jueves, 20 de junio de 2024

Rezar no es cumplir como quien rellena la pagina de un formulario, es disfrutar en el silencio del corazón la presencia amorosa de un Padre que nos ama y no nos olvida

 


Rezar no es cumplir como quien rellena la página de un formulario, es disfrutar en el silencio del corazón la presencia amorosa de un Padre que nos ama y no nos olvida

Eclesiástico 48, 1-14; Salmo 96; Mateo 6, 7-15

Cada vez que me hago una reflexión sobre este texto del evangelio que hoy se nos ofrece me viene a la memoria algo que me contaron en una ocasión. Se trataba de dos personas que andaban enfrentados por problemas de la vida que habían surgido entre ellos y se llevaban muy mal y no había manera de resolverlo. Entonces alguien sabiamente les pidió que si serían capaces de hacer lo que él les iba a decir; ante su respuesta afirmativa les pidió que rezaran juntos, a una voz, pero bien despacio y como comiéndose cada una de sus palabras el padrenuestro. Así, con cierto recelo quizá al principio, comenzaron a hacerlo, pero nos cuentan que antes de terminar con el amen final ambos se estaban dando un abrazo. Se habían ido comiendo y saboreando cada una de las palabras del padrenuestro.

Creo que podemos entender lo primero que nos dice Jesús antes de enseñarnos incluso la pauta del padrenuestro. ‘No uséis muchas palabras, como los gentiles, que se imaginan que por hablar mucho les harán caso…’ Y es que el padrenuestro no es para utilizarlo como repetición cantarina de muchas palabras. La oración tiene que ser siempre algo que se saborea en lo más profundo de nosotros mismos. No es algo que tenemos que hacer, y cuando digo esto me refiero que no lo tenemos que tomar como una obligación con la que tenemos que cumplir. Cuando simplemente vamos a cumplir, a llenar la página del formulario, no lo saboreamos; quizás queremos terminar lo más pronto posible para salir de ese paso, para salir de ese momento que entonces se nos puede volver agobiante.

Orar tiene que ser saborear en el silencio del corazón la presencia de Dios que es Padre y que nos ama. ¿No es así cómo nos enseñó Jesús que tenía que comenzar nuestra oración? ‘Padre nuestro…’ decimos. Cuando estamos con nuestro padre, y como ejemplo me refiero a nuestro padre de la tierra, nos sentimos a gusto, como niño sentimos la ternura y la seguridad de sus brazos, ya luego nos gozaremos con su presencia constante junto a nosotros que no nos sirve de agobio sino como de estimulo en los caminos de la vida, y quizás de mayores contemplamos una vida junto a nosotros gastándose por nosotros y recordamos sus sabios consejos que se fueron desgranando de sus labios a lo largo de la vida. Y nos gozamos con nuestro padre, y disfrutamos de su ternura, y sentimos su amorosa presencia manifestada en tantas cosas que a lo largo de la vida hizo por nosotros.

‘Padre nuestro…’ le decimos a Dios y cuánto es lo que tenemos que sentir en nuestro corazón. Toda una historia de amor, toda una vida donde nos sentimos regalados con su amor, todo un camino donde Dios siempre está junto a nuestros pasos siendo la luz que ilumina nuestra vida, todo un regalo de amor que experimentamos en su Palabra que siempre nos alienta y nos abre caminos, nos corrige con amor y misericordia pero nos impulsa a seguir yendo más allá porque sentimos que El confía en nosotros y por eso se hace misericordia en nuestra vida.

Y esto no son palabras repetidas a la carrera, esto lo vivimos en el silencio del corazón sintiendo el gozo de su amor de padre. Lo demás que nos pone Jesús como pauta saldrá luego casi como de forma espontánea. Tenemos la seguridad de su presencia, de su gracia, de su perdón y de su paz. Nos sentiremos confiados por el Dios que alimenta a las aves del cielo y hace florecer la flor de nuestros campos, no va a ser el Padre que olvide y abandone a sus hijos. Problemas, luchas, necesidades, esfuerzos en el camino, deseos de superación con el amor de Dios a nuestro lado tenemos la seguridad en nuestro camino de que no nos faltará nunca la gracia, la presencia de Dios.

Saboreemos el gozo de estar en su presencia, el tiempo se volverá eternidad y envueltos en su amor sentiremos la más hondo felicidad en nuestro corazón. Mastiquemos hasta saborearlo en lo más profundo el padrenuestro que nos enseñó Jesús.

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