viernes, 8 de marzo de 2024

Escuchemos en la sinceridad del corazón como Dios es nuestro único Señor por el amor que nos tiene y con ese mismo amor amemos también a nuestro prójimo

 


Escuchemos en la sinceridad del corazón como Dios es nuestro único Señor por el amor que nos tiene y con ese mismo amor amemos también a nuestro prójimo

Oseas 14, 2-10; Salmo 80; Marcos 12, 28b-34

Tenemos que comenzar por escuchar. Eso que nos cuesta tanto. Somos muy charlatanes, en todos los sentidos. Y quizás lo que hacemos es escucharnos a nosotros mismos. Si por la vida fuéramos con oído más atento, con nuestros sentidos más abiertos para captar y sentir lo que palpita a nuestro alrededor, otras seguramente serían nuestras actitudes, las posturas que tomamos ante los demás, las razones que encontramos para darle un nuevo sentido a la vida.  Pero nos hemos creado nuestro castillo de sueños y de ilusiones y algunas veces está en el aire. Nos hemos hecho nuestras ideas y según nuestro yo queremos siempre actuar, y hay algo distinto, hay otra cosa, hay otra forma de mirar. ¿Por qué no nos ponemos a escuchar, por qué no nos ponemos a escuchar a Dios?

Fijémonos en el texto del evangelio que hoy se nos propone, e incluso fijémonos también en la lectura profética. Un escriba se acerca a Jesús para preguntarle cuál es el primer mandamiento, cuál es lo primero que tenemos que cumplir. Y Jesús responde con literalmente con un texto de la Escritura, texto por otra parte que todo buen judío conocía y repetía muchas veces al día, porque era siempre su manera de orar a Dios y hacerle presente en su vida, aunque muchas veces se quedar en un repetir formalmente unas palabras sin fijarse en su verdadero contenido.

Y Jesús, en esta ocasión, comienza repitiendo textualmente lo que decía la Escritura Santa. ‘El primero es: Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser’. Fijémonos cómo comienza el texto, primero que nada tenemos que escuchar y según lo escuchado actuaremos en consecuencia con ese amor a Dios sobre todas las cosas.

‘Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor’. Escuchar y reconocer es mucho lo que implica. Sí, es un acto de fe, para reconocer que nuestro Dios es nuestro único Señor. ¿Qué significa esto? ¿Por qué es el único Señor? Con una palabra tenemos que responder, por su amor. Es una manera de recordar y reconocer todo lo que ha sido la historia de amor de Dios para con su pueblo a través de toda su historia. Cuando Moisés transmite estas palabras al pueblo tienen aún reciente como se han visto liberados de Egipto, cómo con la acción de Dios pudieron atravesar el mar Rojo abriéndose sus caminos ya para siempre para la libertad; como Dios se ha hecho presente en su travesía por el desierto, costosa es cierto, pero allí ha estado el Señor como una columna luminosa y como un nube que les daba sombra para suavizar el camino. Ahí recuerdan toda la historia de la salvación, que es toda una historia de amor, y Dios es el único Señor, al que adorar y al que amar con el todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente, con todo su ser.

Escuchemos nosotros también. Escuchemos toda esa historia de amor de Dios en nuestra vida. Si nos detenemos y nos ponemos a escuchar será mucho lo que tenemos que reconocer. Cada uno tiene su historia, sus luchas, sus fracasos, sus esfuerzos, sus trabajos, sus tropiezos, sus momentos de sombras pero también sus momentos de luz. Recordemos con sinceridad, escuchemos lo que sentimos en el corazón. Es mucho lo que hay en lo que se ha manifestado ese amor de Dios. ¿Cómo no le vamos a amar también sobre todas las cosas?

Pero escuchemos también que esa voz que resuena fuerte en nuestro interior nos hace mirar algo más; tenemos que mirar en nuestro entorno, tenemos que mirar a los que caminan a nuestro lado, tenemos que mirar a nuestro prójimo. Y no los podemos dejar fuera de ese amor. Es que no sería verdadero el amor que le tuviéramos a Dios si no amamos a los hermanos que son también sus hijos, si no somos capaces de amarnos como nos amamos a nosotros mismos. Es con lo que concluye la respuesta de Jesús.

Ojalá escuchemos también desde esa voz de Dios que por nuestro amor a nosotros nos dice también ‘no estás lejos del Reino de Dios’.


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