lunes, 11 de noviembre de 2024

Nos hace falta más humildad para reconocer cual es en verdad nuestra personal realidad, para que así aprendamos a ser comprensivos también con los demás

 


Nos hace falta más humildad para reconocer cual es en verdad nuestra personal realidad, para que así aprendamos a ser comprensivos también con los demás

Tito 1,1-9; Salmo 23; Lucas 17,1-6

Algunas veces se pone uno a pensar y no termina de ver por donde van los derroteros de nuestra sociedad. Es muy fácil decir que queremos una sociedad nueva; todos de una manera o de otra lo dicen sea cual sea la ideología o la manera de pensar que tengan; parece que nadie está de acuerdo con las cosas como marchaban antes, salvo los nostálgicos, y queremos hacer reformas por todas partes porque decimos que queremos una sociedad mejor.

Pero ¿sobre qué bases o fundamentos queremos construir esa sociedad? Por todas partes no vemos sino revanchas, palabras agrias porque no se sabe hacer un debate si no buscamos descalificaciones y enseguida salen a relucir los insultos, despertamos odios y enfrentamientos que habíamos dejado ya por zanjados y volvemos a desenterrar viejos enfrentamientos y divisiones; como alguien tenga un tropiezo, ya estamos todos haciendo leña del árbol caído, tapamos lo que nos conviene o lo de lo que está más cerca de nosotros buscando mil justificaciones, pero como podamos enterramos vivo al que haya tenido un tropiezo.

Escándalos del tipo que sea, errores en la realización de las cosas, cosas mal hechas o que han rayado con cosas injustas, las ha habido en todos los tiempos, pero parece que ahora yo no somos capaces de enmendar errores, no se da posibilidad a que haya una rehabilitación de las personas, y por supuesto lo del perdón parece que está bien lejos del pensamiento y del actuar. ¿Y de esa manera haremos que las cosas vayan mejor? ¿A dónde vamos a llegar?

Esto lo palpa uno en la vida de la sociedad en la que estamos, donde parece a veces que falta una madurez humana y unos valores que de verdad construyan a la persona. Y de esto todos podemos contagiarnos, porque ya no es solo a los niveles que podríamos llamar altos de la sociedad, sino que esto es lo que luego palpamos en las relaciones más a pie de calle de unos y otros, entre vecinos, entre familias, y cuidado que los cristianos y en el ámbito de la iglesia nos contagiemos de esa manera de actuar.

Me surge toda esta reflexión desde el evangelio que hoy se nos propone. Nos habla Jesús de los escándalos, y de alguna manera nos dice que son inevitables (teniendo en cuenta claro nuestra propia debilidad que fácilmente nos hace tropezar tantas veces y en tantas cosas) y ya nos dice que ay del que provoca el escándalo, pero también nos dice que tengamos cuidado. Tengamos cuidado ¿por qué? Porque, es cierto, nos podemos contagiar de la manera de reaccionar y de actuar del mundo que nos rodea. Pero Jesús a continuación nos ofrece todo un proceso, podríamos decir.

Nos habla Jesús de cómo tenemos que ser comprensivos los unos con los otros, porque todos podemos de la misma manera cometer errores - ¿No nos dirá en otro momento que el que esté sin pecado que tire la primera piedra?, y muchos buscarán cómo justificarse para tirar esa piedra – pero nos dice además como tenemos que corregirnos los unos a los otros, cómo tenemos que buscar la manera de ayudarnos; y la comprensión exige paciencia, y humildad, y mucho cariño y amor; la corrección nos lleva a perseverar en esas palabras buenas que queremos decir para convencer y para animar; y la corrección nos llevará al perdón, para que la persona se sienta en verdad rehabilitada y considerada de nuevo para volver a comenzar.  ¿Seremos capaces de hacer todo eso?

Muchas veces nos tomamos las palabras de Jesús allí por donde mejor nos conviene, pero no terminamos de escuchar todo lo que Jesús nos dice. Entiende Jesús que las personas tienen que realizar un proceso, y somos humanos, y no siempre es fácil. Pero no sabemos acompañar al que yerra y se quiere levantar; no sabemos valorar los esfuerzos que hace y que tanto le cuestan para tropezar quizás una y otra vez. ¿Es que nosotros somos tan perfectos y tenemos tanta fuerza para que a la primera cambiemos del todo y nos podamos presentar de nuevo como santos? Nos hace falta más humildad para reconocer cual es en verdad nuestra personal realidad, para que así aprendamos a ser comprensivos también con los demás.

Si entre nosotros no somos capaces de realizarlo, ¿como seremos capaces de verdad de contribuir a que la sociedad sea mejor y destierre de una vez por todas esas revanchas y esos odios renacidos que estamos viendo continuamente?

Los discípulos a todo esto que les planteaba Jesús terminaron pidiéndole que les aumentara la fe. Les parecía, es cierto, algo muy difícil. Pero Jesús nos habla del poder de la fe, de lo que podemos hacer si en verdad ponemos toda nuestra fe y toda nuestra confianza en Dios, de la fortaleza que nos va a acompañar. ‘Si tuvierais fe como un granito de mostaza…’ nos dice.

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