domingo, 10 de marzo de 2024

No olvidemos nunca que es Dios el que primero nos ha amado y nos ha regalado su gracia y su perdón, correspondamos a tanto amor

 


No olvidemos nunca que es Dios el que primero nos ha amado y nos ha regalado su gracia y su perdón, correspondamos a tanto amor

2Crónicas 36, 14-16. 19-23; Salmo 136;  Efesios 2, 4-10; Juan 3, 14-21

Si nosotros nos sentimos en deuda con alguien, ¿hasta donde seríamos capaces de llegar para condonar esa deuda? Lo que en principio estoy considerando es que soy yo el que estoy en deuda, no lo que otros me deban a mí, ¿hasta donde llegamos? Buscaríamos medios, buscaríamos personas que nos ayuden, influencias que podamos obtener quizás de otras personas a las que acudimos para que quizás intercedan por nosotros…

Pero pensemos más, pensemos en que con quien nos sentimos deudores es alguien con quien habíamos tenido una buena relación, pero surgieron los problemas que surgieron, y ahora está por medio esa deuda, sabiendo además que era o es un persona que nos amaba y quería mucho. ¿Qué podemos hacer? ¿Qué podemos aportar por nuestra parte desde nuestra pobreza y pequeñez?

Pero aquí está lo que es la maravilla del amor. Estábamos comentando que era alguien que nos amaba, que nos quería, que fuimos nosotros con nuestra miseria los que provocamos esa deuda. Y viene el Dios generoso que mantiene su amor para con nosotros, no quiere nuestra muerte aunque lo merezcamos por grande que sea nuestra deuda. Aparece el Dios lleno de misericordia y compasión, que por gracia, o sea gratuitamente, simplemente porque nos ama nos regala el perdón. Es más, para regalarnos ese perdón y esa vida, nos entrega a su Hijo amado y preferido.

Como nos ha dicho hoy el evangelio ‘tanto amó Dios al mundo, tanto nos amó Dios, que nos entregó a su propio Hijo, para que todo el que cree en El no perezca sino que obtenga la vida eterna’. Maravilla del amor de Dios. Como alguien ha escrito, ‘amar a alguien es decirle tú no morirás jamás’. Eso nos está diciendo Dios, que nos ama y quiere que tengamos vida, no quiere la muerte. ‘No vino Jesús para juzgar y condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por medio de El’. Nos lo está repitiendo continuamente en el evangelio. Sí, ahí está, Dios nos ama y quiere la vida para nosotros. Por eso ‘todo el que cree en el Hijo de Dios no perece sino que obtiene la vida eterna’.

Ahí está la maravillosa reflexión que nos hace san Pablo en la carta a los Efesios. ‘Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho revivir con Cristo, estáis salvados por pura gracia’. Por pura gracia; es un don gratuito. No es lo que nosotros hagamos, no son los méritos que vayamos acumulando por otro lado al alcanzar la condenación de la deuda; es un regalo de Dios, por eso decimos gracia.

Es algo que no consideramos lo suficiente.  Por eso luego seguimos siendo tan mezquinos; no lo hemos asimilado bien, nos parece algo tan natural, que nos hemos acostumbrado, y realmente no somos agradecidos lo suficiente. Tendría que ser algo que se nos quedara como grabado a fuego en el alma para no olvidarlo jamás. Pero somos reincidentes en nuestro pecado.

Nosotros seguimos prefiriendo la tiniebla y rehusamos tantas veces la luz; es que la luz nos descubriría la realidad de nuestras obras; nos queremos ocultar, pero es señal de que seguimos en tinieblas y no nos dejamos iluminar. A veces nuestro pecado además puede ser exceso de confianza, porque nos decimos, bueno, el Señor es bueno y siempre nos perdona. Pero estamos jugando con el amor de Dios y no tendríamos que hacerlo.

Es lo que tenemos que vivir y es la vida que tenemos que repartir. Cuando así nos sentimos amados de Dios no podemos menos que nosotros comenzar a amar de la misma manera. Es ahí donde mostramos el amor que le tenemos a Dios, en esa nueva vida que comenzamos a vivir, en esa tarea de amor en la que nos vemos comprometidos para ir sembrando esas semillas de amor en el mundo. 

Nos cuesta muchas veces porque se entremezcla la cizaña en nuestros sentimientos y en nuestras actitudes. Ya nos prevenía Jesús de que eso iba a suceder así, pero nos previene para que no nos dejemos embaucar por el mal que se nos presenta con tantas apariencias engañosas.

Ojalá nosotros de verdad podamos irle diciendo a los que amamos que queremos que vivan, que tengan vida para siempre, que no haya muerte en sus vidas. Pero eso no pueden ser solamente palabras bonitas que les digamos; han de ser las actitudes profundas que nosotros tengamos plantadas en nuestra vida que vayan creando vida allá por donde vamos.

Por eso tenemos que sobresalir en generosidad y desprendimiento por los demás, por eso nuestros gestos y nuestras palabras, cada cosa que hagamos han de estar siempre envueltas en la delicadeza y en la ternura. 

Tenemos de una vez por todas que ir quitando acritud de la manera como tenemos de comportarnos con los demás, una acritud que aparece en palabras violentas y malsonantes, en gestos despectivos, en discriminaciones que aparecen en nuestra manera de tratar según a quien, en desconfianzas que algunas veces camuflamos en sonrisas forzadas, en tantas posturas con las que creamos distanciamientos y ponemos barreras a pesar de nuestra buena cara. Algo hondo tiene que cambiar dentro de nosotros para que afloren siempre esos buenos sentimientos, para que dejemos a nuestro paso siempre el perfume de nuestro amor.

Recordemos siempre, es Dios el que nos ha amado y nos ha regalado su perdón, respondamos con nuestro amor.

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