrece. Hoy estamos celebrando la fiesta de unos amigos de Jesús, los hermanos de aquel hogar de Betania donde tantas veces vino Jesús a descansar, Lázaro, Marta y María, aunque la liturgia hace hoy especial hincapié en Marta. Eran los amigos de Jesús, donde tan a gusto se sentía cuando se detenía a su paso por aquel hogar de Betania, o donde tantas veces le sirvió como de refugio y descanso cuando subía a la cercana Jerusalén. Por distintos caminos hemos recordado muchas veces esa estancia en el hogar de Betania o incluso más tarde el banquete que le ofrecerán que en cierto modo es como un anticipo de la pascua ya cercana.

Lázaro está enfermo y el aviso que le envían a Jesús que se había retirado más allá de Jordán a causa de los acontecimientos que se avecinaban es decirle ‘tu amigo está enfermo’. No es de muerte, les dirá Jesús a los discípulos, sino como un sueño, como diría un día también en referencia a la niña de Jairo, ‘no está muerta, sino dormida’. Los discípulos que no comprenden dirán sin embargo en buena sintonía que si no es sino un sueño, ya despertará. No olvidemos en nuestra consideración y seguimiento del episodio lo que hemos venido diciendo del amor, y allí había amor, porque eran los amigos de Jesús.

Cuando finalmente llega Jesús a Betania Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. Por medio están las cariñosas quejas y reproches de ambas hermanas, primero Marta y luego  María cuando también salió al encuentro de Jesús, ‘si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano’.

‘Tu hermano resucitará’, responde Jesús que había dicho que aquella enfermedad no era de muerte. Pero no se trata de la resurrección del final de los tiempos como viene a responderle Marta, sino que Jesús nos habla de quien cree en El tendrá vida para siempre. Creer en Jesús es algo más que decir ‘yo creo’. Creer en Jesús es ponerse en su onda de vida, creer en Jesús es entrar en lo que es la voluntad del Señor, creer en Jesús es dejarnos inundar de Dios, porque ya nos dirá que en quien cumple su Palabra el Padre y El vendrán y harán morada en su corazón. Y quien se deja inhabitar de Dios está lleno de vida, está inundado por el amor.

No es solo el amor con el que yo puedo y debo responder, sino en el amor que parte de Dios. El amor de Dios es primero. El amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que El nos amó y se entregó por nosotros, nos ha dicho san Juan en su carta. ¿Cómo puede haber muerte en nosotros? Creemos en El y tenemos vida para siempre, creemos en El y tienen que desaparecer de nuestra vida todos los signos de muerte. En el amor de Dios encontramos el perdón, la gracia, la vida divina. En el amor de Dios nos dejamos inundar de amor y eso es lo que tenemos que vivir. ‘Por eso todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios’ y tendremos vida para siempre.