viernes, 29 de marzo de 2024

Detengámonos y contemplemos, de frente, con valentía, escuchemos en silencio el susurro del amor de Dios

 


Detengámonos y contemplemos, de frente, con valentía, escuchemos en silencio el susurro del amor de Dios

 Isaías 52, 13 — 53, 12; Salmo 30; Hebreos 4, 14-16; 5, 7-9; Juan 18, 1 — 19, 42

Es viernes santo. Y casi está todo dicho. Es el día en que los cristianos conmemoramos la pasión y la muerte de Jesús. Ante nuestros ojos desfilan, podíamos decir que interminables, las imágenes de la pasión y de la muerte de Jesús. Caminamos por nuestras calles y desfilan a nuestro encuentro las imágenes de la pasión en las procesiones que en todas partes se realizan estos días; entramos a nuestros templos y nos vemos rodeados de las más diversas imágenes de la pasión; vamos a las celebraciones y escuchamos el hermoso relato de la pasión que nos hace hoy el evangelista Juan. ¿Llegaremos a estar saturados?

Detengámonos en cualquiera de esos momentos de la pasión que tan gráficamente se nos describen, aquel que más nos impresiona, aquel que nos hace pensar y nos interroga por dentro, aquel que será más conocido para nosotros; todos tenemos, es cierto, alguna preferencia especial, ante cuya imagen nos sentimos más sobrecogidos. Detengámonos ahí, no es necesario hacer recorrido por todos los momentos, y contemplemos; hagámoslo en silencio, no porque no hablemos, sino porque no nos adelantemos con pensamientos prediseñados o conclusiones que nos hayamos hecho en otros momentos de reflexión. Detengámonos así, como si fuera la primera vez y dejémonos sorprender.

En cualquiera de los momentos ante el que nos detengamos vamos a escuchar aquello que por dos veces repitió Pilatos, ‘he aquí al hombre, aquí está vuestro rey’. No desviemos la mirada ni nos entretengamos en nada sino miremos y escuchemos. Miremos de frente, sin temor, con los ojos bien abiertos, con el espíritu y el corazón bien abierto. Como hemos hecho silencio podemos escuchar un susurro de Dios.

¿Qué estaremos viendo a través de esa imagen de Jesús? Sí, vemos dolor y sufrimiento, un cuerpo atormentado, un cuerpo atravesado por el sufrimiento, pero vemos amor. Es la razón, es el motivo. Es la expresión del amor que nos tiene quien se dio por nosotros. No hay amor más grande, ya nos lo había dicho. Lo comprendemos. Es el amor de Dios Padre que nos entrega al Hijo; es el amor de Jesús que sube a Jerusalén, que sube a la cruz, libremente se entrega. Ha llegado su hora, pero es El quien da el paso adelante, porque hay amor, porque nos ama. ¿Cómo nos sentimos ante tanto amor? ¿Qué es lo que podemos decir? Nos quedamos en silencio, contemplando, rumiando en nuestro interior, sintiéndonos invadidos por ese amor, quedándonos transformados en el amor.

Estamos contemplando a Dios. Estamos sintiendo como nunca la presencia de Dios porque nos sentimos envueltos por su amor. Estamos contemplando cómo se ha bajado del cielo para caminar con nosotros, para caminar entre nosotros, para hacerse uno con nosotros. Se anonadó, porque se hizo esclavo desde el amor. Se anonadó porque haciéndose como nosotros quiso morir como nosotros. Se anonadó porque lo contemplamos en una terrible muerte de Cruz.

Es Dios y se hizo hombre y está sufriendo con toda la humanidad doliente. ‘He aquí al hombre’, había dicho Pilato. Es Jesús, pero en él vemos todo hombre que sufre, toda la humanidad doliente. Asumió nuestro dolor para que en el dolor de todos los hombres le viéramos a El. Sí, eso nos dijo. Y está en el hambriento y en el sediento, en el enfermo y en el que está en la cárcel, en el que está solo y en el que se encuentra en los oscuros callejones de la vida, en el que sufre el desprecio y la discriminación y en el que lleva en su carne los duros horrores de la guerra, en el que es perseguido o despreciado por ser distinto, por ser de otra raza, por ser de otro lugar, porque actúa de otra manera o piensa distinto, en todo el que sufre o que padece por cualquier motivo.

Cuanto le hiciéramos a uno de esos pequeños, a El se lo hacemos, así nos dijo. Cuando hoy lo contemplamos en su pasión y en su muerte seguramente nos hubiera gustado estar allí para liberarlo de ese sufrimiento, para ser quizás ángel del consuelo, para ponernos en su lugar, para acompañarlo con nuestra presencia como Juan, como María Magdalena, como María, su madre. Sí, hoy, pongámonos a su lado en los nuevos calvarios de la vida. Pongámonos a su lado en todos esos que sufren, y ante los cuales tantas veces pasamos insensibles y quizá sin mirarlos. Mirando hoy a Jesús en la cruz aprendamos a mirar a nuestro alrededor para encontrar a ese ser que se encuentra sumido en su soledad, a mirar a nuestro alrededor y descubrir tantas lágrimas que se derraman sobre tantos rostros pero en las que nunca nos habíamos fijado, a mirar de una manera nueva el dolor y el sufrimiento que quizás causamos con nuestros desaires o con la despreocupación con que vamos por la vida.

Dejémonos mirar por Jesús con aquella misma mirada compasiva con que miró a Pedro después de su negación, como miró a Juan desde lo alto de la cruz para entregarle a su madre, como miró a quienes le crucificaban para perdonar y para disculpar, como miró a nuestro mundo para llenarlo de nueva vida y de amor. Algo nuevo tiene que comenzar a brotar dentro de nuestro corazón, una nueva vida tiene que estar gestándose en nosotros. Vamos camino de la Pascua, porque sentimos el paso de Dios por nuestra vida. En nosotros queda siempre la esperanza de la resurrección. Dios está hablando a nuestro corazón.

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