lunes, 16 de septiembre de 2024

‘Señor, no soy digno’, decimos también, ‘pero una palabra tuya bastará para sanarme’, para llenarme de vida, para que pueda alcanzar la plenitud de mi vida

 


‘Señor, no soy digno’, decimos también, ‘pero una palabra tuya bastará para sanarme’, para llenarme de vida, para que pueda alcanzar la plenitud de mi vida

1Corintios 11,17-26.33; Salmo 39; Lucas 7,1-10

Hoy todo lo queremos por escrito y bien firmado y con todas las garantías procesales para que quede constancia; porque ni de lo escrito algunas veces nos confiamos; ya no nos es suficiente lo acordado y pactado de palabra tras la correspondiente negociación, sino que de eso hay que dejar buena constancia, pero que nadie se eche atrás de lo dicho o de lo pactado. Tiempos recordamos los mayores donde la palabra de una persona, como se solía decir, iba a misa, o sea que podías confiar que aquello se cumpliría porque iba la honra de la persona en ello.

El ritmo de la sociedad se impone y tenemos nuestras normas y protocolos, es cierto, y habrá cosas en los negocios de la vida en que así hemos de actuar, pero eso quizás nos ha llegado a la perdida de ese valor de la palabra y de la confianza que ponemos en las personas. Parece que de antemano siempre tenemos que sospechar y desconfiar, y eso nos está haciendo perder también una calidad humana en nuestras relaciones, donde todo lo hacemos demasiado formal pero quizá sin el calor de la vida. Y el calor de la vida nos tiene que llevar a esa confianza que hemos de tener con los demás; cuando no actuamos desde esa confianza nuestras relaciones se vuelven frías, corteses sí probablemente, pero hemos perdido un calor humano que tanto necesitamos.

Y ya no es solo todo lo entraña esas relaciones entre unos y otros sino que esa confianza necesitamos mostrarla en cosas que son más fundamentales de la vida, en todo lo que nos tiene que trascender y elevar, que no se queda ni en lo formal de unas relaciones, ni en lo material que manejamos con nuestras manos, sino que atañe a las cosas del espíritu; y ahí entramos en el ámbito de la fe. Sin esa carta de confianza para fiarnos de lo que se nos revela la fe se quedaría vacía de contenido. Nos estamos volviendo descreídos en ese aspecto de nuestras mutuas relaciones, pero también en lo espiritual y en todo lo que atañe al Dios de nuestra vida. También queremos pruebas, pero sin esa confianza nunca las podremos encontrar y nunca podríamos llegar al ámbito de la fe.

El evangelio nos muestra un episodio bien clarificador. Jesús había llegado de vuelta a Cafarnaún y le sale al encuentro lo que podríamos llamar una embajada; unos ancianos de la comunidad que viene a interceder para que Jesús cure a un siervo del centurión por el que sentía muy preocupado. Aunque era gentil sin embargo había sido bueno con el pueblo de manera que incluso les había ayudado a construir la sinagoga de la localidad. Allí estaban ellos como mediadores. Y Jesús se pone en camino a casa del centurión.

Pero cuando llega a oídos de este hombre que Jesús viene a su casa, siente que no es digno de que Jesús llegue así hasta él y cuando ni siquiera se había atrevido a ir por sí mismo a solicitar esa ayuda de Jesús, reconoce que Jesús solo con una palabra puede curar a su criado. Así se lo hace saber a Jesús, de manera que se admira de la fe de este hombre, aun siendo gentil, y alaba ante todos esa confianza. ‘No he encontrado en nadie tanta fe’.

Había puesto su confianza en la palabra de Jesús. Para él era suficiente. No era necesario realizar signos extraños ni extraordinarios sino que bastaba su palabra. Y nosotros que seguimos buscando pruebas y señales. Como decíamos antes si no entramos por el camino de la confianza difícilmente podremos llegar a encontrarnos con el misterio de la fe, con el misterio de Dios. Siendo misterio se quedaría en algo oculto y difícil de escudriñar; por eso con la confianza de que tras ese túnel y oscuridad sabemos que nos vamos a encontrar con la luz tenemos que dar esos pasos de confianza.

Y dejarnos sorprender; no lo podemos dar por hecho o por sabido porque lo que se nos va a revelar transciende todas las expectativas humanas, porque entramos en una dinámica sobrenatural, que está por encima de nosotros, pero que aceptamos, que nos dejamos invadir por ello, que nos llenamos de fe. Es la confianza de que vamos a encontrar la luz y el amor; y encontraremos un camino y un sentido para la vida, y nos sentiremos en verdad llenos por dentro como ninguna cosa humana o material nos puede llenar.

Señor, no soy digno’, decimos también, ‘pero una palabra tuya bastará para sanarme’, para llenarme de vida, para que pueda alcanzar la plenitud de mi vida.

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