martes, 12 de marzo de 2024

Que no sigan habiendo muletas que no nos dejan caminar por nuestras cobardías, ni camillas en las que sigamos postrados porque nos quedan muchos miedos en el alma

 


Que no sigan habiendo muletas que no nos dejan caminar por nuestras cobardías, ni camillas en las que sigamos postrados porque nos quedan muchos miedos en el alma

Ezequiel 47, 1-9. 12; Salmo 45; Juan 5, 1-16

Todos hemos presenciado, o acaso también nos habremos visto envueltos en esa situación, una aglomeración de gente que hace cola porque lo necesitan para conseguir algo que consideran muy importante o vital para sus vidas; los empujones y los revolcones que se montan, sobre todo cuando llega el momento de comenzar a moverse aquella cola, porque ha llegado el momento del comienzo del reparto, se ha abierto la puerta, y ahora todos, aunque hasta ahora quizás se habían mantenido en cola de una forma más o menos ordenada, al empujón rompen filas, nadie tiene consideración con nadie y todos pretenden saltar por donde sea para alcanzar aquello que esperaban. Nadie mira a nadie ni siente compasión por la debilidad con que algunos se muestren en su necesidad.

¿Algo así sucedería en aquella piscina de las ovejas donde tantos enfermos y discapacitados en las más diversas enfermedades y dolencias esperaban que al agua se removiera para poder entrar el primero y curarse? Los que mejor podían valerse se adelantaban a todos y no importaba que hubiera alguien que estuviera allí esperando (en la cola) desde hacia 38 años y nadie le importaba nadie. Es la queja humilde y resignada de aquel hombre a quien Jesús le pregunta si quiere curarse.

Más allá de esas colas que hacemos ante una oficina o ante algún reparto benéfico, ¿este texto estará reflejando algo de lo que vivimos cada día en la vida? Resignación no falta en muchos que se ven envueltos en sus problemas sin saber como salir adelante y como solemos decir no nos queda más remedio que aguantarnos; pero empujones bien que nos damos en la vida cuando cada uno va buscando solo sus intereses; avariciosos nos volvemos en tantas ocasiones que nos parece que con lo que tenemos no vamos a alcanzar nuestros sueños y mercadeamos en lo que sea y por donde sea con tal de conseguir influencias de quien en un momento dado nos pueda echar una mano, situaciones de privilegio por los que todos soñamos porque así nos vemos como por encima de los demás, insolidarios caminamos pensando solo en nosotros mismos y a lo sumo le echamos una mano, pero las dos no que ya está bien, a aquellos que pudiéramos considerar más cercanos a nosotros y un día también podían hacer algo por nosotros. En muchas cosas podemos fijarnos.

Es Jesús el que ha venido al encuentro de aquel hombre, como viene también a nuestro encuentro. Allí donde está el dolor, donde hay algo que sufre, allí donde hay una situación de sombras, allí donde hay unos corazones atormentados, allí donde parece que se agotado las esperanzas y solo queda la resignación o una lucha desesperada que todo lo puede convertir en violencia, allí donde se producen los peores desequilibrios que muchas veces nos encierran o nos hacen insolidarios, allí siempre puede aparecer una luz.

En aquel caso, en la piscina de Betesda apareció esa luz para aquel hombre que pudo tomar su camilla, cargar con ella y echar a andar para su casa. No todos van a reconocer esa luz, porque quizás está haciendo resplandecer cosas que otros querían ocultar o de las que no quieren saber nada. Incluso aquel pobre hombre que ahora se ha visto liberado de su imposibilidad va a sufrir los zarpazos de esa lucha, porque habrá quien no entienda que haya sido curado en sábado, o no querrán reconocer el poder y la acción de Jesús. ¿No se siguen dando coletazos contra la Iglesia, contra la obra de la Iglesia, contra la fe en Jesús en el mundo que hoy vivimos por tantos a los que parece que les molesta la fe que podamos tener en Jesús?

¿No habrá incluso algunas ocasiones que a los que decimos que tenemos fe en Jesús quizás nos cueste mostrar abiertamente esa fe porque vamos a encontrarnos un mundo que está enfrente y no lo soporta? Cuidado con nuestras cobardías, cuando con los brotes de insolidaridad que nos pueden brotar dentro de nosotros, cuidado que entremos en esas carreras del mundo y comencemos también nosotros a despreocuparnos de los demás, simplemente para hacer lo que todos hacen.

¿Seguirá habiendo muletas que no nos dejan caminar por nuestras cobardías, camillas en las que sigamos postrados porque todavía nos quedan muchos miedos en el alma? Tenemos que aprender a levantarnos, a dejar a un lado de una vez por todas esas muletas y camillas, algo nuevo tiene que brotar en nosotros cuando en verdad reconocemos a Jesús. Nos había preguntado Jesús también a nosotros si queríamos sanar, pero ahora además nos dice: ‘Mira, has quedado sano; no peques más, no sea que te ocurra algo peor’.

 

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