domingo, 19 de mayo de 2024

Es Pentecostés hagamos palpable en nuestro mundo de hoy todas las señales de la presencia del Espíritu en medio de nosotros y haremos así un mundo nuevo

 


Es Pentecostés hagamos palpable en nuestro mundo de hoy todas las señales de la presencia del Espíritu en medio de nosotros y haremos así un mundo nuevo

Hechos  2, 1-11; Salmo 103; 1Corintios 12, 3b-7. 12-13; Juan 20, 19-23

Es Pentecostés. Es mucho más que aquella fiesta judía que se celebraba a los cincuenta días de la pascua, como una celebración de la ley que el Señor dio a través de Moisés a su pueblo allá en el Sinaí; mucho más como aquella fiesta casi al principio del verano y que se convertía en ofrenda de las primicias de aquellos frutos que se comenzaban a recoger. Es mucho más porque para nosotros es la fiesta del Espíritu, aquella donación de sí mismo que Jesús había prometido para estar siempre con nosotros porque contaríamos para siempre con la fuerza venida de lo alto.

Los Hechos de los Apóstoles nos relatan lo acontecido aquel día. Aún seguían los Apóstoles encerrados en el Cenáculo, a pesar de las experiencias que ya habían tenido de la presencia de Cristo resucitado. En la Ascensión Jesús les había pedido que se quedaran en Jerusalén hasta que recibieran la fuerza del Espíritu. Ahora en medio de aquellas señales que les estremecían como de un ruido ensordecedor, de aquellas llamaradas que aparecían sobre ellos como si sintieran un incendio divino en sus espíritus ellos se sienten transformados e impulsados a salir al encuentro de cuantos les rodeaban.

Algo extraordinario sucede, porque habiendo gente venida de distintos lugares como era normal en aquella fiesta judía de Pentecostés todos les entienden cada uno en su propio idioma. La torre de la confusión de Babel se derrumbaba para comenzar un lenguaje nuevo que todos iban a entender. Son los signos y señales de la presencia del Espíritu.

Se acabaron los miedos y la confusión, comienza el mundo nuevo de la unidad y del entendimiento; queda ya atrás lo de encerrarse en si mismos y sus inseguridades para hacer el anuncio de la Buena Nueva que iba a transformar el mundo; con la presencia del Espíritu de Cristo resucitado la paz renace en los corazones, porque se olvidan las culpabilidades porque el perdón es el que nos va a conducir a la verdadera paz y no solo nosotros nos vamos a sentir renovados desde lo más hondo de nosotros mismos a pesar de las sombras de nuestros errores y pecados, sino que además tenemos que convertirnos en esos mensajeros y testigos de la paz y el perdón que será el que de verdad renueve nuestro mundo.

No podemos olvidar esas señales de la presencia del Espíritu que nosotros tenemos que seguir mostrando a nuestro mundo. No es solo el recuerdo de las señales vividas en otro momento sino que ha de ser en verdad algo vivo que en nosotros ahora se tiene que manifestar también para bien de nuestro mundo.

Hoy, ahora, aquí tiene que seguir siendo Pentecostés. La celebraciones cristianos no son solo un recuerdo sino un memorial, porque es haciendo memoria de esas maravillas de Dios hacer presente ahora en nuestra vida y en nuestro mundo esas mismas maravillas de Dios. Hoy, aquí y ahora tenemos que ser testigos de Pentecostés, porque nuestros miedos y cobardías se acaben de una vez para siempre, porque tenemos que comenzar a mostrar que es posible esa unidad y esa comunión porque en verdad comenzamos a sentirnos verdaderamente hermanos, porque sentimos en nuestros corazones el gozo y la alegría del perdón recibido que nos llena de paz y nos hace hombres nuevos sino porque vamos siendo esos ministros de reconciliación y de perdón para los demás.

Nos lo dijo Jesús en el día de Pascua, que nos daba su Espíritu para el perdón de los pecados, de manera que por todas partes teníamos que ir haciendo presentes esas señales del perdón. Sin verdadero y profundo perdón no podremos alcanzar una autentica paz. Esa paz que tanto necesita hoy nuestro mundo; esa paz que nos regenere y nos haga encontrarnos de verdad los unos con los otros dejando atrás viejos resentimientos y sanando de verdad las heridas que aun llevemos en el corazón. Las heridas que no se curan siempre nos irán marcando con cicatrices molestas; tenemos la medicina verdadera en la fuerza del Espíritu del Señor.

Una tarea muchas veces costosa y difícil, tenemos que reconocer, pero una tarea que sabemos que es posible. Vivamos con intensidad la experiencia de ser perdonados y aprenderemos a tener la experiencia gozosa de ofrecer el perdón. La fuerza del Espíritu que hoy en Pentecostés a eso nos está conduciendo.

Es Pentecostés y tenemos que ponernos en camino; es Pentecostés y de una vez por todas tenemos que abrir las puertas; es Pentecostés y tenemos que ir al encuentro de ese mundo que nos rodea con sus divergencias y con sus diferencias, con esos lenguajes que se nos vuelven ininteligibles y esas soledades que nos aíslan a pesar de tanto que decimos que nos comunicamos para crear un lenguaje nuevo de comunión y unos lazos de comunicación que nos acerquen los corazones. Es Pentecostés hagamos palpable en nuestro mundo de hoy todas las señales de la presencia del Espíritu en medio de nosotros y haremos así un mundo nuevo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario