sábado, 30 de marzo de 2024

En silencio nos quedamos junto a María, madre de los Dolores y de las Angustias, madre de la Soledad pero también madre de la Esperanza

 


En silencio nos quedamos junto a María, madre de los Dolores y de las Angustias, madre de la Soledad pero también madre de la Esperanza

Junto a la cruz de Jesús estaba su madre… así sencilla y escuetamente nos dice el evangelista. ¿Había habido un encuentro en la calle de la amargura camino del Calvario? La devoción popular y la tradición nos hablan de ello, viéndolo con toda normalidad; hecho que además en la tradición daría nombre a aquella calle, pues tal imaginamos era la amargura de la madre en el encuentro con el hijo condenado que llevan a crucificar.

Nosotros también en el amor de los hijos queremos ponernos en estos momentos al lado de la madre. La madre del crucificado con todo lo que eso significa, pero que es la madre que hoy se nos ha regalado. Detalles de Jesús, con su madre, con nosotros. Allí estaba el discípulo amado y es a él a quien le dice ‘he ahí a tu madre’; pero es que también se ha dirigido a María la que en aquel momento estaba perdiendo un hijo que se lo arrebataba la muerte, ‘mujer, ahí tienes a tu hijo’. Y nos dice el evangelista - ¿fue el mismo el que recibió el encargo? – que ‘desde aquella hora la recibió en su casa’.

Sí, queremos estar al lado de María, al lado de la madre, al lado de nuestra madre, pero vamos a hacerlo en silencio porque no es de otra manera como se pueden acompañar estos momentos. Sobran las palabras, habla el silencio. Muchos nombres, como calificativos, le damos en este día a María, dadas las circunstancias que vive. El más común Madre dolorosa, Madre de los Dolores, Virgen de los Dolores. El dolor y el sufrimiento de una madre que ve morir a su hijo. Algo que no vamos a describir porque es indescriptible. Pero una realidad dura que parte el corazón.

Simeón le había anunciado que una espada le traspasaría el alma y hasta siete espadas en nuestro amor y devoción vemos que atraviesan el corazón de la madre. Así la representamos, no faltará nunca el signo de esa espada en cualquier imagen de la Virgen de los Dolores. Casi más no podemos decir, no es necesario decir, porque sobran explicaciones. ¿Pregúntenselo a una madre que ve sufrir a un hijo enfermo con una enfermedad incurable? ¿A una madre que pierde un hijo en un accidente, en una guerra? ¿Pregúntenselo a una madre que no tiene pan para darle a su hijo que le dice que tiene hambre?

La llamamos también Virgen de las Angustias, quizás porque en ella al pie de la cruz de su hijo o caminando junto al cuerpo difunto de su hijo llegan hasta su tumba. Es un dolor insuperable que nos hace perder el alma, es una oscuridad grande que nos lleva a perder el rumbo de la vida, es un sin sentido que nos enloquece y nos hace perder todo equilibrio. ¿Sería así la angustia de María? Dolor había en su alma y podrá preguntarnos con las lamentaciones del profeta si es que hay un dolor semejante a su dolor, pero María era la mujer confiada de Dios, en El había puesto toda su fe y toda su confianza, y aunque había tenido momentos de incertidumbre en su vida – ‘¿Cómo será eso que no conozco varón?’ se había preguntado ante el ángel – era la mujer que se fiaba y decía sí. ¿No había dicho ella que era la esclava del Señor dispuesta a todo, a que se cumpliera la Palabra del Señor que le llegaba por boca del ángel?

También la invocamos como la virgen de la Soledad. Justo que la veamos y la invoquemos así cuando ha perdido todo lo que humanamente podía ser su apoyo, había perdido a su hijo. En esa soledad queremos nosotros acompañarla en estos momentos posteriores a la muerte de Jesús. Pero ya nos dice el evangelio junto a María estaba también María Magdalena y aquellas otras mujeres que habían venido con El desde Galilea. Aunque los discípulos de su hijo se habían dispersado y habían huido allí quedaba el discípulo amado que iba a recibir aquel hermoso encargo. Desde aquella hora la había recibido en su casa, como ya hemos comentado.

Soledad la llamamos e invocamos porque queremos expresar así lo que se puede sentir, lo que puede pasar por el corazón de una madre en estas circunstancias. No queremos esa soledad de María, porque además queremos que sea ella la que nos acompañe en nuestras soledades, en nuestras angustias, en nuestros dolores. Necesitamos esa madre que sabe estar a nuestro lado y nosotros queremos saber estar también a su lado. Por algo la llamamos también la Virgen de la Esperanza. Por mucho que fuera el dolor no faltó en ella la esperanza, porque era la primera que había plantado la Palabra de su Hijo en su corazón y entendía que la vida y el amor no se acaban, porque con Jesús la tenemos para siempre, con Jesús nos sentiremos siempre desbordados por el amor.

Y con ella hemos caminado esos pasos de la tarde del Viernes Santo, como la queremos acompañar en este Sábado que parece oscuro y silencioso pero que es preámbulo de un amanecer luminoso con resplandores de resurrección. En silencio nos quedamos junto a María, quizás muchas palabras han circulado ya por nuestra mente cuando la contemplamos, pero nada más vamos a decir. Que ese silencio nos hable, que ese silencio nos haga sentir una presencia que llena el corazón. Con María superaremos dolores y angustias, soledades y desesperanzas, porque con María sabemos llenarnos de luz y de vida, renace la esperanza en nuestro corazón.


viernes, 29 de marzo de 2024

Detengámonos y contemplemos, de frente, con valentía, escuchemos en silencio el susurro del amor de Dios

 


Detengámonos y contemplemos, de frente, con valentía, escuchemos en silencio el susurro del amor de Dios

 Isaías 52, 13 — 53, 12; Salmo 30; Hebreos 4, 14-16; 5, 7-9; Juan 18, 1 — 19, 42

Es viernes santo. Y casi está todo dicho. Es el día en que los cristianos conmemoramos la pasión y la muerte de Jesús. Ante nuestros ojos desfilan, podíamos decir que interminables, las imágenes de la pasión y de la muerte de Jesús. Caminamos por nuestras calles y desfilan a nuestro encuentro las imágenes de la pasión en las procesiones que en todas partes se realizan estos días; entramos a nuestros templos y nos vemos rodeados de las más diversas imágenes de la pasión; vamos a las celebraciones y escuchamos el hermoso relato de la pasión que nos hace hoy el evangelista Juan. ¿Llegaremos a estar saturados?

Detengámonos en cualquiera de esos momentos de la pasión que tan gráficamente se nos describen, aquel que más nos impresiona, aquel que nos hace pensar y nos interroga por dentro, aquel que será más conocido para nosotros; todos tenemos, es cierto, alguna preferencia especial, ante cuya imagen nos sentimos más sobrecogidos. Detengámonos ahí, no es necesario hacer recorrido por todos los momentos, y contemplemos; hagámoslo en silencio, no porque no hablemos, sino porque no nos adelantemos con pensamientos prediseñados o conclusiones que nos hayamos hecho en otros momentos de reflexión. Detengámonos así, como si fuera la primera vez y dejémonos sorprender.

En cualquiera de los momentos ante el que nos detengamos vamos a escuchar aquello que por dos veces repitió Pilatos, ‘he aquí al hombre, aquí está vuestro rey’. No desviemos la mirada ni nos entretengamos en nada sino miremos y escuchemos. Miremos de frente, sin temor, con los ojos bien abiertos, con el espíritu y el corazón bien abierto. Como hemos hecho silencio podemos escuchar un susurro de Dios.

¿Qué estaremos viendo a través de esa imagen de Jesús? Sí, vemos dolor y sufrimiento, un cuerpo atormentado, un cuerpo atravesado por el sufrimiento, pero vemos amor. Es la razón, es el motivo. Es la expresión del amor que nos tiene quien se dio por nosotros. No hay amor más grande, ya nos lo había dicho. Lo comprendemos. Es el amor de Dios Padre que nos entrega al Hijo; es el amor de Jesús que sube a Jerusalén, que sube a la cruz, libremente se entrega. Ha llegado su hora, pero es El quien da el paso adelante, porque hay amor, porque nos ama. ¿Cómo nos sentimos ante tanto amor? ¿Qué es lo que podemos decir? Nos quedamos en silencio, contemplando, rumiando en nuestro interior, sintiéndonos invadidos por ese amor, quedándonos transformados en el amor.

Estamos contemplando a Dios. Estamos sintiendo como nunca la presencia de Dios porque nos sentimos envueltos por su amor. Estamos contemplando cómo se ha bajado del cielo para caminar con nosotros, para caminar entre nosotros, para hacerse uno con nosotros. Se anonadó, porque se hizo esclavo desde el amor. Se anonadó porque haciéndose como nosotros quiso morir como nosotros. Se anonadó porque lo contemplamos en una terrible muerte de Cruz.

Es Dios y se hizo hombre y está sufriendo con toda la humanidad doliente. ‘He aquí al hombre’, había dicho Pilato. Es Jesús, pero en él vemos todo hombre que sufre, toda la humanidad doliente. Asumió nuestro dolor para que en el dolor de todos los hombres le viéramos a El. Sí, eso nos dijo. Y está en el hambriento y en el sediento, en el enfermo y en el que está en la cárcel, en el que está solo y en el que se encuentra en los oscuros callejones de la vida, en el que sufre el desprecio y la discriminación y en el que lleva en su carne los duros horrores de la guerra, en el que es perseguido o despreciado por ser distinto, por ser de otra raza, por ser de otro lugar, porque actúa de otra manera o piensa distinto, en todo el que sufre o que padece por cualquier motivo.

Cuanto le hiciéramos a uno de esos pequeños, a El se lo hacemos, así nos dijo. Cuando hoy lo contemplamos en su pasión y en su muerte seguramente nos hubiera gustado estar allí para liberarlo de ese sufrimiento, para ser quizás ángel del consuelo, para ponernos en su lugar, para acompañarlo con nuestra presencia como Juan, como María Magdalena, como María, su madre. Sí, hoy, pongámonos a su lado en los nuevos calvarios de la vida. Pongámonos a su lado en todos esos que sufren, y ante los cuales tantas veces pasamos insensibles y quizá sin mirarlos. Mirando hoy a Jesús en la cruz aprendamos a mirar a nuestro alrededor para encontrar a ese ser que se encuentra sumido en su soledad, a mirar a nuestro alrededor y descubrir tantas lágrimas que se derraman sobre tantos rostros pero en las que nunca nos habíamos fijado, a mirar de una manera nueva el dolor y el sufrimiento que quizás causamos con nuestros desaires o con la despreocupación con que vamos por la vida.

Dejémonos mirar por Jesús con aquella misma mirada compasiva con que miró a Pedro después de su negación, como miró a Juan desde lo alto de la cruz para entregarle a su madre, como miró a quienes le crucificaban para perdonar y para disculpar, como miró a nuestro mundo para llenarlo de nueva vida y de amor. Algo nuevo tiene que comenzar a brotar dentro de nuestro corazón, una nueva vida tiene que estar gestándose en nosotros. Vamos camino de la Pascua, porque sentimos el paso de Dios por nuestra vida. En nosotros queda siempre la esperanza de la resurrección. Dios está hablando a nuestro corazón.

jueves, 28 de marzo de 2024

En este triduo pascual no olvidemos que estamos celebrando la gran fiesta del amor que se nos manifiesta en la pascua de Jesús y que hemos de hacer como El en nuestra vida

 



En este triduo pascual no olvidemos que estamos celebrando la gran fiesta del amor que se nos manifiesta en la pascua de Jesús y que hemos de hacer como El en nuestra vida

Éxodo 12, 1-8. 11-14; Salmo 115; 1 Corintios 11, 23-26; Juan 13, 1-15

En estos momentos que suenan a despedida da la impresión de que Jesús nos está insistiendo mucho que no lo podemos olvidar, que tenemos que recordarlo siempre, que tenemos que hacer las mismas cosas que El. Son las recomendaciones que se hacen los seres queridos cuando tienen que despedirse porque van a estar lejos físicamente los unos de los otros, son lo que llamamos las ultimas voluntades a la hora de despedirnos de este mundo y de los nuestros que no es solo el testamento de un reparto de bienes o propiedades sino que sabemos que va más allá, porque son las recomendaciones para una forma de actuar, una forma de vivir que es la mejor herencia y que será el mejor cumplimiento cuando hacemos las cosas como nos dijeron.

Lo pongo como ejemplo, pero es lo que Jesús repite, ‘haced esto en conmemoración mía’ o como les dice después de levantarse del suelo de haberles lavado los pies ‘os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis’. Me vais a recordar, haciendo lo mismo que yo, viene a decirles.

Por eso es tan importante esta cena pascual que Jesús realizó con sus discípulos. ‘Sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo…’ comienza diciéndonos el relator del evangelio. Llegaba el día de la Pascua; llegaba, más bien tenemos que decir para hacerlo con todo sentido, la hora de la Pascua.

No era solo aquella conmemoración que los judíos realizaban cada año comiendo el cordero pascual y conmemorando su salida de Egipto. Aquella había sido muy importante y había marcado al pueblo para siempre, porque había sido el comienzo de su identidad como pueblo; había sido la liberación de Egipto y el camino hacia la libertad, hacia la tierra prometida. Era importante y aquella cena tenía el valor de un rito conmemorativo que era una forma también de dar gracias a Dios por su realidad de pueblo.

Pero aquella cena de Jesús con los suyos tenía un significado especial. ‘Había llegado su hora…’ Pero era una hora nueva de Dios para una humanidad nueva. Y Jesús quería dejarnos, por así decirlo, una señal de esa nueva pascua. Por eso les dice ‘haced esto… para que vosotros también lo hagáis’. Lo llamamos la Eucaristía, lo sentimos como el amor hasta el extremo de Dios por nosotros.  Por eso cuando nosotros estemos haciendo lo mismo que Jesús y que El nos mandó que hiciéramos, como nos diría san Pablo, ‘cada vez que comemos de este pan y bebemos de este cáliz estamos anunciando, proclamando la muerte del Señor hasta que vuelva’.

¿No es por eso por lo que decimos que cada vez que celebramos lo que El nos mandó celebrar, cada vez que celebramos la Eucaristía estamos celebrando el sacrificio de Cristo?

Sí, tenemos que repetir, hacer de nuevo, todo lo que Jesús hizo. Y como hizo Jesús en aquella noche el pan para nosotros ya será su Cuerpo que se entrega por nosotros, y el vino de la copa será su Sangre derramada por nosotros para el perdón de nuestros pecados. Es el milagro del amor y de la entrega hasta lo más extremo. Es el milagro que nos hace presente a Cristo mismo para que le comamos, como nos había anunciado allá en la Sinagoga de Cafarnaún. ‘El pan que yo os daré es mi vida para la vida del mundo… y el que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día’, nos decía. Celebrar la Eucaristía, entonces, es celebrar nuestra redención, es celebrar la salvación.

Pero esto no lo podemos hacer si no vivimos en el amor. Es cierto que es la fuerza para nuestro amor, pero tenemos que decir también que sin amor no tiene sentido el celebrarlo. Recordemos que el mandato de hacer lo mismo que El hizo tenía otra parte, que fue aquel gesto de lavar los pies a sus discípulos. ‘Os ha dado ejemplo para que vosotros también lo hagáis...’ Por eso, sin amor no puede haber Eucaristía; no hay cosa más sacrílega que celebrar la Eucaristía sin amor, o descartando el amor de nuestra vida. ¿No nos decía que si cuando vamos a presentar la ofrenda en el altar hay alguien que tiene quejas contra ti vayas primero a reconciliarte con tu hermano?

Es algo muy serio y muy comprometido. Este día del Jueves Santo, día de la institución de la Eucaristía es también el día del amor fraterno. Cuando estamos iniciando este triduo pascual no olvidemos que estamos contemplando y estamos celebrando la gran fiesta del amor que así se nos manifiesta en Jesús, en su pascua, en su muerte y resurrección. Hoy estamos iniciando la gran Eucaristía que culminará en el amanecer de la resurrección del Señor.

Días de pasión pero también días de gloria. Días para dejarnos inundar por el amor de Dios y días de los que tenemos que salir rebosando de ese amor que ha transformado nuestras vidas pero que queremos que transforme también nuestro mundo. A partir de este momento, de esta pascua que queremos vivir con toda intensidad tendremos que ir por la vida supurando amor, contagiando de amor, empapando de amor todo allí donde estemos. 

No cerremos nuestras vidas al amor.

 

miércoles, 27 de marzo de 2024

Jesús nos dice hoy también a nosotros que quiere venir a celebrar la cena pascual en nuestra casa con aquellos que son sus preferidos y amados, ¿qué sala le vamos a ofrecer?

 


Jesús nos dice hoy también a nosotros que quiere venir a celebrar la cena pascual en nuestra casa con aquellos que son sus preferidos y amados, ¿qué sala le vamos a ofrecer?

Isaías 50, 4-9ª; Salmo 68; Mateo 26, 14-25

Las cosas hay que prepararlas bien. Sobre todo si son conmemoraciones de algo que ha sido importante para nuestra vida, que son parte de nuestra historia, que marcaron de alguna manera nuestra existencia. No puede caer en el olvido. Hay que recordarlo y celebrarlo. De la mejor manera. Con la mayor participación y con las mejores cosas.

Eran los días previos a la celebración de la Pascua. No era algo baladí en la historia del pueblo judío. Hacía siglos que la celebraban y para eso tenían unos ritos propios y seguirían celebrándolo. Estaba todo además muy predeterminado y preestablecido. Así lo había prescrito Moisés y se mantenía fijo el ritual en las Escrituras Santas. Era la comida de un cordero en familia, que era memorial y era anticipo de futuro, aunque no lo tenían muy claro. Pero estuvieran donde estuvieran había que celebrar aquella cena pascual, que así la llamaban. Y había que hacer todos los preparativos. Y en la buena hospitalidad judía se ofrecían las casas de las familias de Jerusalén para los que habían subido de todas partes a la pascua.

Y ahí está la pregunta de los discípulos. ‘¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?’ Y Jesús da instrucciones muy precisas, porque señala circunstancias muy concretas para que encuentren la casa y vayan a decirle de su parte ‘El Maestro dice: mi hora está cerca; voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos’. Probablemente algún pariente que tenían en la ciudad; aquel lugar va luego a convertirse en lugar importante, no solo en aquella cena, sino en los momentos siguientes en refugio, pero también más tarde como punto de encuentro para los primeros discípulos y la iglesia naciente.

Preguntan los discípulos pero termina Jesús haciéndonos también una pregunta. Nosotros también estamos en el momento previo para algo muy importante. También nosotros nos hemos de disponer para celebrar la Pascua. Y tenemos los motivos más grandes del mundo para prepararla bien y para celebrarla con hondura. Ya nos hemos preguntado hace unos días si en verdad Jesús va a venir a nuestra fiesta de pascua y aquello nos hacía pensar. Pero cuidado que ese interrogante siga pesando en nuestras actitudes, en nuestras posturas, en nuestros ajetreos y no sea una pregunta en balde que a poco que nos olvidemos de ella.

Es cierto realmente que muchos son los preparativos que se tienen en estos días en nuestros templos y en nuestras comunidades. Como Marta, allá en Betania, también andamos ajetreados de acá para allá con muchos preparativos y parece que no tenemos tiempo ni para nosotros mismos. Y esos interrogantes tienen que seguir pesando en nuestro interior para que no nos durmamos o no nos entretengamos en lo que no es tan importante.

Sí, Jesús quiere venir a nuestra casa para celebrar la cena de pascua. Y no va a venir solo, viene con sus discípulos. Es algo muy significativo. Me preparo yo, preparo mi casa, pero tengo que tener las puertas abiertas, tengo que despejar la casa de muchas cosas que puedan ser obstáculo para que venga Jesús y para que vengan con sus discípulos, aquellos a los que ama, aquellos que son sus preferidos. ¿Quiénes son hoy esos preferidos del Señor? ¿Quiénes son hoy esos amados de manera especial por el Señor?

Tenemos que mirar nuestra casa, nuestro corazón, ese mundo que nos rodea, con sus problemas, con sus necesidades, con sus pobrezas, con sus guerras, con la gente que nos parece que anda desorientada de acá para allá, con esa gente que quizás no nos gusta tanto, con esos que quizás nosotros quitaríamos de en medio. ¿A quienes quiere Jesús que miremos? ¿A quienes quiere Jesús hoy, en esa vida concreta que vivo, que yo acepte y reciba también en mi casa para juntos celebrar la Pascua?


martes, 26 de marzo de 2024

Recostémonos en el pecho de Jesús para sentir el latido de su corazón y, aunque mucho sea nuestro pecado, escucharemos el latir de la misericordia y del perdón

 


Recostémonos en el pecho de Jesús para sentir el latido de su corazón y, aunque mucho sea nuestro pecado, escucharemos el latir de la misericordia y del perdón

Isaías 49, 1-6; Salmo 70; Juan 13, 21-33. 36-38

Hay momentos en que afloran las emociones y nos sentimos incapaces de controlarlas. Hasta la persona más fría del mundo, la que nos parece que nunca se inmuta, aquel que parece que se ha cubierto con una coraza para no dejar entrever cuales son sus sentimientos también tiene un momento en el que el control desaparece y afloran todas sus emociones.

Algunas veces parece que tenemos que mostrarnos duros e insensibles, no queremos dejar trasparentar lo que llevamos por dentro, porque nos parece quizás una falta de dominio de nosotros mismos, o porque queremos aparentar una fortaleza que quizás en el fondo no tenemos tanto como queremos insinuar; pero nos hace falta dejar trasparentar nuestras emociones para ser más humanos, eso forma parte de nuestra vida, de lo que somos, porque todo no es un fría cabeza sino que están los sentimientos que se desprender del corazón, y eso es también vida nuestra. Cuidado que esas insensibilidades aparentes sean orgullos ocultos, pero que son muy reales en nuestra vida y que por otra parte tanto daño nos puede hacer.

El evangelio que se nos ofrece en este martes santo es un evangelio donde afloran las emociones. Sí, podemos decir, Jesús está emocionado por el momento. Démonos cuenta que este episodio que ahora se nos narra está enmarcado en aquella última cena, la cena pascual que Jesús quiso hacer con sus discípulos como un anticipo o como un principio de lo que iba a ser su Pascua. En dos momentos de esta noche expresará Jesús la tristeza de su espíritu y cuanto ha deseado comer aquella pascua con sus discípulos. Al comienzo de la cena, y luego lo repetirá en su entrada en Getsemaní.

Parece como si en su emoción por el momento se le escapara lo que iba a suceder precisamente a partir de las actitudes de ellos. ‘Uno de vosotros me va a entregar’. Pero al mismo tiempo es su entrega, como así lo había manifestado, nadie le arrebata la vida, sino que El la entrega libremente. Pero por medio anda quien lo va a traicionar, o quienes lo van a traicionar. Pensamos siempre en Judas, a quien le da un poco de pan untado en aquella salsa que preparaban para comer el cordero pascual, pero a él le dice que lo que tiene que hacer que lo haga pronto. No entenderá el resto, que piensa en algún encargo de Jesús a quien era encargado de llevar la bolsa común. Pero cuando salió Judas ‘era de noche’, la oscuridad de la noche lo envolvía.

Allá queda el resto con sus buenos deseos, porque no terminaban comprender lo de la traición y la entrega, estarán dispuestos a todo por Jesús como se adelantará a decir Pedro. Siempre adelantándose sin darse cuenta que el espíritu puede estar pronto pero la carne es débil. Luego se dejará dormir en el huerto cuando Jesús les pide que oren en aquella hora tan importante. Pero Pedro siempre porfiando va a recibir el anuncio más terrible que pudiera escuchar, aunque siga sin comprender. ‘¿Conque darás tu vida por mí? En verdad, en verdad te digo: no cantará el gallo antes de que me hayas negado tres veces’. Así a suceder antes que el gallo cante en esa noche. Sigue estando presente la noche.

Pero hay uno de quien tenemos que aprender que se ha recostado sobre el pecho de Jesús. Por algo será el discípulo amado, como tantas veces va a ser reconocido así y no por su nombre en el evangelio. Podía sentir el palpitar del corazón de Cristo. Podía él palpitar también al mismo ritmo y con el mismo amor. Suyas pueden hacer sus emociones y su sensibilidad, con Jesús podrá subir a una altura espiritual que quizás otros no podrán alcanzar.

¿Quién será el mejor que nos habla de la luz que quiere ser anulada por las tinieblas pero que será quien nos ilumine el camino, de la vida que tiene la última palabra sobre la muerte porque habrá resurrección, de la verdad porque en el espíritu de Jesús vamos a encontrar la verdadera sabiduría, del amor y de la intensidad con que hemos de vivirlo, del camino para seguir a Jesús que es Jesús mismo? Todo su evangelio estará lleno de estas imágenes que por si mismas nos están hablando de lo más profundo de Jesús.


Recostémonos en el pecho de Jesús para sentir el latido de su corazón, y aunque muchas hayan sido nuestras traiciones y negaciones, mucho sea nuestro pecado, escucharemos el latir de la misericordia y del perdón.

lunes, 25 de marzo de 2024

Un perfume, el del amor, como el de Betania a partir de la pascua tiene que envolver nuestra vida y tiene que inundar nuestro mundo para transformarlo

 


Un perfume, el del amor, como el de Betania a partir de la pascua tiene que envolver nuestra vida y tiene que inundar nuestro mundo para transformarlo

Isaías 42, 1-7; Salmo 26; Juan 12, 1-11

En la vida no dejamos de aprender. Claro, si queremos, si sabemos estar atentos a las lecciones que nos va dando la vida. Ante lo que nos sucede a veces nos resignamos y no aprendemos, lo tomamos como muy natural que las cosas sucedan así, pero no sabemos sacar la lección. Y si estamos atentos en aquello que nos va sucediendo vamos aprendiendo. Hay cosas que podrían ser punto de partida de cambios radicales de la vida, o al menos de mirar las cosas con otras perspectivas, o ser capaces de ser observadores para darnos cuenta que los horizontes se pueden ampliar. No nos podemos cegar, ni como decíamos resignarnos.

Hoy contemplamos en el evangelio una comida, de alguna manera una comida familiar. Pero en los personajes que, por así decirlo, invitan a aquella comida estamos descubriendo nuevas formas de estar, de hacer las cosas. Podíamos recordar otros momentos de las visitas de Jesús a Betania; siempre lo vemos como un lugar de paz donde Jesús se siente acogido. Eran los amigos de Jesús; recordamos que el recado que envía Marta Jesús ante la enfermedad de Lázaro es decirle, ‘tu amigo está enfermo’. Luego veremos la confianza e intimidad que había entre ellos y con Jesús en la forma de expresarse, aunque fuera con sus quejas, cuando Jesús llega y Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado, ‘si hubieras estado aquí’, le dice.

Pero recordamos también que en aquellas visitas de Jesús hay momentos en que se crea cierta tensión. Marta andaba afanada en los preparativos para acoger a Jesús y María no ayudaba, se había sentado a los pies de Jesús para escucharle. Y vinieron las quejas de Marta y las palabras de Jesús. Pero ahora parece todo distinto, Marta como siempre servía a la mesa, Lázaro estaba sentado entre los comensales, Jesús y sus discípulos y gente que se acercaba por conocer a Lázaro después de su resurrección y de camino también para estar con Jesús. Y María vuelve a estar a los pies de Jesús, pero ahora con un frasco de nardo purísimo para derramarlo sobre los pies de Jesús y haciendo que el perfume inundara toda la casa.

Nuevas eran las actitudes y las posturas. El reproche no surge de aquellos corazones que estaban entusiasmados por Jesús y quieren ofrecerle lo mejor. María, nos dice Jesús, tenía reservado aquel perfume para su sepultura, pero es ahora cuando se lo ofrece a Jesús y Jesús lo acepta. Son los gestos y los detalles del amor. Solo los interesados andarán con otros pensamientos. ‘Se hubiera podido vender por trescientos denarios para dar el dinero a los pobres’, apunta por allá Judas; pero el evangelista nos descubre los intereses y los manejos de quien llevaba la bolsa común. No sé qué pasa pero cuando andan por medio los dineros, los intereses del corazón se tergiversan.

Todo tiene el perfume de la Pascua. Jesús habla de su sepultura; se recuerdan los ungüentos y perfumes que se utilizan en los ritos funerarios. Ya el evangelista nos dice que este acontecimiento sucede seis días antes de la Pascua. Y Jesús nos deja a entrever lo que sí tenemos que hacer a partir de la Pascua, donde nos vamos a encontrar en el camino de la vida a los pobres, con los que entonces sí tendremos que compartir, porque cuanto a ellos les hagamos es a Cristo mismo a quien se lo estamos haciendo.

El perfume que aquel día inundó la casa y la comida de Betania es el que a partir de la Pascua tendrá que ir envolviendo nuestra vida e inundando nuestro mundo. Algo nuevo tiene que comenzar, un nuevo olor tiene que haber en nuestra vida, el perfume que tiene que desprenderse de nuestro amor, y el perfume del amor con que tenemos que transformar nuestro mundo.

domingo, 24 de marzo de 2024

Crucemos el pórtico de esta semana y caminemos al paso del Señor, aunque nos cueste estar al lado de la cruz, para vivir la Pascua del Señor en nuestra vida

 


Crucemos el pórtico de esta semana y caminemos al paso del Señor, aunque nos cueste estar al lado de la cruz, para vivir la Pascua del Señor en nuestra vida

Marcos, 11, 1-10; Isaías 50, 4-7; Sal. 21;  Filipenses 2, 6-11; Marcos 14, 1-15, 47

El pórtico de esta semana de Pasión viene enmarcado por los hosannas y los ramos de olivo de la entrada de Jesús en Jerusalén y por otra parte la contemplación en la misma celebración de la muerte de Jesús en la Cruz en el relato del evangelista Marcos. No podemos olvidar que es como el sprint final para llegar a la celebración de la Pascua.

Ya es Pascua lo que estamos contemplando y celebrando, porque todo es el paso de Dios que ha de ser también nuestro paso, nuestra Pascua. Si así no lo contemplamos y así no lo vivimos todo podía quedarse en un espectáculo bien dramático que aun nos llenaría de más dolor, angustia y amargura. No en vano estas palabras son de las más repetidas en estos días y que incluso llegan a dar nombre a distintos momentos o a distintas imágenes que vamos a contemplar. Pero nosotros no nos podemos quedar en el dolor, la angustia y la amargura porque nos llena una esperanza y para nosotros estará ya siempre presente la luz final que vamos a contemplar en la resurrección que es la culminación de esta Pascua, de este paso de Dios. Es el sentido hondo que tenemos que darle a estos momentos y a estas celebraciones.

Es cierto que ante nuestros ojos van a ir proyectándose todos esos momentos de la Pasión, que como un adelanto ya en este domingo de Ramos en la Pasión del Señor – que así es su nombre – en la lectura del evangelio de san Marcos, pero no nos quedamos en una proyección visual, aunque también nos ayude para la meditación, sino que ha de ser algo que hemos de ir proyectando en lo hondo del corazón para poder hacerlo vida en nosotros. Es importante abrir los ojos y los oídos viendo y escuchando todo lo que se nos proyecta y se nos proclama, pero es muy importante que sepamos abrir el corazón para que haya en verdad ese paso de Dios en nosotros, en nuestra vida.

Siempre la Iglesia nos ha invitado a un recogimiento especial en estos días, aunque no lo hemos sabido muchas veces interpretar bien, porque los hemos convertido en días de demasiada tristeza, sino que ese recogimiento significa crear el ambiente adecuado para que esa Palabra cale en nosotros, la podamos rumiar debidamente en nuestro interior, y podemos llegar a saborear toda esa maravilla del amor de Dios que se nos manifiesta. Cuando el rumiante pasa una y otra vez aquello que ha comido para mejor digerirlo, es para sacar el mejor jugo, vamos a decirlo así, de aquello de lo que se ha alimentado.

No son días de sentirnos agobiados por la tristeza, sino momentos en que tenemos que saborear a fondo toda esa vida que se nos regala, y es un hermoso regalo de amor el que nos hace Dios cuando nos entrega a su Hijo como vamos a contemplar.. Es lo que queremos vivir en estos días. Es lo que verdaderamente nos conducirá a la Pascua. No vamos a vivir con angustias y amarguras estos momentos, aunque mucho sea el dolor que sintamos al vernos tan pecadores, sino que vamos a hacerlo llenos de esperanza, porque sabemos que ese paso de Dios es para la vida y la salvación.

No voy a detenerme al ofreceros esta reflexión en volver a la descripción de estos momentos de la Pasión de Jesús. Sobran las muchas palabras y necesitamos momentos de silencio y reflexión, como hemos venido diciendo. Aclamemos, sí, con mucho entusiasmo y alegría esta entrada de Jesús en Jerusalén,  que hoy de manera especial conmemoramos, porque en nuestra fe sabemos bien quien es el que como Rey y Señor va montado en un humilde borriquito para su entrada en la ciudad Santa. Sí, ¡bendito el que viene en el nombre del Señor!

En verdad hoy estamos celebrando la fiesta de Cristo Rey, porque así lo vamos a ver coronado en lo alto de la cruz en estos días. Lo contemplamos humilde, como lo había anunciado el profeta; lo contemplamos el último y el servidor de todos, como El nos había enseñado que teníamos que ser nosotros también. Es el que como el Señor lo veremos con la toalla ceñida a su cintura y la jofaina de agua en sus manos para lavar los pies de los discípulos. Es el que nos ha dicho que nuestra grandeza está en amar hasta las últimas consecuencias, porque el mayor amor es el de quien es capaz de dar la vida por los demás. Será un gentil, el centurión romano, el que al final de todo lo que parecía una terrible tragedia vendrá a proclamarlo como verdadero hijo de Dios.

Es lo que nos da hondo sentido a este momento de la entrada de Jesús en Jerusalén entre las aclamaciones de los niños porque con El queremos entrar también para llegar a la Pascua. Ya sé que nos cuesta, como le costaba entender a Pedro cuando Jesús lo anunciaba en la subida a Jerusalén. A última hora podemos seguir teniendo la tentación de la duda o el miedo que nos hace echarnos atrás, como le sucedió a los discípulos, o que se durmieron en el huerto, o cuando llegaron los momentos difíciles abandonaron y huyeron para esconderse en el Cenáculo, o llegar a la negación como le sucedió al envalentonado Pedro que sin embargo sucumbió ante una pregunta.

Pero podemos levantarnos, despertar, quitar nuestros miedos y cobardías, sentirnos con la fortaleza de la esperanza, porque tenemos la certeza de la luz pascual que iluminará nuestra vida. Crucemos este pórtico y caminemos al paso del Señor, aunque nos cueste estar al lado de la cruz. Haremos así en verdad la Pascua del Señor en nuestra vida.