domingo, 27 de octubre de 2024

Unos gritos surgen al borde del camino que nos molestan en la tranquilidad de nuestra vida pero que son una llamada de Jesús a despertar a la luz


Unos gritos surgen al borde del camino que nos molestan en la tranquilidad de nuestra vida pero que son una llamada de Jesús a despertar a la luz

Jeremías 31, 7-9; Sal. 125; Hebreos 5, 1-6; Marcos 10,46-52

Jesús va de camino hacia Jerusalén atravesando la ciudad de Jericó, era el camino de los que venían de Galilea bajando el Jordán y subiendo luego esos desiertos kilómetros desde la hondura del Jordán hasta las alturas de la ciudad santa. Pero alguien grita y todos se sobresaltan. Parece una descortesía; nos han enseñado que no se habla a gritos pero algunas veces tenemos que gritar, para hacernos notar, para que nos escuchen desde nuestras necesidades o desde los peligros en que nos encontremos, claro que también podemos gritar de alegría cuando nos salen bien las cosas, cuando recibimos sorpresas en la vida, cuando nos dan una buena noticia o un regalo. Al borde del camino está un ciego con sus gritos al que quieren hacer callar.

¿Podemos o debemos hacer callar a quien grita? Desde la comodidad donde nos hemos establecido en la vida nos molestan los gritos que nos hacen despertar. Preferimos el silencio y la tranquilidad, que no nos molesten. Desde nuestra tranquilidad - ¿o podemos decir desde nuestra insensibilidad? – no queremos que haya voces que nos molesten, porque eso no va con nosotros, que cada uno se las arregle como pueda que yo tengo mis problemas, que nada nos perturbe porque nosotros queremos tener paz o nada nos distraiga porque yo ahora tengo mis cosas que hacer, porque yo quiero escuchar lo que me interesa no lo que venga con problemas que nos pueden hacer perder la paz… tantos silencios que preferimos en la vida que aunque decimos de paz son de insensibilidad.

Y Jesús no solo oyó sino que escuchó también los gritos de aquel pobre ciego que estaba al borde del camino. Sí, al borde del camino, porque el camino en su ceguera no era para él; ya quisiera él poder hacer ese camino, poder subir también a Jerusalén con todos aquellos peregrinos que por allí pasaban. Pero tenía que contentarse con estar con su manta tendida en el suelo, su manto, para recoger algunas monedas que algunos compasivos arrojasen a su paso.

Pero Jesús le llama para que se ponga en camino. Y claro que a esta llamada de Jesús – le dicen, ‘Jesús te llama’ – el da un salto para ponerse en camino, para acercarse a Jesús. Algunos ahora compasivos, aunque antes quisieran hacerlo callar, le ayudan porque él se soltará de todo, deja atrás su manto y su bastón porque quiere llegar hasta Jesús.

‘¿Qué quieres que haga por ti?’ es la pregunta de Jesús. ‘Señor, que vea’. Luz para sus ojos, una luz que será vida para él porque podrá ya comenzar a valerse de si mismo para salir de su pobreza, luz que le dará fuerzas para ponerse también en camino, aunque ahora ya ha comenzado a sentir una nueva fuerza en él cuando alguien se ha interesado por él y ha sido capaz de dar un salto. Qué importante es que aprendamos a interesarnos por alguien, por los demás, por quien está al borde del camino; es comenzar a valorarlos, comenzarán a sentirse valorados porque alguien piensa en ellos, como el hijo de Timeo, que cuando escucha que Jesús lo llama será capaz de levantarse del borde del camino para ir al encuentro de la luz.

Claro que Jesús quiere poner luz en los ojos de aquel hombre. Para eso ha venido para ser nuestra luz, luz de la humanidad, luz del hombre nuevo que nace con Jesús, luz que nos saque de las tinieblas, luz que mantengamos encendida para poder entrar en el banquete del Reino. ¿No recordamos tantos otros pasajes del evangelio que nos están hablando de esa luz de Jesús para nosotros? ¿Pero no podemos recordar también que Jesús quiere que nosotros seamos luz para nuestro mundo?

Tendríamos que vernos reflejado en ese hombre sentado al borde del camino, porque también nosotros nos falta luz, porque nosotros también tantas veces nos quedamos anquilosados al borde y parece que no somos capaces de hacer nada, porque caemos en nuestras rutinas y en nuestras desganas y parece que lo que queremos es que tengan lástima de nosotros, porque no solo estamos ciegos sino que también nos hacemos sordos y no llegamos a escuchar que Jesús nos llama para que vayamos a El, porque son tantos nuestros desánimos que ni siquiera nos dejamos ayudar porque quieres nos tienden una mano para que nos levantemos, porque no llegamos a reconocer nuestras cegueras porque nos hemos acostumbrado a nuestra abulia y aburrimiento. ‘Señor, que yo vea’, tenemos también que pedir, tenemos también que gritar.

Hoy nos está diciendo muchas cosas el evangelio. Nos hace ver nuestras cegueras, pero nos tiene que hacer ver que muchas veces podemos ser obstáculo para los que están a nuestro lado gritando desde las orillas del camino, con nuestra búsqueda de silencio y de tranquilidad, con nuestros deseos que no nos molesten porque ya nosotros tenemos nuestra vida, y tantas veces pasamos de largo y ni siquiera vemos a quien se cruza con nosotros y que quizás van cargando con su pesada cruz de sus pobreza o de sus sufrimientos, de las discriminaciones que sufren o de los abandonos de la misma sociedad, pero no movemos ni un dedo para ayudar. ¿Seguiremos haciéndonos sordos a los gritos de la humanidad que quiere paz, que grita debajo de los horrores de la guerra, que nos pide clemencia desde su hambre y su miseria?

Aquel hombre cuando recuperó la luz de sus ojos se puso en camino también detrás de Jesús. ¿Será lo que nosotros también vamos a hacer para subir con Jesús a Jerusalén, para con Jesús ir a la Jerusalén de la vida donde hemos de vivir también y celebrar la Pascua?


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