lunes, 30 de diciembre de 2024

Vivir la hora de Dios allí donde estemos y seamos lo que seamos, y aprendamos a ser un regalo de Dios para los demás

 


Vivir la hora de Dios allí donde estemos y seamos lo que seamos, y aprendamos a ser un regalo de Dios para los demás

1Juan 2, 12-17; Salmo 95; Lucas 2, 36-40

Dos personajes, por llamarlos de alguna manera, nos aparecen hoy en esta página del evangelio, podríamos decir que en los extremos del reloj de la vida. Un niño recién nacido que comienza el lento caminar del reloj de su vida aunque será de suma trascendencia, que como nos dice el evangelista iba creciendo y robusteciéndose lleno de sabiduría, y una anciana que podríamos decir está en sus minutos finales, pues era de edad muy avanzada, que sin embargo son para nosotros un hermoso signo y una llamada importante a nuestro propio reloj y al recorrido que de la vida también nosotros hemos de hacer.

Quienes hoy escuchamos esta Palabra de Dios estamos en medio de ese camino, cada uno en su momento y en sus circunstancias, un camino que tenemos que aprender a hacer, un camino que tiene que convertirse en el camino de Dios en nuestra vida. Hemos de saber descubrir esas señales de Dios que nos orientan, dan sentido y valor, nos hacen no solo encontrarnos con nosotros mismos sino también al mismo tiempo salir al encuentro de la vida y al encuentro de los demás.

Una anciana que aun no da por concluido el camino de su vida es para nosotros una llamada; acudía al templo todos los días, buscaba cómo mejor servir al Señor, pero su servicio también era para los demás porque con todos iba compartiendo lo que eran sus vivencias. ‘Alababa también a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén’. No podía ocultar su fe que la convertía en servicio para los demás.

Siempre había algo que hacer. No era una mujer que se quedara encerrada en si misma, una persona mayor que ya lo daba todo por hecho, alguien que se cruzara de brazos simplemente viendo pasar la vida. Le daba una intensidad a su vida, salía de si misma y hacía camino pero también para ayudar a caminar a los demás. Cuantas veces nos quedamos como paralizados porque pensamos que ya lo tenemos todo hecho, cuantas veces miramos hacia atrás y damos por finalizados nuestros trabajos y nuestras tareas, porque pensamos que ya hemos hecho lo suficiente en la vida. Siempre hay un nuevo paso que dar, siempre hay una flor que ofrecer, siempre hay una palabra sabia que regalar a quien está a nuestro lado que nuestros años nos han dado sabiduría para eso.

Y como en contraposición contemplamos a un niño recién nacido que crece y que madura, que va aprendiendo de la sabiduría de la vida pone su vida en las manos de Dios. ‘Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad’, nos dice la escritura que fue la expresión a su entrada en el mundo. Un niño que crece no son simplemente unos días o unos años que van transcurriendo y que recorremos de forma pasiva. El niño abre sus ojos lleno de curiosidad ante la vida que va apareciendo ante él; un niño siempre es preguntón porque quiere saber, quiere conocer, quiere experimentar, quiere tener vida.

Es importante que no dejemos a un lado una buena actitud de nuestra vida, que salgamos de nuestras pasividades a las que nos sentimos tentados desde las rutinas o las comodidades. Es importante que no temamos el esfuerzo, el deseo de superación, las ganas de dar un paso más para subir al siguiente escalón. Será así cómo iremos adquiriendo esa sabiduría de la vida, será así como podremos ser un día un árbol que dé hermosos frutos.

Y termina diciéndonos el evangelio que ‘la gracia de Dios estaba con El’. No nos faltará nunca ese regalo del amor de Dios en nuestra vida. Seamos también por nuestras buenas actitudes un regalo de Dios para los demás. Vivamos la hora de Dios allí donde estemos y seamos lo que seamos.

 

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