Con
María Inmaculada hemos de aprender a sorprendernos ante el misterio de Dios y
ser capaces de ver la mano de Dios que también está actuando en nuestra vida
Génesis 3, 9-15. 20; Salmo 97; Filipenses 1,
4-6. 8-11; Lucas 1, 26-38
Hay cosas en la vida que nos
sobrepasan; cosas que nos sorprenden por lo inesperadas y ante las que nos
quedamos sin palabras; cosas que nos impresionan por una parte quizás por su
aparatosidad ante la que nos quedamos boquiabiertos, o por lo minúsculo y
sencillo que sin embargo deja una huella en nosotros que no podemos borrar, que
no podemos olvidar; cosas que contemplamos en las actitudes o en los
comportamientos de los demás que no esperábamos de esas personas y no sabemos
qué decir, como reaccionar, o qué juicio hacer de esa persona ante la que
quizás teníamos nuestros prejuicios. Pero todo eso y mucho más, porque seguro
que se nos ocurrirán muchas más situaciones en este sentido, quieren decirnos
algo, tienen un mensaje para nosotros, nos estarán pidiendo una respuesta, una
nueva actitud, una nueva manera de actuar.
Quizás vivimos tan arrastrándonos por
la tierra que no vemos sino lo que tenemos bajo los pies, pueden palpar
nuestras manos o tenemos a un palmo de nuestra nariz. Nos cuesta elevar la
mirada para descubrir algo más, nos cuesta elevarnos sobre lo terreno y
material y queremos quizás olvidar, no tener en cuenta o borrar de un plumazo
lo que nos suene a espiritual. Pero, ¿qué somos como personas? ¿Dónde
encontramos lo más profundo de nuestro ser? ¿Solo en satisfacciones placenteras
físicas o sensuales? ¿Sólo en lo que hace ruido en nuestro bolsillo o puede
aumentar el círculo materialista del que nos rodeamos?
Cuando nos elevamos a un sentido más
espiritual parece que nos cuesta muchas veces entrar en esa honda. Son tantas
las cosas de alrededor que hace ruido que nos aturden los oídos y perdemos la
sensibilidad del espíritu. Por eso nos cuesta tanto aceptar y decir sí a todo
el misterio de Dios; lo queremos cosificar muchas veces de tan materializados
que estamos y en consecuencia nos cuesta entrar en esa sintonía de Dios; como
si la radio de nuestro espíritu ya no tuviera esas ondas. Nos damos cuenta
entonces como vamos manipulando tantas cosas de la vida, como manipulamos los
sentimientos religiosos y algo que si mismo no tendrían sentido sino desde la
onda cristiana lo hemos transformado tanto que no lo reconocemos. ¿Nos sucederá
así con la navidad que al final no la reconocemos, no sabemos realmente lo que
estamos celebrando?
Estamos en el segundo domingo de
Adviento, que es ese camino que tenemos los cristianos para prepararnos para
una autentica navidad de Jesús en nuestra vida. Bien nos viene esta
coincidencia que tenemos este año del segundo domingo de adviento con la fiesta
de la Inmaculada Concepción. Aunque en los próximos domingos seguirá apareciéndonos
la figura de María y ya seguiremos meditando sobre ello, puede ser bien
significativa esta unión en la celebración de este año.
Y es que con María hemos de aprender a
sorprendernos ante el misterio de Dios. Como le sucedió a María, como hoy
contemplamos en el evangelio. Fue una sorpresa para María, como para quedarse
sin palabras, un ángel viene de parte de Dios con una noticia sorprendente para
ella. Primero las palabras del ángel que le hablan de cómo ella está en el
pensamiento de Dios; y Dios está con ella, y es la llena de Dios como el mejor
y más hermoso regalo que criatura alguna puede recibir.
Nos acostumbramos a las palabras y de
tanto repetirlas al final parece que olvidamos su sentido más sencillo. El ángel
le habla del regalo de Dios, la llama ‘la llena de gracia’, la que ha
encontrado gracia ante Dios; Dios le hace el regalo de complacerse en ella, en
su pureza y en su humildad, en su fe y en su confianza, en su dejarse conducir
por el Espíritu de Dios que ahora en ella va a realizar maravillas.
¿Cómo no se iba a quedar callada María,
rumiando en su corazón todo cuanto el ángel le decía? ‘Ella se turbó
grandemente ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquel’, nos
comenta el evangelista. Es mucho lo que el ángel de Dios le está trasmitiendo,
aunque ahí no se quedan las palabras del ángel.
Eso era el saludo, ahora viene el
mensaje. Por eso el ángel la invita a mantener la confianza. ‘No temas,
María’ Y porque Dios se ha sentido complacido en ella, ha encontrado gracia
ante Dios – así Dios la ha regalado – le sigue diciendo el ángel: ‘Concebirás
en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será
grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su
padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin’.
No se acaba aquí la sorpresa de María
que ahora sí que se siente ya sobrepasada. No era algo que pudiera imaginar. Y
es normal que surjan las dudas en el corazón de María. ¿Cómo será posible todo
esto?
‘El Espíritu Santo vendrá sobre ti,
y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a
nacer será llamado Hijo de Dios’. Y
el ángel le habla de que las cosas de Dios no son como las imaginamos los hombres.
Le pone la prueba de su prima Isabel que aun siendo vieja y aparentemente
infecunda va a tener un hijo. Y María es la mujer de la fe y de la confianza,
la que se pone en las manos de Dios porque es su humilde criatura, tan humilde
que se siente la esclava del Señor y en ella no se puede hacer ni cumplir otra
cosa que lo que es la voluntad de Dios. ‘Para Dios nada hay imposible’.
Y es aquí donde tenemos que ponernos a
pensar y a dejarnos sorprender. Cuántas veces decimos que esto no tiene solución,
y pensamos en nuestro mundo y sociedad con sus problemas, pensamos en lo que
vemos a nuestro alrededor, o pensamos en nosotros mismos que tanto nos cuesta
dar pasos para elevarnos, para arrancarnos de tantas cosas, para superarnos y
para crecer. Detrás de ese velo tan oscurecido de tantas cosas ¿no tendríamos
que aprender a tener otra visión? ¿No es posible que las cosas cambien? ¿No es
posible que podamos mejorar nuestro mundo? Y nos sentimos tan débiles y tan
sobrepasados por los acontecimientos.
¿No tendríamos que ser capaces de ver la mano de Dios que está actuando en nuestra vida, que nos está buscando, que nos está regalando de mil maneras con su amor y que nos está llamando a algo nuevo? Aprendamos de María que aún en medio del mundo que vivía supo mantenerse inmaculada, supo mantener la belleza de su fidelidad y de su amor, supo seguir confiando en Dios. Mucho tenemos que aprender de María. María es un regalo de Dios y nos recuerda cuánto Dios nos regala.
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