viernes, 26 de abril de 2024

Despertemos para que el mundo tenga luz y tenga vida, no ocultemos el evangelio que es una luz que tiene que iluminar

 


Despertemos para que el mundo tenga luz y tenga vida, no ocultemos el evangelio que es una luz que tiene que iluminar

1Corintios 2, 1-10; Salmo 118; Mateo 5, 13-16

Se me ocurre pensar que la luz no es para si misma, sino que tiene la función de alumbrar a los demás, o iluminar el entorno que la rodea. La luz en si misma no la podemos guardar, meter en un armario para luego utilizarla cuando queramos; podremos guardar la energía, o aquellas cosas que nos puedan producir luz, pero no la luz en si misma. Allí donde hay luz todo se ilumina, allí donde hay luz nosotros podremos movernos y caminar, como podremos contemplar cuanto nos rodea y en consecuencia la belleza de nuestro entorno. La luz, entonces, nos hace vivir, nos ayuda a vivir.

Se me ocurren estos pensamientos previos ante el evangelio que hoy se nos propone. Nos habla de la luz y de la luz que tiene que iluminar, de la luz que nosotros hemos de ser con la que tenemos que iluminar. Será una luz que se enciende en nosotros, pero es una luz que nosotros recibimos. En fin de cuentas se nos está hablando del evangelio, de nuestro encuentro con Jesús y de cómo en El nos sentimos iluminados para nosotros transformarnos en luz, convertirnos en luz con la que tenemos que seguir iluminando a los demás.

A lo largo del evangelio es una imagen que se repite. Jesús es esa luz que viene a iluminar el mundo, por eso cuando Jesús comenzó a predicar, anunciando la llegada del Reino de Dios, por Galilea, el evangelista recordará aquel pasaje de los profetas que nos habla de que el pueblo que habitaba en tinieblas y en sombras de muerte se iluminó con una luz nueva. Es lo que significó la presencia de Jesús; es lo que con signos Jesús nos va expresando cuando va devolviendo la vista a los ciegos y despertando a una nueva vida y a una nueva esperanza a aquel pueblo que habitaba en tinieblas. Es lo que significa nuestro encuentro con Jesús; es lo que significa esa fe que ponemos en El.

Con Jesús la vida adquiere un nuevo sentido y valor; es una nueva sabiduría que inunda nuestra vida, es una nueva forma de vivir y de actuar. No nos faltarán los problemas y las dificultades, seguiremos con nuestras dudas y nuestros tropiezos, los problemas del mundo que nos rodea son los mismos, pero tenemos una nueva forma de afrontarlos, una nueva forma de caminar, una fuerza para superar obstáculos y dificultades, para vencer el mal que nos tienta, para caminar en una nueva rectitud, para comenzar a tener una mirada distinta a cuantos nos rodean, para caminar con la fuerza del amor.

Pero, como decíamos, esa luz no es para guardarla para nosotros sino esa luz es para repartirla. Es lo que nos está pidiendo Jesús cuando nos dice que somos luz del mundo y sal de la tierra. Y nos dice que la luz no es para guardarla metida en un cajón, sino para ponerla en alto e ilumine todo alrededor. Nos dice que somos sal, pero la sal es para preservar y para dar sabor; no nos vale tener guardada la sal en el armario si no la utilizamos para darle sabor a la comida o para preservar de la podredumbre lo que queramos guardar.

‘Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente’. Como nos seguirá diciendo también, ‘vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa. Brille así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielos’.

Ahí está nuestra tarea y nuestra misión. No podemos ocultar la luz, no podemos dejar que se eche a perder la sal. Tienen que cumplir su función. Tenemos que cumplir nuestra función, de la que no podemos escaquearnos. ‘No podemos ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte’. Y eso tenemos que ser nosotros. Es la acogida, y de ahí la imagen de la ciudad, pero es también la salida de nosotros mismos para ir al encuentro con los demás llevando nuestra luz.

¿Qué estaremos haciendo con nuestra luz? ¿Qué estamos haciendo con esa fe que decimos que tenemos en Jesús? ¿Qué estamos haciendo con el Evangelio, la buena noticia que tenemos que llevar a los demás?  Hacen falta testigos. No nos quejemos de lo mal que anda la vida, de lo mal que anda nuestro mundo. Eso es una cosa fácil de hacer, quejarnos. Pensemos qué luz le estamos llevando nosotros desde nuestra fe al mundo que nos rodea. No nos escondamos. Salgamos a la periferia de nuestro mundo a llevar el evangelio. Es el testimonio de nuestra vida de creyentes que con valentía tenemos que ofrecer a los que nos rodean y que no siempre hacemos. Despertemos para que el mundo tenga luz y tenga vida.

 

 

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