sábado, 1 de junio de 2024

Que la luz del Espíritu sea quien nos ilumine y con nosotros estará, como en Jesús, la autoridad del Espíritu de Dios

 


Que la luz del Espíritu sea quien nos ilumine y con nosotros estará, como en Jesús, la autoridad del Espíritu de Dios

Judas 17.20b-25; Salmo 62; Marcos 11, 27-33

¿Quién te crees que eres tú? Algunas veces hemos reaccionado algo así con alguien que de repente lo vemos que se va metiendo en todas las cosas, se va involucrando de tal manera en cosas que nos afectan a todos, porque quizás tiene un inquietud interior que le hace que no se pueda quedar quieto ante las cosas que suceden y siempre está buscando soluciones, siempre está quizás incluso queriendo involucrar a los demás o a nosotros mismos y quizás por no sé qué razones de lo que nos sucede en nuestro interior incluso nos sentimos molestos con las cosas que realiza y que no somos capaces de hacer nosotros.

Surgen desconfianzas, surgen incluso enfrentamientos por la distinta manera de ver las cosas, y terminamos teniendo reacciones que no terminamos de entender, porque quizás es que no nos entendemos ni a nosotros mismos. Una solución que nos parece fácil, quitarle autoridad diciéndole que quien le ha dado permiso para meterse en esas cosas que no le corresponden.

¿Se sentían así los judíos ante la actuación de Jesús? Al menos algunos sectores no veían con buenos ojos lo que Jesús hacía. Y terminó habiendo una abierta oposición, aunque no siempre se enfrentaban a las caras, porque sabían que el conjunto de la gente, por así decirlo, estaba con Jesús. Admiraban sus milagros, les gustaba la autoridad con que hablaba y enseñaba, las palabras que escuchaban a Jesús les llegaban al corazón y aunque surgieran muchos interrogantes en el interior sin embargo sentían admiración por Jesús. No así los sectores más influyentes de aquellos momentos en la sociedad judía, porque de alguna manera se sentían denunciados por las palabras que Jesús decía, pero sobre todo por la manera de actuar de Jesús.

Ahora vienen pidiéndole a Jesús cartas de autoridad. Jesús se había atrevido incluso a tratar de purificar el templo arrojando del lugar sagrado a vendedores y cambistas porque habían convertido en un mercado la casa de oración. Como sucede siempre detrás de todo ese movimiento social y económico que se movía en el entorno del templo había también sus intereses, y cuando nos tocan nuestros ‘intereses’ todos reaccionamos. Era la que estaba sucediendo con Jesús. Como sucede tantas veces en muchas actividades del tejido social, como sucede también, por qué no decirlo incluso en el entorno de nuestras iglesias y comunidades. Muchos enemigos se han ganado muchos sacerdotes en muchas comunidades por tratar de poner orden en estas cosas. No es un tema fácil.

Creo que todo esto que estamos viendo en el entorno de Jesús en aquel momento con aquellas reacciones tan diversas entre los que le escuchaban o le seguían tenemos que descubrirlo también en nuestros entornos. Siguen las desconfianzas, siguen incluso las zancadillas en ocasiones cuando encontramos a alguien con quien no terminamos de comulgar en sus planteamientos. Sigue ese señalar con el dedo a aquel que no me agrada queriendo dejar alguna mancha con la que quitarle autoridad en lo que está haciendo. Sigue la cerrazón de tantos corazones que no terminan de dejarse conducir por el Espíritu del Señor, y que se mueven quizás desde otros intereses. Siguen los dobles juegos, las apariencias y las vanidades que todo quieren hacerlo relucir con oropeles figurativos, pero que no llegamos a hacer brillas el corazón como tendríamos que hacerlo.

Es hora de hacer un Aarón; cono Jesús cuando expulso a aquellos vendedores del templo, aunque supiera que a todos no iba a gustar. Pero la autoridad de Jesús estaba por encima de todas esas cosas y no se quería dejar manipular. Que hay muchos que nos quieren manipular, que hay muchos que quieren arrimar el ascua a su sardina porque tienen sus intereses.

Dejemos que la luz del Espíritu sea la que nos ilumine y con nosotros estará, como en Jesús, la autoridad del Espíritu de Dios.

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