domingo, 3 de marzo de 2024

A ese templo de religión y cristianismo que nos hemos construido Jesús tendría que venir a derribar muchas cosas y a hacernos cambiar muchas actitudes


 

A ese templo de religión y cristianismo que nos hemos construido Jesús tendría que venir a derribar muchas cosas y a hacernos cambiar muchas actitudes

 Éxodo 20, 1-17; Salmo 18; 1Corintios 1, 22-25; Juan 2, 13-25

Cuidado que el árbol no nos deje ver el bosque; cuidado que la anécdota se convierta en el atractivo y no nos deje profundizar en el mensaje para que nos llegue a nuestra vida en la situación concreta en que vivimos.

Tentados estamos en darle vueltas y más vueltas al episodio que se nos narra hoy en el evangelio, con las explicaciones de por qué aquellos animales para los sacrificios o el motivo de aquellos cambios de monedas en el templo y nos quedemos en lo que pudiera ser anecdótico y solo un signo que nos lleva a algo más profundo.

¿En qué situaciones nos podemos encontrar hoy y que encuentren como un eco en lo que nos narra el evangelio? muchas veces quizás hayamos podido convertir todo lo que atañe a nuestra relación con Dios y en lo que convertimos muchas veces nuestra vida cristiana en unas costumbres – siempre nos lo han enseñado así, nos decimos -, en unos ritos que repetimos – porque eso es la tradición -, en unas cosas que tenemos que cumplir – porque cuando cumplimos ya nos quedamos satisfechos y parece, por ejemplo, que el domingo no es domingo porque no hemos venido a Misa, aunque nos la pasáramos pensando en las musarañas -. Y en eso reducimos muchas veces todo lo que es ser cristiano.

¿Dónde ha estado en nuestras celebraciones un encuentro vivo con Dios sintiendo el gozo de su presencia allá en lo más hondo de nosotros? ¿Qué marca ha dejado en nuestra vida esa Palabra de Dios que se ha proclamado en la celebración? ¿Cuando salimos de la Iglesia ya vamos con el propósito de algo nuevo y distinto que allí en la Palabra de Dios encontramos? ¿Qué recuerdo nos queda el domingo por la tarde de esa Palabra que escuchamos en la Misa de la mañana? Y así podríamos hacernos muchas más preguntas. ¿En qué estábamos, o donde estábamos mientras se iba realizando el rito de la celebración? ¿Nos habremos quedado en un culto vacío?

 Pero bien nos damos cuenta que todo nuestro ser cristiano no se reduce al cumplimiento, y volvemos con la misma palabra, de unos ritos o unas celebraciones. El evangelio de Jesús es una propuesta de vida, es un sentido nuevo para lo que hacemos y para lo que es toda nuestra vida. El evangelio es una buena noticia – porque así mismo lo significa la palabra – de una vida nueva que llamamos el Reino de Dios.  ¿El Reino de Dios se nos queda en que le pongamos una hermosa corona a nuestra imagen preferida de Jesús o de la Virgen o los santos? Entre vosotros no será como en los reinos de este mundo, les dice Jesús en muchas ocasiones a los discípulos. Y nos hablará de unas actitudes nuevas que hemos de tener los unos con los otros.

Es lo que en verdad tenemos que descubrir. Cuando estamos reconociendo que Dios es el único Señor de nuestra vida estamos abriendo los ojos a mirar con una mirada distinta cuanto nos rodea, a mirar con una mirada nueva y distinta las personas que están a nuestro lado o componemos nuestro mundo. Ya nos decía Jesús que no es en la búsqueda de lugares de honor o de primeros puestos cómo vamos a manifestar en verdad que Dios es el único Señor de nuestra vida. Es cuando seamos capaces de ver a Dios en aquellos que están a nuestro lado y amarlos con ese amor de Dios. Por eso nos hablará de hacernos los últimos y los servidores de todos. Como lo hizo Jesús.

Nuestro trabajo, nuestras responsabilidades, lo que vamos haciendo en la vida adquieren un nuevo sentido y un nuevo valor. Ya no podemos ir pensando solo en nosotros mismos y en nuestras ganancias personales; ya tenemos que comenzar a pensar como estaremos contribuyendo con lo que es nuestra vida al bien de ese mundo porque es al bien de cuantos nos rodean. Con qué responsabilidad tenemos que tomarnos la vida y cuanto hacemos; con cuanta responsabilidad nos sentimos de ese mundo que está en nuestras manos. Mucho tendría que cambiar cuando de verdad nos encontramos con el evangelio de Jesús nuestra vida, lo que hacemos y todo lo que son nuestras responsabilidades.

Ya nuestra vida no son simplemente unas costumbres o unas rutinas; ya no nos podemos quedar en hacer unas cosas por cumplimiento o realizar unos ritos para quedarnos como tranquilos en nuestra conciencia porque ya cumplimos. Ya no es solo que en un momento quizá de generosidad hagamos unas ofrendas, llevemos unas flores, ofrezcamos unas cosas, sino que la ofrenda tiene que ser algo más hondo, no de cosas, sino de nosotros mismos desde lo más hondo de nosotros.

Volvemos a lo que podríamos llamar la anécdota del evangelio de hoy, ¿no tendría que venir Jesús a ese templo de religión y de cristianismo a nuestra manera que nos hemos construido a derribar muchas cosas, a echar fuera muchas pobres actitudes porque el culto que le debemos a Dios tiene que ser algo más hondo y profundo que ofrezcamos con toda nuestra vida? ¿Cómo se tendría que renovar ese templo de Dios que somos nosotros y qué nuevas actitudes y valores tendríamos que hacer florecer?

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