sábado, 8 de julio de 2023

El evangelio es noticia nueva porque si no es nueva no es noticia y es noticia buena porque nos ofrece la novedad de una vida nueva, dejémonos de componendas

 


El evangelio es noticia nueva porque si no es nueva no es noticia y es noticia buena porque nos ofrece la novedad de una vida nueva, dejémonos de componendas

Génesis 27, 1-5. 15-29; Sal 134; Mateo 9, 14-17

Los caminos de la vida y de la historia podríamos decir que son un continuo avanzar, cada cosa tiene su tiempo, cada momento será único e irrepetible, y nos vamos encontrando continuamente las novedades que la misma vida nos ofrece, de alguna manera continuación de lo anterior pero siempre con lo nuevo de lo que ahora sucede que no es una simple repetición de lo pasado. Algunas veces nos cuesta aceptar esa novedad; sobre todo los mayores hay momentos en que nos llenamos de añoranzas de las cosas que en otros momentos vivimos y nos cuesta aceptar lo nuevo que progresivamente se nos va ofreciendo.

De ahí las tendencias en la manera de pensar, en la forma de plantearnos la vida, de continuar con la construcción de este mundo, cosas que nos hacen diferentes los unos a los otros, cosas en las que siempre habríamos de tener la lucidez de ver lo nuevo que podemos hacer o podemos construir. Son las diferentes tendencias que nos encontramos en la vida social, en las costumbres que queremos mantener, en lo valores sobre los que hemos de ir construyendo la vida, la visión incluso de futuro que podamos tener. Nos cuesta muchas veces descubrir lo bueno en lo nuevo que se nos va ofreciendo. No es lo mismo la historia vivida en otros siglos y en otros tiempos, que la vida que ahora nos toca vivir, y es a esta vida a la que tenemos que responder.

La presencia de Jesús que tantas esperanzas iba suscitando en los que soñaban con un nuevo, sin embargo también llenaba de inquietud a los que les costaba entender la novedad de la Buena Noticia que Jesús iba proclamando. Siempre la palabra de los profetas a trabes de toda la historia de Israel produjo esperanzas e inquietudes, entusiasmos y desconfianzas, no todos aceptaban la palabra valiente del profeta que les hablaba en nombre de Dios. Lo mismo está sucediendo con Jesús. Los que se sentían más oprimidos por la vida en las circunstancias concretas que cada uno vivía, llenaban su corazón de esperanza con el mensaje de liberación que Jesús ofrecía; pero incluso, sin embargo, aquellos que aun queriendo mantener una fe y unos sentimientos religiosos, descubrían que eran nuevos los caminos que Jesús ofrecía se sentían inquietos y desconfiados porque les parecía que les estaban cambiando su mundo. Fue el rechazo que veremos a lo largo del evangelio que manifestarán sobre todo los dirigentes del pueblo, muy enfrascados en sus intereses también, contra Jesús.

Pero hoy quienes se acercan a Jesús con cierta desconfianza son los que habían estado muy cerca del Bautista que había venido como precursor del Mesías para preparar los caminos del Señor. La austeridad de Juan, que era un signo en medio de aquel pueblo, había hecho también que a sus propios discípulos les costara aceptar el mensaje de Jesús y el nuevo estilo de vida que Jesús iba ofreciendo. Ellos que habían vivido intensamente la austeridad del bautista, ahora no entienden que los que siguen a Jesús no vivan también en ese mismo sentido tan penitencial. Había que preparar los caminos del Señor, pero no eran las cosas como rutinas lo que había que mantener, sino que era el corazón el que de verdad debía convertirse al Señor. Había sido el mensaje del Bautista que no siempre supieron entender, y era el mensaje de Jesús. Algo nuevo estaba ofreciendo Jesús.

Los discípulos de Juan no entienden que los discípulos de Jesús no ayunen como ellos lo hacían. Pero Jesús les está diciendo que ha llegado la hora de las bodas del Reino de Dios. Y las bodas no se pueden vivir en la tristeza sino en la alegría. ¿Cómo van a ayunar los amigos del novio mientras el novio está con ellos celebrando el banquete de bodas del Reino de Dios?

Y es cuando Jesús nos deja esas hermosas sentencias que nos hablan de esa vida nueva que hemos de vivir. Pero para vivir esa vida nueva del Reino de Dios hay que vestirse un traje nuevo. ¿No recordamos, con la parábola, aquel traje de fiesta que se exigía al que estaba invitado a la boda y quien no lo tuviera no podía participar en ella? No valen composiciones y arreglos, los remiendos siempre quedan mal apañados. Es necesario un traje nuevo, un vestido nuevo, como nuevos tienen que ser los odres donde se ponga el vino nuevo no sea que su fuerza los destruya y se pierdan los odres y se pierda ese vino nuevo.

Es la conversión a la que nos invita Jesús, que es una transformación total, que no es revestirse un traje cualquiera hecho de remiendos, sino vestirse el traje nuevo de la fiesta. Qué lástima porque seguimos con muchos remiendos en la vida, queremos arreglar esto por aquí, queremos mantener lo otro por allí, volvemos a sacar las cosas viejas que ya están inservibles aunque en su momento tuvieran su razón de ser, nos quedamos con estas devociones y estas rutinas, pero no damos el paso grande de la transformación del corazón y de la vida.

Vivamos toda la novedad que nos ofrece el evangelio, como su misma palabra indica. Es noticia nueva, porque si no es nueva no es noticia, y es noticia buena porque algo bueno y nuevo nos ofrece. Dejemos de hacer componendas. Abrámonos a esa novedad de vida nueva.

jueves, 6 de julio de 2023

Aprendamos a mirar a los ojos para entrar en la onda de la confianza desterrando recelos, sospechas y prejuicios a la manera de Jesús que quiso contar con Mateo

 


Aprendamos a mirar a los ojos para entrar en la onda de la confianza desterrando recelos, sospechas y prejuicios a la manera de Jesús que quiso contar con Mateo

Génesis 23,1-4.19; 24,1-8.62-67; Sal 105; Mateo (9,9-13

Me van a permitir que comience con una pregunta que me hago a mi mismo, y que me da vergüenza la respuesta que tendría que dar. Cuando vas por la calle y te encuentras tu mismo camino, por la misma acera, una persona, de esas que tantas veces rechazamos por su apariencia, por lo que sabemos, o algunas veces simplemente sospechamos, de lo que se dedica en su vida, que nos resulta sospechosa y desconfiamos evitando entrar en contacto o en algún tipo de relación, esta es la pregunta, ¿nos habremos detenido alguna vez a mirarle a los ojos?

Es una de las formas de nuestras evasivas, incluso si necesariamente tenemos que detenernos a hablar con esa persona, seguro que nuestra mirada andará perdida, pero probablemente no somos capaces de mirarle a los ojos, porque nos sentiríamos obligados a un tú a tú de conversación directa, de interés por la persona, de tender incluso nuestra mano en un saludo. ¿Cómo nos sentimos con nuestras reacciones? ¿Dónde buscamos argumentos para justificarnos?

Me ha hecho pensar en este hecho concreto lo que nos narra hoy el evangelio. Jesús se ha detenido junto a la garita de un publicano. Ya sabemos cómo era considerados entre los judíos, por decirlo pronto y fácil, llamarlo publicano era decir que era un pecador. En su entorno se olía todo lo que significar usura, por la forma de cobrar los impuestos, pero también todo lo que rodeaba ese mundo de prestamos y finanzas; además para un judío se le consideraba como un colaboracionista con el poder romano que venía avasallando e imponiendo sus impuestos, en detrimento de lo que pudiera ser beneficio para el pueblo de Israel. Era una fama realmente bien ganada.

Y allí se detiene Jesús y le habla directamente a quien allí está ejerciendo su oficio. No va a ser una conversación cualquiera, sino que era una invitación. Y una invitación no la podemos hacer si no miramos a la cara a quien vamos a invitar. Por eso en lo que hoy quiero fijarme es en esa mirada de Jesús a Mateo, de tal manera que se sintiera interpelado por la palabra de Jesús y cogido en su corazón para dar la respuesta de seguir a Jesús.

Jesús mira más allá de lo que puedan ser las apariencias externa, lo que sea la consideración que los demás puedan tener de esa persona, incluso de lo que haya sido esa persona en su vida, pero la mirada de Jesús es un querer contar con la persona, la mirada de Jesús no es una mirada de reproches sino de confianza, la mirada de Jesús es una invitación que llega al corazón. Y Mateo, que sostuvo aquella mirada, dio respuesta.

Por allá andarían los desconfiados de siempre pensando en sus cavilaciones de siempre donde se da por sentado la condena de la persona, y no terminarán de entender la decisión de Jesús. ¿Cómo iba a contar Jesús entre sus amigos a un recaudador de impuestos con toda la fama que traía consigo? Para más escándalo Jesús se sienta en la mesa de aquel hombre donde estarán también todos los considerados publicanos y pecadores.

¿No tendremos que ir aprendiendo nosotros a mirar a los ojos de los demás, también de esos que tantas veces descartamos y de una forma o de otra vamos marginando en la vida? ¿Seremos capaces de entrar en esa onda de la confianza desterrando de nuestro pensamiento sospechas y prejuicios, siendo capaces de creer siempre en la persona por encima de todo?

Necesitamos seguir llevando la camilla de nuestra debilidad a nuestro lado para valorar el perdón recibido para un nuevo camino y darlo generoso también con los demás

 


Necesitamos seguir llevando la camilla de nuestra debilidad a nuestro lado para valorar el perdón recibido para un nuevo camino y darlo generoso también con los demás

Génesis 22, 1-19; Sal 114; Mateo 9,1-8

Todos merecemos una segunda oportunidad. Al menos eso pensamos cuando hemos sido nosotros los que hemos cometido el error y tenemos el buen deseo de querer rehacer nuestra vida. Sin embargo, hemos de reconocer, que no siempre somos capaces de ir por la vida dando segundas oportunidades a los demás. Pensemos, por ejemplo, cuando nos cuesta otorgar nuestro perdón. Y diríamos que perdonar lleva consigo el hacer que nos reencontremos con la paz; es lo que ofrezco cuando perdono, pero es al mismo tiempo lo que siento en mi mismo cuando soy capaz de perdonar. Desgraciadamente hay en la vida demasiados que no dan segundas oportunidades y ya sabemos de la amplitud que Jesús quiere que nosotros le demos al perdón otorgado.

Jesús ha vuelto a casa, como nos narra hoy el evangelista, y según llega, cuando se ve rodeado de gente como ya va siendo habitual que suceda hasta desbordar la casa y sus entradas como sucede en el episodio de hoy, le traen a un paralítico en una camilla para que Jesús lo cure. Otro evangelista cuando nos narra este episodio nos da más detalles, como el tener que descolgarlo del techo, porque han abierto un boquete en la cubierta, dada la afluencia de gente que por la puerta no pueden entrar. No nos vamos a detener en ese detalle.

Un hombre postrado en su camilla, imposibilitado de moverse por sí mismo, que es conducido hasta Jesús por otras personas de corazón generoso. Un hombre que tendría deseos de rehacer su vida para poder vivir y valerse por sí mismo. Unas almas generosas dispuestas a ayudar para que aquel hombre pueda tener una vida distinta. Y Jesús que lee en el corazón de los hombres vio la fe grande que tenían.

Los signos que realiza Jesús son señal de que algo grande se puede realizar desde lo más hondo del corazón pero que afectar por completo a la vida. Ha venido Jesús, como había anunciado el profeta y el mismo había proclamado en la sinagoga de Nazaret para proclamar el año de gracia del Señor. Para los oprimidos llegaba la hora de la liberación; aquel camino de liberación que había recorrido Israel desde su salida de Egipto, de la esclavitud, hasta la llegada a la tierra prometida, era todo un signo de ese camino de liberación y de transformación que en Jesús se había de realizar.

Era hora de que los signos que Jesús realizaba manifestaran plenamente esa liberación que en Jesús habíamos de encontrar. Por eso la primera palabra de Jesús ante el paralítico que le han traído para que lo curase es la del perdón. ‘Tus pecados quedan perdonados’.

Habrá quien no lo entienda, ni lo terminaron de entender entonces los que rodeaban a Jesús, de ahí sus murmuraciones y criticas, como no terminamos nosotros de entender lo que tiene que significar el perdón en nuestras vidas. A todos nos cuenta entender. Aquel hombre iba a ver restaurada su vida, pero Jesús nos quiere hacer ver que tiene que ser desde lo más profundo. No es solo que se levante de aquella camilla para comenzar a andar. Algo nuevo tenia que suceder en él, una nueva oportunidad para una vida nueva y distinta se le estaba ofreciendo. Siempre tendría que recordar y reconocer su debilidad. Jesús le dice, sí, que se levante, pero que tome su camilla y vuelva a su casa. Volvemos a nuestra casa, a nuestra vida, con sus mismas luchas y con nuestras mismas debilidades; la camilla va a estar presente ahí como un signo, como un recuerdo de nuestra realidad, como un recuerdo de el regalo de Dios que había recibido, pero también de lo nuevo que había que vivir.

Necesitamos quizá seguir llevando la camilla de nuestra debilidad a nuestro lado, para valorar el perdón que hemos también nosotros recibido que nos ha puesto en camino de una vida nueva. Quizás esa camilla apagará nuestros orgullos, porque nos recuerda que somos débiles, pero esa camilla podrá ser también un estimulo para tener una mirada nueva y distinta a los que están a nuestro lado.

¿Nos podrá recordar que también hemos de ser generosos con nuestro perdón a los demás, dándoles otra oportunidad en sus vidas? Con nuestro perdón estaremos ayudando a quitar esos pesos muertos, esos pesos de muerte que muchas veces nos atenazan y nos impiden alcanzar auténtica paz. ¿Por qué no ayudar a que los demás encuentren también esa paz?

miércoles, 5 de julio de 2023

Aprendamos a hacer una auténtica escala de valores para saber encontrar lo importante que enriquezca de verdad la vida

 


Aprendamos a hacer una auténtica escala de valores para saber encontrar lo importante que enriquezca de verdad la vida

Génesis 21,5.8-20; Sal 33; Mateo 8,28-34

¿En la vida qué es lo que realmente nos importa? ¿Qué es lo que tendrá más valor para nosotros? Y lo concreto en esta disyuntiva, ¿las personas o las cosas?

Ya sé que me vais a decir que es una pregunta retórica y que es innecesario hacerlo, porque todos sabemos que las personas son más importantes que las cosas y es que incluso no tendría que ponerse esa comparación o disyuntiva ante lo que tendríamos que hacer. ¿Estamos seguros de eso? ¿Estamos seguros que en la práctica de la vida les damos más importancia a las personas que las cosas?

Examinémonos bien y nos daremos cuenta de cuantas veces pasamos por encima del bien de las personas cuando de nuestras ganancias se trata, cuando se trata de lo que pueda beneficiarme a mi, pero beneficiarme en lo material, en riqueza material, el la adquisición o posesión de cosas y de bienes. Pensemos cuantas veces vamos por la vida y no vemos a nadie, porque solo vamos pensando en nuestras cosas, en lo que ambicionamos y por lo que luchamos y bien sabemos que muchas veces es una lucha sin cuartel.

Me hace pensar en esto el relato del evangelio que hoy se nos ofrece y esa reacción de los habitantes de aquel lugar que ni se preocupan por el mal que están padeciendo aquellos que llaman endemoniados, y al final cuando tendrían que sentirse contentos de que hayan sido liberados de su mal, como estuvo en juego la posesión de sus bienes de vida, sus riquezas, ya no les interesaba Jesús y le piden que se marche a otro lado.

Conocemos el episodio del evangelio. Jesús en esta ocasión se sale incluso del territorio palestino o propiamente de la tierra que habitaban los judíos, se va a Gerasa, una región pagana, de gentiles en la misma frontera de Israel más allá del lago de Tiberíades, al otro lado del lago, podríamos decir. Salen a su encuentro aquellos dos hombres poseídos del mal, que manifiestan desde sus sombras su rechazo a Jesús. Las imágenes que nos los describen son bien significativas, habitan en los cementerios, son el terror de sus vecinos por la violencia de sus actos, es una región de sombras, de oscuridad, porque se encuentran envueltos por el mal.

La presencia de Jesús les incomoda, como incomoda la luz a los que están viviendo siempre entre tinieblas. Pero saben que con Jesús la luz iluminará sus vidas, aunque les parezca que se van a ver cegados por esa luz. Las tinieblas que no quieren recibir la luz, como se nos dice en otro lugar del evangelio. Al final solo piden los espíritus malignos de que si aquellos hombres van a ser liberados del mal, el mal envuelva a aquella piara de cerdos que están hozando por aquellos lugares. Bien sabemos que para el judío el cerdo es un animal impuro que no se atreverán ni a tocar, mucho menos comer su carne. Pero es también sintomático el hecho de que sean poseídos por el espíritu del mal, pero acantilado abajo terminen ahogándose en el lago.

Todo ello ha provocado una revolución, por así decirlo, en aquellas gentes. Los porquerizos avisan a los vecinos que vendrán a pedirle a Jesús que abandone aquella tierra, como ya hemos mencionado. No sienten la alegría de la liberación de aquellos males que sufrían con aquellos hombres endemoniados, como ellos los consideran. No son capaces de valorar la verdadera liberación que se ha producido en aquellas personas que ahora podrán vivir con dignidad y convivir en paz con sus vecinos. ¿Qué es lo que a ellos les importaba realmente?

¿Qué nos importa a nosotros en la vida? ¿Seremos capaces, por ejemplo, de dedicar tiempo para una reflexión que me interrogue por dentro y me lleve a esa necesaria liberación interior que quizás tanto necesitamos y que por otra parte en ocasiones hasta nos hace sufrir? Somos tantas veces conscientes de nuestros errores, de las meteduras de papa que hemos tenido tantas veces en la vida, del daño que pudimos haber hecho a los que estaban a nuestro lado, o al menos lo que tuvieron sufrirlo, pero no terminamos de arrancarnos de esas tinieblas que nos envuelven, de realizar ese cambio tan necesario en la vida, de poner gestos de reparación que a nosotros nos sanen por dentro, pero con los que llevemos también señales de paz y de amor a los que están a nuestro lado.

¿A qué nos estará invitando esta página del evangelio? ¿Aprenderemos a hacer una auténtica escala de valores que verdaderamente enriquezca mi vida con lo que es realmente importante?

martes, 4 de julio de 2023

Hay miedos y cobardías que nos paralizan en noches oscuras, no nos dejan ver salidas y nos incapacitan para solucionar las cosas, pero Jesús está ahí aunque nos parezca que duerma

 


Hay miedos y cobardías que nos paralizan en noches oscuras, no nos dejan ver salidas y nos incapacitan para solucionar las cosas, pero Jesús está ahí aunque nos parezca que duerma

Génesis 19,15-29; Sal 25; Mateo 8,23-27

Una tormenta en medio de la oscuridad de la noche no es plato apetecible para nadie, y menos aún en una barca entre los embates de un mar embravecido. Acudimos a santa Bárbara cuando truena y todos los santos del cielo, como solemos decir, para vernos libres de esos malos momentos. Ahora en la sociedad en que vivimos en que al menos para algunas cosas todo son precauciones estamos saturados de las alertas que continuamente nos están avisando de cualquier borrasca que se nos acerque y nos pueda traer malos tiempos. No queremos vernos sometidos a ningún peligro.

No sé si en todo en la vida andaremos con esas precauciones, no sé cómo afrontaremos tantas borrascas que en la vida tenemos y que no son de orden climatológico. Pasamos en la vida también por malos momentos, las dificultades de la vida misma, pero los problemas que van surgiendo, unas veces desde decisiones llenas de error que nos conducen a unas situaciones difíciles de las que no queremos salir, otras veces con los encontronazos que tenemos en esos vaivenes de la vida y de nuestras relaciones con los demás, también aunque no siempre sabemos reconocerlo desde nuestro mundo interior que se llena de dudas y de interrogantes, que se encuentra con esas situaciones desafiantes y que nos hacen dudar hasta del sentido de nuestra vida; de muchas maneras y en muchas ocasiones nos encontramos atravesando un callejón oscuro en la vida que nos deprime, que parece que nos hunde, que hasta pone en peligro nuestra fe.

¿Qué hacemos? ¿A quién acudimos? ¿A quien podemos sentir a nuestro lado que nos de fe y confianza, en quien encontrar fuerzas para salir de ese pozo? ¿Nos encerramos en nosotros mismos y nos llenamos de amarguras? ¿Tratamos quizás de olvidarlo todo y queremos seguir la vida como si nada pasara, o dedicándonos a ‘vivir la vida’ para olvidarnos de todo? ¿Dónde encontramos esas anclas que nos den seguridad para comprender que el barco no se hunde por muchas que sean las tormentas?

El evangelio hoy nos da luz. Atravesaban el lago los discípulos con Jesús. Eran frecuentes las tormentas que levantaban en el lago, la depresión que en si mismo constituía el lago, las altas montañas del Hermón por una parte, las corrientes de aire del desierto y demás circunstancias hacían propicias esas tormentas inesperadas. Como pescadores de aquel lago tendrían sus conocimientos, pero no querían verse envueltos en medio del lago en una de esas tormentas. Pero es lo que ahora sucede. Jesús va con ellos, pero aun en el fragor de la tormenta Jesús duerme plácidamente en un rincón.

¿Qué hacer? porque aquello parece que se hunde. Y despiertan al Maestro porque no pueden comprender como les deja solos en una situación así. ‘¿No te importa que nos hundamos? Señor, sálvanos, que perecemos’. Es el grito, es la súplica. Quién curaba a los enfermos, expulsaba a los demonios y resucitaba a los muertos, ¿no podía hacer algo para liberarles de aquella situación? Es la súplica y es la duda, son los miedos y son las cobardías que nos paralizan, que no nos dejan ver salidas, que parece que nos incapacitan para hacer algo por solucionar las cosas. Cuántas veces nos vemos en la vida así.

Y Jesús se levantó, increpó al viento y al mar y la tempestad cesó. Un silencio intenso se hizo al acabar el fragor de la tormenta; un silencio al contemplar la autoridad de Jesús; un silencio que surgía de su interior reconociendo miedos que no nos gusta reconocer y cobardías que tratamos de disimular. Así se quedaron frente a Jesús. ‘¿Por qué tenéis miedo, hombres de poca fe?’ fue el reproche de Jesús. No sé si podrían manifestar exteriormente algún signo de alegría después de pasar lo que pasaron, pero sobre todo después del reproche de Jesús que les hacía reconocer sus miedos y cobardías. Pero algo seguramente comenzaba a cambiar en su corazón.

¿Escucharemos también ese reproche que nos hace reconocer nuestros miedos y cobardías? Rumiemos en nuestro interior la lección de Jesús.


lunes, 3 de julio de 2023

Necesitamos revivir cuantos momentos de luz hemos tenido en nuestro encuentro con Jesús a lo largo de la vida para reavivar nuestra fe con toda intensidad y no quede ni rastro de sombra

 


Necesitamos revivir cuantos momentos de luz hemos tenido en nuestro encuentro con Jesús a lo largo de la vida para reavivar nuestra fe con toda intensidad y no quede ni rastro de sombra

Efesios 2, 19-22; Sal 116; Juan 20, 24-29

No es necesario que nos machaquemos mucho la cabeza para  encontrar en nosotros situaciones que sean eco de lo escuchado en el evangelio o en él tengan eco. Eso de no creernos las cosas por mucho que nos digan que es verdad suele ser bastante habitual. Nos pueden decir que ellos lo vieron, fueron testigos, nosotros queremos palpar, tocar con nuestras manos, hacerlo pasar por nuestra experiencia.

Estamos hoy celebrando la fiesta de Santo Tomás, apóstol. No nos ha de extrañar la situación de Tomás. El como el resto de los discípulos se había quedado impactado por lo sucedido aquellos días; algo que no esperaban y que deja descolocado a cualquiera. Mientras unos se encierran en el cenáculo, por miedo a que a ellos les pudiera pasar algo semejante, pues eran los amigos de Jesús, los que siempre estaban con El, a Tomás se le ocurrió dar una vuelta, como hacemos nosotros tantas veces, para despejar la cabeza, decimos.

Por eso cuando la primera manifestación de Cristo resucitado a los discípulos allí en el Cenáculo, él no estaba con ellos. Nada más entrar por la puerta, como se suele decir, ya estaban contándole lo que había sucedido aquella tarde. ‘Hemos visto al Señor’. Ya no lo podían callar, pero se encontraron con el muro de incredulidad de Tomás. ‘Si no meto mis dedos en las llagas de los clavos, si no meto mi mano en su costado, en la herida de última hora del soldado, no lo creo’. Quería palpar por sí mismo.

Queremos tener nuestras razones, queremos experimentarlo por nosotros mismos. Y no podemos decir que eso sea malo. Está por medio la fe, la confianza, es cierto, pero hemos de hacer vivencia nuestra todo eso. Recogemos el testimonio de quienes han sido testigos, de quienes lo han vivido por sí mismos, pero necesitamos nosotros vivirlo y experimentarlo también. Muchas veces decimos que tenemos fe porque eso es lo que nos enseñaron nuestros padres, porque eso siempre ha sido así, pero quizá en nuestro interior no se ha producido esa experiencia de fe, sentir cómo el Señor a nosotros también se nos manifiesta, sentir esa presencia maravillosa de Dios en nuestra vida, reavivar esas experiencias de fe que hemos tenido a lo largo de la vida, recoger todos esos momentos de luz que muchas veces tan pronto olvidamos, hacer nuestra esa vivencia.

¿No has tenido momentos luminosos, más de uno, en tu vida? Hemos de tenerlo siempre presentes, revivirlos una y otra vez, para volver a sentir lo que en aquel momento sentimos. Habremos tenido momentos en que hemos expresado nuestra fe, aunque no hayan aflorado muchos sentimientos, pero fue algo vivo en nosotros en ese momento, aunque quizás muchas veces se nos queden como en una nebulosa. Hay que reavivarlos de nuevo, para sacarles ahora el jugo que entonces no supimos aprovechar mucho, para que no se queden en un recuerdo lejano, para que formen de verdad parte de la historia de mi vida, a la que de nuevo queremos dar mucha intensidad.

Cuando a los ocho días se presentó Jesús en medio de los discípulos, ahora está ya Tomás entre ellos; al acercarse Jesús a Tomás para mostrarle las manos y el costado con sus llagas y sus heridas para que allí metiera sus dedos, para que allí introdujera su mano, seguro que por la mente de Tomás pasó como una película de su vida reviviendo todas aquellas conversaciones, todos aquellos encuentros, todos aquellos momentos en que había sido testigo de las maravillas del Señor y que ahora parecía querer olvidar. De nuevo se intensificó su fe, surgió el grito de su corazón del que ahora arrancaba todas sus angustias y llenaba de la más inmensa alegría, ‘¡Señor mío y Dios mío!’. No fue necesario más.

¿Será lo que nosotros estamos necesitando?

domingo, 2 de julio de 2023

Ponemos la alegría de la ilusión por lo nuevo y la esperanza de plenitud con la certeza de que hasta lo más pequeño será siempre una siembra de vida

 


Ponemos la alegría de la ilusión por lo nuevo y la esperanza de plenitud con la certeza de que hasta lo más pequeño será siempre una siembra de vida

2Reyes 4, 8-11. 14-16ª; Sal 88; Romanos 6, 3-4. 8-11; Mateo 10, 37-42

Estamos llamados a vivir y a transmitir vida. Forma parte de nuestra naturaleza, del sentido de nuestra existencia. La vida no se acaba en sí misma, no se encierra en sí misma; la vida que se encierra en sí misma, podríamos decir, que enferma y muere: estamos llamados a contagiar vida, trasmitir vida, crear vida; signo de esa vitalidad que llevamos en nosotros es la creación de vida; cuando amamos vamos sembrando semillas de vida, engendrando vida.

Pero muchas veces nuestra vida tiene el peligro de rodearse de sombras y es cuando nos encerramos en nosotros mismos, en nuestro egoísmo; llegamos a confundir lo que es de verdad vivir y solo nos buscamos a nosotros mismos, nuestras satisfacciones, lo que entonces nos parece que nos va a dar verdadera felicidad; y como decíamos antes comenzamos a morir.

Si una semilla no la plantamos para que de ella surja una nueva planta sino que la guardamos en sí misma indefinidamente, veremos que poco a poco va perdiendo esa fuerza generadora de vida, como decimos, se atrofia, se seca, pierde la capacidad de generar una nueva planta. Así nos sucede a nosotros, cuando nos encerramos en nosotros mismos, perdemos la capacidad de amar y de generar vida.

Es lo que nos dice hoy Jesús en el evangelio buscamos una vida que nos hace perder la verdadera vida. Es el sentido de estas palabras de Jesús: ‘El que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí, la encontrará’. Por eso nos pueden parecer muy exigentes y duras las palabras que hoy escuchamos en el evangelio. Es la exigencia de haberle encontrado a El que se convierte así en el sentido de nuestra vida. Como nos dirá en otro momento cuando encontramos el tesoro escondido hacemos todo lo posible para conseguirlo, por obtenerlo, seremos capaces de vender todo lo que tenemos para comprar esa perla preciosa. Es lo que significa seguir a Jesús.

Nada puede estar por encima de nuestro amor a Jesús, pero es que todo encontrará la plenitud de su sentido precisamente desde ese amor de Jesús. Nada puede ponerse por medio para interferir en nuestro camino de seguimiento de Jesús, pero cuando seguimos a Jesús todas esas realidades de la vida van a adquirir un nuevo sentido y valor. No nos dice Jesús que prescindamos así porque sí de esas realidades de la vida, llámese familia o llámese trabajo, llámese casa o llámense aquellas cosas que poseemos como instrumentos y medios de nuestro vivir, sino que en ellas vamos a poder poner un amor distinto que le dará verdadera grandeza a cuanto hagamos.

Esa transformación de sentido algunas veces nos resultará costosa porque pesan mucho en nosotros esas sombras de las que nos hemos rodeado y que nos impiden ver la auténtica realidad. Por eso nos hablará de negación de nosotros mismos y de un camino de cruz. Es porque buscamos la luz, porque buscamos la vida, y esa búsqueda significa salir de nosotros mismos, arrancarnos de los egoísmos que nos hacen insolidarios, y arrancar también las malas raíces de nuestras ambiciones y del amor propio que nos encierran, será doloroso pero es la necesaria poda para obtener frutos de vida.

Pero no lo hacemos algo así como que no nos queda más remedio, con resignación. No es la resignación un valor positivo de la vida. Otra cosa es la paciencia que mantenemos con nuestra esperanza para alcanzar lo que deseamos. Ponemos la alegría de la ilusión de lo nuevo y la esperanza de plenitud de vida. Lo hacemos con gozo porque tenemos la certeza y seguridad de que hasta lo más pequeño que podamos hacer, como dar un vaso de agua, será siempre una siembra de vida.

Y ver surgir la flor de la vida nos alegra siempre el corazón, llena de un nuevo perfume nuestra existencia y tenemos la garantía de unos frutos futuros. ¿Quién no se alegra con la cosecha de unos frutos que nos llenan de vida? El cristiano siempre será una persona llena de alegría, siempre vivirá con ilusión por algo nuevo y con optimismo aun en los momentos oscuros, porque al cristiano no le falta la virtud de la esperanza.